
El Alzheimer, la forma más común de demencia, se entendió durante mucho tiempo como una enfermedad devastadora que se manifiesta de manera evidente en etapas avanzadas. Sin embargo, nuevos estudios sugieren que su progresión comienza décadas antes de que aparezcan los síntomas. Esta revelación podría cambiar radicalmente la forma en que se diagnostica y trata la enfermedad, según un reciente informe de Science Focus.
A pesar de los avances científicos, persisten concepciones erróneas sobre el Alzheimer. Según el informe publicado por el Alzheimer´s Disease International, el 65% de los profesionales sanitarios y el 80% del público general aún consideran que la demencia es parte natural del envejecimiento.
Sin embargo, la tendencia parece ser distinta: el Alzheimer podría incubarse en el cerebro durante 10, 15 o incluso 20 años antes de que los síntomas sean perceptibles.

Nuevo modelo del desarrollo del Alzheimer
Históricamente, se consideró que la enfermedad progresa en múltiples fases, pero una investigación del Allen Institute for Brain Science redefinió este esquema. Según este estudio, el Alzheimer se desarrolla en dos etapas clave:
- Fase sigilosa (“stealth”): se da una afectación leve de un pequeño grupo de células vulnerables.
- Fase agresiva: se produce un deterioro neuronal acelerado que desencadena la pérdida de memoria y otras disfunciones cognitivas.
Este descubrimiento ofrece una nueva comprensión de la enfermedad y plantea una oportunidad crucial: si se puede detectar la fase sigilosa a tiempo, es posible intervenir antes de que la enfermedad entre en su etapa destructiva.
Proteínas claves en el Alzheimer
El Alzheimer está asociado con la acumulación anormal de dos proteínas en el cerebro: beta-amiloide y tau. Cada una desempeña un papel diferente en el desarrollo de la enfermedad:
- Beta-amiloide: se agrupa en placas que se depositan entre las neuronas, interrumpiendo la comunicación entre ellas.
- Tau: dentro de las células cerebrales, esta proteína se enreda en estructuras anómalas que afectan el funcionamiento neuronal y contribuyen a su degeneración.
Los expertos describieron esta interacción como el mecanismo de un arma: la beta-amiloide sería el “gatillo”, que inicia el proceso degenerativo, mientras que la tau sería la “bala”, responsable del daño neuronal.
Uno de los primeros signos de la enfermedad no es la pérdida de memoria, sino la dificultad en la navegación espacial, debido a que la tau se acumula inicialmente en áreas cerebrales responsables de la orientación.

Las neuronas inhibitorias y el deterioro neuronal
Otro de los hallazgos más recientes del Allen Institute es la relación entre el Alzheimer y la pérdida temprana de neuronas inhibitorias, encargadas de regular la actividad cerebral. Su función es comparable a la de los frenos en un automóvil: si se deterioran, la actividad neuronal se vuelve caótica, acelerando el daño cerebral.
El estudio difundido por Nature analizó cerebros post mortem de personas mayores y detectó que, incluso en órganos con bajos niveles de beta-amiloide y tau, ya se había producido una pérdida significativa de estas neuronas inhibitorias.
La ausencia de estos frenos cerebrales podría ser un factor determinante en la evolución de la enfermedad. “Identificar qué neuronas se pierden primero podría ser clave para desarrollar tratamientos preventivos”, señaló el investigador Dr. Mariano Gabitto, del Allen Institute.

Hacia una detección más accesible y efectiva
Si la clave para combatir el Alzheimer está en identificarlo antes de que sus efectos sean visibles, ¿cómo pueden los médicos detectarlo con anticipación? Hasta el momento, las opciones fueron limitadas:
- Resonancias magnéticas: útiles, pero costosas y requieren monitoreo regular.
- Punciones lumbares: eficaces, pero invasivas y poco accesibles.
Sin embargo, en 2024 se logró un avance significativo: un grupo internacional de científicos desarrolló un análisis de sangre capaz de detectar la proteína p-tau217, un biomarcador clave del Alzheimer. Este test demostró una precisión del 92% para predecir la enfermedad, incluso en su fase sigilosa.
En caso de que los ensayos clínicos confirmen su eficacia, esta prueba podría implementarse en los sistemas de salud durante los próximos años.

Romper con el fatalismo: el Alzheimer no es inevitable
Tal vez uno de los mayores desafíos en la lucha contra el Alzheimer no sea solo su diagnóstico temprano, sino cambiar la percepción general sobre la enfermedad. Durante mucho tiempo, la sociedad asumió que la demencia es una consecuencia ineludible del envejecimiento, pero los especialistas insisten en que hay formas de reducir el riesgo.
El Dr. Albert Hofman, de la Escuela de Salud Pública de Harvard, comparó la situación con enfermedades cardiovasculares: durante el siglo XX, los ataques cardíacos y accidentes cerebrovasculares eran considerados inevitables, hasta que se implementaron estrategias de prevención como el control del colesterol y la presión arterial.

Este mismo concepto puede aplicarse al Alzheimer. De acuerdo con un análisis publicado por The Lancet, adoptar hábitos de vida saludables puede reducir el riesgo de demencia en hasta un 45% y retrasar la aparición de la enfermedad -o incluso prevenirla- es posible mediante:
- Control de presión arterial y colesterol.
- Ejercicio físico regular.
- Reducción del consumo de alcohol.
- Uso de audífonos en personas con pérdida auditiva, ya que la sordera sin tratar quintuplica el riesgo de deterioro cognitivo.
- Corrección de problemas de visión.
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