“No creo que haya habido buenos salvajes”: Rafael Dumett y el libro sobre los incas que tardó 10 años en poder publicar

En la vibrante novela “El espía del Inca”, el escritor habla del sistema de espionaje para rescatar al último soberano de ese pueblo de manos de los invasores. Pero también de la opresión que ejercieron sobre otros. Fue el libro más vendido en Perú.

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Rafael Dumett en la entrevista con Infobae Leamos. (Cristian Gastón Taylor)
Rafael Dumett en la entrevista con Infobae Leamos. (Cristian Gastón Taylor)

Una novela de guerra y paz, de espías y de emperadores secuestrados, de invasores pérfidos pero también de un imperio que tiembla sobre las opresiones sobre las que se construyó –como todo imperio– a través de la violencia. Si este podría ser el anticipo del argumento de una saga de aventuras, una serie sobre el espionaje en tiempos de guerra y de escenarios ajenos a la América prehispánica simplemente hay que recomendar que se lea El espía del Inca, de Rafael Dumett, que transcurre en el Perú del imperio incaico y dejarse llevar por una literatura fuertemente basada en las fuentes de la realidad histórica.

Se trata de una novela que, en sus más de 900 páginas hace trepidar al lector a través de la narración de cómo Salango, un hombre al servicio del sistema del espionaje del Inca Atahualpa (y que cuenta con habilidades sorprendentes) es convocado para ver cómo se rescata al Inca de los barbudos invasores. Pero también es la historia de una gran cantidad de personajes que tienen un papel en esta historia, desde el traductor del Inca Felipillo, mencionado en las Crónicas de Indias de la época, y hombres y mujeres que se muestran fieles al monarca en el calabozo y quienes se consideran sus enemigos, sojuzgados sus pueblos mismos por el Incario.

La novela, que no encontró editorial durante diez años, fue publicada en 2018 y se convirtió en el libro más vendido en el Perú desde ese año y hasta la actualidad, cuando Alfaguara lo edita para toda Latinoamérica. Infobae Leamos conversó con Rafael Dumett sobre una literatura que indaga a través de la ficción sobre cómo superar una mitología hispanizante o aquella que convierte a los habitantes de la América precolombina en objeto de una idealización.

–Al leer la novela, el lector puede llegar a sorprenderse por la originalidad de escribir sobre la América prehispánica sin la visión de los habitantes prehispánicos, algo en lo que incurren los progresistas latinoamericanos o la novela revisionista de carácter social.

–Yo había terminado de trabajar en una compañía estadounidense en la que hacía guiones, entonces decidí retomar un viejo amor que es la literatura y me propuse encontrar un personaje que valiera la pena contar. Y me encontré con Felipillo, este traductor sobre cuyos hombros estaba la responsabilidad de la comunicación entre las civilizaciones. Me parecía un excelente punto de partida y gracias a la sugerencia de un historiador muy amigo llegué a un libro que se llama Hombres de Cajamarca, de un historiador inglés y sobre la base esto durante un año fui fichando información acerca de los personajes y eventos de los Incas. La realidad, la investigación histórica no es maniquea. Y yo no tengo un espíritu maniqueo. Además, no tenía que probar nada a nadie, quería simplemente compartir estas historias y estos personajes interesantísimos que estaban ahí.

–La escolarización en este continente tiene una mirada sesgada sobre este periodo de la historia, aunque quizás en Perú no pase esto.

–No creas, la gente no conoce, no tiene la menor idea. Tenemos ideas muy escasas, precarias sobre lo que somos, sabemos la lista de los emperadores incas y una serie de cosas que, además, son falsas. Y se acabó. Por supuesto hay una dualidad extraña pues al mismo tiempo hay una idealización, pero basada en la absoluta ignorancia que, además, está instigada e inspirada por una escolarización hispanista que privilegia esta narrativa hispanista.

–Sin embargo, el Perú tuvo gobiernos nacionalistas como el de Velasco Alvarado que hicieron una reforma agraria que beneficiaría a los campesinos, es decir, los indios. ¿No se trasladaba esto al campo cultural o educativo?

–No, no, justamente lo curioso es que no hay realmente nada en el sistema educativo que indique eso. En general hay ignorancia, hay unas cuantas ideas recibidas, muchas de las cuales son falsas, hay un deseo de idealizar comprensible. Pero yo creo que para realmente aprender a amar a algo o a alguien, tú tienes que conocerlo con sus puntos oscuros. Y gran parte de lo que pensábamos que era el imperio cae con unas supercherías muy básicas, muy precarias. Imperio además monolítico, sin ninguna base en muchos casos. A la vez, a partir de la investigación uno se topa con información, eventos y personajes que uno dice: “¿Pero por qué esto no lo sabe nadie? ¿Por qué esto no lo conoce la gente si hay aquí hay motivos para estar orgullosos?” Tenemos esta idea extraña sobre Atahualpa y consideramos que Felipillo, ese traductor, es el epítome del traidor, como la Malinche, cuando no corresponde. Toda una serie de ideas, personajes que nadie conoce, todo esto se fue juntando juntando y fue lo que me impulsó a mí escribir.

infobae

–Y se convirtió un éxito en Perú, ¿no?

–Ha sido el libro más vendido el periodo 2018-2019 y 2020 y ahora ha salido una nueva edición.

–Además de la cantidad de libros pirateados que se venden en las calles.

–Se han hecho 30.000 copias piratas del libro y esa es una realidad que uno tiene que aceptar.

–Pero también podría implicar una avidez de un sector popular que tal vez no pueda comprarlo en librerías, pero sí más barato en estas copias ilegales. Además de que hay que tener ganas de leer una novela de 800 páginas.

–Es interesante lo que mencionas puesto que justamente creo que esa es la razón por la cual el libro tuvo tantas dificultades para ser editado. Yo tenía confianza en que había un lector ahí afuera, un lector peruano, y no solamente peruano, interesado en conocer esa historia que no es historia, o sea, que no es percibida como una novela histórica, sino como la historia de nuestros ancestros. Bueno, yo aposté 10 años literalmente de mi vida a esto.

Rafael Dumett en Buenos Aires. Cristian Gastón Taylor)
Rafael Dumett en Buenos Aires. Cristian Gastón Taylor)

-Una apuesta alta...

-No tenía ninguna duda y todo me lo confirmaba, inclusive los primeros contactos con lectores, pero los editores no compartían la opinión y de alguna manera no confiaron, pues no tuvieran esa confianza en en el lector. Pero bueno: uno de mis placeres es justamente que la realidad me dio la razón, que había un lector peruano esperando este tipo de libros, que lo compró inclusive a costa, en algunos casos, de sacrificios personales, me consta, esto lo he visto. He tenido diálogos con lectores de todo el Perú, he viajado por todo el Perú hablando con lectores de este libro y creo que este sentido de la realidad de considerar al lector como una persona madura, dispuesta a emprender un tipo de esfuerzo semejante, interesada en conocerse a sí misma, este elector allí estaba, allí existía y además es un lector que no solamente compra tu libro, sino que te abraza. Te recibe en su casa, quiere que conozcas a su familia, quiere comer contigo, quiere abrazarte, quiere contarte sus historias, quiere contarte su versión de los mismos hechos y creo que este fenómeno ocurre cuando tú te has tomado el trabajo de hacer una investigación en la que se traduce el respeto, conoces sus fuentes, conoce sus costumbres, pues ellos inclusive, fíjate, aunque seas crítico con esos ancestros, lo entienden y esa es una gran sorpresa muy agradable y muy saludable.

–Usted escribió una novela basada en fuentes muy comprobables sobre estos ancestros de los lectores a los que se refería. Estos lectores, ¿cómo reciben su novela? ¿Como ficción o como historia?

–Yo creo que se recibe como una versión informada de la historia de los ancestros. A mí me dijeron: “¿Esto de dónde viene?” y les decía. Y a veces decían: “Yo sé dónde lo sacaste a esto”. Ese diálogo es horizontal, no es que yo esté enseñando algo de esto a ellos, sino que a veces ellos inclusive me corrigen: “Hay esta otra versión que también dice esto”. Pero no es que corrigieron porque ellos dicen: “Tenemos otra versión” y no “Tengo la verdadera versión”. Yo tampoco digo que tengo la verdadera versión. Esto es lo que encontré en la crónica tal y en la crónica tal. Honestamente, se dicen muchas tonterías, muchas cosas falsas. Creo que era importante no solamente crear un retrato sobre los incas, sino también sobre cada uno de los grupos étnicos sometidos y la visión que ellos tenían no solamente de los Incas sino también además una representación de estos grupos.

–Es que la pintura del buen salvaje del inca omite, por ejemplo que el imperio incaico sojuzgaba otras naciones y que, para ser imperio, se necesita un ejército belicoso.

–No creo que que haya habido buenos salvajes, no existe para nada, no había información documental y la información que yo tenía no resistía esta categoría de buen salvaje en absoluto.

–A la vez, yendo a uno de los hilos más fascinantes de la novela, la trama de espías en todo el imperio responde a una organización sofisticada.

–Es que para poder estar informado de todo lo que ocurre, para poder tener el control tiene que tener un ejército de informantes. Un aparato de inteligencia en toda la nación.

La Calzada de los Incas.  Ilustración en tarjeta de colección Liebig, 1913.  (Culture Club/Getty Images)
La Calzada de los Incas. Ilustración en tarjeta de colección Liebig, 1913. (Culture Club/Getty Images)

–Que parece funcionar a la hora del orden interno, pero no cuando llegan los enemigos externos españoles y secuestran al inca Atahualpa.

–Pero no es ingenuo. Él está obedeciendo las reglas del buen vencido con las que estaba familiarizado y era lo que hacías si querías conseguir tu libertad. Pagar una recompensa, en este caso, el oro. Y según las reglas de la guerra él tenía que estar tranquilo y esperar hasta que lo liberaran y una vez que hubiera pagado lo que tenía que pagar jamás se atreverían a matar al secuestrado puesto que era el ser divino. Él confiaba: bueno, me van a liberar y pues los voy a exterminar. Uno diría que es un error de cálculo pero él estaba operando con sus propias categorías. Ahora bien: es cierto que en el encuentro de Cajamarca, cuando lo cogen, esto yo no lo todavía no lo logro comprender. Va con 3.000 hombres de su comitiva desarmados y frente a 350 de Pizarro permite un ataque donde lo capturan. Es posible que los espías le hayan dicho que los invasores no eran de temer, que se enferman por cualquier cosa, que les falta el aire sin caballo, que no resisten nada. La otra es justamente achacarle ingenuidad infinita, pero de la que no tenía nada.

–Era muy inteligente. Su novela lo muestra en los primeros capítulos aprendiendo ajedrez desde su cautiverio al ver a los carceleros jugar.

–Es un alumno muy notable y, una vez más, es algo que ha sido mencionado en tres crónicas diferentes. O sea, no lo he inventado yo, fui mencionado ese elemento de tres cónicas

–Recién contaba que viajó por todo Perú presentando su libro y que obtuvo devoluciones de sus lectores. ¿Recuerda alguna que lo haya tocado como autor en relación con sus lectores?

–Yo había ido a la universidad de Huancayo, estaba lleno de estudiantes y al final de la presentación se me acerca una persona que me dice: “Rafael, he venido especialmente de Huancavelica para verte e invitarte para que vengas, por favor, porque hay un grupo de gente esperándote”. Es un lugar de difícil acceso, no hay llegada en avión. Tuve que tomar un carro más o menos por seis horas hasta llegar a Huancache y de allí a Huancavelica donde me esperaba un grupo de 60 personas, cada una con su libro. Ni siquiera hay librería allí. La persona que comenzó a publicitar el libro se había aprendido el primer capítulo y se la contaba a la gente y así encargaba la compra. Al final la persona que me presenta era una poeta llamada Yolanda Requena, de 20 años, que me dice: “A mí me han traído aquí porque me gusta leer. No tenemos mucha plata en mi casa, pero mi papá cada vez que tiene para gastos es para un libro que me guste. Había escuchado a Orlando, que recitaba el primer capítulo, y le pedí: ‘Papá, cómprame el libro’”. Y contó que empezó a leerlo y le encantó y que leía de madrugada, junto a una velita que, cuando se acababa, dejaba la lectura. Y dijo que una noche estaba leyendo, bajó al baño y al volver escuchó ruidos, y pensó que alguien se había metido. Llamó a su papá y cuando abrieron la puerta, el cuarto se estaba quemando. Pero iba a contar a la presentación que lo único de valor no se había quemado, y era el libro.

“Vino un lector y me dijo: ‘Tu libro me ayudó, me acompañó durante la pandemia. Casi me muero. Pero tu libro me salvó’”

–Qué historia.

–Sí. Y vengo del Festival Hay en Arequipa. Me senté en una cola. Vino un lector y me dijo: “Tu libro me ayudó, me acompañó durante la pandemia. Casi me muero. Pero tu libro me salvó, no sé cómo…”

Dumett deja de contar. Hace silencio unos segundos.

–Son cosas que se van tejiendo, ¿no? Como las cuerdas de la novela.

El Espía del Inca (Fragmento)

El forastero entra al pueblo de Colonche por el Sendero de los Mercaderes que viene de Olón, casi desértico desde el tiempo de la Peste. Cruza por la plaza del mercado, construida para albergar cuatrocientos cincuenta comerciantes con sus mercancías sin apretarse, pero donde en estos días de penuria solo trocan dos decenas. Hace preguntas. Le indican un grupo de chozas que rodean a una casa loma arriba.

A dos pasos de los umbrales, se detiene. Grita un nombre. Solo le contesta la loma vecina, devolviéndole su voz. Da un rodeo a la casa. Nadie. Da un vistazo a las chacras de los alrededores. Mira hacia una figura diminuta trazando surcos en una tierra seca, sin vida.

Con paso vacilante, se acerca. Lleva un bolsón de venado raído por el uso y viste de manera miserable: parece un peregrino o un pordiosero con el espíritu trastornado. Pero peregrinos y pordioseros andan siempre en grupo y entonando cánticos de limpieza y este viene solo y en silencio. Cuando está a casi medio tiro de piedra, Salango advierte que el forastero lleva, como él, el rostro desfigurado por el Mal.

—Busco a Oscollo Huaraca —dice en el Idioma de la Gente.

Jamás, jamás digas quién eres. Quién has sido.

—No conozco el Idioma, Padrecito —responde Salango en lengua manteña—. No entiendo lo que dices.

Y sigue removiendo el terreno con su chaquitaclla. El forastero lo observa con aprensión, casi con temor, como quien toma impulso antes desaltar una acequia torrentosa. Se decide y se levanta de golpe la camiseta de bayeta.

—Mira —le dice.

Adosado a su cuerpo, asoma con toda claridad un cinturón de tres franjas de tokapu de lana de vicuña, tramadas con esmeradísima factura, que contrasta flagrantemente con la restante pobreza de su vestimenta. Salango reconoce, escondidos entre cuadrados de motivos ordinarios de despiste, las tres escaleras de color encarnado que separan oblicuamente el puñado de estrellas de la Luna a medio morir: la señal secreta del Señor Cusi Yupanqui.

Valle Sagrado de los Incas, Peru (Shutterstock)
Valle Sagrado de los Incas, Peru (Shutterstock)

¿Eres tú, hermano y doble? ¿Qué puedes querer de mí, después de toda el agua que ha llovido, que ha corrido por las acequias? ¿En épocas volteadas como estas?

Sin saber por qué, Salango se escucha decir, como si fuera ajeno, el nombre con que era llamado en el tiempo soleado que sirvió como Contador-de-un-Vistazo al Inca Huayna Capac:

—Yo fui Oscollo Huaraca.

El forastero vuelve a mirar a todas partes. Mete la mano dentro del bolsón de venado y extrae una bolsa más pequeña. Deshace el nudo que la ciñe en uno de sus extremos. Sosteniéndola con la otra mano, deja caer su contenido: una larga catarata de granos de maíz. Antes de que la última semilla haya tocado la tierra, la magia del Guerrero ya ha visto a través de sus ojos, y Salango conoce la respuesta antes de oír la pregunta que le hace el forastero:

—¿Cuántos granos hay?

—Ochocientos treinta y cuatro —responde sin mediar respiro—. Doscientos cuarenta y seis blancos. Trescientos cinco amarillos. Ciento uno rojos. Ciento ochenta y dos morados.

La boca del forastero se ahueca y no se cierra durante seis latidos de su corazón, como si estuviera viendo a un huaca tomar forma humana enfrente suyo. Salango añade:

—Quince están rajados. Veintiséis partidos. Dieciocho tienen hueco de gusano. Doce mordida de ratón.

Mensajes incaicos anudados (quipus) en Perú. La traducción es "¡10.000 soldados han llegado a Cuzco y esperan sus órdenes!" En la serie de tarjetas coleccionables de la compañía Liebig.  (Culture Club/Getty Images)
Mensajes incaicos anudados (quipus) en Perú. La traducción es "¡10.000 soldados han llegado a Cuzco y esperan sus órdenes!" En la serie de tarjetas coleccionables de la compañía Liebig. (Culture Club/Getty Images)

El forastero confirma que no hay ningún aliento indiscreto respirando en los contornos. Vuelve a introducir su mano abierta en el bolsón. La saca convertida en un puño cerrado. Lo abre con la palma hacia arriba, descubriendo un amasijo minúsculo de cuerdas. Se lo tiende a Salango.

—Vista Mágica, el Señor Cusi Yupanqui te envía este mensaje.

Salango toma el quipu. Extiende sus cinco cuerditas. A primera impresión, sus cifras no le dicen nada. Por su pequeñez, parecen los resultados del censo de los escasos sobrevivientes de un poblado recién pasado por el Mal. Pero entonces Salango advierte el pequeño lazo amarillo que lleva en el extremo. Le resulta familiar.

Se sume en su pepa en silencio, empieza a viajar por dentro hacia el pasado.

Está transitando por la quinta calle de su vida, el tiempo en que, mientras otros chicos espantaban pájaros, él aprendía a ser inca en la Casa del Saber. Cusi y él son estudiantes. Están juntos. Son compañeros de yanantin, un nudo que no se puede desatar. Están tramando un quipu. Una mano —la suya o la de Cusi— está urdiendo ese mismo lazo amarillo. Los dos se están sonriendo con malicia. El lazo —todo es claro ahora— indica que el quipu en sus manos debe ser leído con la clave secreta que ambos compartían en la Casa del Saber. La clave que cada pareja de compañeros de yanantin debía usar para convocarse mutuamente, usando un código que nadie más aparte de ellos debía entender.

Salango examina el quipu. De su escueta cuerda principal, que mide apenas una mano, penden cinco cuerditas colgantes. La primera ha sido tramada con hilo rojo y tiene un único nudo y de una sola vuelta, señal de que se trata de un quipu de convocatoria inmediata.

La segunda cuerdita, de color neutral, indica las instrucciones para llegar al lugar del encuentro, y tiene cuatro nudos. El primer nudo tiene cuatro vueltas: la reunión deberá darse en la Cuarta Parte del Mundo: el Chinchaysuyo. El segundo nudo tiene dos vueltas —se trata de una marca, un pueblo de medianas dimensiones— y ha sido urdido con hilo gris blancuzco —el color del hielo. La cita será en los alrededores del Poblado de Hielo: Cajamarca. El tercer nudo tiene cinco vueltas: tendrá que seguir la quinta línea sagrada. El cuarto y último nudo tiene tres vueltas: la cita será a la altura del tercer santuario.

Salango ha comprendido. Usando el pueblo de Cajamarca como punto de partida, deberá seguir la quinta línea sagrada que parte del poblado hasta llegar al tercer santuario. Cusi Yupanqui le estará esperando ahí. La tercera y la cuarta cuerditas están ceñidas por una faja común: señalan entre cuándo y cuándo deberá darse el encuentro. Una y otra llevan los colores trenzados del último mes del año, el Capac Raymi, pero la tercera tiene dos vueltas y la cuarta tres: Cusi Yupanqui lo estará esperando en el lugar acordado entre el inicio del segundo y del tercer atado de jornadas del mes Capac Raymi.

Salango contempla la quinta y última cuerdita colgante del quipu. No lleva nudo alguno.

Suspira. Hunde su taquitaclla en el terreno hasta que está bien afirmada y, sin volverse a mirar al forastero, empieza a caminar en dirección a su casa. —Acompáñame —dice Salango. Cuando pasan enfrente de la casa, Calanga, su mujer, zurce una prenda desvaída por el uso continuo mientras Guayas y Jocay, sus hijos, vigilan el fogón balbuceando palabras incipientes en lengua manteña, como cada atardecer antes de que el Mal se los llevara a los tres de un tirón a su Lugar Siguiente hace cinco años. El dolor es una brasa oculta atizada sin avisar.

Salango se despide en su adentro de ellos y decide que dejará la casa sin clausurar para que los afectados por la guerra entre los hermanos puedan pernoctar en ella y hacerles compañía en su estadía en el Lugar Siguiente. Se dirige al corral seguido por el forastero. Se acerca a la puerta. Ocho, Cuatrocientos Doce, Ochenta y Ocho y Veinte ya se apretujan para ser los primeros en lamerle la mano. Salango busca con la mirada a Doscientos Cincuenta y Seis. El recién nacido ha logrado pararse solo sobre sus cuatro patas y trota prendido de la ubre de su madre: podrá defenderse. Sobrevivirá.

Salango abre la leve puerta de madera. Hembras y machos salen empujándose hacia el lugar de su merienda. No lo necesitarán más el resto de su vida. Ya saben llegar solos al camino que da a los pastizales, ya saben regresar al corral para resguardarse en inviernos futuros.

Mientras el forastero mira las llamas alejarse por el sendero cuesta arriba, Salango se le acerca por detrás y le abraza el cuello. El forastero no está acostumbrado a este súbito cariño, fuera del cauce habitual de los afectos entre hombres, pero no lo retira, temeroso de ofender. Es demasiado tarde para reaccionar cuando el brazo empieza a apretarle la garganta, a levantarlo en vilo, a estrangularlo con su propio peso. De nada le sirven sus codos punzando con violencia los costados del que le tiene preso: el brazo permanece firme. Salango no se inmuta al presentir los ojos descuencados yperplejos rogando aire y preguntando por qué. Cuando todo ha terminado, por si acaso, Salango hace girar cuerpo y cuello de un tirón en sentidos opuestos. El crujido del hueso del cuello rompiéndose, breve pero sonoro, derrama el cuerpo desalentado sobre la tierra.

Antes de cerrarle los ojos para que no se lleve al mundo de los muertos la visión de sus llamas libres trepando la loma, Salango musita al oído del forastero, como disculpándose, lo que la última cuerda sin nudos acababa de mandarle:

—No testigos. Mata al mensajero.

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