El misterio de la desaparición de Oscar Smith, el sindicalista que navegaba a dos aguas

Oscar Smith fue secuestrado el 11 de febrero de 1977 por un grupo de tareas que nunca pudo ser identificado. En ese momento había quedado en medio de una puja entre sectores del Ejército y la Armada alrededor de la venta de la Compañía Ítalo Argentina de Electricidad que fogoneaba José Alfredo Martínez de Hoz

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Había cumplido 45 años hacia un mes. Vivía en Villa Domínico como toda la vida. En la mañana del viernes 11 de febrero de 1977, Oscar “el Gato” Smith se subió al Dodge 1500 junto a su madre e hizo cuatro cuadras hasta dejarla en la panadería. Luego pasaría a visitar a un hermano enfermo por la clínica y, tras eso, partiría a Mar del Plata donde lo esperaban su esposa y sus dos hijas. Nunca llegaría
Había cumplido 45 años hacia un mes. Vivía en Villa Domínico como toda la vida. En la mañana del viernes 11 de febrero de 1977, Oscar “el Gato” Smith se subió al Dodge 1500 junto a su madre e hizo cuatro cuadras hasta dejarla en la panadería. Luego pasaría a visitar a un hermano enfermo por la clínica y, tras eso, partiría a Mar del Plata donde lo esperaban su esposa y sus dos hijas. Nunca llegaría

Había cumplido 45 años hacia un mes. Vivía en Villa Domínico como toda la vida. En la mañana del viernes 11 de febrero de 1977, Oscar “el Gato” Smith se subió al Dodge 1500 junto a su madre e hizo cuatro cuadras hasta dejarla en la panadería. Luego pasaría a visitar a un hermano enfermo por la clínica y, tras eso, partiría a Mar del Plata donde lo esperaban su esposa y sus dos hijas.

Pero los días de vacaciones nunca llegaron para ese dirigente del gremio de Luz y Fuerza que, 14 años antes, durante el gobierno de facto de José María Guido, con el peronismo proscripto, había sido elegido delegado por sus compañeros de la sede de Alsina al 600 de la estatal SEGBA (Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires) donde trabajaba para comenzar una carrera que lo llevó a transitar las aguas más turbulentas de la política y el sindicalismo argentino.

Tras hacer unas cuadras, dos Ford Falcon de color blanco se le cruzaron, lo bajaron por la fuerza. Los transeúntes quedaron petrificados ante la escena de terror: al hombre lo metían en el baúl de uno de los autos y el Dodge quedaba a la intemperie con el bolso que llevaba a Mar del Plata. Hasta hoy no se pudo averiguar quiénes lo secuestraron ni dónde lo llevaron.

Una carrera sindical

Smith había cobrado un rol importante en el sindicalismo de la mano de Juan José Taccone, el jefe lucifuercista que no dudó en ser “participacionista” como se llamó a los líderes gremiales que apoyaron el golpe de Estado de Juan Carlos Onganía en junio de 1966.

Habían pasado dos décadas de la alianza entre sindicatos y Fuerzas Armadas que había llevado a Juan Domingo Perón a la presidencia en 1946 y once desde que las mismas fuerzas armadas lo derrocaran.

Smith había cobrado un rol importante en el sindicalismo de la mano de Juan José Taccone, el jefe lucifuercista que no dudó en ser “participacionista” como se llamó a los líderes gremiales que apoyaron el golpe de Estado de Juan Carlos Onganía en junio de 1966
Smith había cobrado un rol importante en el sindicalismo de la mano de Juan José Taccone, el jefe lucifuercista que no dudó en ser “participacionista” como se llamó a los líderes gremiales que apoyaron el golpe de Estado de Juan Carlos Onganía en junio de 1966

La decisión de ponerle el hombro a “la Morsa” –como llamaban a Onganía, el hombre que prometió quedarse una década en el poder- abría heridas en el peronismo, especialmente entre los sindicalistas.

Luz y Fuerza lo vivió en carne propia: Agustín “el Gringo” Tosco, líder cordobés de ese sindicato, fue la contrafigura de Taccone, protagonista central del Cordobazo de mayo de 1969, la pueblada que marcó el inicio del fin del Onganiato.

Frente al golpe del 76

El “Gato” Smith empezaba a tener vuelo propio y pretendía no distanciarse de Tosco, aunque sus posturas y las internas peronistas lo llevaron a profundizar sus vínculos con el Ejército. En agosto de 1975, tras la huida de José López Rega a España y con la Triple A desbaratada, las Fuerzas Armadas preparaban a fuego lento su vuelta al poder y tejían alianzas con empresarios y también con algunos sindicalistas.

Mientras Lorenzo “el Loro” Miguel y la CGT cerraban filas con la presidente María Estela Martínez de Perón, Smith ya era de la idea de apoyar al Ejército: propuso que la central obrera pusiera una placa en la sede del Edificio Libertador en homenaje “a las víctimas de la subversión”. El acto se hizo y las reuniones reservadas de Smith con jefes de uniforme verde iban en paralelo con la defensa del salario, de los convenios colectivos de trabajo y de su pertenencia al peronismo.

En ese turbulento fin de 1975, el Gringo Tosco moría en la clandestinidad.

Videla y Massera (Reuters)
Videla y Massera (Reuters)

Cuando llegó el golpe del 24 de marzo de 1976, los seguidores de Tosco en Córdoba ya eran víctimas de Luciano Benjamín “el Cachorro” Menéndez, convertido en dueño de la vida o la muerte de los cordobeses.

El número 1 de la CGT, Casildo Herrera, un dirigente textil seguidor del metalúrgico Lorenzo Miguel, tenía información sobre las detenciones y secuestros planeados por los jefes militares. Cuando Herrera vio que los militares se llevaban por delante a todos, no esperó al día del golpe y el 23 de marzo habló sin metáforas: “Yo me borro”, les dijo a sus pares. Enfiló al Tigre y abordó una lancha con destino a Carmelo, Uruguay.

Sin embargo, el número dos de la central obrera era el lucifuercista Adalmerto Wimer quien, pese a la placa en la sede del Ejército y los encuentros de Smith con algunos generales, fue preso al buque 33 Orientales.

Navegando a dos aguas

A esa altura, Smith era secretario general de Luz y Fuerza y no quería dejar de navegar a dos aguas.

Emilio “el Negro” Massera, jefe de la Armada, hacía más complejo el panorama: los marinos tenían el manejo de la empresa SEGBA y la venia de la Junta Militar para poner gente suya en los sindicatos del sector eléctrico.

Fue así que Smith hizo una jugada de anticipación: le pidió al ministro de Trabajo, general Tomás Liendo, que a Luz y Fuerza de Capital llevaran a un hombre del Ejército y no de la Marina de Guerra. Con Liendo podía entenderse para lograr que los cargos de la segunda línea siguieran en manos de los gremialistas. El propio Smith volvería a su puesto de trabajo en la sede de SEGBA de la calle Alsina al 600 y actuaría como dirigente en las sombras.

El mar de fondo era un conflicto gremial por despidos y supuestos sabotajes. A fin de mes, Smith visitó a Massera en la sede del edificio Libertad. El “Almirante Cero” lo responsabilizaba por la indisciplina laboral, el “Gato” por los tres secuestros y la persecución a muchos trabajadores (AFP)
El mar de fondo era un conflicto gremial por despidos y supuestos sabotajes. A fin de mes, Smith visitó a Massera en la sede del edificio Libertad. El “Almirante Cero” lo responsabilizaba por la indisciplina laboral, el “Gato” por los tres secuestros y la persecución a muchos trabajadores (AFP)

En abril de 1976, el teniente coronel Héctor Saumell quedó como interventor del sindicato de la Capital. Al poco rato, llegaron una considerable cantidad de marinos, dispuestos a hacer lo propio pero al toparse con militares de Ejército pidieron instrucciones. El Ministerio de Trabajo los redireccionó hacia la Federación Argentina de Trabajadores de Luz y Fuerza, que estaba en otro edificio. Cuando Massera se enteró que lo habían madrugado puso el grito en el cielo y destiló bronca contra el general Roberto Viola, a quien Liendo reportaba.

Pocos meses después, a comienzos de octubre de ese 1976, fueron secuestrados tres trabajadores de Luz y Fuerza Capital. Smith convocó a una movilización, habló con sus contactos en el Ejército, y después de mover cielo y tierra, supieron que los responsables eran gente de mar: los tres fueron liberados en General Paz y Lope de Vega con visibles rastros de tortura. Habían estado en manos del Grupo de Tareas 3.3.2 que actuaba en la ESMA.

El mar de fondo era un conflicto gremial por despidos y supuestos sabotajes. A fin de mes, Smith visitó a Massera en la sede del edificio Libertad. El “Almirante Cero” lo responsabilizaba por la indisciplina laboral, el “Gato” por los tres secuestros y la persecución a muchos trabajadores.

Martínez de Hoz y la Ítalo

El conflicto del gremio era por despidos, también porque la intervención en SEGBA, al mismo tiempo, incrementaba la incorporación de “personal de seguridad” (que era precisamente para controlar el supuesto ausentismo y los eventuales “sabotajes”). Pero había una razón más de fondo: la empresa seguía los lineamientos del ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz, quien era directivo de la compañía Ítalo Argentina de Electricidad -de capitales suizos- y que resultaba deficitaria para sus accionistas.

El superministro de Economía bregaba -y finalmente lo logró en 1978- que el Estado la comprara y sus dueños hicieran un gran negocio. Por entonces, la amistad de Martínez de Hoz con el ministro del Interior, general Albano Harguindeguy, llegaba hasta viajes de caza mayor a Sudáfrica o a mutuos favores.

Martínez de Hoz quería fuera de juego a los sindicalistas, por eso, en la “racionalización” y despidos, uno de los echados era el hijo de Juan José Taccone, una manera de mojarle la oreja a Taccone y Smith.

Era otro frente abierto para estos sindicalistas que visitaban despachos oficiales y, al mismo tiempo, querían imponer sus condiciones frente a los temibles dictadores en tiempos de secuestro y desaparición como método para frenar los conflictos sociales.

Martínez de Hoz quería fuera de juego a los sindicalistas, por eso, en la “racionalización” y despidos, uno de los echados era el hijo de Juan José Taccone, una manera de mojarle la oreja a Taccone y Smith (Télam)
Martínez de Hoz quería fuera de juego a los sindicalistas, por eso, en la “racionalización” y despidos, uno de los echados era el hijo de Juan José Taccone, una manera de mojarle la oreja a Taccone y Smith (Télam)

El buen entendimiento con los generales Liendo y Viola, por lo tanto, no eran escudo suficiente para “el Gato” Smith. Uno de los que perseguía a los dirigentes conflictivos era el temible coronel Roberto Roualdes, que reportaba al también temible general Guillermo Suárez Mason, jefe del Primer Cuerpo de Ejército.

Smith fue a una reunión con Suárez Mason, quizá para reclamarle por las detenciones, despidos y amenazas que sufrían los trabajadores. Le presentó una lista de 43 detenidos del gremio, entre ellos Adalberto Wimer, número dos de la CGT. Uno de los argumentos de Smith era que Massera tenía un encono personal con él. Pero en su con encuentro Suárez Mason, el general desestimó las disputas internas entre Marina y Ejército. Una razón lateral nada desdeñable para que lo hiciera era que tanto él como Massera eran parte de la Logia Propaganda Due liderada por el fascista italiano y poderoso hombre de negocios Licio Gelli.

Para aquellos que habían practicado el “participacionismo” en tiempos de Onganía diez años atrás el escenario era muy distinto. La ecuación en esta dictadura era de alto voltaje: negocios de Martínez de Hoz y la familia Soldati en la Ítalo, conflictos obreros con una dictadura que ya había hecho desaparecer a miles de dirigentes y militantes gremiales, no se podían resolver amigablemente con una Junta Militar que no tenía el más mínimo interés de mostrar a “sindicalistas amigos”.

Un secuestro sin firma

El “Gato” Smith tuvo un único respiro cuando terminaba 1976: su reclamo por la libertad de los sindicalistas presos tuvo eco. En efecto, Adalberto Wimer y otros lucifuercistas eran liberados. Sin embargo, ese era el prólogo de la historia de terror que se llevaría a cabo dos meses después cuando, aquella mañana del viernes 11 de febrero de 1977, mientras manejaba solo, con la idea de llegar a Mar del Plata a tener unos días de descanso familiar, dos Falcon se cruzaron en su camino y se lo llevaron.

Al día siguiente, la noticia circuló por muchos medios pero con una versión venenosa: acusaban a “grupos subversivos” como una venganza el secuestro de un dirigente gremial que dialogaba con los militares para resolver “pacíficamente” un conflicto laboral.

El propio Raúl Alfonsín, como muchos otros defensores de derechos humanos, presentó un habeas corpus para que el Estado investigara su paradero.

A Oscar Smith se lo llevaron en el baúl de un Falcon. Nunca más se tuvieron noticias sobre qué pasó, quién lo secuestró y dónde lo habían llevado. Hubo sobrevivientes de la ESMA y de Campo de Mayo que declararon haberlo visto. Sin embargo, nunca se pudo verificar con total seguridad
A Oscar Smith se lo llevaron en el baúl de un Falcon. Nunca más se tuvieron noticias sobre qué pasó, quién lo secuestró y dónde lo habían llevado. Hubo sobrevivientes de la ESMA y de Campo de Mayo que declararon haberlo visto. Sin embargo, nunca se pudo verificar con total seguridad

Nunca más se tuvieron noticias sobre qué pasó, quién lo secuestró y dónde lo habían llevado. Hubo sobrevivientes de la ESMA y de Campo de Mayo que declararon haberlo visto. Sin embargo, nunca se pudo verificar con total seguridad.

Recién con la recuperación de la democracia y la asunción de Alfonsín, Juan José Taccone, el hombre que había iniciado al “Gato” en el participacionismo, se presentó en el juzgado federal de Lomas de Zamora para acusar formalmente a Massera, a Suárez Mason, a Roualdés y a los interventores en SEGBA por la suerte de Smith. Pasados casi 43 años nada se sabe de él.

Dos periodistas y un libro

Los periodistas Silvia Mercado y Mario Baizán publicaron Oscar Smith – El sindicalismo peronista ante sus límites (Punto Sur, 1987), el trabajo de investigación más completo sobre las contradicciones que vivía el líder lucifuercista: nunca dejó de ser un habitante de Villa Domínico, no tenía guardaespaldas personales, en plena dictadura no quería que su gremio perdiera conquistas y, al mismo tiempo, era un interlocutor privilegiado de los jefes de la feroz dictadura.

El libro fue puesto en la nube y puede descargarse gracias a Cristian “el Chiquito” Bork, un entrerriano de dos metros y manos inmensas que cursó el Liceo General San Martín y luego fue dirigente lucifuercista hasta que, pasado el golpe, sin pasar a la clandestinidad, eligió el exilio interno y se instaló en Rawson, donde murió en enero de 2018.

Días después, a pesar de que había alentado el golpe, Smith fue secuestrado y nunca más apareció, dejando en evidencia los límites del sindicalismo peronista, tensionado por sus deberes frente a los trabajadores que representan y la obligación de negociar con el Estado, aunque sean dictadores sanguinarios. Con su desaparición, los secuestradores quisieron darle un mensaje ejemplificador al sindicalismo peronista
Días después, a pesar de que había alentado el golpe, Smith fue secuestrado y nunca más apareció, dejando en evidencia los límites del sindicalismo peronista, tensionado por sus deberes frente a los trabajadores que representan y la obligación de negociar con el Estado, aunque sean dictadores sanguinarios. Con su desaparición, los secuestradores quisieron darle un mensaje ejemplificador al sindicalismo peronista

Consultados Mercado y Baizán por Infobae después de casi 33 años de la salida de su libro, dijeron lo siguiente: “Lo más importante a destacar del ‘Gato’ Smith es que su secuestro se produjo en medio de la primera protesta gremial contra la dictadura, que quería cambiar las condiciones de trabajo en las empresas estatales. El 4 de octubre de 1976 fueron despedidos 264 trabajadores de SEGBA y se prohibió la acción sindical, lo que llevó al gremio -bajo su liderazgo- a una larguísima protesta, mientras negociaba con los militares. En el transcurso del conflicto, el ‘Gato’ logró que los compañeros sindicalistas que habían sido secuestrados fueran liberados (con claros signos de que habían sido torturados) y pudo reunirse junto a otros sindicalistas con el presidente, el dictador Jorge Rafael Videla, a quien le expresó su preocupación por los funcionarios que querían destruir el sindicalismo argentino. Días después, a pesar de que había alentado el golpe, Smith fue secuestrado y nunca más apareció, dejando en evidencia los límites del sindicalismo peronista, tensionado por sus deberes frente a los trabajadores que representan y la obligación de negociar con el Estado, aunque sean dictadores sanguinarios. Con su desaparición, los secuestradores quisieron darle un mensaje ejemplificador al sindicalismo peronista y, de paso, terminar para siempre con el modelo sindical de vanguardia -de autogestión horizontal- que había en Luz y Fuerza, y que nunca más se repitió en la Argentina”.

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