Adelanto: "El Papa peronista, historia secreta de cómo Francisco opera en el día a día de la política argentina"

Infobae presenta el capítulo "Salvar a Cristina, hundir a Massa", del último libro del periodista Ignacio Zuleta, publicado por editorial Ariel. Un recorrido por el detrás de escena del Vaticano en la actualidad nacional

Compartir
Compartir articulo
“El Papa peronista. Historia secreta de cómo Francisco opera en el día a día de la política argentina” (Ariel), de Ignacio Zuleta
“El Papa peronista. Historia secreta de cómo Francisco opera en el día a día de la política argentina” (Ariel), de Ignacio Zuleta

SALVAR A CRISTINA, HUNDIR A MASSA

La derrota del Gobierno en las elecciones legislativas de 2013 disparó la incertidumbre del futuro del peronismo en el poder. El fenómeno de Sergio Massa, victorioso en Buenos Aires, que envolvía al de Mauricio Macri —aliados en listas de ese distrito—, frente a una presidente que no tenía reelección en 2015, despertó el demonio del final anticipado de otro mandato presidencial.

Esta inquietud permeó rápido entre los opinadores que suelen armarles escenarios de interpretación a los empresarios y a los sindicalistas. Suelen ser periodistas con jerarquías altas en los medios o politólogos que han hecho fama como consultores gurúes. Lo transmitieron como un escenario posible a partir de dos elementos:

1) la derrota del peronismo en las legislativas, que repetía la experiencia de 2009;

2) el aislamiento creciente de la gestión de Cristina de Kirchner, que había avanzado desde 2011 en medidas rechazadas por la oposición, como la Ley de Medios que había sancionado el Congreso, la reforma judicial, la estatización de las acciones de Repsol en YPF y el cierre del mercado de cambios.

En 2013, el peronismo disidente de Massa parecía el más calificado por la sociedad para competir por la presidencia, pero en esa elección había sido incapaz de aferrar adhesiones del peronismo en los grandes distritos provinciales. También había fracasado en una alianza más amplia, como la que habían discutido en junio de 2013, antes del cierre de candidaturas para las PASO de agosto de ese año, Macri, Daniel Scioli y Massa.

Desde comienzos de 2014, algunos dirigentes empresarios y sindicales pergeñaron un encuentro con Francisco para darle visibilidad al tema de las nuevas formas del trabajo esclavo y de los efectos en la economía mundial de la inmigración. El Papa había hecho su primera salida como pontífice al puerto de Lampedusa, en Sicilia, que era en ese momento la cabecera del arribo masivo de inmigrantes de África que desnudaban lo que Francisco ha calificado como el drama mundial más grave desde el Holocausto. La idea la tomó Daniel Funes de Rioja. Este directivo de la Unión Industrial Argentina (UIA) y de la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios (COPAL), dos de las centrales industriales más importantes de la Argentina, era desde hacía décadas representante del sector empresario en las paritarias. A nivel mundial, representaba también a las patronales con un cargo en la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Convocó para eso a dos socios que había reunido para emprendimientos anteriores: Gerardo Martínez, el gremialista de la construcción que era secretario de Asuntos Internacionales de la CGT, y Carlos Tomada, el ministro de Trabajo, que acompañó en esa cartera al matrimonio Kirchner en sus dos presidencias y que se había formado como abogado de la CGT. También sumó al presidente de la Unión Industrial Argentina, Héctor Méndez.

La idea era hacer un viaje de empresarios y sindicalistas al Vaticano para reunirse con el Papa y conversar sobre su participación en la OIT. Funes de Rioja había movido al mismo equipo años antes, en 2007, cuando Cristina de Kirchner era senadora y ya estaba anotada para ser candidata a presidente en reemplazo de su marido en las elecciones de octubre de ese año. En aquella oportunidad, junto a Tomada y a Martínez, Funes de Rioja organizó una agenda para que Cristina se varease por ese escenario internacional.

La organización navegó sin luces. La cita con el Papa había sido programada gracias a la colaboración de operadores de inconfundible referencia con Francisco, como el cura Carlos Accaputo, titular de la Pastoral Social del Arzobispado porteño, y de otros sindicalistas de alta observancia bergogliana, como Oscar Mangone. Ya tenían fijado hasta el día del encuentro, y era una fecha más que emblemática, el 19 de marzo. Es la festividad de San José, una devoción personal de Francisco; en su habitación, tiene una imagen del santo, a la que saluda y le pide cosas todos los días. Pero José es también el santo patrono del trabajo y de los obreros, a quien se invoca para la protección de las obras materiales.

La burbuja estalló en los primeros días de febrero cuando un diario dijo que la reunión la convocaba Francisco preocupado por la gobernabilidad de Cristina. Es ocioso especular sobre a quién le interesaba que el proyecto de Funes y sus amigos, del cual sabía Cristina a través de Tomada, que actuaba con la venia de Olivos, se exhibiese con otro propósito. La intención originaria era el acercamiento desde la Argentina, que tenía a dos directivos mundiales en la OIT, como Funes y Martínez, para darle impulso a la campaña de Lampedusa del Papa.

La publicación de esa noticia redundó en un desaire a Cristina y a los organizadores de la iniciativa, pero principalmente a Accaputo, que recibió reprimendas en público y en privado por hablar y hacer de más. Su entusiasmo, especialmente ante la prensa, revelaba lo inconfesable: que la duda sobre si Cristina terminaría su mandato estaba en las mesas de debate del más alto nivel y que Francisco estaba dispuesto a escuchar esos argumentos. Ese era el juego, pero no había que mostrarlo. Quienes se declaran conocedores de Accaputo, atribuyen este gesto de sentarse sobre el timbre a su temperamento expansivo y a sus ansias de figuración. Quienes conocen a Francisco disculpan al sacerdote y le atribuyen al pontífice la coreografía de la maniobra.

Francisco desbarató ese montaje a través de una de sus voceras informales de aquel tiempo, Alicia Barrios."Alicia, no tengo nada de eso en la agenda", le dijo en una comunicación que él le pidió que hiciera pública. Era febrero de 2014. En pocas horas, desmintió la noticia.

Cristina reaccionó con la misma rapidez: se acercaba el primer aniversario del papado de Francisco. La presidente, sin decirles nada a funcionarios de niveles inferiores, pidió una llamada con Francisco. Le dijo que quería verlo y saludarlo por el primer año de papado:"Voy a estar por allá, porque tengo además un almuerzo con François Hollande en París".

El propio pontífice le pidió un instante para mirar la agenda y la invitó a almorzar el lunes 17. Recién entonces se enteraron los funcionarios, que debieron recorrer el circuito formal desde la Nunciatura en Buenos Aires hasta la Secretaría de Estado en el Vaticano para cumplir con los protocolos.
La respuesta fue parte de un juego a tres bandas:

1) Tomaba la delantera frente los apresurados de Accaputo, que exponían, con efectos imprevisibles, la inquietud del propio Bergoglio de que Cristina podía no terminar su mandato; la frase recurrente era"hay que abrazarla para que termine";

2) preservaba la relación con ella, sin intermediarios, aun cuando Carlos Tomada era ministro de Cristina y le había adelantado detalles de ese intento de acercar institucionalmente a los dos;

3) enviaba una señal hacia los Estados Unidos, porque ese mismo mes, el 27 de marzo, recibía a Barack Obama.

"Este Papa es peronista"

El grupo organizador entró en pánico y mandó desbaratar la cita. Funes de Rioja aprovechó una reunión de la cúpula de la UIA con Cristina para dejar en claro el episodio. Fue el 7 de marzo, y Funes se apartó con ella, quien reconoció que se había tratado de una fabricación para dañarla y que estaba al tanto de cuál era la intención del encuentro con los empresarios. Ya se sabía del viaje de Cristina a Roma y Funes le pidió que sostuviera ante Francisco el pedido de que viajase a Ginebra en junio."Dalo por hecho. Este Papa es peronista", le dijo Cristina.

El caso sorprendió al Gobierno cuando trabajaba en la integración de la comitiva oficial que el siguiente fin de semana viajaría a Roma para el acto de asunción del nuevo primado de la Argentina, el arzobispo de Buenos Aires Mario Poli, quien sería ungido como cardenal, el único en actividad que iba a tener el país. El argentino compartiría la ceremonia con otros dieciocho que Francisco había elegido para sumar al colegio cardenalicio. Hasta entonces, esa comitiva la encabezaban el secretario de Culto Guillermo Oliveri y, claro, el embajador ante la Santa Sede, Juan Pablo Cafiero.

La posible asistencia de Mauricio Macri a ese acto y bajo ese palio agregaba inquietud al Gobierno nacional. Era el gobernante de la ciudad en donde mandaba Poli y era más que atinada su concurrencia. Falsa alarma, porque Macri se quedó en su casa y se hizo representar por dos emisarios distantes de los afectos de Bergoglio; no se notó porque era la fiesta de Poli y de la casi veintena de nuevos cardenales.

Uno era Marcos Peña, secretario del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, alejado de Bergoglio después del trajinado episodio del matrimonio de personas del mismo sexo, que el gobernante porteño había habilitado años atrás con la sola intención de no apelar, para impedirla, una decisión judicial que la habilitaba. Bergoglio creyó que Peña hubiera debido presionar a Macri para que frenase esa unión entre dos vecinos de la ciudad, la primera en la historia del país. Peña cree que no era esa su función; tampoco avisarle al arzobispo, que se enteró de eso por la prensa, lo cual le impidió algún tipo de intervención personal por otra vía. Fue el entuerto más serio que separó a Macri de Bergoglio y ha dejado rescoldos que no se apagan.

El otro enviado de la Ciudad de Buenos Aires fue Fulvio Pompeo, un asesor estrecho de Macri ya en aquel tiempo (después fue secretario presidencial). Estaba ligado por historia a Carlos Ruckauf, un hombre del ala antibergoglista por su compromiso con Esteban Caselli. No es seguro que Macri quisiera desairar al Papa enviando a esos dos funcionarios de su mayor intimidad, pero si hubiera querido hacerlo, con eso bastaba. Bergoglio anotó.

El viaje presidencial se improvisó con dificultades. Se trataba de hacer escala en Roma el domingo 16 de marzo de 2014 para un almuerzo a solas con el pontífice, antes de la visita a París. Fue un viaje movido en el Tango 01, nave inmensa para los pocos pasajeros que llevaba: el canciller Héctor Timerman, el secretario de Culto Guillermo Oliveri, el vocero Alfredo Scoccimarro y una decena de asistentes. Imaginaron que habría algún aparte de charla de altura con la presidente en algún momento del viaje, pero ella se encerró en el dormitorio de la nave y solo salió cuando carreteaba.

Se abrió la puerta en el aeropuerto romano y los esperaba otro protagonista del cierre del PJ porteño, Guillermo Moreno, embajador en Italia, quien se destacó del resto de los funcionarios que los esperaban, el secretario personal del Papa, el argentino Guillermo Karcher, y el embajador Juan Pablo Cafiero. De ahí a los hoteles Edén (Cristina y Timerman) y Savoy (Oliveri y el resto), de donde no salieron hasta la noche, cuando algunos, sin la presidente, se animaron a terminar el día con pastas y tinto junto a Moreno y a Cafiero.

Cristina fue al Vaticano el 19 de marzo y almorzó. Una semana más tarde, el 26, miércoles de audiencia general, Francisco saludó al cuarteto que lo esperaba en el corralito de los invitados VIP. Les escuchó la invitación para ir a Ginebra y acompañarlos en la aprobación del nuevo protocolo para el trabajo esclavo. No les respondió, pero al final Francisco no fue. Un mes después, el Comité de Protección de los Derechos de los Niños de la ONU dio a conocer un informe durísimo sobre los abusos a menores en la Iglesia. Ese documento —fruto de una investigación que duró seis años— afirmaba que el Vaticano había adoptado"políticas y prácticas que llevaron a la continuación de abusos a menores y a la impunidad de los responsables", por no tomar"las medidas necesarias" para atender estos casos y proteger a los menores. No era el mejor año para que Francisco apareciese por allí.
En la edición de ese día del periódico de Vaticano, sin embargo, la comedia se remató con una referencia a la política interna de la Argentina, con la misma música de aquel adelanto de La Nación."Los representantes del Gobierno, los empresarios y los trabajadores argentinos juntos —y destacaron juntos— han querido compartir con el Papa el compromiso unitario para una negociación salarial que se anuncia compleja", dijo L'Osservatore Romano. Ese órgano oficial publicó entonces un reportaje a Funes de Rioja, con titulares en la contratapa, que volvía a hablar de la situación del Gobierno argentino.

La Argentina seguía enredada en las consecuencias del default del Gobierno peronista de 2001 y jugaba a varias puntas. Por un lado, litigaba en los tribunales de Manhattan; por el otro, presionaba a Estados Unidos y otros países para que sancionasen normas para la renegociación de las deudas soberanas que dotaran de un contexto más benigno a los litigios nacionales en el extranjero. Esas presiones las ejercieron Cristina y sus funcionarios a lo largo de ese año con el argumento de que las sentencias que ordenaban el pago de la deuda violaban las inmunidades nacionales. Estaban destinadas a la Casa Blanca, alegando que el presidente Obama tenía atribuciones para presentarse en la causa y beneficiar a la Argentina. Algunos comentaristas bromearon con la idea de que Cristina creía en la existencia de una"servilleta" de jueces amigos a quienes Obama podía influenciar. La referencia, transparente, remitía a la lista legendaria que se le atribuyó a Carlos Corach, cuando era ministro de Carlos Menem, y que, anotada en una servilleta de papel, enumeraba a los jueces amigos del Gobierno.

En esa reunión con Cristina, el Papa trató con ella la situación del país ante la deuda y pudo haber un compromiso para que Francisco le expusiera los argumentos de la Argentina a Obama. Cristina tenía previsto descargar toda la artillería defensiva ese año en el viaje de septiembre a la ONU, donde hablaría ante la asamblea del organismo. Algún pedido hubo y se transmitió. Pero no surtió efectos, porque la Justicia de Nueva York cerró todos los caminos de negociación a los representantes del país. Meses más tarde, Francisco, ante un representante de la Argentina con quien tiene mucha confianza, admitió tangamente: "Me parece que el hombre de color [empleó otro término menos correcto] nos cagó".

"Una mujer muy inteligente"

Esa primera reunión fue el envión más importante que cree haberle dado Bergoglio a Cristina para que terminase su mandato un tiempo después de las heridas de la derrota de 2013. El vencedor de las legislativas, Sergio Massa, lideraba las encuestas de intención de voto para 2015 y parecía su seguro sucesor. Tenía el apoyo de un sector del peronismo; se lo disputaban como socio los radicales. Encima, se había fagocitado al macrismo en las candidaturas de Buenos Aires de ese año. En esos días, parecía que a Massa le bastaba con empujar la pelota hacia el arco para quedarse con todo.
Cuando se conozcan los protocolos secretos de aquellos días, se sabrá si la intención de Bergoglio fue proteger a Cristina o frenar a Massa. En el cerco a la gobernabilidad de entonces, que expresaba esa intención de gremios y empresarios y del propio gabinete —a través de Carlos Tomada—, se analizaba la hipótesis de una entrega adelantada del poder.

Bajo esa música se desarrolló una comedia en la cual Bergoglio logró descolocar a Massa y dar la señal, a la vez, de que actuaba como protector de Cristina Fernández. Lo negó en los dichos, pero en los hechos dejó en claro que quería actuar en el rol de padrino de la gobernabilidad de la viuda de Kirchner.

La invitación a ese primer encuentro en el Vaticano se hizo en el clima denso que le impuso Cristina al dedicar, como en la primera reunión de un año atrás, largos tramos de la charla a solas con Francisco a una confesión de las condiciones en que enfrentaba el futuro después de quedar viuda y acosada por una crisis política de desconfianza. Para colmo de males, venía del hospital. Había sufrido una torcedura de tobillo que le hizo decir a Francisco, cuando la vio entrar a Santa Marta —llegaba tarde, como siempre— con una férula: "Mala pata".

Ese día Francisco no durmió siesta, porque quería cumplir con la agenda original, que era reunirse con los encargados de Scholas Occurrentes, José María del Corral y Enrique Palmeyro. Era el 26 de marzo, fecha que en Buenos Aires habían informado que recibiría al grupo salvavidas: Gerardo Martínez, Carlos Tomada, Daniel Funes de Rioja. Los recibió en su habitación privada de Santa Marta y se dio por satisfecho por la faena. Cristina le había dejado una buena impresión, de integridad y lejos de estar escorada como para no terminar el mandato.

"Realmente, es una mujer muy inteligente", se le escuchó decir. No creyó suficiente el esfuerzo, porque volvieron a tener otra conversación a solas en septiembre, antes del viaje a la ONU. Bergoglio creyó cumplida la misión de sostenerla e insistió siempre en que debía terminar su mandato. Transmitía la idea de que un fracaso así sería en parte un fracaso de él como pastor.

Una mano a Cristina antes de ir a la ONU

En septiembre de 2014, Cristina de Kirchner preparaba su excursión anual a la Asamblea General de la ONU. Allí la Argentina negociaba una resolución en apoyo de su posición ante los acreedores de la deuda defaulteada por otro gobierno peronista.

"¿Sabés cuándo va Cristina a las Naciones Unidas?", se interesó el Papa Francisco cuando parlamentaba en un salón de la residencia de Santa Marta con Eduardo Valdés, en ese momento en el llano operando en favor de su designación en la embajada en el Vaticano. De memoria, o porque lo estudió antes o era un diálogo guionado, respondió que el lunes 22 la presidente tenía previsto estar en Nueva York:"Entonces te voy a dar una carta que le vas a llevar vos en persona para que venga a almorzar conmigo el sábado 20 de septiembre".

En la noche de ese día, el 9 de septiembre, Valdés comunicó la noticia a Buenos Aires. Le pidieron que lacrase la información y que viniera pronto con la carta.

El domingo siguiente Cristina Fernández leyó la carta y aceptó la invitación.
Para los observadores neutrales, el hecho de recibir a la presidente por cuarta vez en un año y medio fue un gesto más de cortesía vaticana: era el tercer almuerzo en la residencia de Santa Marta sumados al encuentro en Río de Janeiro.

Para el Gobierno, era el resultado de una maquinación política del Santo Padre, que buscaba teñir de espíritu religioso la visita y el discurso que pocos días más tarde daría la presidente ante la asamblea de la ONU con eje en las tribulaciones financieras del Gobierno argentino.

Este cruce de mensajes tenía una prehistoria. El 19 de agosto anterior, Emanuel Bergoglio, sobrino del Papa, había resultado herido de gravedad en un choque en la autopista Rosario-Córdoba, que le costó la vida a su esposa y a dos hijos.

Cristina llamó al Papa para solidarizarse y ofrecerle la ayuda que pudiera necesitar. En esa conversación, se produjo la invitación, sin fecha aún, que quedó abierta para cuando Cristina fuera a los Estados Unidos. El episodio reflotó el debate entre hermeneutas y lectores de labios: ¿el Papa se beneficiaba de Cristina o la presidente se beneficiaba de Francisco? Quienes creían en maquinaciones y jugadas a tres bandas recordaban que la anterior visita presidencial había tenido lugar pocos días antes de que estuvieran en el Vaticano Barack Obama y, después, la reina de Inglaterra, en una señal de Francisco de establecer precedencias afectivas y también políticas.

Ahora ocurría 48 horas antes del desembarco en Nueva York. Francisco era el argentino más importante y con más poder, y un Papa connacional es siempre un buen recurso para un país en problemas. Lo fue para Polonia Juan Pablo II en emergencias más graves. Podía ser la clave para que la ONU hiciera algo para sostener la posición internacional de la Argentina. Aparecer apoyando al Gobierno y a la presidente en momentos delicados era también una forma de reforzar el patronazgo de Bergoglio sobre un Gobierno que había mudado de la crítica a la amistad sobreactuada.

Valdés estuvo en la tarde del domingo en Olivos con la presidente y con Parrilli para entregar la carta manuscrita que le habían confiado en el Vaticano, y la dueña de casa decidió aceptar la invitación al instante. Con el secretario presente, revisó la agenda del viaje a Nueva York para acomodar los tiempos para estar en Roma el sábado 20, un día antes de que Francisco iniciase una gira pastoral a Albania.

La reunión en Olivos duró menos de una hora e incluyó un afable diálogo con el emisario papal sobre la semana argentina que vivió el Vaticano. Había un televisor encendido que transmitía el partido que Racing, casaca presidencial, perdía con Lanús, y eso desanimaba a la presidente. Valdés, que es hincha de River, aconsejó cambiar de canal y se solazaron los tres viendo el reconocimiento que el presidente del club, Rodolfo D'Onofrio, le hacía a Estela de Carlotto y a su nieto recuperado. Antes de despedirse, el trío se comprometió a mantener en secreto el viaje todo lo que fuera posible.

Es conmovedor el gusto que tienen los políticos argentinos por el secreto. Creen que sorprender es su misión, que es la de los payasos, por ejemplo. Entienden que la posesión de un secreto da poder. Un gobierno serio no debería guardar más secretos que los de la seguridad, y hasta ahí nomás.
Quisiéranlo o no los dos protagonistas de ese encuentro, los gestos terminaron tiñendo la participación de la presidente ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde la Argentina completó la andanada de alegatos antibuitres en el debate sobre una convención para regular los procesos de renegociación de deudas soberanas.

A esta altura de las relaciones, Cristina citaba a Francisco cada vez que se refería a la situación financiera internacional. Por su lado, el Papa, por si quedasen dudas, dedicó a sus dos preocupaciones varios de sus diálogos con argentinos. La primera eran las once guerras que decía registrar en el mundo. La segunda, la desocupación juvenil en Europa, que explica como consecuencia de lo que llama"burbujas financieras". Según el Papa, los manejos especulativos dominan a los gobiernos, que se derrumban sin remedio, como ocurrió con el de Sarkozy y después con el de Hollande en Francia, acosado este por la derecha lepenista, o, antes, con la debacle del socialismo español. En esos diálogos vaticanos con empresarios argentinos, el Papa recitó de memoria las cifras de desocupación juvenil: 48% en Grecia, 42% en España, 40% en Portugal. Esos números abrían el camino a la pobreza, a la delincuencia y a la droga.

La visita de Cristina de Kirchner al Vaticano en septiembre de 2014 fue precedida por otro argentinazo. En la semana anterior a su llegada, Roma se llenó de empresarios, funcionarios y entornistas que buscaban alguna participación en ese encuentro. Francisco dijo que estaba extrañado ante la insistencia de los visitantes en comprometerlo con la agenda argentina. Alguno escuchó de su boca:"Lo que no termino de entender son las cosas que se discuten en la Argentina mientras en el mundo hay once guerras que nadie puede parar".

Esa misma reflexión hizo el Papa Francisco en más de una decena de oportunidades con el malón de argentinos que lo acosó a lo largo de la semana del 8 al 14 de ese mes. El pontífice criollo dedicó varias horas al día a explicar, con resultados que el tiempo estimará, sus inquietudes sobre el mundo y la Argentina. Que esto ocurriese con el ingrediente de Diego Maradona como participante de algunas de esas reuniones le dio a esa semana el relieve de la más importante cumbre que hubiera tenido Francisco con sus connacionales desde que asumió. Hubo de parte del Papa un pedido de discreción a todos sus contertulios:"No me gusta que me hagan jugar en cosas en las que no juego, tampoco que me pregunten sobre anécdotas, ni sobre personas", se justificó.

Amparado por la familiaridad con sus compatriotas, el Papa abrió la residencia de Santa Marta —la capilla, el comedor, la sala chica y la sala grande de reuniones— entre lunes y viernes para que desfilasen los argentinos que querían verlo.

La cercanía presidencial motivó un desplazamiento inusitado de protagonistas hacia Roma, entre quienes estaban Eduardo Eurnekián, que estuvo en un acto del Papa el lunes y en un asado que ofreció Torcuato Di Tella en la residencia de la embajada. Estuvo Eduardo Elsztein; estuvo Doris Capurro, vicepresidenta de YPF, que representaba a Miguel Galuccio, que pasaba esos días entre Malasia y China; estuvo Isela Costantini, de General Motors; estuvieron Daniel Herrero, CEO de Toyota, y Miguel Blanco, de IDEA. Todos ellos participaban como aportantes de fondos de sus empresas a la misión de las Escuelas Vecinas (hoy Scholas Occurrentes) que desarrollaba el Papa desde que era arzobispo de Buenos Aires y que busca llevar educación donde no la hay de ninguna forma.

De ese patrocinio, participaban algunos sindicatos, como el de los marítimos, del"Caballo" Suárez, curiosos, como el macrista Diego Santilli, y el inquieto Roberto Sarti, de la Fundación Pupi, de Javier Zanetti. Eso explica que estuvieran en las reuniones con el Papa y también en otras algaradas, como la organizada por el embajador Valdés en la residencia oficial. En esa reunión, algunos convencieron a Marta Cascales, la mujer de Guillermo Moreno, que tenía un cargo de agregado en la embajada de Di Tella, de que debía tener una entrevista personal con el Papa, a quien no había visto pese a que hacía casi un año estaba viviendo en Roma.

A la mañana siguiente, ella, su marido y un grupo de argentinos aparecieron en la misa casi de madrugada de Santa Marta. Bergoglio la reconoció y la saludó:"Hace años que no nos vemos, pero usted es mi amiga y me da mucho gusto verla". Bergoglio había sido amigo del primer marido de ella y tenía, según quienes los trataron, siempre una opinión positiva sobre su persona.

Uno de los empresarios presentes, Alejandro Cuomo, acompañó a Maradona a ver al pontífice. Se le ocurrió llevarle un solideo —el gorrito blanco que usa el Papa en todas sus apariciones públicas y que solo se saca en misa o ante el Santísimo, es decir, ante Dios— que había comprado en una santería de Roma para que se lo bendijese. El Papa, ante Maradona —que para algunos es como Dios— y frente a otros dos empresarios contribuyentes también de las Scholas, Patricio Bulgheroni, Hugo Eurnekián, se sacó su solideo, le pidió a Cuomo el que había comprado, para bendecirlo, y se lo puso:"Me va bien, me lo quedo", sancionó el Papa.

Le dio el propio a Cuomo, que lo guardó como lo que era: una reliquia invalorable.

En la cita del martes 9 de septiembre de 2014, Eduardo Valdés le llevó a Francisco una inquietud: Diego Maradona quería una cita a solas con el Papa:

—Traelo el jueves a las 3 de la tarde, pero sin demorar, porque después tengo el acto de cierre de la reunión de las Scholas Ocurrentes.

—Tengo otro pedido, padre —es como llaman los íntimos al Papa—, ¿va a recibir a Guillermo Moreno, que hace un año que está acá en Roma y no ha podido verlo?

—Que venga con Diego, porque además soy amigo de su mujer, Marta.
El Papa les decía siempre a sus visitantes que Guillermo Moreno era lo más"valioso" y"honesto" que tenía el gobierno. Esa opinión debía responder a la piedad que le habían contado que exhibía Moreno en su despacho, rodeado de imágenes religiosas. Allí formulaba diagnósticos apocalípticos sobre el destino del mundo en los próximos años. También retribuía la campaña que había emprendido Moreno apenas Bergoglio fue elegido Papa, para que el Gobierno se pusiera detrás de él y abandonase la línea crítica de Verbitsky-Bonafini-Carlotto. Moreno lo llamó siempre el"Papa peronista", y Francisco conocía por testigos sus gestos piadosos y privados, como besar una medalla que cuelga de su cuello cada vez que emprendía una sesión de training en un gimnasio de la Capital Federal.

Dos días más tarde, el 10, ingresaban los Moreno y Valdés a la salita chica de Santa Marta. Allí hubo un aparte a solas de Francisco con el futbolista, cuyo contenido de confesión nadie revelará jamás. Al salir, sacó de su bolsillo un sobre con la carta a Cristina, que tuvo un agregado:"Tengo un gran recuerdo para este muchacho Parrilli. Le debo una, porque fue quien me invitó a aquella misa en la iglesia de San Patricio en 2006, cuando las relaciones con Kirchner no eran las mejores. Ojalá Cristina lo invite a venir al almuerzo". Eso lo contó Valdés después en Olivos, y el secretario presidencial se ganó en el acto el pasaje al Vaticano.

Luego de ese encuentro, Maradona apareció en el asado de la Embajada a los visitantes y dijo en voz alta:"Vuelvo a la Iglesia, de la que me fui hace muchos años, porque con este Papa vale la pena ser católico".

Venía de estar a solas con Francisco. Nadie sabe de qué hablaron, pero es difícil imaginar un producto proselitista más valioso para la Iglesia de Roma que el máximo astro futbolístico del mundo saliendo a predicar. En la soledad, casi de confesión, de esos encuentros, habrá logrado el perdón de sus faltas —que las tienen todos, como el propio Papa, que no puede reprimir la pasión por el dulce de leche—, aunque por lo que se conoce, los reproches que pueden hacerle desde la Iglesia al futbolista están incluidos
en lo que ha llamado el Papa"refalones afectivos", todos perdonables. En una declaración anterior, Francisco había dicho, comprensivo con la debilidad de la carne:"El pueblo le perdona a un obispo un refalón afectivo, pero no que meta la mano en el dinero". Escuchaba esa profesión de fe, bajo la carpa romana de Di Tella, un curioso invitado, el sobrino del sultán de Omán, que debe de haber anotado esa efusión confesional de Maradona, casi de cruzado cristiano, que desarrollaba el fútbol para Dubái.

Jolgorio en el último avión al Vaticano

Para Cristina, el viaje a Roma en septiembre de 2014, previo a su participación en la Asamblea de la ONU, la última de su ciclo presidencial, fue parte de otra jugada política. La agenda de ese viaje a Nuevas York era la crítica a los acreedores de la deuda defaulteada, tema que el Gobierno argentino había llevado a esa organización como último recurso para su plan maestro: no pagar nada mientras estuviese en el cargo. A eso sirvieron las reuniones con presidentes de todo el mundo, las apariciones en foros internacionales y el proyecto que aprobó la ONU para el tratamiento de la deuda soberana de los países.

Valdés peleó para estar en ese viaje; no era aún embajador. Pudo figurar la principal amiga de Bergoglio, la abogada Alicia Oliveira, pero se reponía de un tratamiento de su salud. Esa noticia preocupaba en el Vaticano, porque al Papa le hubiera gustado verla el sábado en Santa Marta. Dos meses más tarde, el 5 de noviembre, murió víctima de un cáncer.

Aligerados los corazones de la delegación que acompañó a Cristina al Vaticano, apenas subieron al Tango 01 el sábado por la tarde, después del almuerzo con el Papa Francisco en Santa Marta, se entregaron al jolgorio en el vuelo que los llevó hasta Nueva York. Estaban todos embriagados de triunfalismo por los efectos del que podía ser el día más brillante del año en materia internacional, un terreno resbaladizo para el Gobierno. La nave presidencial se convirtió en un confesionario de las anécdotas y entrelíneas que faltaron en las tediosas crónicas vaticanas, que contaron coreografías externas y para la foto, pero poco de la intimidad de lo que se hizo y dijo en las 36 horas que pasaron en Roma más de cincuenta funcionarios, consejeros, curiosos y entornistas llevados por el Gobierno al escenario mayor que tenía la Argentina frente al mundo, que era el Vaticano del Papa Bergoglio.

Hasta último momento, hubo serias dudas sobre si se haría el almuerzo del sábado con la presidente, porque el día anterior se le declaró una fiebre al Papa que lo recluyó en su habitación de Santa Marta y que preocupó a los médicos, no tanto por el argentinazo del día siguiente, sino por el viaje que debía empreder hacia Albania. Recién el sábado por la mañana se confirmó la cita, merced a un cañonazo de analgésicos y antipiréticos que le propinaron al santo anfitrión, que nunca se iba a perder la cita. Para los invitados, pareció una misión de predicación, como si hubiera que convertir al Papa al kirchnerismo neocamporista, algo que Bergoglio conocía más que nadie. No solo por edad sino también porque toda su trayectoria como sacerdote la hizo en convivencia con todos los peronismos, desde la Guardia de Hierro hasta los camporistas en serio de los años setenta, pasando por los peronistas, duhaldistas, menemistas, macristas y demás tribus con las que cohabitó siendo cura, obispo y cardenal.

No se iba a perder esa cita que entraba en las conveniencias políticas de los invitados, porque dio vuelta el impulso para aprovecharlo para sí: convenció a Cristina de Kirchner de que presentase en la ONU su proyecto de las Scholas Occurrentes. Cristina le había llevado al almuerzo del sábado 20 de septiembre el texto de la ley aprobada por el Congreso declarando el interés argentino en este proyecto.

El Papa le pidió que en cada escala de su viaje mostrase la carpeta de las Scholas. Cristina aceptó el mandato y lo hizo en la cita que tuvo pocas horas más tarde en Nueva York con el secretario general de la UNO Ban Ki-moon. También lo incluyó en el texto del discurso que le prepararon Héctor Timerman y Carlos Zannini en una oficina del hotel Mandarin.

Como prenda de ese compromiso, se subió el gerente del proyecto, el laico José María del Corral, al pasaje del Tango 01 en el tramo Roma-Nueva York. En ese momento era rector del San Martín de Tours, coqueto colegio de Palermo Chico. Bergoglio se interesó en que él participase de la gira:"Se lo pido especialmente, es como un hijo para mí", dijo.

Del Corral, seriamente ataviado de negro como un cura más, animó también el viaje con anécdotas sobre su relación con el Papa, de quien había sido un virtual ministro de Educación en Buenos Aires. También habló de su vida anterior, cuando era seminarista. El pasaje que escuchaba estas historias estaba integrado por hombres de fe diversa, desde un judío religioso como Héctor Timerman a librepensadores como Zannini, pasando por clericales como Eduardo Valdés, Julián Domínguez o Aníbal Fernández, o el trío neocamporista de José Ottavis, el "Cuervo" Larroque y "Wado" de Pedro.

Repasaron algunas anécdotas, como el llamado del Papa a la abuela del"Cuervo" desde un celular en Santa Marta para saludarla por el cumpleaños. Alguno de los presentes dio pistas de ese contacto: el Papa supo de la abuela de Larroque por el hijo de Valdés, Juan Manuel, dirigente del peronismo porteño, en una charla en Roma. Este joven le contó a Francisco que Larroque preparaba materias del secundario en la casa de esa abuela y que allí había tomado el hábito de leer la Biblia y hasta hacer anotaciones personales. Esa historia conmovería a Francisco, al punto de que quebró los protocolos con la llamada.

Algunos de los presentes aportaron otras anécdotas de juventud ligadas a la piedad cristiana, que divirtieron al pasaje, como una que relató otro ex seminarista sobre la prohibición a los novicios de leer el Cantar de los Cantares del Antiguo Testamento por el subido tono emocional que produce en algunos entendimientos. La charla se cortó cuando uno llegó al extremo de preguntar si es cierto que, en las confesiones de seminaristas, les cuantifican la penitencia después de averiguar sobre prácticas solitarias que son la sal de la adolescencia.

En ausencia de algunos de ellos, se liberaron algunas lenguas en el avión, lo que permitió conocer algunos hilos desconocidos de la trama política del debate de la Ley de Medios. Por ejemplo, las visitas del laico Del Corral al quincho de la casa de Mariotto en Lomas de Zamora, para parlamentar en torno a algunas cláusulas de esa ley que Bergoglio apoyó cuando se sancionó.

También se comentó con risas acerca de la sorpresa de uno de los secretarios del Papa cuando vio la escultura de la Virgen Desatanudos (que cultiva Bergoglio con el mismo énfasis de Elisa Carrió) que llevó de regalo la presidente. "¡Mamma mia!", exclamó Georg Gänswein, un austríaco que Francisco heredó de Benedicto XVI, famoso por su porte personal, que le ha valido el mote del "George Clooney del Vaticano". Esa escultura  representaba a la Virgen y otros personajes dentro de una caja con luces y animación que hizo Fernando Pugliese (hermano del llorado"Nono" y responsable de las imágenes del parque temático Tierra Santa en la Costanera) con destino original para la Casa Rosada. Cuando se enteró de que la reenviarían a Roma, declinó cobrar sus honorarios artísticos. Pugliese se pasó la noche antes del almuerzo del sábado, contaban en el avión, sin dormir armando la escultura que provocó el"¡Mamma mia!" del guapo secretario, a quien la gente se le acercaba para sacarse fotos. Toda una estrella.

A Domínguez, jefe de los diputados, lo acosaron en el avión por su reticencia para repartir botellas del blend Papa Francisco, caldo cuya producción negoció con los vitivinícolas de la COVIAR (ente de promoción de vinos) con variedades de cepas que se producían en todas las provincias vitivinícolas. Julián llegó al Vaticano con unas botellas de muestra que le regaló al pontífice, pero prolongó la promesa de que en algún momento iba a llegar la barrica de 500 litros que venía anunciando hacía tiempo para que las misas del Vaticano se rezaran con vinos argentinos. Prometió que haría una cata para amigos en la Cámara de Diputados antes de que saliera esa barrica, y todos se anotaron.

Aunque Cristina no participó de la jarana de alto vuelo del Tango 01, algunos que pudieron hablar con ella revelaron algunas inquietudes de Francisco que fueron tema de conversación de un almuerzo a solas, y más que largo (2 horas y 34 minutos, cronometró uno). Por ejemplo, el enojo con su secretario Guillermo Karcher por haber dicho antes de este viaje que a él le preocupaba"la gobernabilidad" en la Argentina. ¿Llamó el Papa"Figuretti" a Karcher por esos excesos? Nadie quiso confirmarlo, aunque se sabía del malestar del pontífice por personas que le atribuían juegos en los que él no estaba.

Otra de las inquietudes de esa charla fue el enojo del Papa con el empresario Rupert Murdoch, propietario de The Times y de The Wall Street Journal, por publicar comentarios críticos hacia su papado, que además tocaban al Gobierno argentino. El viernes de esa semana, el Journal había publicado una nota del lobbista Romain Hatchuel en la que señalaba a los billonarios de Wall Street, y entre ellos a Paul Singer, como luchadores de la libertad contra gobiernos como los de Vladímir Putin en Rusia, Recep Erdogan en Turquía y Cristina de Kirchner en la Argentina, a los que señalaba como autoritarios y antimercado. En la delegación, ese día circulaban copias de la traducción de esa nota que se demonizó pulcramente en el almuerzo vaticano."De Rusia a la Argentina —dice el acápite de esa publicación—, los megarricos a veces, inadvertidamente, empujan a favor de la libertad y la vigencia de la ley. "Murdoch, se quejaría el Papa en esos diálogos, era visto como la cabecera de un frente contra las críticas de Francisco contra los especuladores financieros.

No faltó en esas charlas la pregunta sobre otro misterio vaticano: por qué el Papa le había confiado al ex subsecretario de la Presidencia de Carlos Menem, el democristiano Ricardo Romano, nada menos que la misión de llevarle una carta personal al presidente de China. Romano había estado con el pontífice, los secretarios Pietro Parolin y Dominique Mamberti, pocos días antes, en el mismo despacho donde estuvieron el sábado Timerman y Oliveri repasando temas comunes a los dos Estados.

Bergoglio está convencido de que ayudó a que Cristina terminase su mandato presidencial. La sostuvo desde la primera vez. En esa primera cita, actuó ante ella como cura y la hizo llorar dos horas. Entró a lo más profunda de su alma y percibió, según quienes tuvieron conocimiento de primera mano de esa reunión, el estado psicológico de la presidente. Esa confesión no fue sobre política, sino sobre su situación personal interior, la viudez, la soledad. No hay fotos de la salida de esa reunión, porque se quiso evitar mostrar su estado de ánimo. Cristina recién habló días más tarde.

Eso estableció un tipo de relación que duró hasta el final de su mandato, a través de conversaciones directas y de emisarios. "Lo que viste el 9 de diciembre de 2015″, le dijo el Papa a uno de sus confidentes más cercanos,"hubiera sido un desastre cuatro meses antes." Ella, cree el Papa, no estaba para entregar el Gobierno. Había dicho, cuando el peronismo perdió las elecciones:"No me imagino poniéndole la banda a Macri". Cumplió; se la puso a Federico Pinedo, presidente provisional del Senado durante doce horas hasta que juró el nuevo presidente.

MÁS SOBRE ESTE TEMA: