
La UNESCO, atenta a su propósito de “promover en todo el mundo la identificación, protección y preservación del patrimonio cultural y natural considerado de valor excepcional para la humanidad”, acaba de incorporar al marco de ese patrimonio, el notable conjunto arqueológico de la isla de Creta. Este incluye los restos de las antiguas ciudades palaciales de Cnosos, Phaistos, Malia, Zakros, Zominthos y Kydonia, pertenecientes a la tardía edad del bronce, a un período en el que mito e historia se entremezclan de tal manera que es difícil separarlos.
Forman parte de una cultura anterior a la helénica, considerada la primera civilización urbana del continente europeo, conocida más tarde como minoica. De ese grupo sobresalió en importancia Cnosos ya que ejerció primacía respecto del resto de las otras ciudades. De la antigua Cnosos, hoy Heraclión, perdura, además, un conjunto de leyendas en torno a figuras que, con el paso del tiempo, adquirieron relieve mítico: Minos, Pasífae, Ariadna, el minotauro, Teseo y Egeo, entre otras.
Lo mítico legendario
Creta es el sitio donde, según remota tradición, habría nacido Zeus, figura mítica en torno de la cual se articula el panteón helénico. En cuanto a Cnosos, su capital, perdura de ella la referencia a Minos, cuyo nombre bascula entre historia y leyenda. Siempre sorprendió que el tal Minos hubiera reinado durante varias generaciones hasta que, a partir de investigaciones del helenista Robert Böhme a propósito de la voz Orfeo, que genéricamente remite al “cantor”, venimos a deducir que Minos, lejos de ser nombre exclusivo de una determinada persona, es un nombre genérico, en este caso, aplicado al monarca.

Cuenta la leyenda que un remoto postulante al trono, deseoso de alcanzarlo, pidió a Poseidón, señor de los mares, le brindara un prodigio mediante el cual demostrar que contaba con el auspicio de los dioses para su postulación. La deidad hizo que brotara del mar un toro de reluciente pelambre que el futuro gobernante prometió sacrificar en su honor. Logrado el poder sustituyó “ese” toro por otro de su rebaño, lo que irritó a Poseidón -los dioses griegos no olvidan y son vengativos-. Así, provocó en Pasífae, esposa de Minos, una locura tal que le despertó el deseo aberrante de copular con el “toro divino”. Presa de esa locura, la reina encargó al arquitecto Dédalo le construyera un artefacto dentro del cual pudiera introducirse para ser servida por el animal. De esa copulación bestial surgió el minotauro.
El monarca, horrorizado por ese ser con cuerpo de hombre y cabeza taurina -con el paso de siglos su morfología mudaría a cuerpo de toro y torso humano- ordenó encerrarlo en un laberinto que mandó proyectar al mismo Dédalo (destaco que el tema del laberinto es muy antiguo, Heródoto cita antecedentes en el antiguo Egipto; Paolo Santarcanceli, en un ensayo notable -Il libro dei laberinti- nos ilustra sobre su simbología; lo mismo planteó K. Kerényi en Labyrinth-Studien). Minos ordenó construirlo ya por repulsión ante ese ser anómalo, ya como manera de fortalecer su poder. Mientras el antropófago Asterión estuviera encerrado, la población no debía temer: Minos se erigía entonces como sotér ‘salvador’ de sus súbditos. Fue necesaria la intervención de Teseo para ultimar al minotauro.

Contó, para ello, con el auxilio de Ariadna que, enamorada del joven ateniense, le proporcionó el secreto: un hilo mediante el cual marcar el camino de regreso para salir de ese intrincado vericueto de innumerables calles y encrucijadas, además le facilitó una espada para acabar con la bestia biforme. Borges -y tras sus pasos Cortázar- sugiere, en cambio, que Asterión, tal el nombre del minotauro, era un ser pacífico que vivía aguardando un redentor.
Este lo liberaría de ese encierro, así le hace decir: “uno de ellos -i. e., los enviados como tributo para este extraño ser- profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor”. Según esa lectura, Asterión no sería el temido ser criminal que describe la leyenda, sino una creatura pacífica y sufriente. Con su acostumbrada genialidad, el citado Borges lo inmortalizó mediante una sola línea en el ocaso del cuento “La casa de Asterión”, incluido en El Aleph. Allí refiere: “¿Lo creerás, Ariadna? —dijo Teseo –El minotauro apenas se defendió.”

Destaco que en un poema memorable de solo seis versos -“Asterión”- , el citado poeta delinea la extraña biografía de este atribulado ser: “El año me tributa mi pasto de hombres / y en la cisterna hay agua. / En mí se anudan los caminos de piedra. / ¿De qué puedo quejarme? / En los atardeceres / me pesa un poco la cabeza de toro.”
Tras matar al minotauro, la leyenda evoca que Teseo partió con Ariadna a la isla de Naxos donde, en lugar de desposarla como le había prometido, la abandonó. Añade también que Dioniso, advertido de esa infamia y prendado de la belleza de la joven, la rescató llevándola a los cielos donde la catasterizó. Hoy su recuerdo brilla en el firmamento dando nombre a una de las constelaciones (existen otras versiones míticas sobre ese hecho). En el siglo pasado Hugo von Hofmannsthal popularizó este mito en la célebre ópera Ariadne auf Naxus (1912), con música de Richard Strauss.
Cuando Teseo marchó a Creta para terminar con ese ser amorfo, prometió a su padre que si volvía victorioso la nave que lo traería de regreso vendría con velamen blanco; por descuido, el kybernétes ‘quien guiaba la embarcación’ colocó velas negras. Entonces Egeo, que aguardaba a su hijo en un promontorio frente al mar, creyéndolo muerto, se arrojó a las aguas dándoles nombre: mar Egeo. Hoy, la toponimia da cuenta de la perduración de esa leyenda a la vez que evidencia cómo el mito se mezcla con la historia.

Evans y el descubrimiento del palacio de Cnosos
Tras los notables descubrimientos de Heinrich Schliemann de los restos de las antiguas Troya, Micenas e Ítaca, surgió con fuerza un interés por la arqueología de la Grecia primitiva. Así es como Arthur Evans, a quien por su descubrimiento de la civilización que denominó minoica, el Gobierno británico honró con el título de sir, embelesado por la leyenda del Minotauro y el famoso laberinto viajó a Creta en 1894. En esta isla, la más grande de Grecia, en aras de escudriñar y revelar su pasado histórico, y para evitar engorrosos permisos de excavación, con su inmensa fortuna adquirió un importante predio donde comenzó a excavar.
Su intuición lo llevó a considerar que ese debió haber sido el solar de la antigua civilización minoica. Meses después tuvo la inmensa dicha de hallar los restos arqueológicos de la primitiva ciudad de Cnosos, otrora capital de la isla. Entre 1900 y 1906 desenterró su inmenso palacio que ocupaba unos 20.000 m2. Le sorprendieron la enorme cantidad de dependencias y lo intrincado de sus callejuelas por lo que lo relacionó con el mítico laberinto de Minos. Llevado por su entusiasmo reconstruyó parte de esa antigua construcción e intervino algunas de sus pinturas, motivo hoy de controversia.
También encontró en él cerca de 3000 tabletas de arcilla con escritura cuneiforme, es decir, incisiones realizadas mediante un estilete en forma de cuña sobre arcilla fresca, que luego sería cocida para su conservación. Se trata de un registro escrito llamado lineal A -o linear A en su nominación británica-, aún no descifrado, cuya grafía presenta cierta semejanza con jeroglíficos egipcios; lo de lineal obedece a que los pictogramas están ubicados uno al lado del otro, de manera lineal. Con los años Evans donó todo ese material al Ashmolean Museum de la Universidad de Oxford, donde era profesor. Halló de igual modo otras tablillas con restos de una escritura más estilizada -el lineal B- difundida luego en territorio micénico y en algunos sitios palaciales de Creta.

Respecto al lineal B el arquitecto británico Michael Ventris, en 1945, demostró que esa grafía, en gran parte descifrada, sirvió para volcar por escrito una suerte de protogriego o griego primitivo, que era la lengua de los indoeuropeos llegados a la Hélade a medidos del II milenio a. C. Descendiendo del norte de Europa debido a glaciaciones, estos peregrinos, ágrafos y hablantes de esa suerte de protogriego, invadieron el Peloponeso y, valiéndose del lineal B, registraron por escrito su lengua. Los micenólogos M. Ventris y John Chadwick explican que el contenido de los textos transcritos en lineal B corresponde a meros registros palaciales -documentación referida a trigo, aceite, vino, tejidos de lino…, la que ilustra poco y nada respecto de usos y costumbres de esos pueblos. El citado J. Chadwick (cf. The Mycenaean World) descree que haya habido una suerte de literatura micénica, como aventuran algunos estudiosos.
Conviene evitar la confusión de los términos minoico y micénico. Corresponden a dos tradiciones diferentes: la minoica, telúrica y matriarcal, atañe a Creta; la micénica, solar y patriarcal, al continente, más específicamente, al Peloponeso.
La erupción en el Mediterráneo oriental
A mediados del II milenio antes de nuestra era un poderoso cataclismo sucedió en el Mediterráneo oriental: la erupción de un volcán habría provocado, entre otras cuestiones que causan horror, un tsunami de proporciones mayúsculas. Tal su gravedad que quebró en dos partes la isla de Thera -la actual Santorini- y dejó como huella playas con arenas negruzcas (famoso hoy el yacimiento arqueológico de Acrotiri, en la citada isla de Santorini).

Ese hecho determinó la caída del reino minoico junto con su afamada talasocracia -gobierno marítimo-, circunstancia aprovechada por los micénicos para invadir Creta. El poder pasó entonces de la isla al Peloponeso, con centro ahora en la Micenas “rica en oro”, como más tarde la bautizaría Homero. Recientemente, un equipo científico acaba de analizar fósiles de olivo hallados en Santorini los que, sometidos a la radiación del carbono 14, sitúan dicha erupción volcánica en el año 1613 a. C. Desconozco los alcances de esa precisión cronológica, pero tal declaración no deja de sorprenderme.
Restos culturales de la civilización cretense
En primer lugar, refiero el hallazgo, en 1908, de un enigmático disco encontrado en uno de los muros del palacio de la antigua Phaistos -hoy Festo- en 1908. Es una pieza de arcilla cocida de unos quince centímetros de diámetro, con inscripciones en lineal A en ambas caras, distribuidas en forma espiralada, correspondiente a finales de la Edad del Bronce. Se trata de un importante registro de escritura cuyo contenido aún no ha sido descifrado, también numerosas tablillas con inscripciones cuneiformes, así como ánforas y vasijas para almacenamiento de líquidos. En lo que compete a reliquias artísticas y culturales, se halló abundante iconografía referida al culto taurino, extendido entonces en toda la cuenca mediterránea, y del que las corridas de toro que hoy se practican en España constituyen una huella palpable.
Pero de todos los hallazgos acaecidos en Cnosos, tal vez los más valiosos sean las pinturas parietales de su palacio, entre las que se destaca la imagen policroma de una taurokatapsia, rito o ceremonia en que jóvenes varones y mujeres enfrentan a enormes toros a los que, aferrándose a sus astas, saltan por encima del animal. Se cree que esta peligrosa acrobacia sería una suerte de prueba iniciática que revelaría, tal vez, lo que un ser humano pueda experimentar al enfrentarse con la muerte o bien con una situación semejante.

El profesor sir Denys Page advierte que en esta ceremonia, a diferencia de las corridas de toro españolas, los oficiantes no llevaban armas. También se hallaron pinturas parietales de gran sensibilidad, así lirios, delicadas siluetas femeninas y numerosas figuras marinas. Hoy, especialmente a partir de las investigaciones del helenista Luis Gil, se tiene en cuenta cada vez más el vínculo comercial y, consecuentemente, cultural que Cnosos pudo haber mantenido con el Egipto milenario, tema hoy motivo de estudio.
La conmoción sucedida a mediados del segundo milenio a. C. en la cuenca del Mediterráneo oriental que significó -como expliqué- el desmoronamiento de la talasocracia cretense, opacó por siglos la memoria de esas ciudades palaciales cuyas ruinas arqueológicas hoy la UNESCO protege para su mantención. Por último, destaco que ese conjunto palacial de la isla de Creta es uno de los sitios turísticos más visitados del mundo.
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