La otra cara de la pandemia: los comedores comunitarios que recibían a 80 familias en 2020 hoy asisten a 300

El drama que se vive en los barrios vulnerables de la provincia y la ciudad de Buenos Aires es cada vez mayor: falta el trabajo, el hambre aprieta y escasean el agua potable, las cloacas y la electricidad. Además, hay zonas en las que no ingresan las ambulancias y solo queda la solidaridad de los vecinos

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El hambre que no perdona juega desde hace más de un año su peor batalla contra el enemigo silencioso que puso al mundo de cabezas (AFP)
El hambre que no perdona juega desde hace más de un año su peor batalla contra el enemigo silencioso que puso al mundo de cabezas (AFP)

El escenario es el mismo. No distingue jurisdicción. Los comentarios de los protagonistas pueden intercambiarse sin que el relato pierda sentido. Dicen y sienten los mismos los responsables de comedores comunitarios que están de ambos lados de la General Paz, tanto del territorio porteño como de la orilla bonaerense. Cada uno aseguró que no dan abasto, que antes recibían menos de los que asisten ahora, que hasta se integraron personas mayores, que ya no pueden albergar a más personas si antes no tienen comida para darles. Lo pudo haber dicho cualquiera: Maximiliano del Centro Comunitario 17 de Marzo en La Matanza, Daiana del Merendero La Sirenita en Almirante Brown o Carlos del comedor Los Niños Primero del barrio porteño de Barracas. El panorama es homogéneo, con sus particularidades.

Muchas personas vivían de trabajos temporales en la construcción o en la limpieza doméstica, pero con la cuarentena del año pasado paró todo y se quedaron sin ingresos, y se la rebuscaron para llevar un plato de comida a sus hijos; tenían la necesidad de buscar el mango”, resume Maximiliano Malvelén, de 31 años, sobre lo que vio durante los últimos 13 meses al frente del Centro Comunitario 17 de Marzo, en La Matanza, donde “de unas 80 familias pasamos a recibir 250 y hasta 300. No damos abasto, reconoce sobre las entre 1.200 y 1.500 bocas que alimentan cada día por medio de viandas. Esa situación y otras similares se repiten en la mayor parte de los barrios humildes del Área Metropolitana de Buenos Aires.

Malvelén asume que sus palabras son un reflejo de lo que pasa desde hace décadas en cada una de las zonas donde cumplir con los protocolos sanitarios se hace difícil: no tienen agua potable ni cloacas, y el hambre ya apretaba fuerte cuando en marzo de 2020 se decretó el aislamiento por la llegada del COVID-19 en todo el país y en muchos casos dio vuelta todo: el poco trabajo que había terminó, las changas (empleo ocasional) dejaron de existir y los platos de las mesas comenzaron a quedar vacíos. Esta segunda ola se convirtió para ellos en un tsunami. Hoy, ese hambre no perdona y los comedores que siempre se ocuparon de alimentar a sus vecinos también padecen la crisis y luchan en desventaja por sobrevivir.

Una de las tristes postales del Conurbano de Buenos Aires: viviendas precarias, sin agua, sin luz y sin la posibilidad de un lugar donde proteger su salud (AFP)
Una de las tristes postales del Conurbano de Buenos Aires: viviendas precarias, sin agua, sin luz y sin la posibilidad de un lugar donde proteger su salud (AFP)

Desde los números, la pandemia fue devastadora para la economía Argentina, en recesión desde 2018. La pobreza alcanzó en 2020 al 42% de los 45 millones de habitantes. De ellas, el 40% vive de la economía informal y les es imposible alimentarse sin contar con la ayuda de esos centros comunitarios porque además de buscar donaciones de alimentos, deben peregrinar para conseguir agua potable, un bien que escasea.

La dura realidad se ve tanto en los comedores de la Ciudad de Buenos Aires como en los del Conurbano que reciben a miles de personas por un plato de comida.

La desesperación se escucha en las voces de quienes tienen sobre sus hombros la misión de alimentar a las miles de bocas que sólo cuentan con su ayuda. Si bien el presente es muy duro, no dista de lo que fue antes de marzo de 2020: carecen de los recursos mínimos e indispensables (agua potable ni cloacas), muchos no tienen tendido eléctrico; en algunos barrios ni las ambulancias ni los patrulleros ingresan y el aumento de la inseguridad es moneda corriente. En ese contexto crítico, la solidaridad de los propios es el único cable a tierra.

Maximiliano Malvelén comanda un centro comunitario en una de las zonas más vulnerables del populoso partido de La Matanza. A solo 20 kilómetros del Obelisco, dice que allí se levanta otro mundo y que en plena pandemia a sus habitantes “no les queda otra que salir a buscar el peso”, no por desobediencia o capricho sino porque la pulseada frente a tanta necesidad jamás la ganan. “No tienen opción”, admite.

La cruda realidad en los barrios más humildes de La Matanza. "No se puede hacer la cuarentena. Si uno no trabaja no vive". (AFP)

Al mismo tiempo dice que para muchos chicos del barrio ir a la escuela les representaba la opción de un plato de comida. “Todos los meses que no tuvieron clases perdieron también la posibilidad de comer allí. Si están en casa todo el día también demandan los alimentos que no hay”, lamenta.

El joven creció viendo a su madre asistir a sus vecinos y fue testigo de cómo desde hace más de 20 años el comedor de la localidad de San Justo fue el paso obligado para habitantes de los barrios 17 de Marzo y los de las villas San Petersburgo y Puerta de Hierro; y no duda en ocupar ese legado que aún comparten.

Desde media mañana, los vecinos de los barrios más humildes hace fila para llevar comida a sus casas. "Les pedimos que traigan recipientes para poder llevar el alimento que necesitan para el día", cuenta a Infobae uno de los voluntarios. (AFP)
Desde media mañana, los vecinos de los barrios más humildes hace fila para llevar comida a sus casas. "Les pedimos que traigan recipientes para poder llevar el alimento que necesitan para el día", cuenta a Infobae uno de los voluntarios. (AFP)

“Las veces que hizo falta, usamos mi auto para trasportar a los vecinos que necesitaron ir al hospital”, dice sobre cuando debió llevar a personas con distintas dolencias o con síntomas de covid-19 al Hospital Paroissien, ubicado en el kilómetro 21 de la Ruta Nacional N° 3. Debido al coronavirus, unos diez vecinos murieron. Actualmente, hay doce familias contagiadas y aisladas a las que las asisten. “Si bien tratan de cuidarse, la gente ya no le tiene miedo al virus como antes y lucha también con sus propias necesidades y la vulnerabilidad extrema a la que se suma la inseguridad. Hasta les roban los recipientes con comida”, relata afligido.

En las últimas horas, confirmaron 561 muertes, la cifra más alta desde que comenzó la pandemia en Argentina. Con estos datos, el total de infectados asciende a 2.954.943 y las víctimas fatales son 63.508. De los nuevos 26.053 casos reportados este jueves, 12.208 son de la provincia de Buenos Aires, 2.972 de la ciudad de Buenos Aires
Al Centro Comunitario S.C y D Barrio 17 de Marzo llegan hasta 1500 personas para ser alimentadas
Al Centro Comunitario S.C y D Barrio 17 de Marzo llegan hasta 1500 personas para ser alimentadas

En la localidad vecina está el comedor Las manos solidarias de La Matanza -nacido hace 12 años en el barrio Atalaya de Isidro Casanova- donde cada mediodía unas 300 familias (con un promedio de cinco integrantes) llega por sus viandas. Allí, Rubén Dos Santos (62) y Sandra Bustos (60) se encargan de todo.

“Recibimos alimentos no perecederos del Ministerio de Desarrollo Social, pero lo demás debemos conseguirlo a cuesta de donaciones de particulares”, cuenta sobre el espacio donde, a diferencia de otros, las raciones no son solamente para los vecinos sino para quienes llegan desde localidades alejadas, incluso a más de diez kilómetros.

Para ellos, cumplir la cuarentena significó medir el miedo con el hambre: “Muchos hablan de pobreza, pero tocan de oído porque no se meten en los barrios y no la ven de cerca. No creo en los políticos. Acá la gente necesita y tiene problemas graves”, admite el hombre que desde el año 2000 trabaja vendiendo artículos de limpieza y que asumió como una responsabilidad personal ayudar luego de sobrevivir a la Gripe A, en 2009.

Rubén y Sandra están al frente del Comedor Las Manos Solidarias en el barrio de Atalaya, Isidro Casanova. Hasta allí llegan personas que viajan más de diez kilómetros por una vianda de comida
Rubén y Sandra están al frente del Comedor Las Manos Solidarias en el barrio de Atalaya, Isidro Casanova. Hasta allí llegan personas que viajan más de diez kilómetros por una vianda de comida

“Me salvé de milagro y supe que fue por algo. Mientras me recuperaba, cinco nenes tocaron a la puerta de casa. Era una tarde de lluvia torrencial y estaban empapados. Con mi esposa Sandra los hicimos pasar y les ofrecimos una merienda y medias secas. En ese momento, al verlos a los ojitos, supe que esa era mi misión: ayudarlos a que no pasaran hambre... A nosotros no nos sobra nada, vivimos con lo justo y en ese momento la estábamos pasando muy mal por el tiempo que no trabajé, pero ellos tenían hambre”, rememora emocionado el jueves aquel cuando mientras los nenes se iban los citó para una nueva merienda el lunes siguiente. Creyó que no volverían, pero lo hicieron y acompañados de otros diez niños. Ese día nació el comedor que además brinda contención social a sus vecinos.

No es diferente la situación que viven en el comedor Los Niños Primero, del barrio porteño de Barracas que también alimenta a personas que viven en hoteles y conventillos de San Telmo y La Boca. El lugar nació hace 32 años y su administrador Carlos Esteban cuenta que durante los meses más duros de 2020, entregaron unas 330 raciones de comida y que el número se mantuvo hasta hace dos meses cuando algunas de las personas salieron a buscar un nuevo trabajo.

“Hubo quienes encontraron una salida y dejaron de llegar desde otros barrios. Lo que hacen es pedir ayuda al Gobierno que los deriva aquí y nosotros los aceptamos, pero lamentablemente ya no podemos recibir a más personas si no vamos a recibir antes la comida para ellos”, dice apenado aunque intenta que nadie se vaya con las manos vacías.

Antes de la pandemia, el comedor comunitario "Los Niños Primeros" de Barracas abría sus puertas para recibir a quienes llegaban por un palto de comida. Hoy asiste a niños y adultos de tres barrios porteños
Antes de la pandemia, el comedor comunitario "Los Niños Primeros" de Barracas abría sus puertas para recibir a quienes llegaban por un palto de comida. Hoy asiste a niños y adultos de tres barrios porteños

Lamentando la lucha diaria que llevan en ese comedor donde también asisten desde lo social, asegura que “las organizaciones sociales que están al frente de los comedores reciben cada seis meses nada más que $60 mil y $300 mensuales por cada voluntario de la cocina. Con la pandemia hubo recorte de productos que enviaban para mandar los productos sanitizantes y de protección; estamos de acuerdo con que lo hagan por este contexto, pero esa decisión no deja de quitarles a los chicos derechos adquiridos como pasó con los huevos de Pascuas, por ejemplo”.

En el mismo tono, agregó que “antes había un menú variado y nutritivo, ahora ocho veces al mes comen lo mismo con menos calidad y cantidad. Aunque estén en la villa, no es un dinero que alcance para grandes cosas”, reclama y asegura que “hay otra cuestión más profunda, pero estamos en pandemia y hay que aguantar aunque esta realidad no empezó hace un año sino hace más de treinta, y no se resuelve”.

Los voluntarios el comedor Los Niños Primero también se ocupan de repartir bolsones de comida a quienes pueden llegar una vez por semana y brindan a los más chicos clases de computación. Asimismo reparten ropa y guardan algunos alimentos para quienes llegan luego de que sirvieran la comida para que nadie se vaya con las manos vacías.

Vecinos del asentamiento CCT de Almirante Brown hacen largas filas por un poco de comida que calme el hambre. "La mayoría vive del cartoneo", cuenta Daiana a Infobae (Infocamioneros)
Vecinos del asentamiento CCT de Almirante Brown hacen largas filas por un poco de comida que calme el hambre. "La mayoría vive del cartoneo", cuenta Daiana a Infobae (Infocamioneros)

A una hora de distancia de Plaza de Mayo está el Merendero La Sirenita, en el barrio San José del partido de Almirante Brown. Allí, “cuando suena la sirena”, llegan niños del asentamiento CCT. “Antes de la pandemia eran solo 60 chicos y ahora más de 100 y vienen también las madres, y muchas personas mayores”, cuenta Daiana (32) que desde hace una década se dedica a ayudar con lo poco que consigue por sus propios medios.

En estos meses vio con dolor cómo quienes asiste no contaban con recursos para cuidarse del coronavirus. “En el asentamiento no tienen nada, ni luz, ni agua, ni cloacas. Hacen en una zanja y se las arreglan como pueden. No tenían ni tapabocas ni alcohol en gel cuando por la tele decían que había que lavarse las manos y ‘Quedate en casa’... Imaginate una familia de cinco en una casita de un asentamiento. Es muy precaria. La gente no puede estar ahí y además, muchos viven del cartoneo y salen a buscar lo que sea para poder venderlo y hacerse de unos mangos”, resume la dura realidad de quienes habitan un barrio precario “de pasillos, donde si se contagia uno expone a todos porque están muy cerca”.

La mujer creció buscando comida en los comedores del barrio humilde en el que creció, al sur del Conurbano, y sabe qué necesitan los más chicos y trata de dárselos. No se refiere solamente a los alimentos sino a “prestarles las orejas, contenerlos y ayudarlos desde ahí”.

El merendero del barrio La Sirenita de Almirante Brown cuenta solo con la ayuda de Camioneros. (Infocamioneros)
El merendero del barrio La Sirenita de Almirante Brown cuenta solo con la ayuda de Camioneros. (Infocamioneros)

Daiana trabaja sola en el patio de su casa y cada vez que logra reunir raciones de comida, hace sonar la sirena (tipo bombero) que tiene instalada y la gente del barrio forma una larga fila a la espera de algo que le alivie el hambre. “Apenas la escuchan salen como están, muchos vienen descalzos, y arman largas filas de más de dos cuadras para comer. Yo les entrego dos flautitas de pan por persona y reparto lo que haya conseguido, pero a veces no alcanzan y se pelean por lo último. Es muy triste”.

En su caso, no recibe más donaciones que la del sindicato de camioneros que cada tanto llega con cajas de alimentos no perecederos y la ayudan a realizar meriendas de mate cocido, pan, alguna galletita dulce y, por fin, un poco de agua limpia.

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