Los especialistas advierten desde hace tiempo que tramitamos la muerte de nuestros contemporáneos con celeridad, acaso negándola como experiencia vital, pero especialmente en la infancia. En una sociedad que esconde y acorta cada vez más los momentos del duelo se agradece una literatura en la que los niños puedan reconocer la situación y atribuir significado a esa vivencia.
Hay días, de la autora integral María Wernike, es un libro álbum que cuya narración es aparentemente simple: una sola escena de la vida cotidiana de una niña con su mamá. Y la ausencia dominante, luminosa presencia en la memoria, de un padre que ya no está. Un mundo femenino en el que la nostalgia empieza a dejar de doler. La autora ha completado con una especie de trilogía sobre el tema con otros dos libros: Cuando estamos juntas y Papá y yo, a veces. Editorial Calibroscopio.
En El libro triste del escritor Michael Rosen, un papá —cuyo hijo adolescente vamos descubriendo que ha muerto— se asombra de su nueva forma de estar en el mundo con esa pérdida a cuestas. El texto da un lugar de normalidad a la tristeza en el marco de la vida, la habilita como emoción posible y necesaria. No exento de algunos toques de elegante humor inglés, se complementa con viñetas del maestro Quentin Blake. Ediciones Serres.
Las reacciones ante la muerte se parecen pero no son iguales entre sí: en El corazón y la botella el autor e ilustrador norteamericano Oliver Jeffers aborda el dolor de la pérdida que se traduce en coraza. Las emociones más profundas de una adulta —que al perder a su padre siendo niña ha puesto su corazón en una botella— se cuentan con dibujos y gráficos que mezclan datos científicos con imágenes literarias. Editorial Fondo de Cultura Económica.
Como si el ruido pudiera molestar, de Gustavo Roldán, es uno de los cuentos del sapo, personaje conversador del universo de este autor ya clásico y que los chicos argentinos siguen eligiendo. En él se cuenta la muerte del tatú y el desconcierto que provoca entre los animalitos del monte chaqueño, que se apacigua con la memoria en común de la vida del amigo ausente. Todavía se lo encuentra con el sello de Kapeluz Editora, Norma.
Llorar siendo niños con la muerte de Portuga en Mi planta de naranja lima de José Mauro Vasconcelos y acompañar a las hermanas March en su duelo por la muerte de Beth en Mujercitas nos preparó para cuando las ausencias fueron reales. Como explica el especialista Gustavo Martín Garzo, "los cuentos permiten al niño abrirse a ese flujo de imágenes que es su riqueza interior y aprender la realidad más honda de las cosas".
El recorrido se puede completar con La abuelita de arriba y la abuelita de abajo, de Tomie de Paola (Norma), El bondadoso rey, de Toño Malpica (FCE), o Barbapedro, de Graciela Cabal (Santillana). También con el magistral El pato y la muerte, de Wolfang Erlbruch (Bárbara Fiore), que hace de la parca un personaje.
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