Escritores tumberos: la moda de los ladrones y asesinos que escriben libros

El Gordo Valor escribe sus memorias desde la cárcel. Los casos de la Garza Sosa y de los ladrones del banco Río. El misterioso destino del libro trunco del siniestro Puccio y las memorias fallidas de Robledo Puch

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El Gordo Valor, ex líder de la superbanda que robaba bancos y blindados (El Guardián/Nacho Sánchez)
El Gordo Valor, ex líder de la superbanda que robaba bancos y blindados (El Guardián/Nacho Sánchez)

El Gordo Valor robó más de cincuenta blindados armado con fusil, pero cuando se propuso escribir uno de esos golpes violentos comprobó que había olvidado los detalles. "Qué se yo, fue tan rápido. Ahí no pensás. Nos bajamos, apretamos, pum, pum pum y nos rajamos con la guita", dice como si hablara de un trámite o de algo que desconoce. Desde hace un año, el ex líder de la superbanda que robaba bancos y blindados se propuso escribir en la cárcel de Campana sus memorias en cuadernos Rivadavia tapa blanda naranja. Su libro será publicado por Planeta en 2018.

"Escribo porque estoy viejo, me quedé sin balas y si escribo, no robo más. Estuve prófugo 244 días, me escondí en los peores lugares, pasé hambre y frío. Extrañé a mi mujer. Pero me enteraba que la policía me buscaba vivo o muerto, que había helicópteros rodeando la casa de mi mujer, de mis hijos. Salía en los diarios: 'El líder de la superbanda', 'El enemigo público número 1´. 'El hombre que maneja un ejército de ladrones que asaltan blindados y se llevan la plata de a millones'. Ese fui yo. El delito me permitió ser alguien". El papel donde escribió ese fragmento huele a encierro: una mezcla de humedad y olor a papa hervida. O a rata muerta mojada. Así huele la prisión según Valor. La mano de Valor tiene pulso feroz, hunde la lapicera hasta agujerear la hoja. Quizá eso les pasa a los hombres que están más acostumbrados a empuñar un arma que una lapicera. Como si la culata de una pistola moldeara la palma de una mano.

Los libros escritos por delincuentes pasan por varios filtros: un periodista o escritor los edita y un abogado mira con lupa para que el material no incurra en apología del delito o sea un daño moral para las víctimas de los robos.
El ex boquetero y "hombre araña" que dice haberle robado joyas a Mirtha Legrand, Luis Mario Vitette Sellanes, escribe en Uruguay una historia que se le cruzó en la cabeza mientras cavaba el túnel para robar el banco Río de Acassuso, golpe ocurrido el 13 de enero de 2016. El llamado "Hombre del traje gris" no se propone escribir ese asalto. Planea una serie de relatos delincuenciales que mezclan audacia y una historia de amor atravesada por la tragedia. "No puedo anticipar más, aunque la historia ya fue registrada y hay productores interesados, verán a un Vitette distinto al que aparece en los medios", avisa.

El pistolero pionero en leer y escribir fue Jorge Eduardo Villarino, alias "El Rey del Boleto", llamado así porque cargaba sobre sus espaldas unas cinco huidas. Pero el otro apodo del hampón de los años sesenta y setenta fue El intelectual del hampa. Así lo llamaba la Policía porque en una entrevista con la revista Gente se jactó de leer a Gabriel García Márquez. Llegó a escribir sus memorias, pero –al igual que sus botines- nunca fueron halladas.
Valor no es el único ex miembro de la superbanda que prepara sus memorias. Hugo La Garza Sosa tiene un borrador escrito a mano. Cuenta su dura infancia en Tucumán, su primer robo (un monedero a una jubilada, de lo que sigue arrepentido) y de su llegada en tren a Buenos Aires.

Así escribe La Garza Sosa: "Nací en septiembre en San Miguel de Tucumán y fui bautizado como Oscar Hugo Sosa Aguirre. Al nombre Hugo me lo puso mi vieja nada menos que por el gran cantor peronista Hugo del Carril. Vaya a saber qué expectativas tendría mi querida viejita que cuando contaba sobre mi llegada a este mundo hacía hincapié en que aquella hermosa mañana de sábado había amanecido con muy buen tiempo y mi nacimiento la había llenado de alegría. Dicen que todo hijo viene con un pan debajo del brazo y mi vieja, con sus nobles sueños, me apodó, luego, "cañitas huecas", por mis piernas largas y flacas, expresión de raigambre tucumana. Ella, seguramente llena de ternura, me veía como un angelito y no se imaginaba que con los años terminarían apodándome "la Garza Sosa", dentro del mismísimo infierno de la cárcel que debí soportar".

Por los textos de La Garza hay dos productores de cine interesados y el ex delincuente está en tratativas con una editorial. "Cuesta escribir en la tumba. Hay mucho ruido. Gritos, peleas, el ruido de la reja. La cumbia a todo volumen. Y a la noche son los peores ruidos. El chillido de las ratas. El paso de las cucarachas. Al libro lo terminé en la calle", cuenta La Garza.

El líder del robo del siglo, Fernando Araujo, es casi un desconocido para el mundo del hampa. Se destacó en la banda como el líder y el ideólogo del que es considerado el robo más importante de la historia del delito. Robaron unos 20 millones de dólares después de burlar a 300 policías. Araujo se probó como poeta improvisado al dejar una nota en la bóveda: "En barrio de ricachones, sin armas ni rencores, es sólo plata y no amores". Estuvo preso seis años y al salir volvió a su pasión: la pintura. Tiene un atelier en Palermo, da clases de jiu jitsu y además escribe un guión sobre el famoso robo. No es un improvisado: leyó libros de cine, asistió a rodajes y consultó a directores reconocidos, entre ellos Luis Ortega.

Rubén Alberto de la Torre, integrante de otra de las superbandas.
Rubén Alberto de la Torre, integrante de otra de las superbandas.

Rubén Alberto de la Torre, otro de los integrantes de la banda de Araujo, escribió cinco historias atravesadas por el delito. "Cuento cosas que me pasaron a mí, sin delatar a nadie. Desde el día que robé obras de arte hasta el instante en que al salir de un banco armado con una metralleta me crucé con un policía", cuenta De la Torre a Infobae. Uno de sus textos fue elogiado por Andrés Calamaro, a quien conoció en una cena. Otro que cautivó al ex Abuelo de la Nada es Jorge Larrosa. Aunque no es delincuente, conoce el hampa como pocos y escribió Postales tumberas, un libro de cabecera de muchos detenidos.

La tendencia de ladrones o asesinos escritores surgió en los setenta en los Estados Unidos. El caso más famoso es el de Jack Henry Abbott, un delincuente norteamericano que tuvo a un padrino literario de lujo: el escritor Norman Mailer. Abbott escribió "En el vientre de la bestia", un éxito en la crítica y en ventas. Logró la libertad, el plan era dedicarse a la escritura, pero al poco tiempo mató a un mozo de un navajazo y volvió a prisión.

Carlos Eduardo Robledo Puch. (Gentileza Mondadori/Diego Sansdtede)
Carlos Eduardo Robledo Puch. (Gentileza Mondadori/Diego Sansdtede)

Caryl Chessman, ladrón y violador que se hizo famoso como preso en el Corredor de la muerte en California y escribió tres libros, fue el modelo en el que se basó Carlos Eduardo Robledo Puch, el ángel negro que en 1972 mató a once persona por la espalda o mientras dormían, para empezar a escribir su libro. "Chessman, al igual que yo, es un hombre condenado por la sociedad. Yo contaré mi verdad, de mi propia pluma. Y haré un llamamiento a los jóvenes peronistas", escribió Robledo a máquina de escribir desde la cárcel de Sierra Chica. Lleva casi 46 años preso. Su libro quedó trunco, tanto como su libertad.

Arquímedes Puccio. (Gentileza Planeta/Nacho Sánchez)
Arquímedes Puccio. (Gentileza Planeta/Nacho Sánchez)

Antes de morir, Arquímedes Puccio, el siniestro líder de la banda que secuestraba y mataba empresarios en su casa de San Isidro, de 1982 a 1985, anunció que estaba escribiendo ensayos jurídicos y carcelarios. Uno de ellos, del que Infobae llegó a leer algunas páginas, era un pormenorizado análisis de los guardiacárceles. "En Alemania, un país que deberíamos imitar, les pagan un plus si no se contaminan del lenguaje del reo, pero acá, en la cada vez más carcomida Argentina, son unos absolutos infradotados. Una vez un centinela me faltó el respeto y le dije que iba a hablar con un superior para que lo vistieran de uniforme rosa, pero lo que más le molestó fue que le dije que hablaba peor que un preso y que debía lavarse la boca con jabón".

El destino de los escritos de Puccio, así como sus libros de Perón, son un misterio. Cuando murió en La Pampa, en 2013, nadie quería hacerse cargo de su cuerpo. Al final lo enterraron en el cementerio municipal. De sus objetos no se supo nada.