Jacobo Timerman: el hombre que cambió el periodismo y escribió un libro que ya es historia argentina

Dirigió entre otros medios el mítico “La Opinión” y fue secuestrado por la dictadura. Se exilió en Israel y en dos semanas escribió “Preso sin nombre, celda sin número”, quizás el libro argentino que mejor explica el terrorismo de Estado. “Mi padre nunca se sintió cómodo en la figura del activista. Lo apasionaba el periodismo”, cuenta su hijo Javier

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Jacobo Timerman
Jacobo Timerman

Es la madrugada del 15 de abril de 1977. Veinte militares de civil entran al departamento de Jacobo Timerman en Buenos Aires, lo esposan, le cubren la cabeza con una manta, lo bajan al subsuelo y se lo llevan en su propio auto. Luego de algunos kilómetros, el auto frena —se escucha el chirriar de un portón y el ladrido de unos perros—, bajan, lo acuestan en el suelo, le ponen una pistola en la cabeza y uno le dice: “Voy a contar hasta diez. Despedite, Jacobito. Se terminó. ¿No querés decir tus oraciones? Uno, dos, tres, cuatro...”

Al llegar al diez, los militares sueltan unas carcajadas. Él también. Luego le sacan la venda de los ojos —está en un despacho mal iluminado con un escritorio y algunos sillones— y, frente a él, un hombre lo mira. Es Ramón Camps, jefe de la Policía de Buenos Aires. “Usted es un prisionero del Primer Cuerpo del Ejército en operaciones”, le dice. Desde entonces, Timerman pasó treinta meses en Puesto Vasco, centro de detención de Quilmes, primero, y en el COT I de Martínez, después, para luego seguir en arresto domiciliario varios meses.

Por presión de los organismos internacionales de Derechos Humanos, la dictadura militar lo libera, pero antes le quita la ciudadanía argentina. Timerman se exilia en Israel. Desde allí escribe en sólo dos semanas Preso sin nombre, celda sin número, un libro tan desgarrador como revelador. Es una radiografía por dentro del plan de exterminación de la última dictadura militar argentina (“un terrorismo sistematizado, orgánico, racionalmente planificado”) y en la que narra en primera persona las torturas que recibió por parte de los militares, la soledad del encierro y la crueldad de la incertidumbre. Pero además, caracteriza esa época en la que la Argentina estaba “envuelta en el erotismo de la violencia”.

Así comienza: “La celda es angosta. Cuando me paro en el centro, mirando hacia la puerta de acero, no puedo extender los brazos. Pero la celda es larga. Cuando me acuesto, puedo extender todo el cuerpo. Es una suerte, porque vengo de una celda en la cual estuve un tiempo —¿cuánto?— encogido, sentado, acostado con las rodillas dobladas”.

Tapa de una de las ediciones de “Preso sin nombre, celda sin número”
Tapa de una de las ediciones de “Preso sin nombre, celda sin número”

Timerman nació en 1923 en Bar, ciudad de la entonces República Socialista Soviética de Ucrania. Tenía cinco años cuando llegó junto a su familia a Argentina. Se instalaron en Once, donde ya había una comunidad judía establecida, y allí creció. Luego, en la juventud integró el movimiento juvenil Hashomer Hatzair. El periodismo llegó solo. Empezó en La Razón, luego entró en La Nación, más tarde trabajó en Clarín, El Siglo y El Mundo, hasta que forjó su camino más autónomo, ya empresarial: fundó las revistas Primera Plana y Confirmado.

Más tarde, en 1971, creó el diario La Opinión, uno de los medios más recordados del siglo XX argentino. En esa redacción surgió una nueva forma de pensar y escribir el periodismo. Por allí pasaron plumas legendarias como Horacio Verbitsky, Paco Urondo, Juan Gelman, Miguel Bonasso, Carlos Ulanovsky, María Esther Gilio, Moira Soto, Tomás Eloy Martínez, Mario Diament, Osvaldo Soriano y Miguel Briante, entre tantos otros. “La Opinión exponía todos los días el rostro verdadero de Dorian Gray”, escribió Timerman en su libro. Así pensaba al periodismo, así se lo necesitaba.

“El libro tiene todo el aspecto histórico de volver a entender un poco más lo que la sociedad argentina vivió esos años. Pasó mucho tiempo y uno a veces se olvida. Es importante la mirada que él pone sobre cómo se fueron desarrollando los acontecimientos, el rol del periodismo y de la comunidad judía. También habla de esa decisión de dar batalla aunque fuera de forma desigual. Para él era importante darla”. El que habla hoy es Javier Timerman, su hijo. En 1981, cuando se publicó este libro urgente, tenía 16 años.

Cuando comenzó la dictadura, incluso antes, La Opinión hablaba de los desaparecidos. Sin respuesta alguna, los familiares encontraban allí un espacio para gritar los nombres de sus hijos ausentes y exigir justicia para que aparecieran sanos y salvos. Hasta que la dictadura puso su bota militar en el diario. Junto con Timerman secuestró a los periodistas de La Opinión Enrique Jara y Enrique Raab. Este último finalmente sería desaparecido y asesinado, como tantos trabajadores de prensa en aquellos años.

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Jacobo Timerman siempre dijo que su sostén era la familia. Sus hijos: Javier, el más chico, Héctor, el del medio, periodista y ex canciller durante el gobierno de Cristina Kirchner, y Daniel, el mayor. Y Risha Mindlin, su esposa, de quien —como siempre dijo— estaba profundamente enamorado. Curioso, porque el argumento que siempre usó Camps en su contra fue que “Timerman quiere destruir la familia”. Así lo dijo el genocida en una entrevista televisiva más que condescendiente que le hizo el periodista José Gómez Fuentes en 1981, plena dictadura, con Timerman ya exiliado y con el libro publicado.

Además de argumentar su antisemitismo burdo, Camps mostró allí, en vivo, una grabación. Es Timerman siendo interrogado en un centro de detención bajo amenaza. Luego, Camps publicó su propio libro. Lo tituló El caso Timerman, punto final y expuso en esas páginas la grabación. “Hay que decir que ese libro es históricamente muy interesante —dice Javier—, aunque es todo mentira, claro. Eran los interrogatorios bajo tortura. Además tiene tres páginas de agradecimientos y decía que era gente que colaboró con la investigación. A toda esa gente después se la investigó como cómplice de la dictadura. Camps puso en problemas a toda esa gente, digamos”.

“Además ahí se publica la carta de (Christian) Von Wernich (N. de la R. Capellán de la Policía de la Provincia de Buenos Aires durante la dictadura, peso por crímenes de lesa humanidad) que decía que mi padre estaba muy contento porque para él era un hotel cinco estrellas y no se quería ir. Hablaba de lo bien que se comía… imaginate el grado de perversidad. La realidad era que mi padre perdió la mitad de su peso. Al salir estaba irreconocible”, agrega Javier.

Jacobo Timerman y su familia: su esposa Risha Mindlin (embarazada de Javier) y sus hijos Héctor y Daniel
Jacobo Timerman y su familia: su esposa Risha Mindlin (embarazada de Javier) y sus hijos Héctor y Daniel

Ya exiliado en Israel, una noche, Timerman se sentó frente a una máquina de escribir y comenzó a tipear. “Siempre decía que él no escribió el libro, sino que lo escupió. No lo corrigió ni lo retocó. Por ser su primer libro causó mucho interés en muchas editoriales. Y fue bestseller en Estados Unidos. Argentina no es un país significativo para los americanos. Primero, porque los libros de política no suelen ser bestseller, y segundo, menos sobre política que no es norteamericana. No sólo estuvo en la lista de bestsellers, también fue un libro muy influyente”, cuenta Javier.

Se publicó durante los primeros meses de la presidencia de Ronald Reagan. En mayo de 1981 salió en Estados Unidos y rápidamente se esparció por el mundo: Francia, Italia, Holanda, Alemania, Israel, Suecia y muchísimos países más. En Argentina estaba prohibido, por supuesto, y sólo llegaba de contrabando: le arrancaban la tapa, le ponían otra y circulaba. “Después de las Malvinas, un político, Eduardo Varela Cid, lo publicó sin autorización. Le dijo a mi padre: ‘te voy a pagar’. Pero mi padre no le vendió los derechos. Le cambió el título pero no fue una edición autorizada. Le puso El caso Camps, punto final en respuesta al libro de Camps. Nosotros la primera edición en Argentina la hicimos después de que murió mi padre”, dice Timerman hijo.

También cuenta los motivos de ese éxito editorial y la influencia política de la obra: “Reagan, que venía de una política de Derechos Humanos muy distinta a la del gobierno de Carter, decía que los países comunistas eran totalitarios y no iban a cambiar, entonces había que destruir esos regímenes. En cambio, con las dictaduras latinoamericanas la cuestión era diferente: decía que había que trabajar con ellos porque eran amigos en esta lucha contra el comunismo que tenían. Reagan hacia la diferencia entre totalitarismo y autoritarismo. El libro de mi padre demuestra lo que era la crueldad de un régimen autoritario”.

Lo usaron los demócratas para defender la política de Carter y los de Reagan para defender esa distinción entre autoritarismo y totalitarismo. Cuando el Senado tenía que votar la nominación del Secretario de Derechos Humanos de Reagan, la mayoría votó en contra, y fue la primera gran derrota política de Reagan. Muchos senadores dijeron que votaron en contra después de haber leído el libro. Eso lo convirtió a mi padre en una figura importante en Estados Unidos”, agrega.

Timerman dando testimonio en el Juicio a las Juntas (memoriaabierta.org.ar)
Timerman dando testimonio en el Juicio a las Juntas (memoriaabierta.org.ar)

Hay una interesante entrevista de 1988 en el famoso programa Badía y compañía. Sentado en el medio de ocho periodistas entre los que están Mario Mactas, Jorge Dorio, Marcelo Tinelli, Alan Pauls y Juan Alberto Badía, Jacobo Timerman es más que una eminencia, es una leyenda, un mito. “El solo hecho de la existencia humana es un acto de optimismo. Somos optimistas porque existimos”, sostiene como quien escribe en voz alta su manifiesto vital. Al volver al país con la democracia restaurada, dio testimonio ante la Conadep y su legajo fue incluido en el informe Nunca más. En 1985 declaró en el Juicio a las Juntas. Murió el 11 de noviembre de 1999, algunos años después de la muerte de su esposa, que lo sumió en una depresión profunda.

“Mi padre nunca se sintió cómodo en la figura del activista —agrega—, lo que lo apasionaba era el periodismo, se sentía muy orgulloso de su profesión, era lo que le gustaba y lo hizo toda su vida. Fue una cuestión forzada. Lo que le apasionaba era el periodismo. Cuando pienso en el legado de mi padre, pienso en el periodismo creativo que hizo. De chico lo veía en la redacción y admiraba su talento. Hoy no hay periodista que te diga que no fue un gran periodista, no sólo talentoso, también valiente”.

En esa entrevista en televisión, ante las preguntas de sus jóvenes colegas, Jacobo Timerman sostiene: “Decir públicamente lo que uno siente y lo que uno piensa... yo creo que eso es la objetividad, y eso es la credibilidad. Soy un periodista profesional. No estoy en mi profesión para engañar a nadie, ni siquiera a mí mismo”. Quizás, aunque muchos lo olviden, de eso se trata el periodismo: una relación profunda y necesaria, con la vida, con la verdad, con la realidad de nuestro tiempo.

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