La Sole, como la llamaban cariñosamente a María Soledad Morales sus amados padres, sus hermanos, familiares, amigos y compañeros del colegio secundario, dentro de tres días, para ser precisos el 12 de setiembre, debería cumplir 52 años. Pero un grupo de asesinos, parientes del poder, decidió ejecutarla a los 17 años, un 8 de setiembre de 1990 en la ciudad de Catamarca. Miserables, la drogaron, la violaron, la quemaron con cigarrillos, le extirparon un ojo, las orejas, gran parte de sus dientes, el cabello y después de quebrarle en tres partes el maxilar inferior, siguieron golpeando brutalmente su cráneo hasta matarla sin piedad y dejarla tirada en un basural. Sadismo extremo. Estremece solo imaginar la escena, hiela la sangre...
Ella soñaba en su Catamarca Natal con ser maestra jardinera y mamá. Pero le arrancaron de cuajo ese anhelo a pura violencia. Sus padres, Ada Rizzardo y Elías Morales, indefensos reclamaron justicia, pero el poder de una provincia corrompida les dio la espalda. Hasta que un pueblo valiente con la monja Martha Pelloni, directora del Colegio del Carmen y San José, donde estudiaba María Soledad, con sus compañeras del colegio a la cabeza potenciaron ese grito. El caso se convirtió en un drama nacional que sacudió al país entero y surgieron las llamadas Marchas del silencio apuntadas esencialmente contra autoridades políticas y policiales que intentaban desviar y ensombrecer las investigaciones.
El por entonces gobernador Ramón Saadi se apersonó en la casa de la víctima y le prometió a los padres lo de siempre, que se investigaría hasta las últimas consecuencias, aunque luego jamás ocurriera. El propio jefe de policía de la provincia, Miguel Ángel Ferreyra, llegó a hablar de una secta diabólica respecto a los presuntos autores, aunque la verdad pasaba por otro lado como más tarde se terminó comprobando. Mientras tanto, por entonces a su hijo mayor de igual nombre que su padre, se lo señalaba como uno de los participantes de la presunta fiesta que luego terminó en tragedia con María Soledad asesinada.
No fue todo. En aquellos tiempos los mismos integrantes de las fuerzas del orden le sugerían a la madre que era conveniente que permaneciera en silencio para evitar que la investigación fuera a fondo, porque de esa manera podría salir a la luz lo que ellos llamaban una doble vida de la adolescente, intentando claramente amedrentarla ensuciando su conducta.
María Soledad cursaba el quinto año y como toda adolescente, el viernes 7 de setiembre fue a bailar al boliche Le Feu Rouge en el marco de una celebración que se hacía para juntar dinero para que cada alumno pudiera costearse el ansiado viaje de fin de egresados a Villa Carlos Paz. Cuando se retiró ya entrada la madrugada, y después de despedirse de una pareja de amigos, según se pudo reconstruir y consta en el expediente judicial, subió al Fiat 147 que pertenecía a Ruth Salazar, mujer de Luis Tula. Él pasó a buscarla con el auto porque habían quedado en encontrarse.
Siempre se insistió con que María Soledad estaba enamorada de “El flaco” Tula, once años mayor que ella, a quien conocía y se lo señalaba como “su novio”. Él la invitó a continuar la noche en la disco Clivus. Allí ingresó con ella y le fue presentando uno a uno a hijos de poderosos de la provincia entre los que se hallaba Guillermo Luque, primogénito del por entonces poderoso diputado nacional Ángel Luque. De ese lugar salió acompañada por todo ese grupo. Se cree que rumbo al motel Los Álamos, a un kilómetro y medio del centro de la ciudad donde la sometieron.
Nunca más se la vio con vida. La hallaron asesinada dos días después en un sitio conocido como Parque Daza, en la ruta 38, ubicado a unos siete kilómetros de allí. Fue encontrada a las 9:30 de la mañana por un par de operarios de Vialidad Nacional. Su autopsia determinó que había sufrido un paro cardíaco por consumo de cocaína que le obligaron a ingerir sus homicidas. En medio del ultraje y el dolor, quien reconoció el cadáver mutilado fue Elías, su papá, que cuando advirtió una pequeña cicatriz en una de sus muñecas rompió en llanto y siempre sostuvo que nunca pudo borrar esa imagen de la mente.
En medio de voces a gritos que hablaban de encubrimiento, iban apareciendo versiones de todo tipo, como que el cadáver había sido lavado a manguerazos por los bomberos, hecho que atribuyeron a “una orden de la cúpula policial” de entonces, más que bajo la lupa. La toma de rastros fue sospechosamente imperfecta y no se practicaron estudios de toxicología. Sí se encontró semen en el cuerpo, pero no se logró determinar el ADN de a quién correspondía. Resultaba evidente el entorpecimiento adrede de la investigación.
La sucesión de jueces que intervinieron en la causa resultó interminable. El escándalo crecía de manera inusitada. Con su hijo acorralado, el diputado Ángel Luque se atrevió a decir ante los medios de comunicación que si su hijo hubiera sido el autor del crimen el cuerpo no hubiese aparecido. El estupor que generó fue total y terminó expulsado del Congreso Nacional. En 1991, el por entonces presidente Carlos Menem ordenó la intervención los tres poderes de la provincia destituyendo al cuestionado gobernador Ramón Saadi, designando como interventor de la provincia a Luis Prol. Además envió como pretendido investigador estrella al subcomisario de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, Luis Patti -luego condenado en 2011 por crímenes de lesa humanidad-, quien terminó realizando una tarea sospechada de complicidad con los autores que resultó un verdadero fiasco, por lo que debió regresar a Buenos Aires tras su rotundo fracaso.
En marzo de 1996 se inició el juicio oral y terminó suspendido. Después de una veintena de audiencias el presidente del tribunal, Alejandro Ortiz Iramaín, renunció con una misiva que despertó más confusión y alboroto. Reveló a través de una carta presiones del gobernador Arnoldo Castillo. Se refirió allí a “un poder corrupto que pretende obligar a los jueces que obran en el juicio por la muerte de María Soledad Morales a dictar un fallo condenatorio en contra de uno de los imputados en la causa para con ello pretender al menos una falsa legitimación en el mismo”, rezaba la misiva. A continuación, el resto de los componentes, los jueces Juan Carlos Sampayo y María Alejandra Azar, fueron recusados por el abogado de la familia de María Soledad, Luis Segura. Para colmo, se registró un gesto tomado por las cámaras de Canal 13 en el que se apreciaba a ambos magistrados realizarse señas entre ambos cuando se debía definir si una testigo, Evangelina Sosa, debía ir presa por falso testimonio, porque mencionó que había visto a Guillermo Luque en el boliche Clivus junto a María Soledad cuando la verdad no era así. Encima la testigo aclaró, vaya a saber por qué, que “lo había hecho por miedo”, aportando más a la confusión general. Esta nueva zaga de escándalos terminó ocasionando la suspensión del debate.
Al año siguiente recién se pudo realizar un nuevo juicio oral. A todo esto, Luque y Tula, como imputados, siempre se declararon inocentes. El primero aseguró que ese fin de semana había estado en Buenos Aires y no en Catamarca. Argumentó que había viajado para desempeñarse en el cargo que ejercía en la Biblioteca del Congreso y se la pasó estudiando para su carrera de Derecho. Pero no contó con que dos empleados de la disco Clivus, Rita Furlán y Jesús Muro, valientes, no callaron y dijeron su verdad. Sostuvieron con firmeza que Luque junto a “hijos del poder”, como figura en la causa, estuvieron presentes, y además aclararon que Tula fue quien ofició de entregador de la joven al grupo.
Tula lo negó y lo sigue negando. Hoy ya recibido de abogado en la cárcel insiste con que va por la revisión del caso. Entre otros sospechados también desfilaron ante la justicia Eduardo “El Loco” Méndez y Hugo “Hueso” Ibáñez, íntimos de Luque, en principio investigados como coautores de la violación seguida de muerte, agravada por el uso de estupefacientes. Hasta fueron presos y procesados, pero más tarde resultaron sobreseídos “por falta de pruebas”.
En febrero de 1998 Guillermo Luque -hoy de 58 años- fue condenado a 21 años de prisión como coautor del delito de “violación seguida de muerte agravada por el uso de estupefacientes”. El 11 de abril de 2010 logró salir en libertad condicional “por buena conducta”. Entonces se dedicó a compra y venta de propiedades.
Luis Tula -hoy de 63 años- resultó sentenciado por igual delito pero a 9 años como “partícipe secundario”. Quedó libre el 22 de abril de 2003, ya recibido de abogado intramuros.
Ada, la mamá de María a Soledad, a sus 74 años, sigue denunciando que hubo justicia a medias: “Se conformaron con condenar a dos y con eso les alcanzó, total no son sus hijos”, expresó al cumplirse un nuevo aniversario del crimen de su hija. Elías, el papá, que soportaba una profunda tristeza igual que su mujer, murió el 1° de agosto de 2016 víctima de un ACV.
Todavía resuenan en los oídos de quienes como periodistas en su momento pudimos visitar Catamarca para investigar el caso y en los de muchos argentinos que lo siguieron paso a paso, las conmovedoras palabras del fiscal Gustavo Taranto mientras sostenía una foto contra la pared en la sala donde se realizaba el juicio: “María Soledad nos dice ‘me drogaron, y yo no quería’. Y yo le creo. Nos dice ‘me violaron, y yo no quería’. Y yo le creo. Nos dice ‘esa persona me golpeó y tragué mi propia sangre’. Y yo le creo. Porque María Soledad no tiene razones para mentir”.