Axel Rivas y un libro para pensar la educación del futuro: “La escuela es un campo de batalla y tenemos que ser conscientes de qué lado estamos”

El director del Departamento de Educación de la Universidad de San Andrés explora los cambios que internet y las plataformas educativas imponen en las prácticas de enseñanza y de aprendizaje en su nuevo ensayo, “Quién controla el futuro de la educación” (Ed. Siglo XXI).

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Axel Rivas
Axel Rivas

A finales de los ochenta, la computadora entró en las aulas con la sensación de ser una fuerza que iba a remover hasta las placas más profundas de la educación, pero sucedió que la escuela absorbió a la nueva tecnología con las prácticas tradicionales y, finalmente, aquello produjo una suerte de gatopardismo: cambiar para que todo siga igual. ¿Será con internet, las apps y las plataformas educativas, cuando se produzca una revolución copernicana?

Este fue uno de los ejes de la charla que Axel Rivas, doctor en Ciencias Sociales y director de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés, mantuvo con Infobae. Autor de más de una docena de títulos que abordan las prácticas y políticas educativas, Rivas acaba de publicar un ensayo que plantea un debate necesario: sí, hay que pensar cómo será la educación del futuro, pero, sobre todo, es necesario pensar, ante la profusión de tecnologías que descentralizan las fuentes de verdad, quién va a regular, fiscalizar, intervenir la educación.

¿Quién controla el futuro de la educación? (Ed. Siglo XXI) es un libro esencial para entender los cambios que se producen en el universo educativo.

"¿Quién controla el futuro de la educación?", de Axel Rivas (Siglo XXI)
"¿Quién controla el futuro de la educación?", de Axel Rivas (Siglo XXI)

¿Cuál es hoy la función de la educación?

—Siempre la educación tiene una doble cara. Por un lado, tiene la función de reproducción de la cultura, de las tradiciones, de la historia, de las ciencias, del conocimiento. Y, por otro lado, tiene el efecto liberador, emancipador, la capacidad de transformar a las personas y a la sociedad en algo distinto. Creo que tendríamos que darle más énfasis a esta segunda función para producir ciudadanos con capacidad de actuar. Que sean capaces de modificar su destino y de ser actores de su historia y de la historia de sus pueblos.

Habla de ciudadanos, y pienso si el Estado, que siempre tuvo un rol preponderante en la educación, debe seguir así o, por el contrario, debe darles más lugar a los privados.

—No solo hay que pensar en Estado y privado, hay que pensar en una serie de actores. El Estado tiene el rol central de garantizar el derecho a la educación, las condiciones, el financiamiento y las políticas públicas que les permitan a las escuelas ser espacio de aprendizaje intenso y profundo. Pero para que eso suceda, no debe controlarlo todo. Tiene que formar a sus agentes, a docentes y directivos, para ser capaces de ejercer su profesión con autonomía, con autoridad, con independencia. La buena política educativa es aquella que genera libertad en los actores, no la que los controla. Pero, para lograrla, el Estado debe tener un rol activo.

Mi pregunta tenía que ver con el análisis exhaustivo de las plataformas educativas que hace en el ensayo. Muchas de ellas cruzan fronteras y presentan contenidos para diferentes países, regiones e idiomas.

—En el mundo en el que vivimos, donde la comunicación nos permite acceder a múltiples fuentes de conocimiento y de entretenimiento, se desarman las fuentes centralizadas que controlan los discursos de verdad. Uno de los discursos de la modernidad, de la creación de los Estados nación, es el currículum, que establece aquellos saberes obligatorios para toda la población. El currículum es pensado como un instrumento uniforme y, por eso, obligatorio. Pero, a partir de la expansión de las fuentes de verdad, de las fuentes de conocimiento, de internet y de las redes transnacionales de producción de conocimiento, estamos ante una transformación curricular. Hoy un estudiante casi puede tomar lecciones de lo que quiera gratuita o semigratuitamente por internet. Y esto, multiplicado en todas las esferas de conocimiento, produce un nuevo campo de disputa de la verdad, de la transmisión de la cultura. En un sentido es apasionante, y en otro es peligroso.

Es interesante hablar de transmisión del conocimiento como batalla. De alguna forma es lo que subyace en la idea de la educación.

—La educación es, antes que nada, una herramienta de poder. Basta pensar en el origen institucional en las escuelas. Nacieron en los siglos XVI y XVII, cuando había que conquistar las creencias de las personas: las religiones, las ideas religiosas, las ideas sagradas. La escuela fue una institución que permitió conquistar las mentes, las almas y las creencias de los niños y de los jóvenes. Por lo tanto, desde siempre fue una institución de poder, de conquista, de dominación cultural. Ha cumplido otras funciones, porque mientras generaba esa imposición cultural también generaba las posibilidades de transformar la cultura. Pero siempre la educación es un campo de batalla y tenemos que ser conscientes en qué lugar de la batalla estamos.

Un aula como una "separación artificial"
Un aula como una "separación artificial"

¿Internet cambia el modelo educativo?

—Sí, está cambiando. No sabemos bien hacia dónde. En su momento se decía que la radio iba a hacer innecesaria la educación. Después se dijo lo mismo con el cine, con la televisión, con las computadoras, pero el sistema educativo sigue ahí y sigue, parece, inalterable. Pero creo que internet y la forma que va cobrando esta sociedad de las plataformas y los algoritmos es muy distinta en la manipulación de la cultura, porque tiene la capacidad más precisa, eficiente y evolutiva de meterse en nuestra mente. Algoritmos cada vez más sofisticados pueden anticipar y manipular nuestras conductas. Pueden saber qué deseamos, incluso mejor que nosotros. Eso, para la educación, es una herramienta decisiva. No es lo mismo transmitir en todas las aulas la misma imagen en una pantalla, que conocer cómo aprendo yo matemática y cambiar la manera de enseñarme en base a mi comportamiento previo y al de miles o millones de alumnos que entran en una misma plataforma.

Frente a los algoritmos y el big data, con los que se puede ajustar la manera de enseñar y aprender, ¿cuál es el sentido de la evaluación?

—Hay un gran campo de discusión sobre la evaluación de los aprendizajes. Desde ya, es una discusión propiamente educativa; tendríamos que ser capaces de discutir los modelos tradicionales de evaluación. Pero, yendo al tema más tecnológico del cual veníamos, se abren ciertos debates. Por ejemplo: las posibilidades cada vez más profundas de las máquinas para corregir lo que aprenden los estudiantes. El padre del conductismo, Skinner, intentó crear en los años 50 la “máquina de la enseñanza”. Era una máquina que, a partir de la respuesta que daba el alumno, permitía adaptar la pregunta siguiente a su nivel de conocimiento y hacer más eficiente el aprendizaje. Esta máquina agilizaba el conductismo, que era la teoría de la acción-reacción, la teoría que dice que se pueden lograr ciertos efectos a partir de la manipulación externa de la conducta. El sueño de Skinner quizás hoy es una realidad. Países como China están haciendo grandes avances en la inteligencia artificial, entre otros campos en la educación y ya están corrigiendo ensayos —es decir: textos complejos— por esa vía, con algoritmos que permiten comprender la semántica, el contenido y la expresión de un texto escrito por los estudiantes. Esto va a cambiar la capacidad de administrar masivamente la forma en la cual aprenden nuestros estudiantes. Aunque, obviamente, requiere controles humanos y discusiones humanas.

¿Se puede escapar de los algoritmos? ¿Hay lugar para que la educación tenga un afuera de los algoritmos?

—El elemento humano no va a desaparecer. La educación requiere de contactos de miradas, de estados de ánimo, de interacciones, y las máquinas están muy lejos de que lo puedan hacer. Muy pocos tienen el sueño utópico —o distópico— de reemplazar a la escuela por máquinas. No lo querrían ni los alumnos ni los padres ni nadie. Pero dentro de ese “todo o nada” hay un montón de grises. La cuestión va a ser la discusión de las combinaciones. Hay algunos aspectos de la inteligencia artificial que podemos incorporar y hay otros que pueden ser peligrosos. Una discusión nueva y necesaria es quién controla los datos de aprendizaje de nuestros hijos y nuestros estudiantes. Es un debate ético, pero también un debate sobre el mercado educativo. Tenemos que ser capaces de programar algoritmos que nos hagan pensar críticamente, que nos hagan dialogar en la diversidad. Y estos algoritmos no van a salir de Facebook, porque hay intereses comerciales puestos en que consumamos aquello que nos da más placer y, si nos da más placer consumir lo que ya pensamos, vamos a reforzar estereotipos y provocar efectos burbuja de pensamientos políticos totalmente acentuados por los algoritmos. Un algoritmo educativo es algo distinto. Es algo que produce disrupción, que produce estadíos de conocimiento, de ruptura cognitiva, de creación de diálogos con la diversidad, transformaciones personales.

Ante la ubicuidad de la tecnología, hoy el estudiante puede decidir en qué momento estudia. Pero ¿cómo se relaciona el tener acceso al conocimiento 24 x 7 con la profundidad del aprendizaje?

—La escuela y otras instituciones educativas conforman una frontera: es una separación artificial de tiempo y espacio en el cual quedamos aislados. Y eso crea un carril para que se produzcan secuencias de aprendizaje. Las cosas importantes las aprendemos en un proceso de maduración que lleva tiempo, que lleva una secuencia, una evolución, que tiene una lógica. Si te quiero enseñar matemática de cualquier manera, no va a funcionar. No hay un único camino de aprender matemática, pero cada manera tiene una estructura, y, si, por ejemplo, no tengo una frontera institucional dos horas a la semana durante catorce semanas es muy difícil establecer esa disciplina autoimpuesta. Las plataformas pueden generarnos la ilusión que vamos a aprender solos, pero necesitamos una frontera y un guía, alguien que sepa la estructura del conocimiento y que nos la pueda presentar al ritmo que necesitamos. Ahora bien, dicho esto, yo creo que las escuelas y las universidades tienen que enseñar más formas de autoaprendizaje. Tenemos que hacer a nuestros alumnos sujetos de su aprendizaje, porque las plataformas están ahí para ser aprovechadas. Si logramos que nuestros alumnos sean activos metacognitivamente, que puedan pensar cómo aprenden y qué vale la pena aprender, van a poder crear sus trayectos de aprendizaje. Van a aprovechar todo lo que está a su alcance de una manera más estructurada y con buena disciplina. Es algo que les puede cambiar la vida cuando no estén en la escuela.

En el libro menciona al Plan Ceibal: ¿qué podemos aprender en la Argentina del Ceibal?

—Es la experiencia más interesante donde la política educativa —el Estado— ha desarrollado una manera de pensar la educación digital. El Plan Ceibal ha tenido una consolidación en el tiempo. Empezó con el reparto de una computadora por alumno, igual que en la Argentina, y luego evolucionó a partir de tener conectividad en todas las escuelas. El equipamiento estableció un piso sistémico y entonces desarrollaron una segunda, que es la más interesante, y es la del software y el contenido. Compran y desarrollan contenidos y los ponen a disposición de todo el sistema educativo público. Han convertido este dispositivo en una máquina evolutiva que permite expandir las fronteras del sistema. Es un gran ejemplo que no está en Finlandia, no está en Corea, no está en Estados Unidos o en Sillicon Valley: está cruzando el río. Muestra que el Estado sí puede hacer innovación educativa, que lo puede sostener en el tiempo y que puede crear una institución pública como una especie de canal público educativo de transformación cultural. Espero que la Argentina pueda tomar ese ejemplo. En cierto sentido, Educar y el canal Encuentro iban en esa dirección. Se ha perdido mucho en los últimos años. Ojalá que se recupere ahora.

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