Devuelvan a Mimi

La pequeña pasó los primeros tres años de su vida con Marcelo y Mariana mientras la Justicia demoraba en encontrarle un hogar. Allí encontró una familia. Ahora, reclamamos que les permitan volver a estar juntos

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La pequeña Mimi junto a Mariana
La pequeña Mimi junto a Mariana

El mar era inmenso. Imponente. Sabían que el futuro estaba en la orilla de enfrente, pero todo parecía haber terminado de este lado del mar. Había sido tanto el esfuerzo para llegar hasta ese momento, y de pronto sentir que el sueño se les resbalaba entre los dedos. El invencible ejército egipcio los había alcanzado y ahora estaban atrapados. La heroica salida de la esclavitud había durado un suspiro. El mar enfrente se transformaba en una pared que los inmovilizaba. El poderío del enorme ejercito que tenían detrás, los aterraba. Era el final de la quimera. Era el triste final de una historia de amor.

Ante la falta de escapatoria, los israelitas se dividieron entonces en cuatro grupos diferentes. Unos decían que debían tirarse al mar y terminar de una vez con toda esa angustia. Otros proponían regresar en silencio a la esclavitud en Egipto, de donde nunca debían haber salido. Otros gritaban enfurecidos que debían ir a la guerra. Mientras que los últimos comenzaron a rezar al cielo en búsqueda de salvación. Cuatro grupos, cuatro alternativas posibles: el abandono, la resignación, la violencia o la plegaria.

Sin embargo, ninguna de esas salidas era la opción. En ese momento crítico, uno de los hebreos pleno de coraje, puso un pie en el agua fría. Sólo entonces el Mar Rojo se abrió ante ellos. La respuesta no era otra que la confianza. La confianza en dar ese primer paso, en caminar hacia el lugar a llegar, en hacer frente a la pared que parece frenar cualquier ilusión. A veces esa pared es la falta de justicia, de oportunidades, de medios, la carencia de criterio o la falta de visión. Pero no hay mayor combustible para la confianza, que la dimensión todopoderosa del amor.

Quisiera compartirles una historia de esperanza y de conflicto, de desidia y de fe, de carencias y abundancias, de mares imponentes de injusticia que frenan el sueño, de ejércitos de funcionarios ciegos y de amores infinitos.

Mimi tenía apenas un mes de vida cuando llegó a la casa de Marcelo y Mariana. Ellos habían decidido abrir su casa y su corazón como familia de guarda, hasta que la justicia consiguiera un hogar definitivo para la beba recién nacida. La ley establece que el menor no puede permanecer más de 6 meses al cuidado de un hogar de guarda. La justificación sería evitar que se genere un lazo que provoque un daño biopsicoespiritual a la criatura al momento de ser restituida a su familia de origen, o bien entregada a aquella que la adopte.

Pasaron tres años. Tres años. La familia apenas recibió dos visitas del juzgado en todo ese tiempo. En esos largos y hermosos años la casa de Marcelo y Mariana dejó de ser entonces un lugar de guarda para transformarse en un hogar, un santuario. Mimi creció y disfrutó del calor y el amor de esa familia. El tiempo y las almas que se entrelazan hicieron el resto. Mimi allí encontró a su abuela, a sus 5 hermanos, a sus amigos del barrio y en Marcelo y Mariana, a su papá y su mamá.

El primer tiempo ellos le explicaban que pronto vendrían a buscarla quienes el día de mañana serían sus padres. Que tendría al fin un hogar y una familia hermosa. Pero a los 2 años y medio, fue Mimi quien dijo que ya tenia una familia. Una casa, un hogar. Que los amaba y que ellos eran sus padres. Que no necesitaba que otros padres la eligieran. Ella ya los había elegido a ellos, como propios.

Marcelo y Mariana decidieron entonces adoptar legalmente a Mimi. Cuando presentaron la cautelar de no innovar para avanzar, todo se transformó en una pesadilla. Un mar inmenso de falta de criterio enfrente y por detrás, un ejército de funcionarios escondiéndose en letras chicas intentando tapar negligencias y desidias propias. En diez días les arrancaron a Mimi de su casa. Bloquearon sus teléfonos y no supieron más de ella. Hace cuatro meses que luchan por encontrar a su hija. Su hija. La que criaron desde que nació hasta que les dijo a los ojos papá y mamá. El barrio entero y diversas personalidades salieron junto a ellos a reclamar por la devolución de Mimi. La jueza a cargo respondió rápidamente esta vez: les colocó un bozal mediático a ambos, prohibiéndoles salir a hablar en cualquier medio del tema. El Faraón que esclaviza la palabra está más vivo que nunca.

Esta mañana me contactó Marcelo, el papá de Mimi. Su voz, que escondía dolor, angustia, bronca e incomprensión, sólo sonaba en un timbre lleno de convicción, ternura y amor. Me hablaba y yo recordaba la lectura que debía estudiar esta semana. La que dice que frente al mar de la injusticia y frente a ejércitos de ciegos no corresponde abandonar, ni resignarse, ni violentarse, ni simplemente rezar. Sino que debemos seguir marchando. Dar ese primer paso.

A Marcelo y Mariana les prohibieron hablar. Pero no a nosotros. A todos aquellos que sabemos que debemos poner un pie en el agua fría. Porque la Argentina podrá estar anegada, a veces inundada de falta de sentido común, de autoridades que han perdido toda conexión con la realidad, pero está llena, repleta de almas con coraje. Almas que no se callan. Almas que ponen su pie en el agua con la esperanza de que las cosas cambien. Con la convicción de que el mar se puede abrir. Que a través del amor al otro podemos llegar al fin, a la otra orilla.

Pedimos que devuelvan a Mimi a su familia. Pedimos que se modifique el artículo 611 del Código Civil, para que también familias en guarda puedan ser quienes adopten a tantos niños y niñas que esperan. Que esperan que el mar tormentoso de su vida se abra para tener ellos también una orilla donde crecer bien, amar bien y ser amados bien.

Amigos queridos. Amigos todos.

Nos cuentan los sabios de la tradición judía en la Mejilta, que hay cuatro tipos de hijos sentados a la mesa familiar en las noches de Pesaj: el sabio, el rebelde, el simple y el que no sabe preguntar. Todos ellos con diversas preguntas acerca de las costumbres, comidas e historias acerca de la salida de Egipto. Solemos debatir sus preguntas y analizar sus respuestas alrededor de nuestra mesa en estos días de fiesta.

De no tener la sensibilidad de saber que hay hijos como Mimi, que no están estas noches en la mesa con sus papás y mamás, de nada habrá servido ni el estudio, ni el relato, ni el recuerdo, ni el ritual, ni el pan ázimo, ni la mesa que hayamos tenido.

En estas Fiestas de Pascua cada familia cristiana renueva su fe en el poder de renacer. Y en estas Fiestas de Pesaj cada familia judía renueva su fe en el poder de la libertad. Es justamente por esto, que como familia humana hoy pedimos que devuelvan a Mimi a su familia.

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