
En plena Segunda Guerra Mundial, el Reino Unido enfrentó una crisis alimentaria inédita al verse forzado, por el bloqueo naval alemán, a reducir a la mitad sus importaciones de alimentos.
Ante la amenaza de hambruna, el país implementó un régimen de racionamiento radical que garantizó la supervivencia y elevó la salud pública a niveles inéditos, especialmente entre la infancia. Ocho décadas después, el impacto de esas políticas sigue influyendo en las normas alimentarias de las escuelas británicas, como destaca un artículo de National Geographic.
En la década previa al conflicto, el Reino Unido importaba cerca de 22 millones de toneladas de alimentos anuales, casi dos tercios de su consumo. La guerra, iniciada en 1939, alteró esta dependencia: los ataques de submarinos alemanes interrumpieron rutas clave desde Canadá y Estados Unidos, y las importaciones se redujeron a 11,5 millones de toneladas.
A escala mundial, la desnutrición provocaba más muertes que la violencia bélica, pero, según National Geographic, los británicos “en realidad, disfrutaron de la dieta más saludable que jamás habían tenido”.

La revolución del racionamiento y su impacto social
El cambio fue posible gracias a Jack Drummond, bioquímico y principal asesor del Ministerio de Alimentos.
Junto a su colega y esposa, Anne Wilbraham, Drummond había identificado carencias y excesos en la dieta británica, análisis recopilado en su libro “The Englishman’s Food”.
A partir de 1939, el Ministerio le encomendó diseñar una política de racionamiento basada en evidencia científica, igualando el acceso a nutrientes esenciales y limitando los excesos.

Sus decisiones priorizaron alimentos ricos en vitaminas, como pan, leche y verduras, con raciones equitativas mediante libros de cupones ajustados a la disponibilidad.
Para optimizar recursos, Drummond favoreció productos deshidratados, como leche y huevos en polvo, que permitían un mejor aprovechamiento del espacio en los barcos mercantes. La importación de frutas, frutos secos y huevos frescos se redujo drásticamente.
Se restringió también el consumo de azúcar, cuya importación se redujo a la mitad, con efectos positivos en la salud pública.

Las consecuencias se reflejaron en la mejora del bienestar colectivo: la mortalidad infantil cayó a mínimos históricos, la estatura promedio de los niños aumentó y las enfermedades asociadas a la alimentación disminuyeron notablemente. National Geographic subraya: “Al final de la guerra, la mayoría de ellos estaban más sanos que al inicio”.
El racionamiento establecía cantidades semanales de productos básicos: 113 gramos de panceta y jamón, 57 gramos de manteca y queso, la misma cantidad de margarina y grasas de cocina, 227 gramos de azúcar, una porción de carne según el precio y 57 gramos de té.
Cada mes, se permitía poco más de un litro de leche fresca, leche en polvo, un huevo fresco y otro en polvo, y medio kilo de conservas de fruta cada dos meses. La población cultivaba huertos urbanos en solares y jardines. Ante la escasez de carne, el tradicional pastel fue reemplazado por el Woolton Pie, receta vegetariana basada en verduras y levadura.

Legado y vigencia de las políticas nutricionales
Al finalizar la guerra, el racionamiento continuó hasta 1954. En 1953, el primer ministro Winston Churchill levantó las restricciones sobre el azúcar y los caramelos, lo que provocó un “furor por el azúcar” y el regreso de problemas como la obesidad y la diabetes tipo 2.
Con el fin del control estatal, la dieta se desbalanceó y reaparecieron enfermedades asociadas a hábitos alimentarios inadecuados.
El modelo británico y el trabajo de Drummond recibieron reconocimiento internacional. La Asociación Americana de Salud Pública lo calificó como “una de las mayores demostraciones de administración de salud pública que haya visto el mundo”.

Aunque el racionamiento terminó en 1954, señala National Geographic, las normas estrictas aprendidas siguen siendo la base de los menús escolares en el Reino Unido.
Así, la ciencia nutricional desarrollada entonces continúa guiando la alimentación infantil en las escuelas, mostrando que de una crisis pueden surgir respuestas perdurables y transformadoras para el bienestar social.
Hoy, la disciplina alimentaria estricta de aquel tiempo ya no marca la vida cotidiana de las familias, pero la escuela permanece como el espacio donde persiste ese rigor nutricional, manteniendo vigente el legado del período de racionamiento, como enfatiza National Geographic.
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