Una nueva oportunidad para pensar y actuar

Los efectos de la pandemia, que nos colocan entre los países con mayor sufrimiento en términos de contagios y muertes, no pueden desvincularse de las décadas de crisis sucesivas y deterioro recurrente. Necesitamos recuperar la política, con políticos que actúen como tales y ciudadanos participativos, para pensar el futuro entre todos

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(Foto: Franco Fafasuli)
(Foto: Franco Fafasuli)

El confinamiento que estamos atravesando en estos días puede darnos una nueva oportunidad -¡otra más!- para pensar sobre los motivos de la prolongada y dolorosa decadencia que padecemos como sociedad.

Los dramáticos efectos de la pandemia, que nos colocan entre los países con mayor sufrimiento en términos de contagios y muertes por el COVID-19, no pueden desvincularse de las décadas de crisis sucesivas y deterioro recurrente. Los datos objetivos de la realidad indican, por ejemplo, que tenemos hoy un producto bruto per cápita equivalente al de hace casi 50 años, cerca de la mitad de la población sumida en la pobreza –y más del 60% de los niños- y una inflación descontrolada. Son solo ejemplos, más que relevantes, de la gravedad y magnitud de problemas que persisten en semejante dimensión y durante tanto tiempo en muy pocos países del globo. Seguimos siendo un enigma indescifrable e imposible de clasificar para tantos estudiosos de la economía y las ciencias sociales.

Una de las evidencias de ese deterioro es una sociedad con profundas divisiones, alimentadas desde sectores del oficialismo y de la oposición. La imagen pública de muchas de sus principales figuras concita más repudio que apoyo y, sin embargo, siguen ocupando el centro de la escena política, sosteniendo la demonización del “otro” y, en consecuencia, la imposibilidad de llegar a ningún acuerdo amplio a partir del cual construir una salida superadora.

Las simplificaciones son habituales: visiones en blanco y negro que encuentran -aún antes de buscar- “culpables”, omitiendo la complejidad de cuestiones que arrastramos hace mucho tiempo y que no han sido resueltas por Gobiernos de signos muy variados. Sin dudas, es mucho más fácil dejar de lado los datos que abruman, ignorar la historia y las experiencias internacionales, para atribuir la durísima situación a algunas personas o grupos de personas identificadas con lo que, en términos casi infantiles, se concibe como la suma de todos los males.

Conviene recordar acá que nos acercamos a las cuatro décadas de funcionamiento democrático bajo el cual, más allá de sus inmensas imperfecciones, cada uno de los Gobiernos, de signos partidarios diferentes, fue elegido por la sociedad. Pero la democracia, que es –además y como cuestión esencial- “eso” que ocurre entre elección y elección, nos exige ir más allá de los actos electorales y afrontar entre todos, con los recursos, instrumentos y actores adecuados, las problemáticas impostergables que nos acucian: el desempleo y la pobreza, las falencias de la educación, el deterioro de la salud, la creciente inseguridad, el descuido del medioambiente y los desbordes de una corrupción generalizada.

Cabe preguntarnos qué recursos tenemos para abordar tamaña tarea y si algún país logró brindar a sus habitantes una razonable calidad de vida y de goce de sus derechos sin haber alcanzado acuerdos mínimos que produzcan políticas de estado sustentables. Podemos respondernos, con desazón y con razón, que es realmente difícil porque nos falta política y son notorias las debilidades del Estado. Vivimos un doble sentimiento de orfandad.

Nos falta política, pero nos sobran dirigentes desprestigiados y boyantes, un sector empresario que, salvo excepciones, se resiste a emular a algunos de sus pares de otros lugares del mundo en lo que a responsabilidad social se trata, y una ciudadanía angustiada y escéptica que desconfía de instituciones republicanas muy lejanas a cumplir su rol.

El Estado -se evidencia con claridad ahora- se limita a un conjunto de dependencias, algunas mejores que otras pero que, en conjunto, conforman un cuerpo desarticulado con escasa capacidad de gestión que provee poco o mal los servicios para los cuales fueron creadas. Vale acá exigir y preguntar cuántas vidas está costando la insuficiente gestión para obtener de vacunas y la incomprensible demora en la aplicación de las que se logran. También es válido reclamar que se expliquen las razones del bajo número de testeos, herramienta universalmente indicada como esencial para enfrentar el COVID.

Si bien para que haya políticas de estado es necesario que Estado, sector privado y sociedad civil sepan acordar y trabajar juntos, la exigencia se focaliza en los que se definen como políticos porque a estos les corresponde responder a los reclamos sociales y atender a los derechos de las personas. Tal es su obligación, porque para eso se postularon y fueron electos o designados. Sin embargo, en lugar de hacerlo son demasiados los que se convierten en politiqueros, de uno u otro bando. Recordemos que, según la definición de la Real Academia Española, politiquear es “tratar de política con superficialidad y ligereza”, es decir lo que hacen quienes manejan la cosa pública con liviandad y como si esta les importara, mientras su preocupación central es si las encuestas los favorecen o no.

Así la política pasa a ser un ámbito en donde las propuestas brillan por su ausencia, el futuro se limita a la próxima elección y las discusiones quedan comprimidas en el espacio de un tuit. Mientras tanto, la sumatoria de actos fallidos y contradicciones groseras hacen al deleite de programas cómicos y no tan cómicos que encuentran en estos traspiés su mejor libreto.

Los politiqueros de uno y otro bando se destrozan por los cargos que todavía no han obtenido o para preservar los que ya tienen. Los politiqueros no leen, no estudian, no escriben siquiera sus artículos ni sus libros. La ciudadanía está harta de politiqueros y reclama políticos. La política es la actividad más noble que puede desarrollar un ser humano: la virtud y sabiduría en el ejercicio del Gobierno que debe tener como finalidad última el bienestar de la sociedad. Por causa de los politiqueros, la política se ha convertido en una mala palabra cuando en realidad debería ser entendida como compasión (sentir con) pero, tal como están las cosas, ni los politiqueros sienten con la ciudadanía ni la ciudadanía angustiada siente con los politiqueros.

Por eso, necesitamos recuperar la política, con políticos que actúen como tales y ciudadanos participativos, para pensar el futuro entre todos. Los escenarios que se avecinan deben ser de autoridad compartida. En ese marco, política y compasión, es decir sentir con, deben ir de la mano.

Hace algo más de dos años, un grupo de ciudadanos autoconvocados, de orígenes y pensamientos diversos, invitamos a iniciar una Conversación Nacional. Cada persona, cada institución, subrayamos en ese momento, puede asumir un rol activo en este desafío que nos interpela y nos demanda ser protagonistas. Lo ocurrido desde entonces, agravado por las consecuencias dramáticas de la pandemia, hace que esa propuesta sea hoy más necesaria que nunca.

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