
Las arpilleras, un arte textil nacido en Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet, se convirtieron en un símbolo de resistencia y memoria para muchas mujeres exiliadas.
Estas piezas bordadas, que originalmente narraban las atrocidades del régimen, han sido retomadas por mujeres que vivieron el exilio para expresar sus vivencias y emociones, siendo este uno de los múltiples aspectos abordados en Exiliadas, de la periodista y antropóloga Carolina Espinoza Cartes, quien recopiló 60 testimonios de chilenas que abandonaron su país tras el golpe de Estado de 1973 y nunca regresaron.
La obra, publicada por Editorial Cuarto Propio, es el resultado de una investigación que se extendió entre 2018 y 2023, durante la cual Espinoza y el fotógrafo chileno Ignacio Izquierdo viajaron por diversos países para documentar las experiencias de estas mujeres. El libro acaba de publicarse en España dentro de la Colección Historia Memoria de La Parcería Edita, con prólogo de la arqueóloga e historiadora Esther López Barceló.
La autora organiza los testimonios en torno a seis ejes temáticos: la llegada al país de acogida, la familia, las relaciones afectivas, el trabajo y los estudios, las militancias y el activismo político, y la posibilidad —o imposibilidad— del retorno a Chile. Espinoza explicó, en una entrevista con El País, que detrás de cada fragmento hay horas de conversaciones y una escucha atenta, en las que las mujeres compartieron tanto sus silencios como sus recuerdos más dolorosos.

Una de las características más destacadas de estos relatos es su enfoque transversal y horizontal, en contraste con los testimonios masculinos, que suelen adoptar un tono más épico y heroico. Según Espinoza, las mujeres exiliadas hablaron de temas cotidianos como las dificultades laborales, la crianza de los hijos y las redes de apoyo que construyeron en sus nuevos entornos. También abordaron su activismo político desde el extranjero y cómo enfrentaron la posibilidad de no regresar nunca a su país natal.
En ese sentido, el exilio no solo marcó a quienes lo vivieron directamente, sino también a sus descendientes: muchas nietas de exiliadas están descubriendo ahora los silencios familiares en torno a esta experiencia. Espinoza relató que recibe numerosos correos electrónicos de mujeres, tanto chilenas como españolas, que desean hablar sobre el pasado exiliar de sus abuelas o bisabuelas. “Quieren aprovechar que todavía tienen a sus abuelas vivas para preguntar y entender”, explicó la autora al medio español.

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Un ejemplo de este impacto intergeneracional es el testimonio de Carole Concha, exiliada en el Reino Unido, quien creció viendo a su abuelo lidiar con los traumas de la tortura. Según Concha, el silencio en torno a su historia familiar hizo que el dolor fuera aún más difícil de procesar.
Espinoza destacó que las mujeres exiliadas rompieron con la imagen tradicional del exiliado como alguien que vive con la maleta lista para regresar a su país. Estas mujeres asumieron un papel fundamental en la construcción de un hogar en el extranjero, desde aprender el idioma y escolarizar a los hijos hasta encontrar un empleo.

Un ejemplo de esta adaptación es el relato de Cristina Alarcón, exiliada en Barcelona, quien recordó cómo decoró su nuevo hogar con cuadros de Salvador Allende y Violeta Parra y que al celebrar los cumpleaños de sus hijas, invitaba a todos los niños del edificio, una práctica que sorprendía a sus vecinos españoles.
El libro también analiza los choques culturales que enfrentaron en sus países de acogida. Leandra Bruner, exiliada en Noruega, recordó cómo un asistente social les advirtió que ducharse todos los días no era bueno para la piel. Por su parte, Pilar Santana, quien llegó a Madrid en 1977, mencionó que le impactó ver a muchas mujeres mayores vestidas de negro y la “pacatería” con la que se vivían las relaciones de pareja en público.
El exilio también llevó a muchas de estas mujeres a involucrarse en el activismo político y el movimiento feminista de sus nuevos países. En España, por ejemplo, se integraron en un contexto de transición democrática tras 40 años de dictadura franquista. Espinoza destacó figuras como la abogada chilena Alicia Herrera, pionera en la lucha contra la violencia machista, y Marina Caballero, quien trabajó como encuestadora en Barcelona y pudo conocer de cerca la realidad de muchas mujeres españolas de la época.
Uno de los aspectos más conmovedores del libro es la forma en que las mujeres exiliadas utilizaron las arpilleras para narrar sus experiencias. Estas composiciones textiles, que surgieron en Chile como una forma de denunciar las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, fueron retomadas décadas después para expresar sus vivencias en el extranjero.
Por ejemplo, Nivia Alarcón, exiliada en Francia, relató cómo las arpilleras le permitieron procesar recuerdos dolorosos que había reprimido durante años. Al visitar el Museo de la Memoria en Chile en 2013, tuvo una epifanía al ver la colección de arpilleras de la resistencia. “Dije: esto es lo que tengo que hacer, contar todo lo que viví a través de la arpillera”, explicó.
Aunque el libro aborda historias de tortura, represión y abusos, también incluye momentos de esperanza y alegría. Según Espinoza, muchas mujeres compartieron experiencias íntimas que les permitieron encontrar gozo en medio de la adversidad. Algunas hablaron de nuevos amores, amistades y oportunidades que no habrían tenido de quedarse en Chile.
Espinoza recordó que, al inicio del proyecto, algunas mujeres preguntaban si podían sonreír en las fotografías para la exposición, en una pregunta refleja cómo la figura del exiliado ha sido tradicionalmente asociada al dolor, cuando en realidad sus vidas también estuvieron marcadas por momentos de resiliencia y disfrute.
Así, el libro Exiliadas no solo rescata las voces de estas mujeres, sino que también ofrece una perspectiva única sobre el exilio chileno, destacando su complejidad y su impacto en las generaciones posteriores.
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