
El cadáver de Luis Contreras Rendón quedó tendido en el piso. Su vida terminaba con un disparo policial en la pelvis y otro debajo de la axila. Fue el 31 de enero pasado, detrás del cementerio de La Tablada, cuando quiso ir a sacarle más plata al empresario al que había secuestrado días antes, a cambio de unos cheques que le había robado durante la captura. La Policía Federal lo estaba esperando y hubo un tiroteo. Los detectives secuestraron el arma con la que “Lucho” Contreras intentó defenderse, pero también el teléfono celular que se convertiría en la pista que llevó a la caída de sus cómplices.
Esta semana, la Policía Federal, bajo las ordenes de la Justicia con el fiscal Carlos Stornelli y la jueza María Eugenia Capuchetti, detuvo a cuatro sospechosos de haber participado en la preparación y la ejecución de ese secuestro, junto con el delincuentes fallecido. Según precisaron a Infobae fuentes del caso, fue a raíz del análisis del teléfono que el secuestrador muerto tenía en su poder que se pudo identificar y detener a los otros miembros de la banda, con cruces telefónicos y seguimientos.
Dos de los procedimientos se hicieron en Beccar, uno puntualmente en la villa La Cava; otro, en la zona de Turdera y el cuarto en la Capital Federal. En los allanamientos se encontraron armas que fueron secuestradas, y también alhajas, celulares y una moto, con la que se habría cobrado el rescate. Los detenidos fueron llevados con barbijos a la sede que la PFA tiene en la calle Cavia en Palermo, a la espera de que se resuelva si quedan procesados y si se los traslada a una unidad penitenciara, precisaron las fuentes consultadas por Infobae. Según se informó oficialmente, los detenidos habrían participado además de entraderas y robos a camiones, como piratas del asfalto.
Todo comenzó el 25 de enero, cuando el empresario que se convertiría en la víctima -sus iniciales son D.A.- salió de un galpón dedicado al corte de carne. Antes de subir a la camioneta, tres personas lo abordaron. Tenían ropas blancas, como si trabajaran en un frigorífico. Uno hablaba por teléfono. Casi en un minuto, dos de los desconocidos le mostraron las armas, le pusieron una gorra con visera y lo subieron en la parte de atrás de su propia camioneta. Empezaron los gritos y las amenazas.
"A vos te vendieron, sabemos todo de vos”, le dijo uno de los tres secuestradores. Otro le avisó que ya había estado en prisión y no tenía nada que perder. Lo cambiaron de auto, lo taparon con una frazada, lo golpearon. Le exigían siete mil dólares. El empresario llamó a su esposa pidiéndole la plata. Le explicó que la necesitaba para un conocido y que iba a pasar alguien en una moto a buscarla. Su mujer sospechó, pero hizo caso. Juntó el dinero, esperó las indicaciones y fue hacia el hombre de la moto que, sin sacarse el casco, le dijo “hola” y agarró el bolso.
Dieron vueltas, le convidaron una gaseosa y lo largaron, no sin antes advertirle que tenía que conseguir 200 mil pesos y cinco mil dólares más. “Mirá que no te lastimé, pero sabemos todo de tu vida”, le dijeron. A los dos días, el teléfono del empresario volvió a sonar. Era uno de los secuestradores reclamando aquel dinero, a cambio de devolverle unos cheques a su nombre y una computadora que también le habían robado.

Se acordó así una nueva entrega, detrás del Cementerio de La Tablada. Fue el 31 de enero. Uno de los policías, haciéndose pasar por remisero, dejó el dinero en el lugar acordado, pero para esa altura una mujer y un hombre de la Policía esperaban de encubierto en la escena. Eran, supuestamente, una pareja que charlaba y se besaba mientras espiaban de reojo la aparición de los delincuentes.
Al lugar llegó “Lucho” Contreras Redón. La camioneta la manejaba un joven, llamado Maximiliano Ferro, que hoy está preso y con procesamiento confirmado por secuestro extorsivo agravado y extorsión.
Cuando “Lucho” caminó hasta la mochila color salmón donde se guardaba el dinero, olfateó que algo raro pasaba. Buscó su arma, una pistola 9 milímetros, pero los policías ya estaban sobre sus pasos. Sonaron los tiros y “Lucho” cayó muerto. Ferro trató de escapar, pero chocó en la persecución y terminó arrestado. El policía que disparó también está imputado en la causa.
Entre las pertenencias de Contreras estaba su teléfono celular. Esa fue la pista clave que le permitió a los investigadores dar con los cuatro nuevos detenidos, acusados de haber sido cómplices del secuestro: en el celular habían quedado chats con los otros miembros de la banda planificando el secuestro y coordinando cómo lo llevarían adelante.

El fiscal Carlos Stornelli, con el aval de la jueza María Eugenia Capuchetti, avanzaron en esa línea. Identificaron a los titulares de esos números y dispusieron intervenciones telefónicas. También ordenaron tareas de inteligencia en las casas de los sospechosos. Con el avance de esas diligencias, los indicios sobre los sospechosos se fortalecieron. La División Operativa Central de la Policía Federal concretó los allanamientos el 23 de abril y detuvo a los cuatro implicados. Dos de ellos tenían armas de guerra y uno de ellos antecedentes por robo.
Ante Stornelli, dos eligieron declarar y dieron su versión buscando despegarse, mientras que los otros dos prefirieron el silencio. Lo que hasta ahora se pudo acreditar es que eran todos conocidos de Contreras y habían tenido diálogos con él preparando o participando del secuestro. Uno hablaba de conseguir las armas y la ropa blanca con la que engañaron a la víctima. En otra de las charlas precisaban quién iba a encargarse de retirar la plata en la moto. Un tercero fue el encargado de aportar la información y los datos de la víctima, dijeron a Infobae las fuentes del caso.
Ahora, los cuatro quedaron detenidos. Dos de ellos pidieron la excarcelación y se las negaron. Uno cambió de abogado y pidió volver a declarar. Mientras tanto, la jueza Capuchetti estudia los datos del expediente y analiza si firmará sus procesamientos.
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