Fanuel Hanán Díaz: “A veces, el país que tenemos está en una maleta”

Es venezolano y recibió en Colombia, donde vive, uno de los premios nacionales de Literatura Infantil Pedrito Botero por su cuento “Hemos llegado a Berlín”, que narra la migración desde los ojos de un niño. Infobae Cultura charló con el experto en literatura infantil sobre esta realidad y cómo influye en la cultura

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Fanuel Hanán Díaz (Gentileza de Fanuel Hanán Díaz )
Fanuel Hanán Díaz (Gentileza de Fanuel Hanán Díaz )

Durante los primeros días de octubre se entregó en Colombia por primera vez el Premio Nacional de Literatura Infantil Pedrito Botero, organizado por la Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín, la Biblioteca Pública Piloto y los Eventos del Libro de Medellín. De las 1144 propuestas recibidas, resultaron ganadores el escritor y prestigioso experto en literatura infantil venezolano Fanuel Hanán Díaz y los escritores colombianos Elizabeth Molina Orozco y Jaime Hernán Cortés.

Infobae Cultura conversó con Fanuel Díaz para hablar de su cuento laureado, “Hemos llegado a Berlín”, que será editado pronto, junto con los de los demás ganadores y menciones. Su ficción narra en primera persona la historia de un niño que sale caminando junto a su familia de Venezuela.

Fanuel Hanán Díaz tiene una larguísima trayectoria en el mundo de la LIJ. Desde hace unos años es editor de la editorial Norma en Colombia, donde dirige la revista Barataria de literatura infantil latinoamericana, y ha sido jurado de grandes premios como el Hans Christian Andersen, Bologna Raggazi y de la Bienal de Ilustración de Bratislava. Es licenciado en Letras por la Universidad Católica Andrés Bello, coordinó el departamento de Selección de Libros para Niños y jóvenes del Banco del Libro (Venezuela), dirigió la revista Parapara y ha dictado conferencias y talleres en diferentes países latinoamericanos y en universidades de Europa y Asia. Es autor del ensayo Leer y mirar el libro álbum: ¿un género en construcción? (Norma, 2007), que ya es un clásico sobre el tema, Panorama Breve de la Literatura Infantil en Venezuela (2013), Temas de literatura infantil (2014) y Sombras, censuras y tabús en los libros para niños (2019). Es crítico, teórico, ensayista e investigador en literatura infantil, profesor invitado en el máster Gretel de Literatura Infantil (Barcelona) y autor y profesor del curso virtual de Escritura Creativa del CERLALC. Como docente, dicta clases en la Especialización de Literatura Infantil de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá y en el postgrado de Escrituras Creativas de la Universidad Central.

En el medio de su vibrante carrera profesional, vivió en carne propia el desarraigo. En 2014, en un momento muy crítico de la coyuntura de Venezuela, que estaba sumida en un pico de violencia, con las calles cerradas, en las que “había batallas campales entre la policía y los estudiantes, con incendios”, recibió una oferta de trabajo que le permitió armar un par de valijas y alejarse de esa dolorosa realidad. Sin embargo, admite que su partida tiene dos motivaciones: “Fue un poco de las dos cosas, un poco la casualidad de que en ese momento me hicieran una oferta pero también porque ya la situación en Venezuela en ese momento tenía pisos de una violencia desatada”.

Fanuel Hanán Díaz (Gentileza de Fanuel Hanán Díaz )
Fanuel Hanán Díaz (Gentileza de Fanuel Hanán Díaz )

—¿Cómo se gestó “Hemos llegado a Berlín”? ¿Hay una conexión natural por el hecho de su, en algún punto, condición de migrante?

—La historia tiene mucho que ver con mis propias emociones, con el sentimiento de desarraigo que todos los migrantes llevamos a cuestas. Muchas cosas creo que gestaron esta historia, por una parte en el relato toma forma una sensación personal que no me dejaba tranquilo, eso de estar fuera de tu país y no saber cuándo vas a volver y el hecho de que muchas veces uno siente que no tiene un país, que lo has perdido. Por otro lado, hay abundantes imágenes que se han impreso en mi retina, de mis viajes por carretera a ciudades del interior, entre Bogotá a Ibagué o entre Cali y Pasto, en los que uno ve a filas de migrantes venezolanos caminando en hilera al borde de la carretera, envueltos en sábanas, como fantasmas en la neblina, con una botella de agua y muchos niños en el medio. Y es inevitable hacerse preguntas del tipo “qué pensarán esos niños de este viaje que tienen que hacer”, “qué ideas pasarán por su mente”, “en qué cosas se fijarán cuando caminan...“ Todo esto hizo que naciera en mí la historia, en un proceso que considero doloroso, porque estaba mezclando mis propias emociones y la manera como yo salí de Venezuela, en otras condiciones, pero con la misma sensación de desolación. Es más que un vacío en el estómago. Yo quise acercarme a esos niños desde la ficción, ponerme en sus zapatos, lo que ha sido el ejercicio más difícil, aunque siempre hay algo de artificio en la escritura, creo que fue un reto que logré asumir en este texto.

—Más allá del cuento, que es ficción, ¿cómo cree que transitan los niños venezolanos en particular, y todos en general, la migración? ¿Es tanto más distinta a como la viven los adultos, en las mismas condiciones?

—Aunque la historia está contada desde la perspectiva de un niño de diez años que acompaña a su madre y a sus hermanas en esta travesía, hay elementos que resultaban extraños para mí, y era justamente cómo asumir el horizonte de lo que esta traumática experiencia representa para un niño. Hay algo de juego o de aventura, algo de asombro y mucho de tristeza; es que a veces no se entiende por qué hay que dejar todo atrás, los amigos, la casa, para emprender este éxodo. Hay una oleada de migrantes que a partir de 2018 abandonan Venezuela en otras condiciones, ya no tienen dinero ni siquiera para pagar un autobús, por eso tienen que caminar por días y semanas: atraviesan Colombia y siguen hacia el Sur, hacia Ecuador, Perú, Chile... Imagina por un momento que tengas que hacer todo este recorrido a pie, con poco dinero, con hambre. Este es uno de los dramas más crudos de migración que se hayan visto antes en América Latina, es imposible voltear la espalda. Y uno como venezolano quiere hacer algo, a veces unas monedas, un saludo no es suficiente. Entonces creo que la literatura puede ser un territorio esencial para generar empatía. Por eso, siento que es una forma de darles visibilidad a los más invisibles, que son lo niños, en esta historia, que apenas empieza a contarse.

—Usted está acostumbrado al estudio y la investigación del cruce entre la literatura y temas “espinosos”. ¿Considera que el tratamiento de la literatura desde ese lugar la coloca en una posición utilitaria, que tal vez atenta contra su valor estético, o el tema es solo circunstancial?

—Me parece interesante y oportuna tu pregunta. Yo siempre he trabajado el ensayo, he investigado sobre muchos temas en la literatura infantil, sobre la alfabetización visual, sobre la narrativa juvenil, el realismo mágico... y un largo abanico de temas, entre ellos la sombra en los libros para niños. En un libro recientemente publicado, de acceso gratuito, por la Universidad de Castilla-La Mancha, hice una revisión de este paraguas amplio de contenidos que tienen que ver con la censura y los temas tabú. Pienso que algunos de estos temas son tratados de manera pedagógica o digamos con el fin de ideologizar, en un sentido de decirles a los niños cómo deben comportarse ante ciertas situaciones, Esos libros son inevitables, en la medida que los adultos que los escriben quieren enseñar su punto de vista. Pero otros libros, los más auténticos que nacen de una necesidad de contar algo, porque molesta o porque mueven las emociones, abordan estos eventos de la realidad porque sencillamente están allí. La literatura infantil generalmente esta asociada con la fantasía y los cuentos de hadas, sin embargo, la representación de la realidad ofrece un torrente valioso de opciones para desarrollar en los libros para niños, ya sea usando recursos como el humor, la poesía o la descripción simbólica de la realidad. En ese caso, el realismo como corriente en la narrativa infantil se vale de muchos recursos estéticos que permiten amortiguar el poder erosivo que puedan tener estos temas. Mantener la dimensión estética es una condición indispensable para que se construya la literatura, por ejemplo, en esta historia el mismo hecho de que se utilice Berlín como una metáfora de ese no lugar por el que transitan en algún momento las personas que están en tránsito, es ya una forma de darle valor estético a esta historia.

Migrantes venezolanos cruzando la frontera entre su país y Colombia en San Cristobal, foto de Archivo. (REUTERS/Carlos Eduardo Ramirez)
Migrantes venezolanos cruzando la frontera entre su país y Colombia en San Cristobal, foto de Archivo. (REUTERS/Carlos Eduardo Ramirez)

—¿Considera que ante una realidad cada vez más frecuente podría llegar a gestarse una especie de subgénero o una nueva “literatura migrante”?

—Los textos sobre migración existen en la literatura infantil desde hace décadas, si tomamos en cuenta libros como Un puñado de semillas, de Monica Hughes, o Sapo y el forastero, de Max Velthuijs, ambos publicados originalmente en 1993, o Stefano, de María Teresa Andruetto, de 1997. En los años más recientes se ha incrementado la presencia de este fenómeno, es acuciante y vivo en muchas de nuestras sociedades. Hay libros maravillosos, como Papá está en la Atlántida, del mexicano Javier Malpica o La noche más noche, del cubano Sergio Andricaín, que asumen nuestros propios procesos de migración en América Latina. La gran marcha desde Centroamérica y México hasta llegar a la frontera con Estados Unidos o el tema de los llamados “balseros”, que desde Cuba y Haití tratan de enfrentar el mar inmenso y devorador para ver si llegan a las costas de Estados Unidos. Pero también hay libros como La lluvia sabe por qué, de la ecuatoriana María Fernanda Heredia, que abordan el tema de los hijos que se quedan en sus países de origen mientras los padres se van a trabajar a otros países, o libros como El mordisco de la medianoche, del colombiano Francisco Leal Quevedo que asumen el telón del desplazamiento forzado, que ocurre en muchos lugares de nuestros países. Creo que cuando hablamos de literatura infantil latinoamericana este tema es importante, como la novela para niños del colombiano John Fitzgerald Torres, que plantea esa mirada que se tiene ahora en Colombia del migrante venezolano, como un extraño, en su libro Lo que una vez hicieron los alienígenas o la descarnada novela juvenil Viaje a la nada, del mexicano Alfredo Ruiz Islas, que cuenta la experiencia de un niño garífuna (una minoría étnica de Honduras) que parte solo a buscar a su padre que ha migrado. No sé si podemos hablar de un subgénero, sino de una temática que se hace fuerte en la narrativa infantil y juvenil porque nos toca muy de cerca. Supongo que seguirá creciendo para presentarnos distintas aristas de estos viajes sin retorno.

Fanuel Hanán Díaz (Gentileza de Fanuel Hanán Díaz )
Fanuel Hanán Díaz (Gentileza de Fanuel Hanán Díaz )

—¿Hay novelas, poemas o ensayos literarios para adultos que trabajen el tema de la migración tan en profundidad como estos relatos que mencionaba?

—Me viene al memoria un libro muy potente de la venezolana Jacqueline Goldberg, publicado en Colombia y que se llama Pitchipöi. Es un poema hermoso y agudo al mismo tiempo sobre ese lugar del no retorno, que es conocido como Pictchipöi, y aunque está contado desde la perspectiva de una niña, siento que su dimensión puede conectar con los adultos que lo leen porque es muy universal. Otro poema que me parece que funciona en este ámbito es el de la chilena María José Ferrada, a propósito del libro Mexique, publicado en México y que narra el particular evento de los llamados niños de Morelia, que llegaron a México para escaparse de la guerra civil española y más nunca regresaron a su país porque enseguida se empató con la Segunda Guerra Mundial. Otro libro que recuerdo, que es un ensayo literario, se llama Travesías, fue publicado en México y la autora es Norma Muñoz Ledo, me pareció muy potente en su manera de ver el fenómeno de la migración como un evento que aglutina memorias, recuerdos muy precisos, como un olor, la extrañeza de tener la cabeza en el país de la infancia... Hay varios artículos en línea que he escrito sobre el tema de migración, que pueden ayudar a los adultos a cómo trabajar estos libros con niños.

—Hace unos años que vive en Colombia, ¿se produce un cambio de paradigma a la hora de escribir desde “otro lugar” que no sea el propio país? Teniendo en cuenta, sobre todo, que usted es especialista em LIJ, y cada infancia tiene sus rasgos culturales particulares.

—Sí, se escribe desde otro lugar. Aunque soy migrante, ya no soy niño. Ese es un lugar ajeno desde el cual escribo. Aunque soy venezolano, ya no estoy allí. Lo que sí sucede en este caso particular es que puedo escribir desde dentro porque esa sensación de naufragio me acompaña. El tema de Venezuela es muy complejo de entender y de explicar, hay muchos países en uno, los que estamos afuera no tenemos una embajada que nos represente en algunos países, no podemos sacar un pasaporte. Hay dos presidentes, dos asambleas... A veces, el país que tenemos está en una maleta, y uno lo experimenta cuando se muda con lo que te cabe en el equipaje. Yo siento que la nostalgia es muy fuerte, eso nos conecta cuando nos reunimos, todos recordamos algunas comidas, algunos sitios donde solíamos ir, formas de hablar que son muy locales, nuestra luz y nuestros colores del Caribe... porque si hay algo que tiene Venezuela es su Real Maravilloso, esos árboles gigantescos; las aves espléndidas que atraviesan la ciudad; los insectos y las flores tan variadas; el contraste entre el mar y la montaña; esa mezcla tan fuerte del mestizaje. Y ese país tan bullente y mezclado no lo he encontrado en otro sitio. Quizás sea una visión idealizada, pero es desde ese lugar, más emocional que yo escribo.

Migrantes venezolanos cruzan en botes desde La Victoria, en Venezuela, hasta Arauquita, en Arauca, Colombia. (Foto de archivo, EFE/ Jebrail Mosquera Contreras)
Migrantes venezolanos cruzan en botes desde La Victoria, en Venezuela, hasta Arauquita, en Arauca, Colombia. (Foto de archivo, EFE/ Jebrail Mosquera Contreras)

—En lo personal desconocía que en Colombia existía un lugar llamado Berlín, ¿por qué eligió ese poblado para ubicar la historia?

—Berlín es un páramo que está sobre los cuatro mil metros de altura. Imagina que una familia viene del Caribe, cruza la frontera y llega a Cúcuta, todo un calor sofocante, y debe continuar su camino hasta Bucaramanga y de allí al Sur. El primer gran obstáculo que tiene que travesar es este páramo, con temperaturas bajo cero. Si uno hace ese camino como turista puedes ver un paisaje prodigioso y te asombras de cómo cambian los pisos térmicos. Pero si tienes que subir a pie mal pertrechado, si ya vienes de un lugar donde has huido por el hambre, si no tienes abrigo y las suelas de tus zapatos están destrozadas por el largo camino, entonces atravesar este páramo es como atravesar el desierto o el mar... Así que Berlín es una metáfora, aunque ese sea su nombre real. Berlín también es la ciudad donde se derrumbó el muro. Y este protagonista tiene que sobrevivir y atravesar este lugar, es como una prueba de fuego. La historia queda a medio camino, el final es abierto, es un pasaje duro porque en medio de la nada este niño mira el cielo y le parece que las estrellas así tan incontables son como los caminantes, como él y su familia y muchos otros que ha encontrado por el camino. Es un momento de gran belleza pero también de gran incertidumbre. Quizás al lector le quede la sensación de que es una carga demasiado grande para el protagonista o sienta empatía en su desolación. Lo que más deseo, la verdad, es que esta historia pueda hacer que esta voz se escuche, desde la humildad y el silencio de aquellos que empiezan a entender las asperezas de la vida.

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