Thomas Mann como escritor bisexual: la nueva novela de Colm Tóibín es un retrato íntimo del premio Nobel alemán

Luego de su ficción biográfica “The Master, retrato del novelista adulto”, sobre Henry James, el autor irlandés regresó al género para meterse en la cabeza del creador de “La muerte en Venecia” y su extraña familia

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Thomas Mann en Nueva York, en 1943: el autor de "La muerte en Venecia" y "La montaña mágica" vivió en EEUU exiliado por el nazismo. (Fred Stein Archive/Getty Images)
Thomas Mann en Nueva York, en 1943: el autor de "La muerte en Venecia" y "La montaña mágica" vivió en EEUU exiliado por el nazismo. (Fred Stein Archive/Getty Images)

El tema le daba vueltas en la cabeza hacía años: en 1995 se enganchó con tres biografías gruesas sobre Thomas Mann, en 2001 había escrito un ensayo sobre él en El amor en tiempos oscuros y otras historias sobre vidas y literatura gay; en 2008 publicó una reseña sobre dos de sus hijos, Erika y Klaus. Sin embargo, no fue hasta 2017, cuando en ocasión de una resaca durante unas vacaciones en La Habana, vio “con claridad absoluta” —dijo a The New Yorker— que el motivo por el cual no acometía su novela sobre el gran escritor alemán era cosa de principiante.

—¿Por qué soy tan desastroso? —se preguntó Colm Tóibín—. La estoy posponiendo porque le tengo miedo.

Y comenzó, allí y entonces, a escribir.

Ahora que esa novela, The Magician (El mago), acaba de salir, Tóibín habló con D.T. Max (autor de Every Love Story Is A Ghost Story, biografía de David Foster Wallace) de lo ambicioso que resulta aplicarle a un autor clásico su propio método: en el caso de Mann, quien era capaz “de ingresar en la conciencia de un individuo y perseguirlo implacable e intensamente”, contar la historia de ese hombre complejo exactamente así y sin juzgar que, aun exiliado, no se mostrara políticamente recio contra Adolf Hitler, o no asistiera al funeral de su hijo suicidado por ocuparse de promocionar su obra.

Estaba, también, la otra cuestión: esta su décimo segunda novela, lo devolvía a un género que ya había transitado, la ficción biográfica, cuando en 2004 publicó la premiada The Master, retrato del novelista adulto, sobre Henry James. Otra vez era un escritor, y otra vez un escritor de homosexualidad reprimida, y otra vez uno en un mundo cambiante, y otra vez uno desarraigado.

La nueva novela del narrador, ensayista, poeta y dramaturgo irlandés Colm Tóibín es un retrato íntimo de Mann. (Roberto Ricciuti/Getty Images)
La nueva novela del narrador, ensayista, poeta y dramaturgo irlandés Colm Tóibín es un retrato íntimo de Mann. (Roberto Ricciuti/Getty Images)

El libro sobre James transcurre en cuatro años a finales del siglo XIX y avanza hacia el pasado recreando en detalle —“una novela es 1.000 detalles; una novela larga, 2.000 detalles”, suele decir Tóibín— los años del escritor en los Estados Unidos, Francia, Italia e Inglaterra. Cada paso se imbrica con sus obras —Otra vuelta de tuerca, Las bostonianas, Retrato de una dama, entre ellas— hasta que The Master termina por funcionar como un viaje a la vida interior de un artista.

En The Magician, en cambio, Tóibín sigue los 80 años de la vida de Mann desde su nacimiento en una familia poderosa —y pronto venida a menos— de Lübeck hasta su muerte en Suiza en 1955, en un segundo exilio: si la primera vez había dejado Alemania para salvar a su familia del nazismo —él se había mantenido tibio ante el ascenso de Hitler, pero sus hijos no—, la última debió dejar los Estados Unidos por la persecución durante el macartismo.

Además, las décadas que separan al premio Nobel alemán de James permitieron que tuviera una actitud distinta sobre su sexualidad: escribió una nouvelle sobre la atracción homoerótica, La muerte en Venecia, y sus diarios —que, indicó, podían ser publicados 20 años después de su muerte— registraron en detalle la atracción que le causaban los hombres. También las emociones incestuosas que le causó en una ocasión la vista de su hijo Klaus, en la adolescencia, desnudo.

La sexualidad de Mann llegó a los libros en la década de 1990, cuando nuevas biografías reexaminaron su vida y su obra a la luz de esos diarios. Por entonces Tóibín (Irlanda, 1955), que había publicado su primera novela, El sur, en 1990 y acababa de revelar su propia homosexualidad en la segunda Crónica de la noche, de 1996, ambientada en la Argentina de la dictadura de 1976, se había convertido en “una especie de mascota queer”, dijo a The New Yorker, para los editores. Así fue como le encargaron la reseña de esas biografías.

Tóibín sigue los 80 años de la vida de Thomas Mann, un tiempo de cambios en el mundo: vio las dos guerras mundiales.
Tóibín sigue los 80 años de la vida de Thomas Mann, un tiempo de cambios en el mundo: vio las dos guerras mundiales.

Vio entonces la obra de Mann de otra manera: cada libro, le parecía, mostraba algo y ocultaba algo al mismo tiempo; contaba directamente y guardaba otra línea narrativa en clave. Luego del libro sobre James estuvo a punto de volver a Mann, pero ese temor que no se terminaba de dejar ver no se lo permitió, y escribió otras obras —entre ellas Madres e hijos, Brooklyn y El testamento de María— hasta que curiosamente una noche de ron en Cuba lo devolvió a Mann.

La vida interior del escritor

Los 80 años de Mann son largos, trascendentales para su país y para el mundo: comprenden las dos guerras mundiales.

Mann nació en 1875 y publicó su primer libro, una novela que apenas disimula lo autobiográfico, Los Buddenbrooks, en 1901, muy joven, y tuvo un éxito descomunal. No había hablado de ella mientras la escribía: el destino de escritor esperaba a su hermano mayor, Heinrich Mann (el autor de El ángel azul), quien ya había publicado cuatro títulos para entonces. Su madre lo había desalentado expresamente (”Sé, por los informes de la escuela, que no tienes talento”) y creía que “un único comentario mordaz bastaría para hacerlo dudar de su valor”.

Mann se pasaría la vida en una relación tensa y competitiva con su hermano, que el comité Nobel inclinaría a su favor en 1929, pero entonces lo miraba con una admiración trémula: “Heinrich claramente notó que su hermano menor lo estudiaba”, escribió Tóibín. “Por un segundo o dos, puede haber notado también que la mirada incluía un elemento incómodo de deseo”. Y agregó, metido ya sin temor en la cabeza del personaje para perseguirlo:

Los hermanos escritores: Heinrich Mann (de pie) y Thomas Mann, en  1905. (Imagno/Getty Images)
Los hermanos escritores: Heinrich Mann (de pie) y Thomas Mann, en 1905. (Imagno/Getty Images)

Algunos en Lübeck opinaron que los hermanos no eran meros ejemplos de la decadencia en su propia casa, sino presentimientos de una debilidad nueva en el mundo mismo, especialmente en una Alemania del norte que antes estaba orgullosa de su hombría.

Thomas comprendió que, aunque el libro se basaba en los Mann de Lübeck, había una fuente que estaba fuera de él, más allá de su control. Era como algo mágico, algo que no se repetiría tan fácilmente.

A diferencia de lo que cuenta Los Buddenbrooks, que sigue varias generaciones de una familia burguesa del norte de Alemania frente a la modernidad naciente, en un paso de la prosperidad a la quiebra, la decadencia y la locura, The Magician se enfoca en lo que eso hace al interior de un niño. Ese niño, Thomas, se planta en la playa, frente a un mar encrespado, con ambivalencia:

Se acercaba a las olas, entrando lentamente, primero con miedo al frío, saltando cuando llegaba cada ola suave, y luego permitía que el agua lo abrazara.

Y cuando crece tiene también un enfoque doble: por un lado es el hombre de cuya cabeza sale su literatura y por otro lado es la figura pública, “más un embajador de sí mismo que una persona“.

Thomas Mann, autor de "Los Buddenbrook", "La montaña mágica", "Doctor Faustus" y "Confesiones del estafador Félix Krull", entre otras obras
Thomas Mann, autor de "Los Buddenbrook", "La montaña mágica", "Doctor Faustus" y "Confesiones del estafador Félix Krull", entre otras obras

Tóibín volvió a elegir los detalles para contar los vínculos entre la vida y la obra de su personaje, como cuando en una ocasión Mann debió realizar una radiografía para descartar una tuberculosis: “Vio en un instante cómo esto podría funcionar en un libro, la primera vez que un novelista describiera unos rayos X, con toda esa iluminación espeluznante y esos ruidos inquietantes”. Además de sumar fragmentos de la estadía de su esposa, Katia, en el Wald Sanatorium de Davos, La montaña mágica, publicada en 1924, reflejó sus ideas de aquel momento de cambios:

Thomas vio la derrota alemana [en la Primera Guerra Mundial] como el final de algo. Dado que él mismo había tenido opiniones sobre lo especial del alma germana, sentía que ahora su deber era eliminar esas expresiones de su léxico y de su mente. Cuanto más tiempo pasaba en [La montaña mágica], más certeza sentía de que debía ser irónico y especulativo sobre su estirpe.

La familia de Katia, los Pringsheim, aparece transfigurada en La sangre de los Walsung; como la historia de esos ricos de Munich cuenta la relación incestuosa entre un hermano y una hermana mellizos, y Katia y Klaus eran extremadamente unidos, Alfred Pringsheim intentó que el libro no se publicara. Pero no sólo salió, sino que fue el detalle final con que Mann enamoró a su hija.

Y, por supuesto, La muerte en Venecia.

En su décimo segunda novela, sobre Mann, Tóibín regresa a la ficción biográfica: en 2004 publicó la premiada "The Master, retrato del novelista adulto", sobre Henry James.
En su décimo segunda novela, sobre Mann, Tóibín regresa a la ficción biográfica: en 2004 publicó la premiada "The Master, retrato del novelista adulto", sobre Henry James.

Mann visitó la ciudad varias veces. “Nunca había llegado a Venecia por mar”, escribió Tóibín sobre una de ellas. “En el instante en el que vio la silueta de la ciudad, supo que escribiría sobre ella”.

En otra ocasión, en 1911, se cruzó con un niño polaco que inspiraría al personaje de Tadzio. “El muchacho atravesó el comedor con autosuficiencia alma. Era rubio, con rulos que le llegaban casi hasta el hombre. Llevaba un traje inglés de marinero”. Mann quedó tan impresionado que pensó en disimular ese impacto y hacer que el niño fuera una muchacha, pero pronto se arrepintió: eso lo volvería más aceptable, menos dramático.

No, pensó, tendría que ser un niño. Y la historia tendría que sugerir que el deseo era sexual, pero también, desde luego, distante e imposible.

La esposa y los hombres

Un colega de Mann le advirtió —según The Magician— en un café: “Todos en esta mesa sabemos que el matrimonio no es para ti. Cualquiera que sigue tu mirada puede ver dónde se posa”. Pero aunque para nadie era un secreto que le gustaban otros hombre, Mann se casó con la hija de una familia de ricos bohemios: eran lo más parecido al estilo de su madre, una brasileña transplantada al burgués Lübeck y luego, tras la muerte del padre y la ruina, a Munich. Le llamó sobre todo la atención el vínculo de Katia y y su hermano mellizo, tan poco convencional, tan provocativo.

Katia, los Pringsheim, la esposa de Thomas Mann, es una figura central en "Tha Magician", igual que lo fue en la vida del escritor. (Imagno/Getty Images)
Katia, los Pringsheim, la esposa de Thomas Mann, es una figura central en "Tha Magician", igual que lo fue en la vida del escritor. (Imagno/Getty Images)

En la juventud Katia tenía un aire andrógino que atrajo al Mann de Tóibin: “Imaginaba a Katia desnuda, su piel blanca, sus labios llenos, sus pechos pequeños, sus piernas fuertes. Cuando hablaba, la voz baja, él veía que perfectamente podría ser un niño”. Se entendían tal como eran:

En sus acuerdos tácitos había escrita una cláusula que indicaba que así como Thomas no haría nada para poner en peligro la felicidad doméstica, Katia reconocería la naturaleza de sus deseos sin quejarse, advertiría con tolerancia y buen humor las figuras en las que sus ojos tendieran a posarse y dejaría en clara su voluntad, cuando fuera adecuado, de valorarlo en sus diferentes aspectos.

“Es posible que Katia sea el personaje más memorable de The Magician”, observó The New York Times. En efecto, ella estuvo 50 años a su lado y parece haber sido central en el desarrollo de su obra; su capacidad de apreciar la sexualidad de su marido —también tres de sus hijos fueron queer— la alejan del lugar común de la esposa sufrida. Más bien surge como una persona que sabe querer y que intenta dar a los demás lo que ellos necesitan, no lo que ella supone que deberían desear.

Una escena lo resume. Al final de su vida, agotado tras una cirugía por un cáncer de pulmón y forzado a dejar los Estados Unidos porque el Comité de Actividades Antiestadounidenses de la Cámara de Representantes lo llamó “uno de los principales apologistas de Stalin y compañía”, Mann comenzó un nuevo exilio en Suiza. Le costaba escribir, pero mantenía sus costumbres rígidas. Katia arregló que un empleado del hotel donde estaban, que a él le había resultado atractivo, le sirviera un largo almuerzo, para él solo, con la esperanza de que eso le renovara el ánimo.

Katia Mann con los seis hijos que tuvo con el escritor: los mayores, Erika y Klaus, a la derecha. (Imagno/Getty Images)
Katia Mann con los seis hijos que tuvo con el escritor: los mayores, Erika y Klaus, a la derecha. (Imagno/Getty Images)

Una de las hijas le preguntó, en un momento, por qué se había casado con alguien tan complejo. “Mi padre era un mujeriego”, le respondió. “No podía controlarse. Quería a todas las mujeres que veía. No he tenido ese problema con tu padre”.

“¡Si Goebbels encuentra los diarios...!”

En 1933 Mann debió dejar su casa en Múnich (que ocupó el programa Lebensborn, de Heinrich Himmler: supuestos hogares de maternidad y adopciones dudosas de niños considerados arios) y su propiedad de verano en el Báltico (que requisó Hermann Goering).

Ni siquiera su consagración mundial podía cambiar el hecho de que su mujer era judía. Sus hijos mayores, además, representaban todo lo que el nazismo veía mal en la república de Weimar: Erika tenía un cabaret, El Molinillo de Pimienta, ubicado al lado de la central partidaria de Hitler, y era actriz; Klaus era un escritor contestatario muy estridente y consumía heroína. El chofer de la familia, informante nazi, había advertido que los dos salían con personas de su mismo sexo.

La noche del incendio del Reichstag, Mann y su esposa estaban en Suiza de vacaciones; Erika y Klaus los contactaron para decirles que no regresaran. Ella manejó hasta la frontera para darles detalles; decidieron quedarse aunque lo perdieran todo: casas, automóviles, arte, mobiliario, libros. En el estudio de Mann en Múnich estaba parte de la tetralogía bíblica José y sus hermanos, y Erika regresó, se escabulló en la noche y halló el manuscrito, que llevó escondido bajo el asiento.

Thomas Mann en la Academia de Bellas Artes para un aniversario de Goethe en 1932, tres años después de que le dieran el Nobel de literatura. (Imagno/Getty Images)
Thomas Mann en la Academia de Bellas Artes para un aniversario de Goethe en 1932, tres años después de que le dieran el Nobel de literatura. (Imagno/Getty Images)

Pero no llevó los diarios de su padre, que estaban en una caja fuerte. “¡Si Goebbels encuentra los diarios...!”, dejó Mann la frase en suspenso.

A esas páginas había confiado sus emociones y sus ideas sobre los hombres que le interesaban. Esos diarios, si se publicaban, revelarían “quién era él y con qué soñaba” y su nombre dejaría de ser “el del gran escritor alemán para ser un sinónimo de escándalo”. Lo perturbaban en particular sus anotaciones sobre Klaus, apodado Eissi:

De joven, su hijo mayor le había parecido especialmente hermoso. Una vez, al entrar en el dormitorio que Klaus compartía con Golo, había encontrado a Klaus desnudo. La imagen se le quedó grabada, lo suficiente como para anotar en su diario lo extrañamente atractivo que le parecía su hijo.

Decía allí, según se publicó en 1975: “Estoy embelesado con Eissi”, escribió en el cuaderno de 1920. Lo había encontrado “terriblemente guapo en traje de baño”. En otra entrada se describió “profundamente impresionado por su radiante cuerpo de adolescente”.

Ese hijo le había puesto der Zauberer, el mago: en la infancia sufría pesadillas y sólo Mann lograba calmarlo, diciéndole que era un mago famoso al que los fantasmas le tenían miedo, que nada le pasaría mientras él velara su sueño.

Otras obras de Colm Tóibín
Otras obras de Colm Tóibín

Ese hijo, también, se suicidaría en mayo de 1949, a los 42 años. Mann, en gira de conferencias, no asistió al funeral. Su hijo menor, Michael, le deseó que ojalá todos esos aplausos le hicieran bien, porque no los encontraría en su familia: “Probablemente apenas te moleste, pero ninguno de tus hijos compartimos esos sentimientos de adulación”. Se había decidido a escribirle mientras se alejaba de la tumba de su hermano. “Sin dudas el mundo te agradece la atención total que le has dado a tus libros pero nosotros, tus hijos, no sentimos gratitud por ti, ni por nuestra madre, que permaneció a tu lado”.

Golo rescató los diarios y, cuando Thomas y Katia se exiliaron en los Estados Unidos, los llevaron con ellos.

De la Casa Blanca al exilio otra vez

“Los líderes nazis escucha la misma música que nosotros, miran las mismas pinturas, leen la misma poesía”, lamentó Katia en The Magician, al otro lado del Atlántico. Su esposo, mientras tanto, pensaba algo peor sobre eso mismo: “No sólo el deseo por el territorio o la riqueza hicieron surgir esta remedo de cultura que era Alemania ahora. Fue la propia cultura, la propia cultura que lo había formado a él y a gente como él, la que albergó las semillas de su propia destrucción”.

Mann, que se había mantenido callado ante el nazismo porque quería que sus libros siguieran saliendo en su país —su obra no había sido quemada públicamente, a diferencia de la de su hermano Heinrich—, se encontró en 1940 con que el público estadounidense lo veía como “el escritor alemán vivo más importante, exiliado por su oposición a Hitler”. Como tal lo había recibido Franklin Roosevelt en la Casa Blanca, la prensa lo celebraba como el principal exponente de la Exilliteratur.

Erika Mann (izq.) con sus padres, Katia y Thomas Mann, a comienzos de los cincuenta. (Imagno/Getty Images)
Erika Mann (izq.) con sus padres, Katia y Thomas Mann, a comienzos de los cincuenta. (Imagno/Getty Images)

Aceptó ese papel de mala gana, hubiera preferido su perfil elusivo de costumbre. Pero Agnes y Eugene Meyer, que habían financiado su instalación en los Estados Unidos, le hicieron pagar su libertad. En una de las reuniones en casa de los Meyer, el millonario y propietario de periódicos le agradeció sus magníficas columnas, pero —le observó— acaso debería moderar su llamada a que los Estados Unidos intervengan en la guerra. Mann se molestó; Meyer, con amabilidad impertérrita, le dijo que lo considerase una invitación a ser parte de la estrategia. A largo plazo podría significar mucho: acaso hasta podría llegar a canciller en una Alemania libre.

Desacostumbrado a que le dieran órdenes, dejó la Universidad de Princeton, donde había sido profesor en varias ocasiones desde 1938, y se trasladó a la costa oeste. Participó en el programa de propaganda antifascista ¡Oyentes alemanes!, de la BBC, y denunció los campos de concentración nazis.

En Los Ángeles se integró a un grupo de escritores exiliados, entre ellos su hermano, que trabajaba como guionista de Warner Bros. De algún modo, reflexionó Tóibín, mantenía a su país dentro de sí: “Thomas sonrió al pensar que los dulces cielos californianos, las mañanas hermosas y suaves en las que podía desayunar en el jardín, la abundancia, la belleza inmaculada, no habían conspirado para cambiar su cabeza”.

En 1949 viajó a Alemania para participar en las celebraciones los 200 años del nacimiento de Goethe: estuvo, indiferente a la nueva partición política de la Guerra Fría, tanto en Frankfurt como en Weimar. Al regresar a los Estados Unidos, encontró una nueva realidad. Perdió un puesto en la Biblioteca del Congreso y fue llamado a declarar sobre sus actividades; cuando dijo que no era comunista lo intentaron enredar: ¿por qué no había dicho que era anti comunista? “Así es como comenzó todo en Alemania”, dijo.

Erika, que intentó naturalizarse estadounidense como sus padres, terminó interrogada por el FBI. La familia entera decidió regresar a Europa.

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