
La elección de Cloud Dancer —un blanco etéreo— como color del año 2026 por parte de Pantone reabre un debate inquietante: ¿la sociedad está perdiendo, poco a poco, el gusto y la diversidad cromática en su entorno cotidiano?
El anuncio, realizado en diciembre de 2025, coincide con investigaciones que detectan un desplazamiento progresivo hacia tonos neutros y grises en diversidad de objetos, espacios y branding, alimentando la percepción de que el mundo se viste, cada vez más, de uniformidad visual. En tanto, Pantone, autoridad internacional en materia cromática, definió esta elección apelando a la necesidad de serenidad y claridad en un periodo de transformaciones.
Leatrice Eiseman, directora ejecutiva del Pantone Color Institute, afirmó: “Cloud Dancer promete claridad y simboliza una declaración consciente de simplificación; favorece la concentración y ayuda a liberarse de distracciones”. En la misma línea, Laurie Pressman, vicepresidenta del instituto, instó a “utilizar la imaginación para adaptar el blanco a la identidad de cada persona”.

Sin embargo, la neutralidad del blanco genera cuestionamientos. En momentos donde el significado político y social de la blancura permea los debates en Estados Unidos y Europa, la decisión fue interpretada por algunos sectores como una manera de eludir discusiones complejas. Medios como ARTnews señalan que Pantone optó intencionalmente por una postura menos política, aunque existen quienes advierten sobre riesgos de homogeneización y daltonismo social.
La preponderancia de los tonos grises y neutros se sustenta en evidencia concreta. Un estudio del Science Museum Group, revisado por Cath Sleeman, analizó más de 7.000 objetos de uso cotidiano desde el siglo XIX. Mientras en el pasado los objetos monocromáticos representaban solo el 15%, hoy cerca del 60% de los artículos fabricados —ya sean materiales, muebles o dispositivos— son negros, blancos o grises.
El gris carbón oscuro es, de hecho, el color más recurrente, presente en más del 80% de las fotografías del muestreo, aunque en proporciones discretas en cada imagen. Sectores clave ilustran este fenómeno: en la industria automotriz, casi tres de cada cuatro vehículos nuevos exhiben carrocerías en escala de grises.
En decoración, colores como alabastro, lino o niebla lideran las ventas de pinturas. Sleeman señala que esta expansión del gris está acompañada por un descenso en la presencia de marrones y amarillos, efecto derivado del abandono de la madera —material cálido y colorido— en beneficio de plásticos y metales.

Para la analista de tendencias Aleksandra Pękala, “el mundo parece desaparecer en una versión gris de sí mismo”. Advierte que esta homogeneización afecta tanto a los productos como a la identidad de las marcas.
El auge de los neutros responde a la convergencia de factores materiales, estilísticos y sociales: la transición de materiales, sumada al minimalismo y el modernismo, fomentó una preferencia por formas puras y tonos apagados, en búsqueda de armonía y orden en los ambientes.
La practicidad y el bajo costo de los materiales industriales, combinados con el influjo de las modas, consolidaron los tonos neutros. Pękala apunta que podría existir un deseo inconsciente de simplicidad en un entorno sobrecargado de estímulos e información, favoreciendo espacios visualmente tranquilos.
Desde la neuroestética, está demostrado que el color influye en el ánimo y la cognición. El rojo eleva la frecuencia cardíaca; el azul, asociado a la tranquilidad; el verde potencia la concentración; el amarillo se vincula a la felicidad. Paradójicamente, el blanco —abundante en escuelas y oficinas— puede incrementar el estrés y disminuir la concentración.

Las preferencias del color varían según la edad y la cultura. Pękala recoge estudios que revelan que los niños de tres a seis años muestran predilección por colores brillantes y perciben emociones positivas en ellos. En contraste, la adultez en la cultura occidental se asocia a tonos opacos —símbolo de sofisticación y profesionalismo— aunque esta regla no aplica en otras sociedades, como la india, donde los colores intensos mantienen su valor a lo largo de la vida.
La designación de Cloud Dancer motivó reacciones diversas. Mientras publicaciones como Vogue lo defienden como un color que “no perturba ni agita”, voces críticas alertan sobre los riesgos de presentar la blancura como paradigma universal.
Vanessa Friedman, de The New York Times, señaló que la selección evocaba “asociaciones menos saludables”, percepción que Laurie Pressman, de Pantone, rechaza asegurando la independencia respecto a los tonos de piel.
El debate cobra fuerza en el plano político, donde la preferencia por tonos neutros puede interpretarse como una postura ante los dilemas de diversidad e inclusión. La exposición “On Whiteness”, mencionada por Alex Greenberger en ARTnews, invita a profundizar en el significado y las implicancias del predominio de la blancura en la cultura visual actual.

En este panorama, emergen movimientos de resistencia. La generación Z impulsa tendencias como el dopamine dressing, caracterizado por prendas y accesorios de colores intensos —especialmente notorio durante la pandemia de COVID-19.
Las búsquedas de moda colorida en Pinterest aumentaron dieciséis veces en esa etapa, reflejando un deseo de expresión individual y energía.
En branding, algunas marcas recuperan su identidad cromática para distinguirse en un mar de logotipos grisáceos. Pękala señala que la comprensión del impacto psicológico del color permite a las marcas diferenciarse, sobre todo al dirigirse a audiencias jóvenes y diversas.
La tendencia hacia la neutralidad plantea una encrucijada: ¿será el mundo un espacio cada vez más gris, o los consumidores y creadores recuperarán el valor del color como señas de identidad y diversidad? Incorporar el color conscientemente en objetos, vestimenta, espacios y marcas permite desafiar la homogeneización visual, fomentando entornos donde la expresión y la diversidad prosperen.
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