La tarea solidaria de un comedor comunitario en el corazón de la pobreza: “Cada vez viene más gente”

Desde agosto, en el barrio Santos Vega de La Matanza funciona una olla popular organizada por el MTE (movimiento creado y liderado por Juan Grabois). Da de comer a más de 120 personas. No es el primero del barrio: se suma a otros 3 que funcionaban desde antes de la pandemia. Con un 40,9% de pobres y un 10,5% de indigentes en el país según el INDEC, uno de sus referentes dice: “Hay gente que se cae en el camino, se desgana y vas y le tenés que decir ‘dale, vamos loco… mirá lo que logramos’”

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Comedor comunitario del barrio Santos Vega de La Matanza #Informe

Los pasillos de Santos Vega se angostaron. Hace cinco décadas, cuando nació el barrio en La Matanza con las primeras viviendas sociales, la idea era que vivieran cerca de 400 familias. Hoy viven más de cuatro mil. “De ese entonces a hoy fue creciendo, y las nuevas generaciones de cada familia construyeron para arriba, o dividieron terrenos, y fue llegando otra gente, y ahora está superpoblado”, dice Evelyn mientras caminamos por uno de los pasillos internos.

Su padre, Nito, es uno de los referentes del MTE (Movimiento de Trabajadores Excluidos), que coordina a muchos de los cartoneros de la zona. Desde hace poco tiempo tienen un nuevo galpón, en el que trabajan como cooperativa recibiendo el material que recolectan y clasificándolo. Ahora también consiguieron un nuevo terreno en la entrada del barrio para hacer un centro comunitario.

Nito -Luis Ernesto Ferreira- nació en 1969. Sus padres recibieron una de esas primeras viviendas que se entregaron a comienzos de la década del setenta y él pasó su vida allí. Hoy su casa no está en el barrio. Junto a su familia (su mujer, seis hijos, cinco nietos), vive unas quince cuadras más allá; pero su actividad sigue conectada a la Santos Vega.

La casa 5 de la manzana 35 en el barrio Santos Vega. Allí instalaron un comedor que funciona desde agosto. Foto: Gustavo Gavotti.
La casa 5 de la manzana 35 en el barrio Santos Vega. Allí instalaron un comedor que funciona desde agosto. Foto: Gustavo Gavotti.
Nito y Mary. Están casados hace más de 30 años y juntos llevan adelante el comedor. Ella siempre tuvo el sueño de poder ayudar a los vecinos.
Nito y Mary. Están casados hace más de 30 años y juntos llevan adelante el comedor. Ella siempre tuvo el sueño de poder ayudar a los vecinos.

Él fue justamente uno de los gestores de esta idea. Si bien en la zona ya trabajan tres comedores grandes, cada vez que pasaba con el carro trabajando frente a uno de ellos, Nito notaba que las colas eran más largas cada día. En parte lo atribuía a que con el cambio de protocolo por el coronavirus la gente no podía comer adentro, pero al margen de eso se daba cuenta de que la necesidad era cada vez más grande. Según la última medición del INDEC, la pobreza llegó al 40,9% en el primer semestre del año: son 18,5 millones de personas que no cumplen con sus necesidades básicas en todo el país. Y la indigencia, a su vez, alcanzó el 10,5%: 4,8 millones de personas con dificultades para comer. Con hambre.

Entonces Nito habló con sus compañeros, luego con otros referentes del movimiento, consiguieron un lugar para trabajar, y pusieron en marcha el comedor en la casa 5 de la manzana 35 del barrio. “Una casa emblemática, porque era de mi abuela Lala”, cuenta.

Hoy allí vive María de los Ángeles, una prima de Nito. Ni bien supo que buscaban un lugar para hacer un comedor (o una olla popular para repartir comida, más precisamente), no lo dudó y ofreció su patio. Allí están todos este sábado: Maria Julia Jiménes (conocida como Mary, casada con Nito y jefa de la cocina del comedor), Karen y Evelyn (ambas hijas del matrimonio), Marisa Gutiérrez (tía de Nito), María de los Ángeles y Candela (hijas de Marisa), Sofía (nuera de marisa); y Ariel Quiroga (compañero del MTE). También, dando vueltas por ahí, varios chicos y chicas menores de siete años.

Todos colaboran en diferentes tareas: haciendo el arroz, repartiendo, buscando mercaderia, cocinando el pollo, avivando el fuego, resolviendo problemas. “Los días lunes tenemos merienda. Los miércoles tenemos olla a la noche. Los viernes tenemos merienda. Los sábados también tenemos olla”, explica Mary. Ella es la responsable principal de la comida. Mientras conversa con nosotros, revisa el punto del pollo. Sobre una parrilla tipo chulengo hay decenas de alitas y trozos de pollo. Serán, junto con el arroz, porciones para entre 120 y 150 personas.

El arroz lo preparan en una olla eléctrica en lo de otra vecina y luego lo llevan al comedor.
El arroz lo preparan en una olla eléctrica en lo de otra vecina y luego lo llevan al comedor.
Cada miércoles y sábado cocinan para más de 120 personas. Los lunes y viernes ofrecen meriendas.
Cada miércoles y sábado cocinan para más de 120 personas. Los lunes y viernes ofrecen meriendas.

“Cada vez que hacemos una olla viene alguien que me dice: ‘la verdad que espectacular la comida que hacen, es muy rica’, me dice. Entonces eso es como que te llena, y como que vos te vas con la alegría esa de que hiciste algo bien”, cuenta.

Nito y Mary se conocieron cuando tenían 13 años. Muy pronto se juntaron. Según Nito, su primer hijo llegó como resultado del mundial 86: la pasé a buscar para celebrar y ahí fue, dice, entre risas. Llevan más de treinta años juntos. Fueron padres a los 17, abuelos a los 37, y a los 51 de algún modo tienen la misión de ayudar a que todo el barrio reciba un plato de comida.

“Es una situación difícil la que está pasando el barrio, el país, por el tema pandemia, y entre los compañeros cartoneros tuvimos la propuesta de emprender este proyecto de comedor y merendero. El MTE nos dio todos los medios (materiales y mercadería para trabajar), y a pulmón con los compañeros y las mujeres de Socio Comunitario del Movimiento decidimos ponerle el pecho a esta situación. Cada día es mayor la concurrencia de la gente, y la idea es dar una mano al que lo necesita”, dice Nito.

Mary controla el pollo mientras, al fondo, Ariel prepara las porciones de pan que acompañarán cada ración.
Mary controla el pollo mientras, al fondo, Ariel prepara las porciones de pan que acompañarán cada ración.
Karen Ferreira, hija de Nito, entrega una porción a una vecina del barrio Santos Vega. A diferencia de otros comedores, en este no se necesita estar en una lista o registro para recibir un plato de comida.
Karen Ferreira, hija de Nito, entrega una porción a una vecina del barrio Santos Vega. A diferencia de otros comedores, en este no se necesita estar en una lista o registro para recibir un plato de comida.

A partir de las doce y media del mediodía la gente empieza a acercarse al comedor. Cada uno lleva su propio recipiente. Algunos, los que están aislados por el Covid-19 o no se pueden mover por ser mayores, reciben la porción en sus casas: las mismas personas que cocinan asumen la tarea de repartir puerta por puerta a quienes más lo necesitan.

"Nosotros tenemos el lema de que se terminaron los planes sociales o los salarios complementarios de vagos, esos que nos tenían mitificados a nosotros, a la gente de bajos recursos. ¿Entendés? Nosotros le vamos a poner el hombro al laburo, día y noche. Yo tengo una agenda completa todo el día de laburo. Acá, en el galpón… Volver a casa es llegar y desmayarme. ¿Entendés? Y a veces no te da el cuerpo y las ganas, pero por otro compañero y por la gente lo tenés que hacer. Lo tenés que hacer. ¿Entendés? Hay gente que se cae en el camino, se desgana, y vas y le tenés que decir: “dale, vamos loco… mirá lo que logramos”.

Ariel Quiroga, miembro del MTE, lleva un recipiente a un vecino que no puede salir de la casa. La mayor parte de los beneficiarios del comedor reciben la comida en sus casas.
Ariel Quiroga, miembro del MTE, lleva un recipiente a un vecino que no puede salir de la casa. La mayor parte de los beneficiarios del comedor reciben la comida en sus casas.
Marisa camina por uno de los pasillos del barrio con los paquetes de arroz con los que harán la olla popular de día.
Marisa camina por uno de los pasillos del barrio con los paquetes de arroz con los que harán la olla popular de día.

Cuando habla de sus compañeros, a Nito se le llenan los ojos de lágrimas. Tiene que irse antes de que termine la nota porque lo espera una asamblea. “Cuando a mi me dieron la posibilidad de hacer una cooperativa para cartoneros, yo los busqué a todos los que estaban con el carro en la calle, y son todos muchachos de mi edad, más de 40 años, 50… que ya no van a conseguir un laburo efectivo. ¿Qué requisitos te piden? Te piden muchos estudios, muchas cosas que muchos no tenemos. Ya se nos pasó ese periodo, ese tiempo”, dice.

Antes de dejarnos, nos cuenta que cada vez que su hijo lo va a visitar al galpón, a la hora del almuerzo, le dice que parecen pirañas por cómo disfrutan la comida. “Y yo le digo que nos rompemos el alma y que cuando nos sentamos a comer, nos sentamos a comer. Ese es el placer que tenemos los pobres, los humildes, ¿entendés? Sentarnos a comer un plato de comida, una picada, tomar una gaseosa, charlar. Y hoy nos estamos privando de unos mates, de un abrazo, que es lo que más nos identifica a nosotros en la vida: el abrazo, la hermandad que tenemos con todos los compañeros. Hoy nos privamos de eso pero yo le pongo el pecho. Si me tiene que pasar algo, Dios sabrá. Yo voy a seguir poniendo el pecho”.

Fotos: Gustavo Gavotti.

Video: Gastón Taylor.

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