Una bayoneta y el tercer secreto de la Virgen de Fátima: el segundo atentado a Juan Pablo II que el Vaticano negó

El hoy Santo no sólo sufrió el intento de homicidio por parte de Alí Agca en la Plaza San Pedro del Vaticano el 13 de mayo de 1981. Un año después, cuando fue a agradecer a Fátima que la Virgen haya desviado la bala, el sacerdote español Juan María Fernández y Krohn quiso matarlo con una bayoneta

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El Papa Juan Pablo II y la pastora que vió a la Virgen en Fátima, Sor Lucía. El tercer secreto de Fátima, que permaneció sin develarse por casi nueve décadas, estaba relacionado con el atentado al Papa (EFE)
El Papa Juan Pablo II y la pastora que vió a la Virgen en Fátima, Sor Lucía. El tercer secreto de Fátima, que permaneció sin develarse por casi nueve décadas, estaba relacionado con el atentado al Papa (EFE)

Si fuese un acorde, sería de una disonancia brutal. Pero no es un acorde, es una bala. Una bala explosiva, diseñada para arrasar lo que toca. Y, sin embargo, está engarzada en la aureola de la corona de la Virgen de Fátima, en su santuario de Portugal. Una bala en la corona de una Virgen, suena raro y espectral.

Lo raro y espectral es la historia de esa bala. El 13 de mayo de 1981, esa bala, junto a otras tres, fue disparada por una pistola Browning que empuñaba, en la Plaza de San Pedro, la mano del turco Mehemet Alí Agca. El proyectil, según informaría después Francesco Crucitti, jefe del equipo médico del policlínico Gemelli de Roma, entró a la altura del ombligo de Su Santidad, el papa Juan Pablo II, recorrió en zigzag el abdomen del pontífice, perforó el colon y el intestino delgado en cinco lugares y debió perforar la aorta central. De haberlo hecho, el Papa hubiese muerto segundos después; pero no lo hizo: el plomo se desvió y atravesó la columna vertebral sin dañar, por milímetros, ninguno de los principales centros nerviosos. De haberlo hecho, Juan Pablo, hoy Santo de la Iglesia Católica, hubiese quedado paralizado.

Hasta su muerte, en 1998, el doctor Crucitti, hombre de ciencia, siempre dijo estar asombrado de la “extraña trayectoria” de aquella bala. Pero Juan Pablo siempre estuvo convencido de que el proyectil había sido desviado y detenido por la Virgen de Fátima. Un año después del atentado, visitó Portugal y el santuario para dar las gracias a la divinidad. Y al año siguiente, cuando el obispo de Leiria-Fátima visitó Roma, Juan Pablo le entregó la bala que no lo había matado. Los artesanos portugueses del templo lo alojaron en la corona de la Virgen. Y allí sigue todavía.

Pero la historia cobijaba un secreto que recién fue revelado hace dos décadas y está ligado a la leyenda de los tres pequeños pastores portugueses a quienes se les apareció la Virgen en 1917, y a los tres secretos que les confió a cada uno. El tercero, está atado aún a la bala que disparó Alí Agca.

Los Pastores de Fátima: Lucía dos Santos y sus primos Jacinta y Francisco Marto (Illustracao Portugueza / Wikipedia)
Los Pastores de Fátima: Lucía dos Santos y sus primos Jacinta y Francisco Marto (Illustracao Portugueza / Wikipedia)

El 13 de mayo de 1917, en el pueblo de Fátima. A ciento veinticinco kilómetros de Lisboa, la Virgen María se apareció ante los ojos asombrados de tres chicos: Jacinta y Francisco Marto, de siete y nueve años, y Lucía de Jesús Dos Santos, de diez años. Recién en octubre de ese año, los chicos, que pasaron a la historia como los pastorcitos de Fátima, revelaron que la visión había aparecido sobre el tronco de una encina y que la Virgen les había hablado: les había aconsejado que rezaran y que divulgasen la noticia que, el 13 de octubre de ese año, dejaría en claro las razones de sus visitas con una señal en el cielo que todos verían. Los pastorcitos dijeron también que, desde mayo a octubre, la Virgen había aparecido todos los días 13 de cada mes, cerca del mediodía.

De manera que, para el 13 de octubre de 1917, cuarenta mil personas se habían congregado en Fátima, sobrecogidas por la fe. Llovía y el cielo estaba cargado de pesados nubarrones. Sin embargo, cerca del mediodía, la lluvia se detuvo, el cielo se abrió al sol y el día tornó a ser despejado, luminoso y azul. Los peregrinos gritaron “¡Milagro!” y nació así el culto a la Virgen de Fátima. De todo dio cuenta una crónica del diario español ABC, que comienza con una frase expresada con deliciosa cautela: “En el pueblo de Fátima, próximo a Vilanova, ha ocurrido un suceso que es objeto de muchos comentarios”.

Pero los chicos guardaban tres secretos que les había confiado la Virgen. Tres vaticinios, tres predicciones, tres anuncios o profecías sobre el mundo por llegar y que, en esos días se debatía en los estertores de la Primera Guerra Mundial. Dos de los tres anuncios fueron revelados en su momento. El tercero permaneció secreto durante casi nueve décadas. Los chicos relataron que la Virgen predijo una visión del infierno “con nubes de humo que caían hacia todos lados (…) entre gritos de dolor y gemidos de desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor”, un escenario fácilmente asociado a la Primera Guerra; o lo fue luego y ya en carácter de profecía, al estallar la Segunda Guerra, en 1939.

El Papa Juan Pablo II segundos después de recibir el balazo por parte del turco Alí Agca el 13 de mayo de 1981
El Papa Juan Pablo II segundos después de recibir el balazo por parte del turco Alí Agca el 13 de mayo de 1981

La segunda revelación de la Virgen también anunciaba: “La guerra pronto terminará (terminó en 1918) pero si no dejaren de ofender a Dios, en el pontificado de Pío XI comenzara otra peor”. La Segunda Guerra comenzó bajo el pontificado de Pío XII. Según los pequeños pastores, la Virgen anunció que volvería para pedir “la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón (…) Si se atienden mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia (…)”. Contundente, la Virgen anunciaba también: “Mi corazón Inmaculado triunfará”.

La tercera revelación, hecha el 13 de julio de 1917 en la Cueva de Iria Fátima, quedó en secreto. Y recorrió un largo camino. Lucia de Jesús Dos Santos entró en 1929 como monja de clausura de las Carmelitas de Portugal. Y escribió unos apuntes de la revelación entre 1941 y 1944, a pedido del obispo de Lieira. El documento, sellado y lacrado, fue enviado al Vaticano el 4 de abril de 1957 y entregado al Archivo Secreto del Santo Oficio. Nunca se supo si el papa Pío XII lo vio. Murió en octubre del año siguiente. Según informe de la congregación de la Doctrina de la Fe, el 17 de agosto de 1959, por orden del cardenal Alfredo Ottaviani, el sobre con la tercera parte del secreto de Fátima fue puesto en manos del sucesor de Pío XII, Juan XXIII. De acuerdo con ese informe, Juan XXIII, “después de algunos titubeos, dijo: ‘Esperemos. Rezaré. Le haré saber lo que decida”. Lo que decidió el Papa fue devolver el sobre lacrado al Santo Oficio y no revelar la tercera parte del “secreto de Fátima”.

Pablo VI sí leyó el contenido de aquel sobre lacrado junto al Vicario General de Roma, cardenal Ángelo Dell’Aqcua. El 27 de marzo de 1965, Su Santidad devolvió el sobre al Archivo del Santo Oficio con la decisión de no publicar el texto. Dos años después, se convirtió en el primer pontífice en visitar Fátima, en Portugal. Desde entonces, todos los papas han peregrinado al santuario de la Virgen: Juan Pablo II tres veces, en mayo de 1982, 1991 y 2000, Benedicto XVI en mayo de 2010 y Francisco en mayo de 2017.

El Papa Juan Pablo II cuando visitó a Alí Agca en prisión y le dio su perdón
El Papa Juan Pablo II cuando visitó a Alí Agca en prisión y le dio su perdón

Karol Wojytla era un mariano devoto. Su escudo pontificio lucía, sobre fondo azul, una cruz amarilla y, bajo el madero horizontal derecho, una “M” amarilla que representaba a la Madre, al pie de la cruz y frente al martirio de su Hijo. Después del atentado de Agca y de su milagrosa recuperación, Juan Pablo II estaba convencido de que había sido la Virgen de Fátima quien le había salvado la vida. Se lo hizo notar, mientras se recuperaba de sus heridas, quien fue su secretario privado durante más de cuarenta años, monseñor Stanislaw Dziwizs: en sus brazos cae herido el Papa cuando los cuatro disparos de Agca, hechos un 13 de mayo, fecha de la aparición de la Virgen a los pastorcitos portugueses en 1917. Dziwizs tiene hoy ochenta y tres años y es cardenal de Cracovia.

El 18 de julio de 1981, con el alta flamante dado por los médicos del Policlínico Gemelli, Juan Pablo II tuvo en sus manos el tercer secreto de Fátima. Recibió el documento de manos de monseñor Eduardo Martínez Somalo, un cardenal español que fue Camarlengo de la Iglesia Católica entre 1993 y 2007, el más alto cargo de la corte papal, y era, en 1981, Sustituto de la Secretaría de Estado del Vaticano: un finísimo diplomático que murió en agosto del año pasado, a los noventa y cuatro años.

El documento que recibió el Papa Juan Pablo II con el tercer secreto de Fátima, contenía dos sobres: uno blanco, con el texto original escrito por Sor Lucía en portugués, y otro de color naranja con la traducción italiana del secreto. Recién el 11 de agosto, monseñor Martínez Somalo devolvió todo al Archivo del Santo Oficio.

La tapa del diario español La Vanguardia con las imágenes del arma (una bayoneta de 35 cm) que utilizó el cura español Juan María Fernández y Krohn para intentar matar a Juan Pablo II un año después del atentado de Alí Agca
La tapa del diario español La Vanguardia con las imágenes del arma (una bayoneta de 35 cm) que utilizó el cura español Juan María Fernández y Krohn para intentar matar a Juan Pablo II un año después del atentado de Alí Agca

Según el revelador documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, lo que sigue es lo que leyó el Papa Juan Pablo: un anticipo casi fotográfico, hecho sesenta y cuatro años, en 1917, y revelado en 1944, de lo que sería el atentado en San Pedro que debió ser mortal y no lo fue. El texto estaba firmado por Sor Lucía.

“Tercera parte del secreto revelado el 13 de julio de 1917 en la Cueva de Iria-Fátima.

Escribo en obediencia a Vos, Dios mío, que lo ordenáis por medio de Su Excelencia Reverendísima el Señor Obispo de Leiria y de la Santísima Madre vuestra y mía.

Después de las dos partes que ya he expuesto, hemos visto al lado izquierdo de Nuestra Señora un poco más en lo alto a un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo; pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba con su mano derecha dirigida hacia él; el Ángel señalando la tierra con su mano derecha, dijo con fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia! Y vimos en una inmensa luz qué es Dios: « algo semejante a como se ven las personas en un espejo cuando pasan ante él » a un Obispo vestido de Blanco « hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre ». También a otros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo modo murieron unos tras otros los Obispos sacerdotes, religiosos y religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la sangre de los Mártires y regaban con ella las almas que se acercaban a Dios”.

A la izquierda, la flecha indica el lugar donde está el sacerdote Juan María Fernández y Krohn en el momento de atacar a Juan Pablo II en Fátima (AP)
A la izquierda, la flecha indica el lugar donde está el sacerdote Juan María Fernández y Krohn en el momento de atacar a Juan Pablo II en Fátima (AP)

En mayo de 1982, al año exacto del atentado contra su vida, Juan Pablo II fue a Fátima para agradecer a la Virgen el haberle salvado la vida. Por poco no vuelven a herirlo. Juan María Fernández y Krohn, un sacerdote español en apariencia desquiciado, lo atacó con una bayoneta de treinta y cinco centímetros. No es seguro que lo haya herido. Y eso fue motivo de una controversia. El Vaticano negó formalmente la existencia de otro atentado contra el Papa, Pero la televisión portuguesa emitió algunas imágenes del ataque y de la detención del magnicida por parte del guardaespaldas del papa, el robusto arzobispo Paul Marcinkus, cuestionado luego por su manejo del “banco vaticano”, el Instituto para Obras de Religión (IOR).

David Willey, por entonces corresponsal en Roma de la BBC, y enviado especial a Fátima aquel día, reveló luego que él había interrogado a Marcinkus sobre el ataque y el sacerdote le había contestado con una risa irónica: “Uno no puede creer siempre lo que ve en televisión”. Pero el hoy cardenal Dziwizs revelaría en sus memorias que el papa tenía algo de sangre entre sus ropas luego del ataque, aunque sin poder certificar que esa sangre fuese del Papa o de un policía que, al detener al agresor, se había cortado con el arma de Fernández Krohn, que hoy tiene setenta y cuatro años y se dice periodista.

En julio de 1981, con el secreto de Fátima en sus manos, Juan Pablo II decidió también guardarlo, aunque por pocos años. En 2000 volvió a Portugal y al santuario para beatificar a los dos pastorcitos Marto, Jacinta y Francisco. Entrevistó también a sor Lucía, que entonces tenía noventa y tres años (murió el 13 de febrero de 2005) y probablemente le haya confiado sus planes: revelar aquel secreto. Cuando terminó la ceremonia de beatificación, el secretario de Estado vaticano, cardenal Ángelo Sodano, anunció que el Papa haría público el tercer secreto de la Virgen de Fátima, tan bien guardado durante varios años. Reveló entonces Sodano: “Después del atentado del 13 de mayo de 1981, a Su Santidad le pareció claro que había sido ‘una mano materna quien guió la trayectoria de la bala’, y permitió que ‘el Papa agonizante se detuviera en el umbral de la muerte”.

El padre Juan Fernandez y Krohn en la corte donde fue juzgado por el intento de asesinato del Papa Juan Pablo II en Fátima, Portugal, el 13 de mayo de 1982, exactamente un año después del atentado que sufrió en la plaza de San Pedro (Getty Images)
El padre Juan Fernandez y Krohn en la corte donde fue juzgado por el intento de asesinato del Papa Juan Pablo II en Fátima, Portugal, el 13 de mayo de 1982, exactamente un año después del atentado que sufrió en la plaza de San Pedro (Getty Images)

Luego siguió una interpretación del secreto a cargo de un teólogo brillante que en ese momento era el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Joseph Ratzinger, que a la muerte de Juan Pablo sería el Papa Benedicto XVI. Después de alabar la figura de varios papas y de su “fatigoso subir a la montaña”, para usar las mismas metáforas escritas en el tercer secreto de Fátima, Ratzinger se preguntó: “¿No podía el Santo Padre, cuando después del atentado del 13 de mayo de 1981 se hizo llevar el texto de la tercera parte del ‘secreto’, reconocer en él su propio destino? (…) Que una ‘mano materna’ haya desviado la bala mortal muestra sólo una vez más que no existe un destino inmutable, que la fe y la oración son poderosas, que pueden influir en la historia y que, al final, la oración es más fuerte que las balas, la fe más potente que las divisiones (…)”. Por fin, el legendario tercer secreto de Fátima se hizo público el 26 de julio de 2000.

El 27 de diciembre de 1983, Juan Pablo II visitó en la cárcel a Alí Agca. Fue a hacer efectivo su perdón, anticipado dos años antes desde su cama en el Gemelli. La leyenda dice que Agca le preguntó: “¿Por qué no murió? Sé que apunté bien y sé que la bala era devastadora y mortal. ¿Por qué entonces no murió? ¿Por qué todos hablan de Fátima?”. El Papa tenía una fórmula para ese tipo de preguntas, decía: “Una mano disparó, otra mano desvió la bala”.

El tipo que hacía preguntas nunca dio respuestas. Agca vive hoy en un barrio tranquilo de Estambul, Turquía. A lo largo de los años culpó de su intento criminal a la entonces Unión Soviética, al mundo comunista, al Irán del ayatolá Khomeini, a la extrema derecha turca aunada en los “Lobos Grises”, un grupo racista y xenófobo al que perteneció cuando joven. Tiene 64 años y ese aire de conciencia descuidada que le sienta tan bien para simular sus convicciones y contactos. Va a morir con sus secretos a salvo.

Sus vecinos dicen que da de comer a los gatos callejeros. Como misión en el mundo, es bastante rasa. La tenían mucho más clara los pastorcitos portugueses.

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