Se cumplen 153 años del primer asentamiento galés en la Argentina que debería servir de ejemplo estimulante a los habitantes de las Islas Malvinas. Esa primera presencia al sur del Río Negro de unas 160 personas ha crecido a más de ochenta mil, aunque algunos mencionan cifras mayores. La goleta Mimosa, que zarpó de Liverpool, desembarcó en Punta Cuevas el 28 de julio de 1865, para convertirse en Puerto Madryn. Todavía hoy se pueden ver las primeras viviendas de los galeses en suelo argentino. Después fundaron Rawson y se fueron expandiendo por la Patagonia hasta la frontera con Chile. Esquel, Trevelin o Choele Choel son parte de ese testimonio. También hay presencia galesa en la provincia de Buenos Aires y Santa Fe.
La historia muestra a los galeses preservando sus valores y su modo de vida, sus costumbres, su lengua y su identidad cultural, incluso vínculos con el Reino Unido. El festival Eisteddfod lo pone de manifiesto siguiendo la guía del predicador Michael Daniel Jones, que invitó a formar Gales más allá de Gales. Se calcula que cerca de diez mil argentinos de origen galés hablan, como lengua materna, ese idioma y 25 mil, como segunda lengua, que muchos califican ya como el galés patagónico, representando la tercera variedad principal del galés.
Para fundar la presencia galesa en la Patagonia se negoció previamente con el gobierno argentino, en 1863, el lugar del asentamiento y las condiciones e intereses, e incluso de autogobierno, en la que los galeses habitarían. Esa negociación abarcó un abanico de cuestiones sensibles como pretensiones de soberanía que posteriormente fueron dejadas de lado. Se acordó en la negociación, además de cien acres de tierra para cada familia galesa en el valle del Chubut, que esa parte de Gales sería reconocida oficialmente como una provincia argentina una vez que su población alcanzara los veinte mil habitantes.
El acuerdo fue de difícil debate en el Congreso argentino, que, por el alcance de algunas de las cláusulas, al principio se negó a ratificar el instrumento. Uno de los argumentos era la preocupación de algunos legisladores sobre que no se respetara la religión oficial según la Constitución. Otros destacaron que era peligrosos por la cercanía con la presencia británica en Malvinas. También fue criticada la aspiración de autonomía y de autogobierno por ser los pobladores ciudadanos británicos. Pero más allá de esas observaciones, el acuerdo fue aprobado y marcó un hito único en sus características. Ni en Australia o Estados Unidos lograron los galeses algo similar. También el acuerdo merece ser un ejemplo para la inspiración diplomática.
Los primeros pobladores galeses, que merecen el agradecimiento permanente de la Argentina, establecieron además relaciones estrechas con los locales tehuelches. Esa relación amistosa es uno de los pocos ejemplos de convivencia pacífica en el mundo. Ese espíritu permitió el desarrollo de la zona y la ampliación de áreas cultivables, incluso el establecimiento de un sistema de canales de riego. En 1865, la producción de trigo alcanzó las seis mil toneladas. Con esa producción los galeses ganaron la medalla de oro en las exposiciones internacionales de París y Chicago.
El conflicto del Atlántico Sur de 1982 también tuvo galeses en uno y otro bando. El héroe nacional, Ricardo Andrés Austin, fue un soldado argentino de ascendencia galesa que falleció en la guerra. La comunidad galesa argentina, pese a su origen británico e incluso a que muchos tienen la doble nacionalidad, apoya el reclamo de soberanía de la Argentina. Que este ejemplo de integración y respeto en la diversidad sirva para que la Argentina y el Reino Unido asuman enfoques diplomáticos creativos superadores. La historia muestra que, cuando hay voluntad política, es posible.