¿Cuál es la patria literaria de un escritor migrante?

Cuatro autores latinoamericanos que residen en Buenos Aires –Marcial Gala, Katya Adaui, Gustavo Valle y Gabriel Payares– hablan sobre el fenómeno de la escritura en otra tierra, las marcas del desarraigo y los eventuales beneficios de una identidad literaria híbrida

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Varios autores y autoras extranjeros residen y escriben en Buenos Aires, mientras estrechan lazos afectivos y literarios con esta ciudad. En entrevista con Infobae Cultura, el cubano Marcial Gala, la peruana Katya Adaui y los venezolanos Gustavo Valle y Gabriel Payares reflexionan sobre las huellas de la distancia, la migración y la porteñidad en su escritura.

Antoine de Saint-Exupéry, Witold Gombrowicz, Rafael Alberti, Augusto Roa Bastos y Federico García Lorca fueron solamente algunos de los escritores de otras latitudes que vivieron en Buenos Aires durante el siglo XX. El autor de El principito habitó un departamento en la Galería Güemes, mientras trabajaba para una empresa de correo aéreo. Gombrowicz, al igual que Alberti y Roa Bastos, ahogaron en esta ciudad las penas del exilio. Y García Lorca, seducido por la cultura porteña, se terminó quedando casi seis meses.

Mucho tiempo después, Gala, Adaui, Valle y Payares reeditan en Buenos Aires este ancestral vínculo entre migración y literatura. En diálogo con Infobae Cultura, hablan sobre el fenómeno de la escritura en migración, las marcas del desarraigo y los eventuales beneficios de una identidad literaria híbrida.

Valle lleva 16 años transitando las calles de la ciudad, Gala y Payares se instalaron hace unos siete y Adaui, a comienzos de 2018. Y a veces sus textos –novelas, cuentos, crónicas– se impregnan de la topografía porteña y su dialecto rioplatense. Afincados en Buenos Aires, ¿sienten pertenencia a alguna patria literaria? ¿Se perciben como escritores entre dos países o más bien como latinoamericanos?

“Primero pasé de un autor cubano a un autor caribeño (…) y ahora me siento muy latinoamericano”, dice Gala, ganador del Premio Ñ-Ciudad de Buenos Aires por Llámenme Casandra. Y asegura que migrar modificó su manera de concebir y escribir literatura. “Utilizo muchos términos que forman parte de lo que llamaría ajiaco latinoamericano, con las aportaciones de los venezolanos, los colombianos, los argentinos; tantas cosas que completan el idioma de nuestro continente”.

Valle, quien publicó recientemente la novela Amar a Olga, escribió antes crónicas como La paradoja de Itaca y El país del escritor. “Sin ánimo de dar lecciones creo que el país del escritor es simplemente el lugar donde escribe. El albergue, así sea accidental o provisorio, donde realiza su actividad. Ese rincón adonde fue alguna vez empujado por obra de la voluntad, el destino o la inercia. Las coordenadas desapasionadas que lo fijan a la silla”, señala en este último libro.

En entrevista con Infobae Cultura, Valle complementa: “Una vez el gran poeta Eugenio Montejo me dijo que un rasgo de lucidez es sentirse extranjero en todas partes, incluso en el lugar donde naciste”.

“La distancia puede ser también otra forma de la intimidad”, apunta Adaui. Inicialmente, la autora de los libros de cuentos Aquí hay icebergs, Algo se nos ha escapado y Geografía de la oscuridad “vivía pendiente, con la preocupación alerta entre dos ciudades, dos países, pero en algún momento tienes que terminar de llegar, instalarte por fin en el presente”.

“Escribir siempre es difícil, sin importar dónde uno esté”, considera Payares. El autor de los volúmenes de relatos Cuando bajaron las aguas, Hotel y Lo irreparable agrega: “Si tuviera que llenar una encuesta, la casilla que más me gustaría tildar sería la de ‘escritor latinoamericano’. De lo demás que se ocupe la burocracia”.

El escritor cubano Marcial Gala
El escritor cubano Marcial Gala

Identidades y patrias literarias

Tomando distancia de las raíces, ¿resulta más fácil delinear la propia identidad literaria o ejercer más libremente el oficio?

Payares cree que “un cambio tan drástico de entorno, con tantos efectos sobre quién uno es, naturalmente trae consigo nuevos retos para la escritura”. Y destaca la posibilidad de desintoxicarse del tema político, “que en Venezuela es tan denso que todo lo permea y lo empaña. Y eso que en Argentina los asuntos políticos tampoco es que sean apacibles”.

Y, en este contexto, afirma que “la oportunidad de adquirir nuevas perspectivas, de reevaluar lo que se daba por cierto y de establecer ciertas comparaciones es, sin duda alguna, una oportunidad valiosa para quienes quieran y sepan aprovecharla. Uno tiene que darse permiso para explorar otras cosas, otros temas, otras realidades. Creo que la literatura tiene una relación oblicua, indirecta, con la historia”.

Su compatriota Valle (Caracas, 1967) se muestra convencido de que hallar una identidad es difícil estando en cualquier parte. “Podés vivir toda tu vida en la misma calle y jamás encontrarte contigo mismo. Pienso que la identidad no pasa por el lugar donde estés, sino por la voluntad de autoconocimiento. Además, pensar en eso hoy en día es bastante complicado y quizás hasta inútil. Estamos en la era de las identidades volátiles. La identidad es como la piel de las serpientes”.

Gala, nacido en La Habana en 1965, opina que, para un cubano, vivir afuera abre una perspectiva completamente diferente sobre la isla. “Sobre todo, teniendo en cuenta que Cuba es un país que está bajo los efectos de lo que llamaría un trauma de la democracia que dura 60 años, donde decir lo que piensas puede no ser muy grato para las autoridades”.

“Entonces, cuando estás afuera, ves en una perspectiva más amplia las cosas que pasan en Cuba. La censura, las distorsiones de la realidad, y el propio hecho de escribir se hace más libre. Si el cubano que está afuera no lo aprovecha, está perdiendo gran parte de su tiempo”, advierte.

Y Adaui (Lima, 1977) recalca que la distancia del Perú le dio “cierta prudencia y cierta espera, menos reacción inmediata, aquilaté la crispación. Me descorrí –y quizás le pasó a mi escritura también– del deseo de pertenencia. Encajar no me interesa”.

¿Cuál puede definirse entonces como la patria literaria, si es que tal concepto existe, de un escritor o una escritora?

“El lugar común dice que la patria de los escritores es su lengua, lo cual hace de uno una especie de Robinson en su isla desierta, porque el lenguaje en que se escribe nunca es el mismo que se utiliza para hablar con los demás”, cree Payares, quien nació en Londres en 1982 y se crio en Caracas.

“Lo peor es que en Venezuela siempre me sentí un poco de algún otro sitio, no sé bien de dónde, y ahora que vivo en Buenos Aires me sigo sintiendo de ese lugar impreciso, y además venezolano. Quiero pensar que si el día de mañana me marcho a otro país, me sentiré entonces de aquí, de Venezuela y también de ese otro lugar imaginario, al que a lo mejor vuelva sólo en la muerte. Algo así como lo que dice Vila-Matas, de que viajar es ‘perder países’”.

Su compatriota Valle vivió en Venezuela hasta los 30 años. “Eso es imborrable. Pero desde que uno sale del país, tu identidad se problematiza. Hay quienes sufren mucho con eso, pero para un escritor creo que es una ventaja. Por supuesto, la gente me reconoce como venezolano, aunque creo que para los que nos dedicamos a esto, las fronteras más bien estorban”.

Antes de llegar a la capital argentina, el autor de los libros de poemas Materia de otro mundo y Ciudad imaginaria residió en Madrid. “De modo que mi laboratorio de extranjería lleva varios experimentos”.

Adaui no duda en definirse como una escritora peruana. “No percibo desarraigo, quizás porque he podido migrar tranquilamente, no debí huir, no pasé intemperie, no me exilié. Me esperaban una casa y afectos. Además, Argentina tiene una de las leyes migratorias más cobijantes del mundo. Siento agradecimiento y alegría de vivir aquí, pese a cualquier crisis. Una crisis que es latinoamericana, no solo peruana o argentina”.

Según sostiene Gala, para los cubanos es muy difícil escapar a la sensación de ser un autor de ese país y “de estar narrando continuamente la isla. Y eso me pasa a mí; gran parte de mis novelas transcurre en los años 80 y 90, que fue cuando era joven en Cuba”.

En sus primeras novelas, Sentada en su verde limón o La catedral de los negros, “el lenguaje estaba muy sumergido en una cubanidad muy estricta”. Mientras que, en sus libros más recientes, “hay una especie de búsqueda del nuevo latinoamericano, ya el slang cubano me ha quedado un poco corto”.

La escritora peruana Katya Adaui (Alejandra López)
La escritora peruana Katya Adaui (Alejandra López)

“Escribir es escribir a casa”

¿Se reflejó la circunstancia migratoria en su escritura? ¿De qué manera se fueron empapando las páginas de sus libros de esas vivencias en tierras y culturas diferentes?

Adaui afirma que, migración mediante, su escritura cambió mucho “a partir de las discusiones críticas con compañeras escritoras, las lecturas, las conversaciones, los debates políticos y estéticos. Es una sociedad menos machista y desprejuiciada, también. Y en términos de escritura, para mí, aquí es donde revienta el cohete”.

Inicialmente, recuerda Payares, la experiencia migratoria lo marcó de tal forma que dejó de escribir. Durante su primer año en Buenos Aires, terminó un libro de cuentos que había traído a medio a hacer de Venezuela, “pero después se hizo el silencio. O sea, he escrito reseñas, crónicas, ensayos, pero nada de ficción hasta poco antes de la pandemia. Supongo que fue un hiato necesario para asimilar cuestiones de índole existencial, referencial, para afinar la brújula”.

Al cambiar de país, uno de pronto “no sabe muy bien a quién le escribe, ni para qué, ni contra qué, ni quién va a hablar cuando se abre una barra de diálogo. Es una sensación de desvanecimiento, porque las expectativas del nuevo país suelen ser falsas y lo que uno daba en el otro por cierto va cambiando con el tiempo. Así que uno se queda sin referentes. Pero ahora que vuelvo al ruedo, Buenos Aires figura entre mis lugares de enunciación, o sea, entre los sitios desde los que hablo. Y como leí recientemente en un libro de Byung-Chul Han, ‘escribir es escribir a casa’”.

El poeta y novelista Valle cuenta que, de una u otra forma, en casi todos sus libros el tema migratorio está presente. “Mis padres y varios de mis hermanos también son migrantes. Migrar es una aventura en la que se condensan un montón de cosas, muchas veces dolorosas. Joseph Brodsky solía decir que el exilio es un asunto entristecedor, pero que si algo bueno tiene es que nos puede enseñar humildad. Y la humildad es lo contrario a esos sarampiones colectivos: el chauvinismo y el nacionalismo”, apunta el autor de las novelas Bajo tierra y Happening.

Después de dejar la isla, las ficciones de Gala se volvieron más bizantinas, “en el sentido de la novela bizantina, que se desarrolla en muchos lugares a la vez. Me es difícil ya escribir una novela que se desarrolle solo en Cuba. Las dos últimas novelas que escribí van desde La Habana a Cienfuegos y de ahí a Moscú, Buenos Aires y Nueva York. Hay muchos saltos, mudas espaciales, temporales”. A la vez, pone sobre la balanza: “Acá he escrito en el género novelístico mucho más que en Cuba, donde escribí sobre todo cuentos y poemas”.

El escritor venezolano Gustavo Valle
El escritor venezolano Gustavo Valle

Buenos Aires, escenario ficcional

“Buenos Aires es un reloj gigantesco, que a veces marcha hacia adelante y a veces le da por retroceder”, escribe Payares en Un poema para Laika, ganador de una mención en la primera edición del Premio Internacional de Cuento Abelardo Castillo. O, sobre la calle Corrientes: “Aquellos lugares de la ciudad me fascinaban: las luces, la gente, las carteleras de cine, tenía la impresión de acercarme a donde ocurren las cosas…”.

La topografía porteña suele aparecer reflejada también en otros textos de Payares. “Sobre todo en el libro de cuentos que estoy terminando, en el que tiene un lugar protagónico el tema de la extranjería y la migración. Varios relatos transcurren en Buenos Aires. Pero en otros libros, para ser franco, ya había escrito sobre ella, sobre el significado que en aquel entonces le atribuía”.

Y Adaui refiere que, en una novela que saldrá en 2022, “Buenos Aires estará muy presente, a ritmo de caminata, con su río que parece mar, el agua dulce. Voy mucho a la reserva Costanera Sur, cuando necesito recuperar la idea de estar rodeada de agua. Cuando contemplas esta ciudad desde arriba por primera vez, recién entonces comprendes su rodeo acuático”.

Asimismo, en el caso de Gala, Buenos Aires emerge con fuerza en sus últimas novelas aún inéditas, entre ellas, Pulsión. Y el narrador, poeta y arquitecto acota que se trata de “una ciudad muy propicia para el escritor, a pesar de las dificultades económicas”.

Valle, en tanto, explica: “Suelo escribir crónicas del lugar donde estoy y ficciones del lugar que he abandonado. En mis crónicas, Buenos Aires aparece, brilla, es protagonista. Pero en mis novelas, como trabajo mucho con la memoria, suele haber paisajes o sensaciones de mi infancia o adolescencia. Ahora bien, en Amar a Olga el personaje principal termina migrando. Quizás este sea el comienzo de una etapa de ficciones ambientadas acá”.

Entre acentos, carros y palabras tabú

En los años que llevan viviendo en Buenos Aires, ¿fueron adoptando giros rioplatenses a la hora de escribir, continúan vinculados a los modismos de su tierra de origen o combinan ambas variantes?

Para Valle, todo depende de los personajes y los narradores que se asuman. “Lo que sí creo es que, al cambiar el lugar de enunciación, cambian también aspectos de nuestra sensibilidad. Cambia la manera de percibir y emocionarte, las formas del humor o del dolor. Algo de eso debe quedar en la escritura, en la sintaxis, pero no me es tan fácil rastrearlo”.

Adaui tomó una decisión en este sentido: “Sostener mi acento, mi diferencia, mi extranjería, en el habla. Pero cuando escribo un diálogo con alguien de aquí, obviamente acentúo como se hace acá, que tiene algo de imperativo, y también de remoloneo en la elle muy sonoro que me gusta: ‘vení’, ‘callate’... Me da risa porque mi Word lo remarca en rojo: ‘¡esto está mal escrito!’”.

Aunque sea de una manera implícita, Gala considera que “muchas maneras de ver y de reflejar, retratar diferentes asuntos y cosas típicas argentinas” influyen en sus ficciones. Y, desde que vive en Buenos Aires, aprendió a diferenciar cuidadosamente términos como “agarrar” y “coger”: “Como aquí es una palabra tabú ‘coger’, muchas veces estoy escribiendo una novela con un narrador omnisciente y trato de eludir esa palabra”.

Payares, en tanto, tiene por principio “que si yo en Venezuela podía leer autores argentinos sin sufrir el español rioplatense, lo mismo puede hacerse con mis cuentos en otros países, por lo que nunca intento, al menos conscientemente, disfrazar mis localismos”.

“Pero el lenguaje es un ente vivo, y sin duda se habrá ido nutriendo de la variante sureña, creciendo, cambiando. Ese contraste con un dialecto distinto le permite a uno hacerse consciente de los abusos del propio y tratar de aliviarlo, de depurarlo, de hacerlo más singular. Eso es lo importante”. Y pone como ejemplo: “A la hora de escribir, un carro para mí sigue siendo un carro y no un auto”.

El escritor venezolano Gabriel Payares
El escritor venezolano Gabriel Payares

La ciudad poliédrica

Infobae Cultura les consultó a estos autores si, a su llegada, hubo algo que les llamara particularmente la atención de Buenos Aires, más allá de lo estrictamente literario.

A Gala lo sorprendió “lo vibrante que es su vida cultural. Es una ciudad poliédrica, tiene muchas caras que son diferentes, muchas aristas, y se pasa de un sitio a otro y uno nota enseguida lo compleja que es en su entramado urbano. Y, a la vez, es una ciudad que realmente nunca duerme”.

Buenos Aires, agrega el narrador, poeta y arquitecto cubano, “es uno de los sitios preferidos para mí en este mundo. Desde que llegué sentí que llegaba a un lugar donde quería estar, y por tanto tuve desde el principio un vínculo muy entrañable con la ciudad”. Y concluye: “No puedo quejarme de cómo me ha ido y de lo generosa que ha sido Argentina conmigo”.

Adaui, por su parte, refiere: “Me llamó mucho la atención que en la calle me dijeran varias veces ‘no parecés peruana’ y que esperasen que lo tomara como un elogio”.

Y la autora de la novela Nunca sabré lo que entiendo agrega además: “Desde siempre he tenido un vínculo precioso con esta ciudad, porque me regaló una de las amistades más entrañables y ahora al amor de mi vida”.

A Payares siempre le gustó la relación de la ciudad con el tren, “ese símbolo de optimismo, tan nostálgico, tan de finales del siglo XIX. Recuerdo que en mi primera visita les tomaba muchas fotos a las vías, para desconcierto total de mis amigos locales. Y es que en Venezuela no hay trenes así. Hoy, once años después de aquella primera visita, vivo a un par de cuadras de una estación. No me quejo”.

Payares llegó a Buenos Aires en 2014, aunque había estado visitando la ciudad desde 2010. “Así que ya tengo bastantes recuerdos acumulados en ella, creo que lo suficiente para sentirla un poquito mía. O sea, creo que los sitios son de uno en la medida en que se tenga más cosas que contar sobre ellos”.

Para Valle, “Buenos Aires es una ciudad encantadora, también asfixiante, pero sobre todo muy estimulante. Es la ciudad donde nació mi hijo, así que estoy atado a ella para siempre. Adoro la ciudad, la siento mía y disfruto mucho perderme en sus calles y fotografiarla”.

¿Y cuántas historias y facetas porteñas más les quedan por descubrir y contar, inspiradas tal vez en la geografía de la ciudad? La pregunta queda flotando por el río, el mismo en el que se embarcó de regreso Lorca, después de afirmar: “Buenos Aires tiene algo vivo y personal, algo lleno de dramático latido, algo inconfundible y original en medio de sus mil razas que atrae al viajero y lo fascina”.

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