De eunucos y canto celestial: Alessandro Moreschi, el último castrato de la historia

Se cumplen cien años de la muerte del último niño que fue castrado para mantener pura su voz y el único de su “especie” que dejó registro en una grabación. Un recorrido por este universo ya extinto de crueldad y excelencia

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Alessandro Moreschi, foto de 1900, a sus 42 años
Alessandro Moreschi, foto de 1900, a sus 42 años

En el siglo XIX hubo seis pandemias de cólera. Seis. Hay un dibujo de Robert Seymour, publicado en 1828, donde un espectro gigante de manto blanco con manos y pies esqueléticos avanza sobre pequeños soldados que mueren bajo sus pisadas. El epígrafe dice: “El cólera pisotea tanto a los vencedores como a los vencidos”. Es difícil contabilizar la cantidad de muertos que dejó en todo el mundo. Se cree que durante la cuarta pandemia de cólera, hacia 1867, en Italia murieron alrededor de 113 mil personas. Pero hubo un pequeño pueblo, ubicado a unos treinta kilómetros de Roma, de nombre Monte Compatri, que permaneció inmune. Como si estuviera protegido por un santo. Los lugareños de entonces lo afirmaban: era un niño con la voz de los ángeles. Se llamaba Alessandro Moreschi.

El sexto de los ocho hijos que tuvieron Luigi Lorenzo Moreschi y Maria Rosa Pitolli nació en 1858, el 11 de noviembre, bajo el nombre de Alessandro Nilo Angelo Moreschi. De chico se acercó al coro de la iglesia. Un día, en una celebración litúrgica, lo oyó cantar el padre Nazareno Rosati, un fraile retirado, miembro del Coro de la Capilla Sixtina, que se dedicaba a buscar nuevos talentos. Se presentó ante su familia; le habló durante horas sobre el potencial de su hijo. También sobre una práctica, una operación, muy delicada desde ya, pero que posibilitaba la excelencia artística, la perfección sonora, la cima absoluta de la voz: la castración. Era una posibilidad económica para el niño y para la familia. La esperanza de vida entre los pobres de la zona era poco más de treinta años.

Acá la historiografía tambalea, duda, se acomoda la corbata y abre alternativas. El músico y escritor austríaco Franz Haböck, contemporáneo a Moreschi, autor del libro Los castrados y su arte vocal, sostiene que la castración —aunque no da precisión alguna— se produjo por un accidente en la infancia. La idea del accidente es recurrente entre los castratos. Así se denominan a estos cantantes cuya voz se ve potenciada, “purificada”, congelada en el tiempo infantil, gracias a la extirpación de los testículos. Por ejemplo, Domenico Mustafà habría sido “capado” tras la mordedura de un cerdo, Vincenzo Sebastianelli por la de un jabalí y Farinelli tras haberse caído de su caballo. Todo parece formar parte de una explicación sobreactuada que busca evitar preguntas y centrarse en la voz.

Locura y castigo

Para hablar de los castratos hay que hacer un paneo sobre los eunucos. La castración de hombres tuvo lugar en la historia de la humanidad desde tiempos inmemoriales y cada cultura justificaba esta práctica a su manera. En algunas, solo se amputaban los testículos, en otras la ablación incluía también al pene. En el Imperio Asirio Medio, entre los siglos XIII y XV a. C., se castigaba la homosexualidad con la castración. A los esclavos también se los solía castrar; valían más. En muchas civilizaciones, los eunucos se volvían funcionarios, personas de confianza de los gobernantes, al no poder reproducirse ni dejar herencia alguna. En ese sentido, en los pueblos que contaban con harenes, eran los eunucos quienes cuidaban a las mujeres allí esclavizadas.

Según Eunucos: historia universal de los castrados y su influencia en las civilizaciones de todos los tiempos, escrito por José Antonio Díaz Sáez en 2014, la primera mención oficial de la castración se da en la dinastía Zhou, que gobernó el Imperio Chino entre los años 1046 y 256 a. C. En ese entonces, así se castigaban algunos delitos; luego se destinaba a estos hombres a vigilar a las mujeres en el palacio. Además de la humillación, hay un componente fundamentalmente disciplinario. Las historias alrededor de esta figura son eclécticas, como la del joven Esporo: Nerón, emperador romano en el siglo I, se enamoró de este muchacho por el parecido que mantenía con su esposa, que acaba de morir, entonces decidió castrarlo y casarse con él. Antes de cumplir veinte años, Esporo se suicidó.

“Piscina en un harén”, pintura de Jean-Léon Gérôme de 1876, donde un eunuco conversa con dos mujeres
“Piscina en un harén”, pintura de Jean-Léon Gérôme de 1876, donde un eunuco conversa con dos mujeres

Hacia 1970 se consideró desaparecida la secta cristiana de los Skoptsy o Blancas Palomas, fundada en 1770 por Kondraty Selivanov en Rusia. Sus miembros practicaban la castración obligatoria para asegurarse la castidad, escapar del “envolvimiento corporal que simboliza el sexo” y llegar a la pureza absoluta. Amputaban sus testículos con un hierro caliente —a este ritual lo llamaban “bautismo del fuego”— y si la “tentación por la carne” persistía hacían lo mismo con el pene. A finales del siglo XIX la secta permitió que sus miembros tuvieran uno o dos hijos antes de castrarse y a principios del siglo XX alcanzó el número de cien mil. A partir de la colectivización de la Unión Soviética los Skoptsy empezaron a desaparecer y, según la historiadora Christel Lane, hoy ya no existen.

En 1996 murió el último eunuco imperial de la historia china: Sun Yaoting. Nació en 1902, fue castrado a los ocho años por su padre, trabajó en el palacio imperial como asistente de la emperatriz y continuó sirviendo en Manchukuo, el Estado títere de Japón. La castración parece un tema extinto, lejano, viejo, sin embargo en una nota de 2014 el periodista español Javier Zurro decía: “Los datos hablan por sí solos. En el año 1971 en Afganistán todavía se utilizaba la castración en los niños. En 2002 la cadena británica BBC denunciaba que en Níger todavía se emasculaba a los esclavos en determinadas áreas rurales. En 2012 varias ONG denuncian la mutilación de los genitales de los albinos para ser utilizados como ingredientes en pócimas de brujería en países como Tanzania, Mali, Camerún y otros países”.

Cuando la castración se produce antes de la pubertad, ciertas características quedan encapsuladas en el tiempo. Esto está relacionado a la testosterona, que se produce principalmente en los testículos. En el caso de no amputarse el pene, este se mantiene como “pene infantil”; el vello púbico no se desarrolla y el apetito sexual tampoco. Además, la voz aguda permanece inmutable, sobre todo para llegar a tonos que luego, con el crecimiento, sería imposible. Hoy la figura de la castración vuelve en su peor faceta: como castigo. En algunos sitios de Estados Unidos se ha practica sobre violadores. No hay mutilación, pero sí la experimentación con pastillas para “reducir la libido”. Pedro Castillo, presidente de Perú, dijo que presentará una propuesta. Las evidencias sobre su efectividad son prácticamente inexistentes.

Divos en los Estados Pontificios

La relación entre la castración y la música, se cree, comienza en el Imperio romano de Oriente, también conocido como Imperio bizantino. En la Constantinopla del 400 d. C., la emperatriz Elia Eudoxia tenía un coro liderado por un eunuco, pero con la Cuarta Cruzada de 1204 todo eso desaparece. Desde entonces, se produjo un vacío en la historia. Acá es donde aparece la figura del falsetista. Ferrán Gimeno, en un texto titulado “La visión del maestro de canto: consideraciones sobre la técnica vocal”, cuenta que “la época de máximo esplendor de los falsetistas se produce en el siglo XVI”. En ese entonces, las mujeres tenían prohibido cantar en la iglesia. “Cuando el Papa Pablo IV prohíbe la presencia de cantantes casados en la Capilla Pontificia, los falsetistas empiezan a ser substituidos por cantantes castrados”, agrega.

Retrato del castrato más famoso, Carlo Broschi, más conocido como Farinelli, a los 45 años (1750), de Jacopo Amigoni
Retrato del castrato más famoso, Carlo Broschi, más conocido como Farinelli, a los 45 años (1750), de Jacopo Amigoni

Díaz Sáez sostiene que “España tiene el dudoso honor de ser el primer país europeo en recurrir a la castración de niños para dedicarlos a fines musicales, una práctica que luego se extendió a Italia y otros países”. La gran mayoría de los castratos pertenecían a los Estados Pontificios, como Baldassare, el primer gran divo, nacido en Perugia en 1610. Se dice que durante la guerra entre Suecia y Polonia, la reina Cristina ordenó una tregua de dos semanas para que diera una serie de conciertos en su corte; luego se reanudó. “No es posible hacerse siquiera una idea de la limpieza de su voz, de su agilidad y de la facilidad milagrosa al ejecutar los pasajes más difíciles. La justeza perfecta de la afinación, la vivacidad brillante del trino y su respiración inaudible”, escribió su biógrafo Giovanni Andrea Angelici-Bontempi.

Las biografías de los castratos suelen ser, si no trágicas, apasionantes. Giovanni Francesco Grossi, conocido como Siface, mantenía una relación con la noble boloñesa Maria Maddalena Marsili Duglioli, viuda del conde modenés Gaspari Forni. Sus hermanos aborrecían ese amor clandestino pero, ante los intentos furtivos de los amantes, encerraron a la joven en el convento de San Lorenzo de Bolonia y a él lo asaltaron; fue en su carruaje, el 29 de mayo de 1697, le dispararon tres tiros de arcabuz y le desfiguraron el rostro entre cuatro hombres. El caso de Matteo Sassano, Matteuccio, a quien llamaban el Ruiseñor de Nápoles, es distinto: al salir de la pobreza se ganó la devoción de la nobleza y durante dos años le cantó todas las noches al rey Carlos II para curar su depresión;: dicen que lo logró.

Nicolò Grimaldi, más conocido como Nicolini, Francesco Bernardi, a quien apodaban Senesino, y Gaetano Majorano, llamado Caffarelli, fueron notables castratos que, como parece indicar la regla, provenían de familias pobres. Pero sin dudas el más grande fue Farinelli, nacido como Carlo Maria Michelangelo Nicola Broschi en 1705. Nació en la nobleza, por lo que estudió y se formó como pocos. Recorrió Europa; donde pisaba generaba fascinación. El compositor alemán Johann Joachim Quantz estuvo presente en el concierto que dio en Milán en 1726. Dijo que poseía “una voz de soprano penetrante, completa, rica, luminosa y bien modulada” cuya “entonación era pura, su vibración maravillosa y su control de la respiración extraordinario”. Era como oír “voces celestiales”.

El Ángel de Roma

Ya castrado y conocido en Monte Compatri como una especie de niño santo, a los trece años, Alessandro Moraschi es enviado a la escuela de Salvatore di San Lauro, bajo la dirección de Gaetano Capocci, compositor de música sacra y maestro di capella de la Archibasílica de San Juan de Letrán. Para entonces, la fama de los castratos estaba en declive, sólo existían dentro de las capillas papales. De hecho en 1878, cuando Moraschi tenía veinte años, el Papa León XIII prohibió a la Iglesia contratar castrados. Pero en esa basílica encontró su lugar y trabajó su voz con la sutileza de un escultor de miniaturas. Era una especie en extinción, un fragmento exageradamente bien pulido del pasado, de una tradición de crueldad, sí, pero también de excelencia, sobre todo de excelencia.

Coro de la Capilla Sixtina, foto 1898. Los castrados son Giovanni Cesari (1), Domenico Salvatori (2), Domenico Mustafà (3), Alessandro Moreschi (4), Vincenzo Sebastianelli (5) Gustavo Piscis (6) y Giuseppe Ritarossi (7)
Coro de la Capilla Sixtina, foto 1898. Los castrados son Giovanni Cesari (1), Domenico Salvatori (2), Domenico Mustafà (3), Alessandro Moreschi (4), Vincenzo Sebastianelli (5) Gustavo Piscis (6) y Giuseppe Ritarossi (7)

En el Viernes Santo de 1881, fue cantor adjunto del Coro de la Cappella Giulia. El concierto se dio en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano. Estuvo presente Lillie Greenough, una cantante estadounidense que, tras haber enviudado, se casó con el embajador danés en Roma, Johan Herrik Hegermann-Lindencrone. “Las notas más agudas de la voz conmovedora de Moreschi tienen algo sobrenatural”, dijo. En ese mismo lugar, durante la Cuaresma de 1883, interpretó una obra Beethoven. Fue tan grande la fascinación del público que le permitieron audicionar para formar parte del Coro de la Capilla Sixtina. Logró ingresar. Ya había cinco castratos, además del “director perpetuo” Domenico Mustafà. Hasta 1898 fue la voz solista y, tras la muerte del director, quedó él a cargo.

En el nuevo siglo, la Gramophone & Typewriter Company de Londres le ofreció una grabación fonográfica en cilindros de cera. Querían dejar constancia de su voz para el futuro, o al menos eso dijeron. Entre el 3 y el 5 de abril de 1902 grabó diecisiete pistas, algunas solistas, otras en coro. Las más conocidas son el “Ave María” de Johann Sebastian Bach y Charles Gounod y la “Oración” de Francesco Paolo Tosti. Sobre estos registros hay algunos debates. Por un lado, Moreschi nunca se aventuró al repertorio operístico que sí practicaban castratos anteriores, con lo cual su voz no es representante de cantantes como Farinelli o Senesino. Por otro lado, cuando realizó las grabaciones estaba en el final de su carrera, tenía 44 años y su voz no se encontraba en lo que podríamos llamar su esplendor.

Al año siguiente, el Papa Pío X determinó que las voces agudas de los coros en las iglesias debían ser solo de niños y cerró así, de un golpe y para siempre, una larga historia, una extensa tradición. Moreschi se dedicó a enseñar —se dice que su alumno Domenico Mancini, soprano falsetista, aprendió a imitar tan bien su voz que Lorenzo Perosi, el nuevo director de la Capilla Sixtina, no lo admitió creyendo que era un castrato—, a hacer labores administrativos, a cantar en los pocos lugares que le permitían hacerlo y finalmente, una década después, en 1913, se retiró. Se dedicó a criar su hijo adoptivo, Giulio Moreschi, que en en ese entonces tenía nueve años; llegó a ser tenor y actor de cine. Franz Haböck, su biógrafo, lo animó a dar conciertos de ópera pero su voz ya no era la misma.

Murió en Roma, hace cien años, el 21 de abril de 1922. El funeral fue un acontecimiento extraño, lleno de nostalgia pero también de incomodidad. Se hizo en la basílica de San Lorenzo en Dámaso. Su rostro redondeado, pálido por el maquillaje mortuorio, no ocultaba su aspecto juvenil, esa característica que lo acompañó durante toda su vida, incluso ahora, en su final, a los 63 años. Se apagaba con él una larga tradición, un linaje, una cultura sostenida en la crueldad, esa era su base, todo en pos de la excelencia, casi como una mutación, como una trampa humana a la naturaleza: alcanzar la voz celestial de los ángeles. Alessandro Moreschi es el nombre del último castrato y el único que dejó registro en una grabación antes de la extinción total de una forma de entender, no sólo el arte, también el mundo.

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