Postales de la figura rebelde de Lilit y los amores misteriosos de una abuela

En este texto de tono confesional, la autora de “Juego de mujeres” y “Chicas bien” cuenta cómo nació su última novela, “La otra mitad del universo” (Libros del Zorzal), las ideas que inspiraron el relato, una inquietante historia familiar y el proceso creativo detrás del libro

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"La otra mitad del mundo" (Libros del Zorzal) de Inés Arteta
"La otra mitad del mundo" (Libros del Zorzal) de Inés Arteta

Hace poco Libros Del Zorzal publicó La otra mitad del universo, mi última novela. Cuando la escribía estaba atravesando una crisis existencial, leía textos místicos y cabalísticos y me obsesionaba Lilit, una figura milenaria potente, presente en la mitología babilónica y en la hebrea y que, de alguna forma, relacioné con mi abuela. En mi novela, la protagonista es Luisa Castelli, una profesora de Historia de 38 años, que también pasa por una crisis existencial. Debe decidir si empieza un doctorado o ya es demasiado tarde, y se da cuenta de que perdió años clave de su carrera por haber privilegiado la de su marido médico. De golpe, Luisa encuentra una postal con la imagen de Lilit en un libro que había heredado de su abuela. Eso dispara su investigación sobre la leyenda de Lilit, que tiene sus raíces en el Génesis bíblico.

Según la mitología judía, fue la primera mujer creada, antes que Eva. Con el paso de los siglos, se la conoció como un demonio que copulaba con hombres dormidos, robándoles el semen y estrangulando bebés. Se la consideraba tan peligrosa que surgió la costumbre de poner un amuleto en las cunas para contrarrestar su poder maligno. Suele ser representada como una mujer desnuda, con el pelo rojo enmarañado y una serpiente enroscada en la cintura, fatal. La leyenda surgió porque en Génesis 1:27, el hombre y la mujer son creados simultáneamente, y enseguida, en Génesis 2:22, Dios crea a Eva de la costilla de Adán. Para resolver esta contradicción, algunos midrashim, que son interpretaciones o exégesis del significado literal de pasajes bíblicos de rabinos desde el Talmud, explican que primero hubo otra mujer que se fue del Paraíso cuando Adán quiso someterla. Su nombre era Lilit. Y al quedarse solo y aburrido, Adán le pidió a Dios otra mujer, y Dios creó a Eva. Entonces, lo que más me interesó fue que Lilit fuera la primera mujer rebelde.

Lilit en la postal de la abuela
Lilit en la postal de la abuela

A mí también me había pasado lo de la postal: un día mi madre se había aparecido por casa con una postal antigua con la imagen de una mujer de aspecto salvaje, con el pelo enmarañado y la mirada punzante, que había pertenecido a mi abuela. Me dijo que era para mí por la conexión especial yo que tenía con su madre, que se llamaba Inés igual que yo pero a la que todos le decían, en inglés, Aggie. Al ver la postal pensé: esta mujer parece Lilit. En el dorso había una declaración de amor apasionado en la que se leía: A Inés, el faro que mis pasos guía, imán que me arrastra, misterio incomprensible… La caligrafía me pareció femenina, lo que me hizo preguntarme si una mujer le habría escrito esos versos ardientes a mi abuela-de-misa-diaria. Solté mi imaginación atando cabos con todos los recuerdos que tenía de esa abuela.

En La otra mitad del universo, uno de los personajes centrales es Louise, la abuela de Luisa, quien desde la infancia buscó en su abuela un referente femenino distinto al materno, como había hecho yo con la mía. Al igual que la Luisa de mi novela, tuve adoración por esa abuela, que recitaba el Rubaiyat, de Omar Jayam, y poemas de Oscar Wilde con tanta pasión que me transmitía la idea de que había un secreto entre aquellas frases, velado para todos salvo algunos privilegiados. Rogaba encontrarme entre ellos. Más adelante interpreté que los privilegiados son los que no toman las cosas como dadas, los que buscan su propia valoración. Además, se reía de una forma desfachatada, como si se burlara de todas las convenciones salvo de las propias, porque era muy protocolar.

Inés Arteta
Inés Arteta

Recobrando recuerdos de mi abuela para la escritura de mi novela, recordé las “curas de sueño” que le hacían. Un día le pregunté a mi madre si se había tratado de electroshocks. Saltó horrorizada. ¿Cómo podía saberlo yo si nadie, salvo mi abuelo y el sacerdote, lo sabían? No lo sabía, pero lo intuí: había leído que uno de los efectos colaterales del electroshock era el Alzheimer, una enfermedad que había asolado a mi abuela Aggie en su vejez. Cuanto más sopesaba los recuerdos que tenía de mi abuela, más me daba cuenta de cuánto la había inventado. Imaginé variopintas posibilidades buscando revelar el misterio que ella significaba para mí, como que en realidad era lesbiana y se había casado a los 34 con un hombre seis años menor, mi abuelo, tan solo por la presión social. A medida que avanzaba con la novela, acepté que mi abuela no había sido la mujer que yo había inventado. Simplemente la había investido de atributos porque necesitaba un referente femenino distinto, que no había encontrado en mi entorno conservador.

Mi propia abuela no fue tan rebelde como Louise, de La otra mitad del universo, pero su memoria es hermosa y brota en mi mente a cada rato con sus refranes y consejos en inglés. De su mano escribí esta novela sobre una mujer que se pregunta por qué la cultura occidental es patriarcal. Entonces este libro es, también, un testimonio de mi amor por ella, una mujer que a lo mejor, si hubiera conocido la historia de Lilit, hubiese podido rebelarse del camino trazado en vez de caer en la depresión.

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