
Un nuevo 2 de abril se asoma en el horizonte. Tal vez, una de las estrofas de la canción gestada en paralelo a la obtención de la tercera Copa del Mundo nos hizo recordar – en medio de tanta algarabía – a “los pibes de Malvinas que jamás olvidaré”.-
La guerra de Malvinas fue un suceso infausto e inexplicable. Solo a un alunado, o un grupo de venáticos, pudieron estimar que, con adolescentes indefensos, se podía enfrentar a potencias militares.
Borges lo expuso en su breve, pero exquisito, poema “Juan López y John Ward” – que resume la historia de dos soldados, uno argentino y el otro británico que, de haberse conocido en otra contexto, habrían sido seguramente amigos – refiriendo que: “les tocó en suerte una época extraña. El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heróico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras. López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward en la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer El Quijote. El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en un aula de la calle Viamonte. Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel. Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen. El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender”.
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La derrota de Malvinas generó el hastío de todos; un pueblo embargado de tristeza, que imitaba un barco que no llega a destino, colocó definitivamente el sudario a las asonadas castrenses; nunca más los usurpadores de turno se levantarían desde las cenizas pretendiendo crear una nueva era, proclamándose salvadores de la patria.
Cuando la sociedad sentía ardor y no se podía acercar demasiado, aquéllos escondían sus demonios – donde todo era oscuro – no había límite con el infierno, la bestia estaba adentro y no había lugar donde esconderse.
El sendero lejano al Estado de Derecho escondía la verdad que no era otra que la indefensión, en el campo de batalla, de soldados con nula formación militar y la existencia de desaparecidos que, gracias a la actividad de las “Antígonas nuestras” – que supieron agruparse cuando descubrieron que el infierno impuesto a cada una de ellas afectaba al conjunto y más allá de ciertos disensos que pueda gestar su actividad actual - temprana y valientemente advertían que la cacería, la tortura y el aniquilamiento hicieron añicos sus maternidades.
La mesura impone, ante tanto horror, recordar una alocución de Benedicto XVI, en el Parlamento Alemán; allí, al despuntar algunos de los fundamentos del Estado liberal de derecho, tomando un breve relato de la Sagrada Escritura – en el Primer Libro de los Reyes – complementado con las reflexiones de San Agustín, se desliza hacia la siguiente inferencia: si eliminas la justicia ¿Qué distinguirá al Estado de una gran banda de bandidos?
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A la luz del estudio de Rosler “Legalidad y legitimidad durante el juicio a Luis XVI” quienes empavesaron la doctrina de la seguridad nacional comulgaron más con Robespierre y los Jacobinos, quienes proclamaban que el Rey debe morir, que a la posición compleja asumida por los Girodinos encabezados por Condorcet.-
Este no es un 2 de Abril más. Cuatro décadas de democracia nos impone nuevos desafíos distintos, por cierto, a esa diabólica modalidad criolla de Auschwitz que cobró vida en los años de plomo. Sí como decía Adorno, no puede haber poesía después de Auschwitz, algún apotegma similar se puede implementar en esta tierra.
La sociedad en su conjunto dijo “nunca más” a ser gobernada por un Calígula del Plata. Hoy debe florecer un nuevo consenso, que elimine cualquier hendidura y nos dirija derechamente a librar un combate contra la pobreza; la corrupción galopante; la asfixiante presión tributaria; la inflación, para lo cual es imprescindible nivelar el gasto estatal.
El mensaje de los “pibes de Malvinas que jamás olvidaré” nos impone dejar atrás el dolor de ya no ser; éste se gestó, entre otras causas, por luchas intestinas, grietas estériles, conflagraciones fraticidas por espacios de poder, la apropiación de manera ensanchada por parte de algunos bandoleros del peculio estatal y que encima reclaman impunidad, la emisión irresponsable de dinero y vivir en un país al margen de la ley.
Nos debemos como sociedad y les debemos a los héroes de Malvinas atarnos, como Ulises, al mástil de la cultura del esfuerzo, del sacrificio, de la formación educativa sostenida, de la austeridad que nos devuelva al lugar que jamás debimos perder en el concierto mundial pues, como dice el tango, temenos una nación que a pesar de todo sigue viva y llena de ternura.
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