La emoción de Javier Faroni al hablar de Carlín: "Soy incondicional, como él lo sería conmigo si me pasara lo mismo"

Emocionado hasta las lagrimas el empresario teatral cuenta cómo conoció a Carlín Calvo, una amistad que también dio origen a su carrera. Además en esta charla con Teleshow, habla de su presente en la política, éxitos y fracasos y el feminismo: "No me sentiría cómodo viendo algunas cosas de la revista que a lo mejor hice en su momento"

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"Estamos teniendo un invierno bastante normal. Nada descollante, pero normal", dice Javier Faroni sobre la temporada teatral, que lo encuentra con cuatro obras en cartel (Los puentes de Madison, Como el culo, El otro de la cama y Menopausia), a la vez que prepara otras cinco para estrenar en el segundo semestre.

Faroni acumula 29 años como empresario teatral. Harto de quedarse en la queja se animó a pisar terreno político, y asumió como diputado bonaerense por el Frente Renovador. "Me gusta mucho lo que hago: estoy abocado en muchas leyes culturales, y presidir la Comisión de Cultura de la Cámara me da esa posibilidad. Estoy muy conforme con el paso que di, tenía mucho para perder, pero en el buen sentido", advierte, en referencia al riesgo que implica para un profesional en su área involucrarse en la arena política.

—¿Te costó la decisión?

—No, confiaba mucho en lo que yo quería de la política y en por qué me estaba involucrando, que era básicamente tratar de cambiar las cosas que no veía bien. Estaba bastante disconforme de hablar, de hablar y no accionar, y me hizo bien involucrarme. Tenía mucho para perder, estaba más preocupada la familia o los amigos que yo.

—¿Y estando adentro te parece que se puede cambiar algo, o es mover un monstruo?

—No, yo creo que se puede cambiar. La situación es difícil y el Estado es muy difícil, pero con buenas ideas, voluntad, yo creo que se puede cambiar. En los últimos cinco, seis años vino una generación de políticos con ganas de cambiar las cosas, independientemente de cualquier bandera política, con buenas intenciones de mejorar el país.

—¿Pueden convivir ambos roles?

—En mi caso, sí, porque hace muchos años que si bien estoy encima en el día a día de la productora, no estoy tanto y me da más tiempo y más permiso para trabajar a full con lo otro, con la política. No tengo incompatibilidad de ningún tipo.

Faroni nació en General Roca, provincia de Cordoba, un pueblo con dos mil habitantes. Pero cuando tenía 11 años su familia decidió instalarse en Mar del Plata, donde vivían sus abuelos. "En los primeros días mi abuela me saca a pasear y nos encontramos en la puerta del Provincial de Mar del Plata con Carlín Calvo. Ella era fanática de El Rafa (la recordada novela de Alberto de Mendoza) así que le pidió un autógrafo, y le dijo: '¿Por qué no me invitás al teatro a la noche?'. Y Carlín dijo: 'Bueno, está bien, te invito a vos y a tu nieto'". Ese fue el inicio de dos amores para Faroni: uno que se convertiría en su profesión, y el otro, una amistad entrañable que al día de hoy lo emociona.

"Cuando vamos a la noche a pedir las entradas a la boletería yo le digo al boletero que quería ver la obra de atrás, sin saber qué era 'el atrás'. Insistí, insistí, insistí. Y dijo: 'Bueno, vayan a preguntarle a Calvo'. Carlín dijo: 'Bueno, está bien, que el nene venga atrás'. Y me enamoré del atrás. Cuando terminó la función le pedí volver al día siguiente. Al tercer día: 'Andá a comprar una Coca-Cola'. Al cuarto: 'Comprame cigarrillos'. Al quinto: 'Controlame cuánta gente hay en la sala, tomá un cuenta ganado'. Y así arranqué, a los 12 años", recuerda hoy Faroni, ya casado con Érica Gillette y padre de cinco hijos, de entre cuatro y 18 años.

—Hoy sería todo un problema el trabajo infantil.

—Hoy sería todo un problema. ¡Imaginate, a los 12 años! Para colmo venía de un pueblo muy chiquito, la gran ciudad, en un medio como el nuestro que para mi papá panadero y mi mamá docente, era…

—¿Y tus papás te dejaban?

—Sí, al principio me dejaban hasta las 10 de la noche. Después negocié y los llevé un poco al teatro, les hice ver lo que hacía, y Carlín les dijo: "Quédense tranquilos, está acá", y me dejaban hasta la segunda función porque yo me moría porque empezaba la primera y me tenía que ir.

—¿Cómo siguió el vínculo?

—Yo vivía en Mar del Plata. Entonces pensé: "Cuando termina la temporada tengo que inventar algo para que el verano siguiente tenga para ellos una importancia en el teatro". En esa época era inviable saber rápidamente cuánto habían metido los otros teatros, no existía ni la computadora ni el teléfono, nada. Entonces dije: "Tengo que inventarme un sistemita para tener las cifras antes que nadie". Así que me iba a visitar durante todo el invierno, todas las tardes, a los boleteros de los demás teatros. Me hice amigo, me iba a tomar mate todo el invierno con ellos. Además me mantuve en contacto durante el invierno, a través de dos o tres llamados, con Carlín, que me atendió bárbaro. Llegó noviembre, empezaron a armar todo y yo ya estaba adentro, era el "che, pibe". Y cuando empezó la temporada lo primero que hice fue eso: empezó la función y me hice un pique por los demás teatros que habían estrenado, y tenía todas las cifras. Cuando Carlín terminó de hacer su función y antes de que le pasen el bordereau de él, teníamos las cifras del resto. Entonces, me volví fundamental. Y no solo para él sino para el resto también porque a los 15, 20 días ya todo el mundo se había enterado de quién era el que tenía todas las cifras.

—A los 13 años, eras el recurso más buscado en Mar del Plata.

—Exacto. Carlín durante casi un mes estuvo gastándolos, en el buen sentido, a Emilio Disi, a (Guillermo) Bredeston, a (Gerardo) Sofovich o al resto de la competencia con las cifras que él tenía. Así pasé a ser a los 13, 14 años, un poquito fundamental.

—¿Ahí ya sabías que querías dedicarte a eso?

—Sí. En esos veranos descubrí que no quería hacer otra cosa más que eso. De hecho a los 16 tengo la oportunidad de venirme a trabajar a Buenos Aires con una oferta que tenía para hacer la producción ejecutiva de una obra que se llamaba Tango Tango, en el Lola Membrives. Dije: "Me voy". Mis viejos que me dijeron "No, no te vas, terminá el secundario". Les dije: "Miren, yo me voy, es una decisión tomada. Un día no voy a venir a casa, quédense tranquilos, les voy a avisar dónde estoy en Buenos Aires pero yo me voy". Entendieron. Por suerte y gracias a Dios me dieron la oportunidad de venir.

—¿Terminaste el colegio?

—Lo terminé porque seguir estudiando era la condición de mi mamá, así que iba al colegio acá, a la nocturna, cuando salía del teatro. Era todo un tema.

—La primera oportunidad te la da Carlín. Arman un vínculo que dura hasta el día de hoy, y vos terminás contratando a su hijo, Facundo Calvo.

—Sí, ahora Facundo trabaja conmigo con la productora, hace ya un tiempo. Desde que terminó la secundaria quiso empezar a probar y trabajar. Los dos pensamos lo mismo, en el mismo momento. Me vino a ver un día a la oficina y no sabía por qué, y antes de que me diga nada le digo: "¿Por qué no te ponés a trabajar acá y empezás a laburar un poco?". Me dice: "Te venía a pedir eso".

—¿Cómo lo ves? ¿Tiene cosas del papá?

—Sí, es muy parecido a Carlín.

—¿Cómo está Carlín?

—Carlín está bien, en la medida de lo que puede estar, digamos. Es un proceso de enfermedad, no ha tenido muchos avances, sigue bastante igual. Corre el tiempo de la edad también, y esos achaques son lógicos en Carlín. Pasó la barrera de los 60 hace un par de años y obviamente, cuesta más el esfuerzo para recuperarse. Tratamos de que esté lo mejor posible y que lo disfrute lo mejor posible, que salga a veces de una vida monótona que tiene porque no tiene posibilidades de hacer mucho, ni tampoco de trabajar.

—Seguís manteniendo un vínculo muy cercano y estás cuando hay que ayudar, aunque no te gusta mucho decirlo.

—Yo estoy de la misma forma que sé que él estaría, si a mí me pasara algo igual. Con la familia y con él. Y ellos saben que estoy incondicional (se emociona)… Me cuesta mucho hablar de Calvo, porque él hubiese hecho lo mismo que yo, y porque me dio la posibilidad de ser quien soy en la vida.

—¿Desde ese verano a tus 12 años, el vínculo siguió siempre?

—Sí. Estuvimos peleados un tiempo en la primera enfermedad de él; el primer ACV nos encuentra peleados. Fue muy duro porque para mí era no poder acceder a él, y él estaba muy enojado conmigo por una pavada atroz. Cuando le pasó eso se fue a Cuba a la recuperación. Lo llamé y a partir de ahí empezamos a amigarnos. El segundo ACV de Carlín, ya hace 10 años, a mí me cambió mucho más. Estuve muy mal después: cuando él ya había avanzado bastante y estaba mejor, ahí me derrumbé yo. Estuve muy mal, me agarraron ataques de pánico a la noche. Fue un proceso de mi vida que también me ayudó a ordenarme, a marcar prioridades. A partir de esa fecha empecé a delegar mucho, si bien sigo laburando tengo otras prioridades y valoro otras cosas de la vida. Busqué un formato desde esa época porque quise priorizar. Pasó cuando yo estaba con él y hubo que tomar decisiones muy grandes en ese momento, solo, como operarlo y abrirle la cabeza porque si no se moría. Es muy fuerte cuando te dicen "Si no se lo opera ahora y no firmás acá en una hora, se muere".

—¿Lo querés mucho?

—Sí, muchísimo.

—Y hoy, ¿por dónde pasa el vínculo?

—Por estar cuando Carlín me necesita. Por hablar. A veces tiene momentos que no está tan conectado o a veces se conecta más. Por disfrutarlo como disfruta cuando salimos con los amigos. Tenerlo con nosotros. Seguramente no lo tenemos como era antes, pero lo tenemos con nosotros.

—Te cambio de tema. ¿Sentís que hay obras que hayas hecho que hoy no podrías hacer por el lugar que ahora ocupa la mujer?

—Sí, claro. De hecho yo hice muchas revistas durante tiempo, y no sé si hoy revista se puede hacer, porque de hecho hay algunas que yo no me sentiría cómodo haciéndolas, digamos. No me sentiría cómodo viendo algunas cosas de la revista que a lo mejor hice en su momento. Todo cambia.

—¿Te pasó como productor que alguna mujer se haya quejado del comportamiento de algún hombre, en algún equipo?

—No. Si pasó, lo resolvieron entre ellos. Nunca viví una situación de que alguna actriz contratada vino a quejarse de un compañero, de un director o lo que sea por una cuestión de abuso, ni nada de eso.

—¿Cuándo te das cuenta de que una obra va a funcionar?

—Los que hace mucho que estamos ya sabemos el primer día qué va a pasar, o cuando uno pone la entrada a la venta. Carlitos Rottemberg tiene una frase que es "Como cayó, quedó". Y es así: como cae, queda.

—¿Qué obra te sorprendió por lo bien que le fue?

El otro lado de la cama (con Nico Vázquez y Gimena Accardi), que fue un éxito bestial. Si bien es una obra que yo hace 10 años que quiero hacerla, la hicimos básicamente por ganas de hacerla, porque nos gustaba el proyecto, nos parecía que era muy lindo y diferente a lo que se estaba haciendo en el teatro en ese momento. De hecho la empezamos dos días por semana, a las 12 de la noche en el Apolo. Un mes antes sin tener ni siquiera las puertas del teatro puestas, ni nada, teníamos dos funciones llenas. Solo con que los chicos la habían nombrado y se había enterado la gente.

—Lo contrario a lo que pasó con El otro lado de la cama, ¿te pasó pensar "Esto es una bomba" y que después no funcione?

—Sí, pasa permanentemente el hacer más fracasos que éxitos.

—¿Tenés más fracasos que éxitos?

—Sí, claro. Todos tenemos más fracasos que éxitos. El que se te siente acá y te diga que sólo hace éxitos, es un mentiroso. Nadie se sienta a contarte todos sus fracasos y sus penas.

—Como productor y como político, ¿qué te pasa con la militancia de los actores?

—A mí me parece bárbaro. Tengo actores de todos los colores políticos.

—Nunca le pediste a un actor que no se manifieste en público con su ideología.

—No, para nada: yo no lo contrato por su opinión política. Puede ser que la gente sea un poco más pasional y tome un poco partido, pero yo no voy a dejar de hacer teatro por eso. Ni voy a dejar de hacer una obra con un actor K, un actor macrista o un actor que tenga una visión política diferente a la mía. Ninguno a mí me discriminó por pertenecer a un color político.

—¿Qué te piden más: trabajo o entradas para el teatro?

—Últimamente están pidiendo mucho trabajo, lamentablemente. Entradas para el teatro piden mucho, pero como ya muchos saben que a mí no me gusta dar… No es que no me gusta dar: pareciera que para la gente las entradas de teatro no tienen valor. En Mar del Plata en los veranos cuando te reconocen, vas a comprar el pan, las facturas y te reconoce, te dicen: "Hey, ¿no me das una entrada al teatro?". Le digo: "Perdón, ¿yo vengo acá a pedirte dos docenas de facturas?". Soy bastante odioso en ese sentido de las entradas. Pero a la gente le gusta el teatro, tengo que estar contento. Por suerte, el argentino es muy teatrero.

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