La mal llamada Revolución Libertadora

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Se consumó el 16 de septiembre de 1955 contra el gobierno constitucional de Juan Domingo Perón. No obstante, para interpretarla mejor, es necesario recordar algunos tristes episodios y chirinadas anteriores. El 28 de septiembre de 1951 se había realizado un fallido intento encabezado por el conocido insurrecto general Benjamín Andrés Menéndez (promoción 1904) y dirigentes de la Unión Cívica Radical (UCR), de los Partidos Demócrata Nacional, Socialista y Demócrata Progresista habían adherido al mismo. Fueron condenados a prisión, entre otros, el mayor Alejandro A. Lanusse, y fugaron al Uruguay los mayores de la Fuerza Aérea Orlando R. Agosti y Jorge Rojas Silveyra. En 1952 fue abortado un intento para matar a Perón y a su esposa, conducido por el coronel José F. Suárez. El 15 de abril de 1953, un atentado terrorista en la Plaza de Mayo produjo 8 muertos y más de 50 heridos. En diciembre de 1953, el Congreso Nacional sancionó una Ley de Amnistía.

El 16 de junio de 1955, en un hecho inédito de nuestra historia, más de 40 aviones de la Aviación Naval y de la Fuerza Aérea —con el logo de "Cristo Vence"— bombardearon y ametrallaron la Casa de Gobierno, la residencia presidencial y otros objetivos sobre indefensos civiles al descubierto, ocasionando más de 300 muertos y un número superior de heridos. Una proclama de los violentos finalizaba con estos términos: "Ciudadanos, obreros y estudiantes, la era de la libertad y de los derechos humanos ha llegado". Fueron en realidad abominables conceptos escritos con la sangre y el dolor de compatriotas muertos por las propias armas de la Patria, que generó también una metodología cuasi criminal que alcanzaría su clímax en los años ´70 del siglo pasado. A partir de ese día, los objetivos terroristas contra el Estado y del terrorismo de Estado no serían solo materiales sino que alcanzarían también a la propia población civil. Hombres de armas, ajenos al sentir real del pueblo, olvidaron que cuando se mata sin heroísmo nada se glorifica, se desciende a ser solo asesinos.

Mi amigo, el doctor Robert Potash, al respecto expresó: "Esos hechos constituyen un cruento capítulo de la historia argentina, ya que armas de guerra, adquiridas con el ostensible propósito de defender a la Nación contra un ataque extranjero, fueron empleadas contra los propios argentinos por miembros de sus Fuerzas Armadas y por civiles armados (…) Tal era la cólera de los enemigos de Perón, tal su ansiedad por ver su caída que estaban dispuestos a herir y a matar a inocentes para lograr ese propósito".

De haber triunfado el intento golpista, el gobierno provisional habría sido asumido por un triunvirato constituido por Miguel Ángel Zabala Ortiz (UCR), Oscar Vicchi (Conservador) y Américo Ghioldi (Socialista). Años después, todos los involucrados en atentar contra las instituciones republicanas fueron indultados, y muchos de ellos ocuparon cargos políticos y militares relevantes, aún en gobiernos constitucionales. A partir del 16 de junio, se entabló lo que Alain Rouquié ha llamado "la guerra civil larvada, de junio a septiembre".

Con las Fuerzas Armadas divididas, el tercer golpe cívico-militar del siglo se concretó el 16 de septiembre. Tuvieron participación activa el general Eduardo E. Lonardi (promoción 1916) y el almirante Isaac F. Rojas (promoción 1929); a último momento se acopló el converso general Dalmiro F. Videla Balaguer, quien en 1951 había sido reconocido con la medalla a la Lealtad Peronista. Pero los verdaderos impulsores y gestores fueron los mandos medios, principalmente en el Ejército.

En septiembre, el Gobierno estaba desgastado como consecuencia de casi diez años de mandato, una deteriorada situación económica y un incomprensible conflicto con la Iglesia católica desde el año anterior. El golpe, a diferencia de los anteriores y posteriores que se originaron en Buenos Aires, se inició en Córdoba; fue allí donde se libraron los más cruentos enfrentamientos, y donde también actuaron los autodenominados "comandos civiles revolucionarios". Contó con la aquiescencia y el apoyo de los partidos Radical, Conservador, Socialista, Demócrata Cristiano, Demócrata Progresista y Comunista. No faltaron, por supuesto, grupos de interés y de presión como la Sociedad Rural Argentina y algunos miembros de la Iglesia Católica. La Armada, a diferencia del Ejército, actuó con unidad de comando y fue decisiva la participación de la Flota de Mar, que después de bombardear depósitos de petróleo en Mar del Plata, amenazó con hacerlo con las destilerías de La Plata y de Dock Sud.

Inicialmente, el poder de combate relativo de las fuerzas leales era sensiblemente superior a las del oponente. El día 19, el foco rebelde de Córdoba vacilaba y se creía derrotado pero, con el correr de las horas, efectivos leales se pasaban a las filas rebeldes, principalmente las guarniciones militares de Mendoza y de San Luis. Perón se sentía derrotado, traicionado y no buscó una alternativa que hubiera significado un baño de sangre o una guerra civil. Sin estar definida la situación, presentó su renuncia y se refugió en la embajada de Paraguay, que rápidamente le otorgó el derecho de asilo.

Los lemas de la mal llamada Revolución Libertadora fueron "Cristo Vence" y "Dios es Justo". El general Lonardi asumió como presidente provisional el 23 de septiembre y su proclama fue conciliatoria: "Ni vencedores ni vencidos". Rojas asumió como vicepresidente y presidió la Junta Consultiva Nacional donde estaban representados todos los partidos con excepción del Justicialismo y el Comunismo. En forma ignominiosa y traidora Lonardi fue depuesto por sus pares el 13 de noviembre de 1955 y reemplazado por el general Pedro E. Aramburu (promoción 1922), oficial que tuvo un papel secundario en el golpe. A partir de esa fecha se instaló un acentuado anticomunismo y antiperonismo en el país y en los cuarteles. En la Armada fueron pasados a retiro obligatorio todos los almirantes, excepto Rojas. En el Ejército, similar proceder se adoptó con 75 de los 86 generales y se reincorporaron a 170 oficiales que habían sido dados de baja por la chirinada de 1951. La persecución se extendió a todos los ámbitos, incluido el deportivo, y hasta el campeón mundial de automovilismo de Fórmula 1, Juan Manuel Fangio, cayó en las redes arbitrarias, vengativas y persecutorias de la dictadura.

No comparto lo expresado por el reconocido escritor y filósofo Víctor Massuh —a quien tuve el privilegio de tratar— acerca de que "…en 1955 y en 1976 no hubo otro medio de salvar a la Patria de la disolución". En ambos episodios triunfaron las ambiciones de poder del subconsciente pretoriano —civil y militar— que lograron un visceral antiperonismo y transformaron a Perón en un fenómeno parasicológico. A partir de entonces, el peronismo es nostalgia, vitalidad y sentimiento nacional.

Concuerdo sí con María Sáenz Quesada, que dice: "El saldo final de la llamada Revolución Libertadora era un país más dividido que nunca. Había vencedores y vencidos, odios profundos y cuestiones sin resolver. Entre estas últimas, la proscripción del peronismo era la más grave, pues invalidaría las elecciones de 1958".

Desde entonces y hasta 1983, lamentablemente los militares se autoimpusieron —con apoyo de una dirigencia política con pocas convicciones democráticas— desempeñar el papel de tutores de la República y de su última reserva moral.

Las circunstancias históricas cambiaron, las instituciones del estado de Derecho y de la democracia -incluidas las Fuerzas Armadas desde el 3 de diciembre de 1990- se asentaron sobre bases sólidas, pero persisten algunos rasgos autoritarios y divisiones enconadas en nuestra cultura política que debemos superar.

Ex Jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.