
Domingo Faustino Sarmiento, de quien hoy se conmemora un nuevo aniversario de su nacimiento, fue educador, presidente, legislador, embajador, periodista y un adelantado para la época que le tocó vivir. Y si bien antes se decía que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, en este gran hombre de nuestra historia encontraremos varias. Detengámonos, pues, en las compañías femeninas que, en distintos momentos de su vida, lo acompañaron, lo ayudaron y, algunas, lo amaron.
Nacido el 14 de febrero de 1811 en San Juan, aunque anotado al día siguiente, lo que convierte al 15 como la fecha oficial, vio el mundo como Faustino y sus otros nombres corresponderían a santos: Valentín, por el día de su nacimiento, y luego le adosarían el de Domingo, por el santo familiar. El matrimonio Clemente Quiroga Sarmiento y Paula Albarracín tendría 15 hijos, el primero a los cuatro meses de haberse casado.
Sarmiento tenía su propia idea formada sobre la relación con las mujeres. En una carta a su sobrino Domingo Soriano Sarmiento, escrita en 1843, decía: “No creo en la duración del amor, que se apaga con la posesión. Yo definiría esta pasión así: un deseo por satisfacerse. Parta usted del principio de que no se amarán por siempre. Cuida de cultivar el aprecio de su mujer y apreciarla por sus buenas cualidades. Oiga usted esto, su felicidad depende de la observancia de este precepto: no abuse de los goces del amor; no traspase los límites de la decencia; no haga a su esposa perder el pudor a fuerza de hacerla prestarse a todo género de locuras. Cada nuevo goce es una ilusión perdida para siempre; cada favor nuevo de las mujeres es un pedazo que se arranca del amor. Yo he agotado algunos amores y he concluido con mirar con repugnancia a mujeres apreciables que no tenían a mis ojos más defectos que haberme complacido demasiado. Los amores ilegítimos tienen eso de sabroso: que siendo la mujer más independiente aguijonea nuestros deseos con la resistencia.”
María Jesús
Su primer exilio lo emprendió en 1831, cuando debió escapar de las huestes federales de Facundo Quiroga, su lejano pariente. En una villa perdida del centro del país, San Francisco de El Monte, se ganaba la vida como el maestro de la escuela. Tuvo un amor de juventud con una jovencita chilena, María Jesús del Canto, de 17 años. El 18 de julio de 1832 nacería Ana Faustina, una criatura que Sarmiento debió llevar a San Juan, ya que la familia de la chica no quería saber nada con ese sanjuanino pobre, y menos criar un bebé que no deseaban. “Calavereada de muchacho”, diría muchos años después de esta relación.

La niña fue criada por Paula Albarracín y por sus hermanas. Cuando en 1840 junto a toda la familia debió volver a exiliarse en el país trasandino, Faustina se casó con el imprentero francés Jules Belín. Ella acompañó a su padre toda su vida y estuvo junto a él en su lecho de muerte.
Benita
En este segundo exilio, el sanjuanino volvió a encontrar el amor. A sus 34 años pasaba demasiado tiempo en la casa de una bellísima y acaudalada señora, Benita Martínez Pastoriza, quien estaba casada con un señor mucho mayor que ella, Domingo Castro y Calvo.
Eran tiempos en que “bailes públicos, sociedades, máscaras, teatros, me tuvieron siempre a la cabeza”, confesaría.
En mitad del romance, Sarmiento había sido comisionado por el gobierno chileno a que estudiase distintos modelos educativos en distintos países de Europa y en Estados Unidos, y se involucró en un largo periplo que le demandaría tres años de ausencia. Mientras tanto, Benita dio a luz a un varón y al tiempo enviudó. Cuando Sarmiento regresó, se casó con Benita, adoptó al niño de tres años y le dio su apellido. Era Domingo Fidel Sarmiento.

No tuvo un feliz matrimonio con Benita. A tal punto que en su testamento aclaró que “estuve separado de mutuo consentimiento desde el año 60”. Es que la relación se rompería por otro romance que tendría su esposo.
Mary Mann
También estuvieron las mujeres que lo ayudaron. Tal fue el caso de Mary Mann. su amiga norteamericana: Sarmiento había llegado a Estados Unidos en 1847. Fue con el propósito de conocer al educador Horace Mann, quien vivía en Boston, y con quien se sentía identificado por sus ideas sobre una educación igualitaria y común a todos. Su esposa Mary, que sabía español, fue la intérprete. Mann le ayudó a introducirlo en el ambiente intelectual. Y se hizo amigo de la pareja.
Cuando Sarmiento volvió a los Estados Unidos como embajador, Horace ya había muerto, pero continuó la relación con Mary, con quien mantuvo una intensa correspondencia: de las 156 cartas que se conservan de la mujer, 147 fueron escritas por Sarmiento.
Mary fue una amiga importante cuando Dominguito murió en el combate Curupaytí, en la guerra del Paraguay. A pedido de Faustina y de una hermana de Sarmiento, le brindó apoyo espiritual por ese golpe del que nunca se repondría.
“Mi ángel viejo”, o “la encarnación del amor materno”, le decía Sarmiento.
Juana Manso
Asimismo, trabajó codo a codo con Juana Manso, posiblemente la primera voz feminista de mediados del siglo XIX. Fue educadora, escritora y periodista, y sus ideas sobre educación popular la hicieron entrar en perfecta sintonía con Sarmiento, con el que además desarrollaron conceptos sobre el avance de la mujer y las nuevas corrientes educativas en los países más adelantados. En 1869, el presidente Nicolás Avellaneda la nombró vocal del Departamento de Escuelas, transformándose en la primera mujer en asumir un cargo en una institución pública en el país.
Aurelia Vélez
En 1855, en la ciudad de Buenos Aires se reencontró con Aurelia, la hija de un viejo amigo, el doctor Dalmacio Vélez Sarsfield. “La Petisa”, de una vasta formación cultural y que supo hacerse de un lugar en un mundo dominado por los hombres, a tal punto que estaba separada de su marido, que era además su primo.
Sarmiento la había visto por última vez en Montevideo cuando ella era una niña de 9 años. De pronto, se encontró ante una mujer de 24, deslumbrante, bella e inteligente. El flechazo que ambos sintieron lo convenció de vivir en la ciudad. Y fue el detonante de su separación, que fue un escándalo, de su esposa Benita.

Con el tiempo, Aurelia sería la compañera ideal y una colaboradora de sus asuntos políticos.
Cuando el 28 de agosto de 1873 Sarmiento fue víctima de un atentado en la actual esquina de Corrientes y Maipú, iba a la casa de Aurelia.
Siendo embajador en Estados Unidos, tuvo un romance con Ida Wickersham, su profesora de inglés, treinta años menor que él y casada con un médico, al que Sarmiento definió como un “hombre encantador”. Estando en el país del norte, se enteró que había sido electo presidente y su profesora, quien ya se había divorciado, propuso encontrarse en Buenos Aires, hasta sugirió integrar el grupo de maestras norteamericanas que había contratado. Pero nunca le contestó.
Cuando fue presidente, además de su proyecto de las maestras norteamericanas que se establecieron en el país, contrató a la rusa Rosa Pavslovsky, quien había estudiado Medicina en Francia, y a la que Sarmiento mandó llamar para enfrentar la epidemia de cólera en Mendoza, en 1870.
Sus hermanas
Quienes siempre lo acompañaron, en buenas y malas, fueron sus cuatro hermanas. Francisca Paula, apodada “la santa”, moriría un par de meses después que su hermano. Vicenta Bienvenida, se destacó como artista de tejidos y bordados. Se desempeñó como docente en Chile cuando estuvo con su hermano en el exilio. Moriría a los 96 años. María del Rosario, que era la más apegada a la madre, fue una especie de ama de llaves cuando Sarmiento fue presidente, y Procesa del Carmen pasaría a la historia como una de las primeras pintoras argentinas. Fue profesora de dibujo en San Juan y moriría en 1899.

El propio Sarmiento quizá sintetizó su vida, que vivió apasionadamente, en una carta a Aurelia: “En medio de tantos desencantos y traiciones, me queda el consuelo de haber sido amado como me amaron usted, su padre, Aberastain, Posse, Mary Mann y algunos otros”.
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