Cómo superar las parejas tóxicas, los amores frustrados, las “relaciones chatarra” y el terror al abandono

En su nuevo libro, “El amor real huele a tostadas”, la psicoterapeuta Patricia Faur comparte claves para no dejarse llevar por la ilusión del romance, pero tampoco por las expectativas de una sociedad “tóxica y adictiva” que interpreta la falta de pareja como un fracaso.

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En "El amor real huele a tostadas", editado por V&R, la psicoterapeuta y escritora argentina Patricia Faur comparte claves para evitar las relaciones tóxicas y escapar de las dinámicas de una sociedad "adictiva" para la que la falta de pareja es un fracaso. (Getty Images)
En "El amor real huele a tostadas", editado por V&R, la psicoterapeuta y escritora argentina Patricia Faur comparte claves para evitar las relaciones tóxicas y escapar de las dinámicas de una sociedad "adictiva" para la que la falta de pareja es un fracaso. (Getty Images)

Amores tóxicos, narcisistas, cobardes, imposibles, violentos, ilusorios, frustrados, virtuales, adictivos. Hoy en día, las relaciones acarrean una serie de expectativas imposibles de cumplir y, entre comparaciones absurdas y la impaciencia que caracteriza a la era digital, nadie parece estar del todo conforme en ese ámbito.

“¿Te animas a una pareja verdadera, cotidiana y simple?”, se pregunta la escritora y psicoterapeuta argentina Patricia Faur en su nuevo libro, El amor real huele a tostadas. Especialista en problemas de pareja, dependencia emocional y “amores que duelen”, la autora ofrece ideas (que no son recetas mágicas) para aprender a identificar las relaciones potables de aquellas que destacan por su toxicidad.

En un mundo en el que la falta de amor se interpreta como un fracaso o una derrota, Faur propone una alternativa para no sucumbir ante las expectativas de una sociedad “tóxica y adictiva”. Y afirma: “Las redes sociales te muestran cuerpos que no son reales, parejas que simulan amores de película, viajes y lugares de ensueño. Todo a tu alrededor fomenta la ilusión. Frente a ese panorama, un cuerpo normal, una pareja agradable y una vida apacible se presentan como una comida sin condimento: no te hace mal, pero parece que te estuvieras perdiendo de algo. No llena”.

En El amor real huele a tostadas, editado por V&R, Faur explica: “Le pedimos demasiado al amor. Demasiado. Que nos rescate, que nos salve, que nos cure las heridas infantiles, que se ocupe de nuestros miedos, que disimule nuestras frustraciones, que nos dé sentido, que conjure nuestros demonios, que nos traiga luz en los momentos sombríos, que nos haga sentir lo que no podemos sentir por nosotros mismos. No podemos vivir sin amor, sin otros, pero, para que haya otros y haya amor, primero, tenemos que estar habitados de nosotros mismos. Nadie va a venir a llenar ese vacío, y, si lo hace, es solo una ilusión que se paga cara”.

“El amor real huele a tostadas” (fragmento)

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Las parejas que no llenan: la ilusión de un amor que salve del abismo

“No me llena. Ya no es como cuando nos conocimos, algo se está apagando. Pero no es todo el tiempo. Hay momentos en los que siento que es el hombre de mi vida, y, tal vez, ese mismo día, hay momentos en que lo miro y no me gusta, no lo admiro, no me erotiza”.

Con frecuencia, escucho en la consulta la expresión “no me llena” para referirse a una relación amorosa que sabe a poco. Algunas personas sienten que, con el correr de los meses o de los años, les “falta” algo que las impulsa a buscar una nueva relación o que les hace sentir la frustración de querer reencontrar lo perdido y no lograrlo.

¿Qué es una ilusión? Es una distorsión de la realidad. A veces, las ilusiones son deformaciones de los sentidos (ilusión óptica, gustativa, auditiva), pero, en el caso de las relaciones, se trata de ver en el amado características que no existen. O bien, para ser más precisos, se exageran algunas y se minimizan otras. Hay momentos de la vida en los que la realidad es demasiado compleja o insoportable, y el refugio en la ilusión, por un rato, es un descanso. El peligro es confundir el cuento con la realidad.

Cuando nos enamoramos, tenemos la sensación de “estar completos”, de que no hace falta nada más. Se pierde el apetito, el sueño; los pensamientos sobre la otra persona invaden día y noche; las horas que pasan hasta el encuentro son interminables; el corazón se acelera con cada mensaje. Sin duda, una etapa mágica en la escalada amorosa, que puede continuar hacia una relación de amor más profundo. Pero no siempre es así.

Hay personas más vulnerables que viven erráticamente tratando de esquivar el dolor de su existencia. Quedaron ancladas en la inseguridad, la vergüenza o la soledad. Para ellas, el encuentro amoroso enciende un sentido a la vida y se aferran con desesperación a esa ilusión para que no termine. Allí hay peligro.

¿Recuerdas lo que sucede en el desierto con los espejismos? Se pueden pasar días con una sed extrema bajo el sol, el calor y la arena, y creer ver espejos de agua a lo lejos. Solo se trata de una ilusión óptica. Cuando estás con sed de amor, cuando te parece que la pareja es una sucesión de intentos que fracasan y estás a punto de rendirte, cuando la soledad te grita en las entrañas, de pronto, aparece alguien que te rescata del abismo. O eso crees, como con los espejismos.

Justamente, el estado de necesidad lleva a ver cosas que no son y a aferrarse con desesperación a cualquier posibilidad que nos saque por un rato del dolor. Lo cierto, lo que la clínica nos revela, es que son relaciones con mal pronóstico: la incapacidad para elegir en un momento de inestabilidad emocional puede llevarnos a pensar, erróneamente, que esa relación cambiará nuestra vida, y es probable que comencemos a idealizar al otro.

¿Las relaciones salvan? ¿El amor es una cura? Para Patricia Faur, el romance nunca puede completar a una persona.
¿Las relaciones salvan? ¿El amor es una cura? Para Patricia Faur, el romance nunca puede completar a una persona.

La estafa de las relaciones salvadoras

Las “relaciones salvadoras” cuestan caras. De forma literal. En muchas de ellas, pagas de más y ofreces demasiado con tal de que no termine el cuento de hadas.

“No me importaba nada. Sabía que nuestras diferencias sociales y económicas eran enormes. Sin embargo, fueron los meses más hermosos de mi vida. Ningún hombre me había dicho en tan poco tiempo lo que Nico supo decirme, nadie me hizo sentir tan mujer, tan importante. Él no me pidió nada; yo se lo di todo porque quería que se quedara conmigo. No quise escuchar las voces de alerta que me frenaban, las callé a propósito. Le compré un auto al mes de estar juntos porque él no tenía trabajo y pensé que, si lo ayudaba, iba a darle un impulso. Le alquilé un departamento cerca del mío porque vivía muy lejos, en una zona humilde de las afueras de la ciudad. Le compré ropa. Lo asocié a un servicio médico. Ya sé, ya sé todo lo que van a decir. No me duele nada de lo material que perdí con él; me duele que no haya podido amarme y me haya estafado emocionalmente. Esa es la única estafa que me duele”. Sara detiene el relato y se queda en silencio mirando una pared de mi consultorio.

Yo te salvo; tú me salvas. En realidad, la única salvación es la que podemos hacer con nosotros mismos. Allí, en medio del río, de la depresión, de la angustia, cuando estamos a punto de rendirnos, una fuerza misteriosa puede empujar de nuevo hacia la vida. Y damos una brazada, y otra, y otra, y llegamos a la orilla. Y, cuando salimos del pozo, nos damos cuenta de que tenemos un poquito menos de miedo, aprendimos a nadar en medio de la tormenta, así que ya no nos asustan los truenos.

Los recursos a los que apelamos en momentos de desolación pueden ser las llaves para sentirnos más fuertes el día de mañana. La depresión es un grave trastorno del estado de ánimo que te hace sentir que no hay futuro, que hay un sinsentido en tu vida, que nada tiene color. Atraviesas una existencia apática y gris, y sientes un enorme vacío. No se trata solo de una cuestión emocional. Es una patología multicausal y no se soluciona con buenas intenciones y nada más.

La depresión es un trastorno tratable, y, en la actualidad, conocemos sus causas y podemos abordarla. No obstante, muchas personas no se sienten con fuerzas para pedir ayuda o descreen de la posibilidad de ser ayudadas. Por eso, cuando alguien está deprimido, el enamoramiento es como maná del cielo. Es en medio de esa vulnerabilidad cuando el encuentro amoroso puede ser un peligro: es como darle morfina a quien no puede más de dolor, es cocaína para el adicto que se siente humillado y abandonado.

Lo que importa no es la sustancia (la morfina, la cocaína o la persona); lo que realmente importa es lo que pasaba antes del consumo. Porque resulta bastante comprensible que, si estás hambriento, te aferres a cualquier cosa que te “llene el estómago” por un rato y quieras más y más. Y el problema es el hambre inicial.

Es así que hay “relaciones chatarra”, como esas hamburguesas que te venden en los locales de comida rápida: tentadoras, sabrosas, llenadoras por un rato. Sales con la sensación de que algo no está bien, te sientes pesado y nunca pensaste en el colesterol o en la obesidad, solo en que eran “sabrosas”.

Todos hemos tenido, alguna vez, esa experiencia, que puede ser más o menos pasajera. Excepto que estés mal y uses eso para tapar tu dolor. Entonces, no alcanzan los kilos de helado, los chocolates y las papas fritas. Lo único que quieres es que esa angustia que te grita por dentro se calle.

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El amor no es un parche

“Siempre crecí avergonzada. Tuve una familia que me hizo sentir rara porque era inteligente. Mis hermanos se burlaban, y mi madre nunca aplaudió mis logros. Casi parecía que les daba bronca. Tenía que esconder mis buenas notas para que no me trataran de ‘bicho raro’. No me sentía linda, así que compensaba estudiando y siendo muy esforzada en mis tareas. Y así crecí y me fue muy bien en mi vida profesional. Llegué a ser gerenta de una gran compañía y a tener ciento veinte personas a mi cargo. Siempre oculté que me gustaban las mujeres porque hubiera sido un motivo más de burla en mi familia, así que me distancié de ellos. Todo me iba bien, pero estaba sola, profundamente sola. Cuando conocí a Débora y me dijo que me amaba, le hubiera entregado mi vida. Creo que lo hice y la agoté. Fui posesiva, controladora, insegura, no podía creer que ella en verdad me amara. No sé cómo es este juego del amor; sufro tanto que siento que seguiré sola”. Claudia se esconde detrás de sus enormes anteojos y casi ni me mira mientras habla, como si la vergüenza aún estuviera presente.

La vergüenza, el abandono, la soledad, la angustia. Tenemos la sensación de que esas emociones se “curan” con algo externo, y es, justamente, al revés. Lo externo es solo un tapón, una especie de parche que calma un rato la herida. Esta sigue allí y es todavía peor. Porque, cuando supiste lo que era vivir sin dolor durante un tiempo y creíste sentirte feliz, la vuelta a tu realidad es más profunda y más devastadora. Eso es la desilusión.

Y las “relaciones chatarra” son eso. Te llenan, te ilusionan, te prometen, te sacan de la realidad. Y un adicto en busca de su dosis no está en condiciones de elegir ni de decidir lo que es bueno para él. Solo busca la intensidad que lo saque del caos emocional que es su cabeza. Esas relaciones proveen intensidad porque son difíciles, complicadas y tortuosas. Amores inaccesibles, asimétricos, desafiantes, que son la materia prima de la obsesión. Aunque resulte extraño, parece doler menos estar obsesionado con alguien que tomar contacto con las heridas que realmente angustian y sangran desde el interior.

Terror al abandono

“Supe, desde el primer día, que ella estaba casada y no me importó. Estaba tan enloquecido que me conformaba con el pequeño rato que me daba en la semana, aunque después sufriera mirando sus redes y las fotos que subía con su familia. Ese poquito era mejor que no tenerla, y debo decir que ella alimentó mi ilusión, porque me decía lo mal que estaba con su marido, lloraba, se desahogaba. Así que pensé que era cuestión de paciencia. Pasaron los meses, los años. Vivía por y para ella. Me fui enfermando de promesas y comencé a reclamar, a pedir, a rogar. El final, ya te lo imaginas. Me dejó, me bloqueó en redes y no quiere saber más de mí. Y yo no sé cómo se sigue sin ella”.

Cuando se viven relaciones en este nivel de intensidad y el choque con el vacío es tan fuerte, la desolación que sigue a la ruptura es descomunal. Nada parece calmarla. Crecimos con una idea del amor distorsionada, y esa frustración entre la expectativa y la realidad es fuente de muchos tormentos y desilusiones. Le pedimos al amor que le dé un sentido a nuestra vida y no nos ocupamos demasiado de lo que damos, sino de lo que recibimos.

En el caso de los dependientes emocionales, es aún más dramático: el deseo de ser amados se convierte en una necesidad. Necesitan del otro para estar vivos, para saber que existen, para que les dé identidad.

El amor de la ilusión no se parece en nada al amor real: no tiene fallas, es un conjuro contra todos los miedos y las angustias. Su fuerza es tan poderosa que parece derrotar a la mismísima muerte. Del amor ilusorio se nutren las novelas, los cuentos, las películas y las canciones con las que crecimos. Es como cuando creemos en los Reyes Magos: es agradable pensar que es posible.

Si una persona se siente desvalorizada y, de un día para el otro, es el centro de la vida de alguien, y ese sentimiento es mutuo, ¿qué no serían capaces de hacer los amantes por sostener ese estado? Cada movimiento que uno de los integrantes de la relación haga hacia la autonomía es vivido como una amenaza: se teme el abandono con verdadero terror.

Por esto, esa etapa de la construcción amorosa es estresante, posesiva, y alterna momentos mágicos con caídas abruptas. Y, frente a cada caída, lo que aparece es el abismo que estaba antes de encontrar este amor, y el precipicio se ve ahora más hondo, más temible.

No nos enseñaron a transitar las emociones, nos enseñaron a evitarlas. Vivimos en una sociedad tóxica y adictiva en la que no tener un buen amor es un fracaso, no triunfar en lo económico y profesional es una derrota, no tener un cuerpo joven y perfecto es un déficit. Por lo tanto, la carrera por los ideales de belleza, eficiencia y perfección es despiadada.

Las redes sociales te muestran cuerpos que no son reales, parejas que simulan amores de película, viajes y lugares de ensueño. Todo a tu alrededor fomenta la ilusión. Frente a ese panorama, un cuerpo normal, una pareja agradable y una vida apacible se presentan como una comida sin condimento: no te hace mal, pero parece que te estuvieras perdiendo de algo. No llena.

Quién es Patricia Faur

♦ Es escritora y licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.

♦ Es magíster en Psicoinmunoneuroendocrinología y Psiconeurofarmacología por la Universidad Favaloro, donde dicta clases de posgrado.

♦ Trabaja como psicoterapeuta y da seminarios de formación nacional e internacional sobre “Amores que duelen”.

♦ Publicó más de diez libros sobre la temática, entre ellos Amores que matan, Amores posibles, Prisioneros del pasado, y el más reciente, No soy nada sin tu amor.

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