
En el contexto de un aumento global en los índices de obesidad y los costos asociados a su tratamiento, expertos internacionales cuestionaron la efectividad de las herramientas diagnósticas tradicionales. El Índice de Masa Corporal (IMC), utilizado ampliamente desde hace cuatro décadas, es objeto de críticas por su falta de precisión al clasificar este trastorno. Académicos y profesionales médicos advirtieron a través del portal británico The Independent que este método, aunque sea útil como referencia, no considera los matices del exceso de grasa corporal y sus implicaciones en la salud.
El índice de masa corporal, definido como la relación entre el peso y la altura de una persona, se mantuvo como un estándar en la evaluación de la obesidad. Sin embargo, especialistas destacaron que su uso exclusivo puede generar tanto sobrediagnósticos como subdiagnósticos, afectando la precisión en la identificación de esta condición. Por ejemplo, individuos activos y saludables pueden ser clasificados erróneamente como obesos debido a su masa muscular, mientras que otras personas con niveles de grasa corporal peligrosos para su salud podrían no ser detectadas.
El profesor Francesco Rubino, presidente de la Comisión Lancet y experto en cirugía metabólica y bariátrica en el King’s College de Londres, subrayó la necesidad de un modelo más detallado. Es por ello que en The Independent, afirmó: “Etiquetar a personas físicamente activas y saludables como obesas por su puntuación de IMC constituye un sobrediagnóstico que no refleja la realidad de su estado de salud”. A su vez, este método también es incapaz de captar casos donde el exceso de grasa está causando daños internos significativos, como lesiones en órganos.
Ante estas limitaciones, los especialistas instan a reestructurar la manera en que se diagnostica la obesidad. Según la Comisión Lancet, el IMC debería ser considerado únicamente como un indicador indirecto del riesgo para la salud, complementado por otras mediciones como la proporción cintura-altura o cintura-cadera, que ofrecen un panorama más preciso del impacto del exceso de grasa en el organismo.

El impacto social y económico de la obesidad
El impacto de la obesidad trasciende el ámbito médico, generando consecuencias económicas y sociales considerables, particularmente en sistemas de salud pública como el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido (NHS). Según datos recolectados del 2022, esta condición cuesta al NHS aproximadamente 6 mil millones de libras anuales, una cifra proyectada a superar los 9.7 mil millones para 2050.
Este aumento refleja el crecimiento en la prevalencia de la obesidad, y la carga asociada a enfermedades vinculadas como la diabetes tipo 2, las enfermedades cardiovasculares y ciertos tipos de cáncer.
La problemática no solo radica en los costos directos relacionados con los tratamientos médicos, sino también en el impacto indirecto en la productividad económica. El ausentismo laboral, las jubilaciones anticipadas por incapacidad y la disminución en desempeño de la fuerza laboral son algunas de las repercusiones observadas en sociedades donde los índices de obesidad son elevados.

Prevalencia de los diagnósticos de obesidad
La última “Encuesta de Salud” hecha en Inglaterra revela cifras alarmantes: el 29% de los adultos y el 15% de los niños (entre los 2 y los 15 años) presentan obesidad. Estas estadísticas demuestran un problema estructural que requiere un método preventivo sólido, además de estrategias de tratamiento más accesibles y equitativas.
Katharine Jenner, directora de la Obesity Health Alliance, enfatizó que el sistema actual no proporciona soluciones adecuadas para quienes más lo necesitan. “La prioridad debería ser apoyar a quienes viven con un exceso de peso, en lugar de centrarse únicamente en cómo se mide”, destacó la especialista.
Su declaración señala las barreras que enfrentan las personas con obesidad severa, quienes a menudo carecen de acceso a intervenciones efectivas debido a políticas de prevención insuficientes y a una infraestructura de tratamiento limitada.
El desafío de abordar la obesidad desde una perspectiva socioeconómica exige un replanteamiento integral de políticas públicas. Las inversiones en programas de prevención, la educación nutricional y la ampliación del acceso a tratamientos efectivos pueden contribuir a contrarrestar los costos a largo plazo. Sin embargo, como resaltó el profesor Rubino, un cambio significativo también dependerá de mejorar la precisión en los diagnósticos, además de establecer criterios más efectivos para clasificar y tratar esta condición.
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