Después de un largo y doloroso proceso, Rufino Varela, abusado por un cura del colegio Newman, logró que su director pidiera perdón

Rufino, que ya había sido abusado por un albañil y por eso trató de suicidarse, le contó el caso al padre Alfredo, del Newman, en confesión… y éste también abusó de la víctima

Compartir
Compartir articulo
Rufino Varela
Rufino Varela

Es difícil que algún lector de Infobae haya olvidado la triste historia de Rufino Varela, el hombre que casi de niño sufrió abuso sexual en su casa, infligido por el albañil José Moreira, y también en su colegio, el Cardenal Newman, a manos (literamente) del capellán irlandés Finnlugh Mac Conastair, conocido como "El padre Alfredo".

Literalmente, sí. A manos. Porque luego de que Rufino, entonces de 15 años, le contara en confesión –ese trance tan sagrado como hermético para la iglesia y sus fieles– su tortura, que lo llevó al borde del suicidio (lo impidió su madre, por azar), el "muy piadoso" padre Alfredo, en su cuarto, le bajó los pantalones, lo azotó en el trasero, y le manoseó los genitales mientras, obsceno, le pidió detalles del abuso al que lo sometió el albañil durante cuatro años.
Espanto sobre espanto…

Rufino tardó mucho en explotar: a sus 50 años.
Pero el dolor no lo abandonó nunca.

Los hechos se conocieron el 29 de diciembre, al filo del nuevo año, a través de los medios.

Y hoy, bajo el título de "El día más feliz de mi vida", Rufino escribió una larga carta que contiene una inesperada clave…

Aquí, su síntesis.
"Quiero cerrar el tema (…) Jamás pretendí que todos comprendan o acepten la decisión que tomé en soledad, pero con el apoyo de Mariu (su mujer), Camila y Matías (sus hijos), y el sostén incondicional de personas muy especiales".

"Me sigo preguntando por qué tuve que llegar a hacerlo, cuando la solución podría haber sido mucho más simple, como la que le propuse al Newman en mi primera reunión del 24 de mayo".

"Tan solo que pidieran perdón públicamente por mí y por otras víctimas que seguramente hubo en el colegio.
Yo ya sabía de dos casos más…"

Rufino Varela con el uniforme del Newman
Rufino Varela con el uniforme del Newman

Y la carta llega al punto de la clave…
"En diciembre pasado, apenas terminadas las elecciones, La Nación publica una nota, creo que a Alberto Olivero, director del Newman, en la que se anunciaba el posible cambio del tradicional escudo del colegio: se le agregaría una corona dorada sobre la cabeza del león, en homenaje al presidente Mauricio Macri por ser ex alumno del Newman. Sin conocerlo, al leer esa nota, le escribí a Alberto Olivero un mensaje privado".

La madeja empezó a desenredarse…

Síntesis de la carta:
"Me alegró muchísimo el pedido del señor Mauricio Macri, flamante presidente electo, de no modificar el escudo del Colegio. Creo que habla de una humildad enorme e intenta enviar un mensaje: de nada sirven el exitismo o el orgullo egoísta".

"Agregarle una corona al histórico escudo porque un ex alumno alcance un cargo semejante, daría por sentado que también se le debería agregar al mismo escudo un símbolo… que represente a aquellos ex alumnos, profesores, sacerdotes y/o incluso hermanos de la congregación, por aquellos actos tristes y aberrantes de los que pudieron ser protagonistas, partícipes o cómplices".

"Tengo 50 años y fui alumno del colegio, igual que mis hermanos y varios sobrinos. Jamás, desde que lo dejara, tuve una actitud revanchista o vengativa para con el mismo, y casi inexplicablemente, guardo algunos buenos recuerdos".

"Cuando escuché la noticia del cambio del escudo, me pregunté cual sería el símbolo que habría que agregarle al lado del Certa bonum certamen (Nota: Lucha la buena lucha, lema del Newman, tomado de una carta de San Pablo a Timoteo, cristiano del siglo 1, y luego santo), si salieran a la luz los castigos corporales que a mí, a otro, y seguramente a muchos alumnos más, infligía el entonces capellán del colegio, en su habitación debajo de la Capilla, cuando apenas éramos alumnos de primaria".

"Boca abajo en su cama, sigo, a pesar de mis años, recordando mi miedo y el dolor de los diez cinturonazos en mi cuerpo desnudo".

"Hace pocos años, decidí 'trabajar' esto con mi mujer y mis hijos: un dolor que estuvo dormido desde el pacto de silencio entre el mismo obispo de San Isidro y algunos hermanos de la congregación, en el mismo momento en que a mis 15 años me presenté, en absoluta soledad, ante el obispo, para denunciar lo sucedido con el único propósito de 'luchar mi buena lucha'"

"Hace apenas dos meses, por primera vez, le conté con detalles mi historia a un periodista, y estoy trabajando en la edición de un libro, con la enorme convicción de ayudar a otros contra el abuso y los silencios macabros en mi propia iglesia".

"Pretendo que los hechos ocurridos en el Newman con el silencio cómplice del obispo de entonces, lleguen al Papa Francisco. Estoy trabajando en ello. En lugar de una corona, me reconfortaría más ver en el escudo un látigo o una corona de espinas, recuerdo de las aberraciones vividas en el Newman por mí y seguramente por muchos otros que, por temor y vergüenza, siguen callando ese dolor profundo que el abuso causa para siempre". 

El 23 de mayo pasado, cinco meses más tarde, Olivero llamó a Rufino, sorprendido por aquello de "la corona de espinas", y le propuso una reunión urgente, "pidiéndome permiso para que estuviera algún miembro del Consejo", recuerda ese hombre escarnecido, y con heridas que acaso no cerrarán nunca.

En la primera reunión de las seis o siete siguientes, "me preguntaron cómo podían ayudarme, si odiaba al colegio, a la iglesia, a mis padres (¿?), y si mal no recuerdo… ¡a Macri!"

El colegio Newman
El colegio Newman

Pero su respuesta fue siempre la misma.
"Quiero que el colegio pida perdón públicamente, ayude a otras posibles víctimas, y que me ayuden a ayudar contra el abuso y el maltrato".

Las réplicas sólo agravaron el conflicto.
Duelen.
Aterran.

"Rufino, preocupate sólo por vos".
"No te preocupes por otras posibles víctimas".
"Si aparecen las vamos a contener". "Antes de ayudar a alguien necesitás ayuda profesional".

La última es la peor: ante la denuncia, en una de las reuniones, el colegio insistió en culpar a Rufino (¡!) por hacer público su drama… ¡sin antes haber recibido un tratamiento psicológico!

Pareció un eco de Tomás de Torquemada o de Girolamo Savonarola, los grandes inquisidores de la iglesia católica del siglo XV…

Rufino recuerda que en aquella primera reunión de mayo en el Newman "me dijeron que habían hablado con el obispo de San Isidro, Oscar Ojea, los Pasionistas de Buenos Aires, y con John Burke, rector del colegio cuando el padre Alfredo abusó de mí".

El nombre de Burke fue un detonante.
Rufino confiesa: "¡Me explotó un volcán! Se abrió una herida que creí cerrada para siempre. Lloré delante de ellos con odio y vergüenza. Pero me dí cuenta de que el disparador del escudo con la corona de espinas había marcado el tiempo justo. Estaba cansado de tanta hipocresía y mentiras".

Le sugirieron que le escribiera un correo a John Burke, y lo hizo.
Burke le contestó pocos días después en una carta con membrete de la congregación.
Y Rufino recuerda: "Lloré todo el día, de felicidad. ¡No estaba loco!"
Por lo menos, una puerta de la fortaleza se había entornado…

A principios de noviembre último, Burke vino al país desde Irlanda.
Se reunió dos veces con Rufino.
El colegio propuso que el cura se reuniera con la mujer y los hijos del ex alumno. Pero se negaron.
El caso no sólo hizo sangrar a la víctima…

La segunda reunión la pidió Rufino.
Con condiciones: en inglés, y delante del director Olivero.

infobae

"Le hice sólo cuatro preguntas: 1) ¿Qué edad tenía usted cuando llegó al Newman como rector? Respuesta: "35 o 36 años". 2) ¿Qué hicieron con el padre Alfredo al sacarlo del colegio? Burke no respondió. (Pero se sabe: lo mandaron a la Vicaría de San Cayetano, en José León Suárez, donde murió en 1997, a los 88 años). 3) Cuando llamaron a mi padre para que los asesorara sobre un caso de abuso, ¿le dijeron o no que la víctima era yo, su hijo? Respuesta: "No le dijimos que era usted". 4) ¿Podemos comunicar esta triste historia a la comunidad, y puede el colegio pedir perdón públicamente? Respuesta: "Usted no está preparado para ayudar. Primero tiene que tratarse con nuestros profesionales. Le vamos a pagar todo, porque son muy buenos… y muy caros".

Otra vez la inversión de la prueba.
La víctima como culpable.
Viejo y canallesco ardid.

Pero a pesar de esa obtusa política de negación, el desenlace estaba cerca…

Rufino leyó en Clarín el sábado: "El hermano John Burke, quien viajó especialmente desde Irlanda para la comida de fin de año, habló ante más de mil ex alumnos sobre los valores de la educación".

Rufino no pudo más.
"Me convencí de que el único camino para terminar con la hipocresía y la mentira de la Congregación Christian Brothers de Irlanda (Nota: más de 20 mil casos de abuso en el mundo), del 'viejo' Newman, de un sector de la iglesia y de gran parte de la sociedad, era hacer público mi caso".

Y explotó la bomba.
Confesión y perdón.

En la mañana del mismo 29 de diciembre último, el director del Newman, Alberto Olivero, escribió una carta en nombre del colegio…, y a toda su comunidad… ¡pidiendo perdón y poniéndose a disposición de posibles víctimas!

Palabras finales de Rufino.
Palabras de una victoria lograda a través de un largo y doloroso camino.

"Cumplí mi sueño. Me saqué esta mochila después de mucho tiempo de llevarla en soledad. El 2016 fue uno de los mejores años de mi vida. Gracias a todos los que me quieren, entienden y apoyan. Estoy muy aliviado, y en paz. Feliz 2017".

Pero una pregunta seguirá latiendo por siempre.
Cuando el padre Alfredo terminó de abusar a Rufino, le ofreció unos caramelos que sacó de una bolsa.
Pero el chico, aturdido por la humillación y la vergüenza, tuvo el coraje de pegarle un codazo y escapar de su repugnante maestro y confesor.

Pasados muchos años, y aun después del pedido de perdón del Newman, se sigue preguntando:
"¿Cuántos más caramelos salieron de aquella bolsa?"

Final abierto.
Hasta que estalle otro caso de pedofilia en algún escenario de la iglesia.
Porque lo que ha sido, será.
Una antigua sentencia bíblica.