El crimen de los marqueses de Urquijo: pruebas borradas, un mayordomo mediático, un suicidio polémico y un caniche

Hace 40 años el asesinato de los aristócratas conmocionó a España. La investigación estuvo plagada de irregularidades, desaparecieron pruebas y solo hubo un acusado: el ex yerno. Como en una novela de Agatha Christie, todos podían ser culpables: los hijos, el administrador y hasta los amigos. Hoy, para muchos, los enigmas y los cabos sueltos siguen abiertos

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Los marqueses de Urquijo fueron asesinados en su residencia en las afueras de Madrid el 1 de agosto de 1980. El crimen conmocionó a España y desató todo tipo de rumores
Los marqueses de Urquijo fueron asesinados en su residencia en las afueras de Madrid el 1 de agosto de 1980. El crimen conmocionó a España y desató todo tipo de rumores

La sangre azul cuando se derrama es tan roja como la de cualquier mortal. Pero suele despertar mucho más el interés de la prensa y de la opinión pública que cualquier otro tema. Las vidas de las familias nobles, de los que bajan de un avión privado para subirse a un yacht y de los que se codean con las altas esferas del poder, si suman, además, tragedias y sinsabores, se convierten en un combo perfecto para el rating televisivo y los titulares de los medios.

Tal fue el caso de los marqueses de Urquijo. Y 40 años después, sigue generando discusiones en España sobre cómo sucedieron los hechos y el rol que tuvo el condenado.

Del cuento de nobleza a una crónica negra

Había una vez una pareja glamorosa, famosa, adinerada y ¿feliz? que tenía dos hijos. Ella se llamaba María Lourdes de Urquijo y Morenés (la llamaban Marieta y era la quinta marquesa de Urquijo) y su esposo, Manuel de la Sierra y Torres, era el propietario del Banco Urquijo. Vivían una vida de novela -pero en dormitorios separados- hasta que su hija mayor, Myriam, se puso de novia con un joven que no estaba a la altura de los deseos de su encumbrado padre.

El novio en cuestión se llamaba Rafael Escobedo Alday (de ahora en más, Rafi). Tenía 25 años, era muy atractivo y uno de los seis hijos varones del jurista Miguel Escobedo y de su aristocrática mujer, Ofelia Alday Mazorra. Vivían en el coqueto Paseo de la Castellana de Madrid y, los fines de semana, se refugiaban en su finca familiar de Moncalvillo de Huete, en Cuenca. Pero Rafi no resultaba el “príncipe azul” que Manuel pretendía: era inmaduro, no trabajaba y tampoco había terminado su carrera de Derecho.

La familia Escobedo y los marqueses de Urquijo durante la boda de Rafael y Myriam
La familia Escobedo y los marqueses de Urquijo durante la boda de Rafael y Myriam

Myriam escribiría mucho tiempo después, en el año 2013, en su libro “¿Por qué me pasó a mí?”:

“Lo conocí en el Club Hípico de Somosaguas y no puedo decir que aquel primer encuentro fuera un flechazo, pero fue perseverante y logró conquistarme. Era muy detallista, carismático, simpático y cariñoso. Terminamos siendo novios. Lo fuimos durante un año y medio. Cuando se lo conté a papá, se limitó a decirme: ‘Myriam, este chico es aún muy joven e inmaduro’. La verdad es que tenía razón: Rafi no encajaba, en absoluto, en el perfil de chico que él quería para mí. Era carismático, pero no tenía ni presente ni futuro. No estudiaba, no trabajaba... yo tenía 20 años y estaba muy enamorada. Era como un niño”.

Todos los preparativos siguieron adelante y la elegante ceremonia de casamiento se celebró 21 de junio de 1978. En el festejo estuvieron desde embajadores de distintos países hasta la Duquesa de Alba.

En cuestión de meses, el matrimonio terminó en fracaso. La decepción inaugural fue durante la luna de miel en la ciudad amurallada de Dubrovnik. En la primera salida nocturna, Rafi llevó a su flamante mujer a un espectáculo nada recomendable para esa época. Myriam se ofuscó. Al retorno, comenzaron vidas que transitaban por carriles opuestos. Él, vivía saliendo a jugar a las cartas con sus amigos adinerados; ella, se quedaba en su casa y sentía que no encajaba en esa situación de casada, pero sola. Además, tenían demasiados problemas económicos. El marqués no los ayudaba, consideraba que Rafi debía aprender a ganarse la vida.

Rafael Escobedo Alday fue el primer sospechoso. En sede policial se declaró culpable. Dijeron que fue torturado. Luego, siempre sostuvo su inocencia (EFE)
Rafael Escobedo Alday fue el primer sospechoso. En sede policial se declaró culpable. Dijeron que fue torturado. Luego, siempre sostuvo su inocencia (EFE)

La falta de dinero habría llevado al joven al extremo de empeñar la pulsera de compromiso que le había regalado a Myriam. Las cosas se salieron de su cauce. Rafi, sumamente enojado, llamaba a su suegro cerdo, tacaño y cretino, entre otros tantos insultos. Su relación con los marqueses de Urquijo se resintió y dejaron de dirigirse la palabra.

Las peleas del novel matrimonio dieron paso a las ausencias de Rafi: se iba de viaje con frecuencia y aparecía muy poco por su casa. Myriam se percató de su gran equivocación. Su pareja no marchaba hacia ningún sitio. Tomó coraje y decidió a hablar con sus padres.

Alentada por Manuel, su padre, presentó una demanda de nulidad matrimonial. Rafi, entonces, perdió los estribos. En una discusión ocurrida el 28 de julio de 1980, solo cuatro días antes de los asesinatos, le gritó a Myriam: “Te vas a acordar de mí, voy a hundir a tus padres, esta vez va en serio”.

Muertes ¿anunciadas?

La madrugada del viernes 1 de agosto de 1980, según la versión oficial, Rafi Escobedo Alday -con o sin cómplices, eso no se sabe con certeza- entró a escondidas a la casona de la exclusiva urbanización de Somosaguas, situada en el número 27 del Camino Viejo de Húmera, a unos 13 kilómetros del centro de Madrid.

Primero, saltó el metro y medio de la reja; luego, atravesó la puerta de la pileta y, acto seguido, logró abrir con un soplete la puerta de entrada de la casa.

Aclaremos que ya, desde ese momento, hubo en el caso infinitas versiones circulando y numerosas pruebas que desaparecieron o se desestimaron.

La mansión donde fueron asesinados los marqueses (EFE)
La mansión donde fueron asesinados los marqueses (EFE)

Para los que descreen de la historia oficial, hay otra que sostiene que los que cometieron sendos crímenes fueron profesionales que tuvieron éxito en endilgarle a Rafi los homicidios cometidos poco antes de su llegada al chalet. Incluso, existieron teorías más atrevidas que sostenían la idea de un complot para el asesinato con la participación de los vástagos como instigadores.

En fin, versiones y chismorreos había y hay de sobra hasta el presente.

Vayamos a los hechos que reconstruyó la fiscalía en aquel entonces. El asesino (o los asesinos, admiten los investigadores), una vez dentro de la casa, habría ido directo a la habitación de su ex suegro que se hallaba en el primer piso. Manuel dormía profundamente. Apuntó (¿a oscuras?) justo detrás de la oreja del banquero de 55 años y disparó. Muerte inmediata. Hubo, luego, un tropiezo y una pistola, una Star calibre 22, que se disparó accidentalmente impactando en el armario del dormitorio. El ruido despertó a la marquesa (una mujer tímida, frágil, muy cercana a la institución católica Opus Dei) que descansaba en un pequeño cuarto contiguo. Marieta dijo en voz alta: “¿Quién anda ahí?”. La callaron dos tiros: primero, uno en la boca y, rápidamente, otro, en la vena carótida.

¿Demasiada precisión para alguien temperamental como Rafi? Eso sostienen los que no creen en la versión oficial.

Casi todos coinciden en que Marieta no era el principal objetivo y que fue su voz en la noche lo que la condenó a muerte.

En pocos minutos, los marqueses de Urquijo habían dejado de existir.

Un detalle no menor: el histérico caniche de la familia, Boly, no ladró ni una sola vez. Eso sugería que el asesino era alguien conocido por el perro.

La criada dominicana de la pareja debía estar allí esa noche, pero se había escapado, sin que sus patrones lo supieran, para tener una aventura sexual con el mayordomo del vecino, el banquero Claudio Boada.

Las cartas habían sido jugadas de una manera magistral y sin testigos.

Fue esa empleada quien descubrió los cadáveres, cuando ingresó a las habitaciones, a las 9 de la mañana.

El administrador Diego Martínez Herrera pidió que se lavaran los cuerpos antes de que llegara la policía (Capturas TEVE)
El administrador Diego Martínez Herrera pidió que se lavaran los cuerpos antes de que llegara la policía (Capturas TEVE)

Desde ese momento, empezaron a ocurrir cosas extrañas tanto en la escena del crimen como durante la investigación. La primera fue la llegada del administrador de los Urquijo, Diego Martínez Herrera, que testificó no saber con anterioridad lo que había pasado. Pero curiosamente había llegado vestido de luto, enteramente de negro. Algo estrafalario si se tiene en cuenta que el verano madrileño estaba en su apogeo y las temperaturas eran agobiantes. Además, apenas supo de lo ocurrido y antes de que arribaran los forenses, ordenó que lavaran los cadáveres. ¿Pura formalidad? ¿Cuidado extremo por la apariencia de los marqueses? En todo caso, ni la policía ni la justicia dijeron nada. El administrador no vivía allí, pero tenía su oficina. Amigo del marqués desde la juventud, el mayordomo de la mansión aseguro que ambos mantenían una relación sadomasoquista. Un dato que jamás pudo corroborarse y que solo sirvió para alimentar rumores incomprobables.

Pruebas fantasma

Una vez descartado que el doble homicidio obedeciera a una trama financiera urdida en torno a la fusión del Banco Urquijo con el Banco Hispano-Americano (unión a la que el marqués se oponía, pero que tras su muerte fue aprobada por sus hijos) o a acciones de las organizaciones terroristas de entonces, como ETA o la GRAPO, las pesquisas apuntaron a Escobedo Alday. Al ex yerno se le adjudicaba un móvil: la venganza personal por el resentimiento y odio acumulados contra sus suegros.

El 8 de abril de 1981, Rafael Escobedo Alday fue detenido en Cuenca, la casa donde estaba de vacaciones con toda su familia. En esa quinta familiar habían encontrado unos casquillos de bala parecidos a los que utilizaba el arma sospechada en los homicidios. El joven fue trasladado a la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol de Madrid. Luego de un interminable interrogatorio, se derrumbó y se declaró culpable.

Tiempo después su abogado sostendría que había sido torturado física y psicológicamente para arrancarle esa confesión escrita. Fue la primera y única vez que admitió ser culpable del doble asesinato. Desde entonces, siempre mantuvo que no había cometido los crímenes, aunque sí reconoció haber estado en la mansión de Somosaguas aquella noche de sangre y balas.

El crimen en la prensa española de entonces
El crimen en la prensa española de entonces

La investigación policial enfrentó muchos cuestionamientos. Cuando llegaron los agentes, alertados por el personal de servicio, encontraron los cadáveres lavados. Se habían eliminado pruebas que podrían haber resultado cruciales para el esclarecimiento pleno del crimen. Pasaron por alto este hecho y no ordenaron investigar al administrador Martínez Herrera quién, además de haber exigido la higiene de los cuerpos, había destruído documentos guardados en la caja fuerte. ¿Por qué se deshizo de esos papeles? ¿A quién protegía? ¿Acataba de manera póstuma alguna orden que el marqués le hubiera dado en vida? Nunca se sabrá.

Por si todo esto fuera poco, la principal prueba contra Rafi, su confesión escrita del crimen, desapareció misteriosamente de los archivos policiales antes del juicio.

Se dijo que el arma utilizada fue una pistola Star calibre 22 long rifle (el arma es una reliquia para los coleccionistas porque solo se fabricaron unas veinte) y era muy parecida a la que tenía el padre de Rafi Escobedo. Pero también se esfumaron de los sobres que contenían la evidencia los casquillos que habían sido hallados en la quinta de los Escobedo.

¿Mal manejo de las pruebas o búsqueda de impunidad? Preguntas que quedarán sin contestar.

Juicio y final

Mauricio López-Roberts, marqués de la Torrehermosa, era un gran amigo del acusado. Por un reportaje publicado por la ya desaparecida revista Interviú -que entonces vendía la cifra récord de casi un millón de ejemplares a la semana- se supo que López-Roberts, un aficionado a la caza, dos días antes del crimen, había comprado un silenciador para un rifle. Pero el marqués de Torrehermosa habría podido demostrar que ello no tenía que ver con el arma del crimen. En su testimonio, defendió a su amigo y relató que la noche del trágico suceso Rafi llegó a la casa de los Urquijo acompañado por otro joven conocido suyo: Javier Anastasio.

En enero de 1983, Anastasio fue detenido. Se lo acusó de ser coautor de los hechos.

Javier Anastasio fue acusado de cómplice del crimen y huyó a Brasil (EFE)
Javier Anastasio fue acusado de cómplice del crimen y huyó a Brasil (EFE)

La pesquisa señaló que Rafi le había pedido a Anastasio que se desembarazara de un arma marca Star, que figuraba registrada a nombre de su padre, Miguel Escobedo. Anastasio la arrojó al pantano de San Juan, pero meses después fue encontrada por unos niños y quedó bajo custodia policial. Otra vez, inexplicablemente, el arma también desapareció.

Parecen demasiados los yerros para ser obra exclusiva de la casualidad o de la impericia.

Por su parte, los psiquiatras que revisaron a Escobedo, y testificaron en el juicio, establecieron que él era “incapaz de matar una mosca”. Concluyeron que por su personalidad psicopatológica, carecía de “capacidad, intelecto y voluntad para matar” con semejante certeza y frialdad.

El 7 de julio de 1983, se hizo pública la sentencia del juez Bienvenido Guevara (que fuera confirmada luego, en 1985, por el Tribunal Supremo). A Rafi Escobedo Alday por ser el autor de “dos delitos de asesinato con la concurrencia de las circunstancias agravantes de premeditación y nocturnidad” se lo condenaba a “la pena de 26 años, 8 meses y un día de reclusión mayor por cada uno de los delitos”.

La suma daba 53 años de cárcel.

Curiosamente, el juez que firmó la sentencia estampó en ella una frase que todavía hoy alimenta el enigma. Afirmó que Escobedo asesinó a sus exsuegros “por sí solo o en compañía de otros”. ¿Quiénes eran esos otros? ¿Por qué lo hicieron? Más incógnitas del caso que carecerán de respuesta cierta.

El administrador de los Urquijo, Martínez Herrera, declaró a la policía que, en la madrugada del 1 de agosto de 1980, condujo a Rafi a la casa de Somosaguas porque éste había quedado en encontrarse allí con su gran amigo y ex cuñado Juan de la Sierra, el hijo varón de 23 años de los marqueses. Juan recién había vuelto de Londres, donde estudiaba inglés y finanzas, para pasar sus vacaciones en Madrid.

El mayordomo mediático habló en los medios de la intimidad de la familia (Capturas RTVE)
El mayordomo mediático habló en los medios de la intimidad de la familia (Capturas RTVE)

Para aumentar la confusión reinante en la investigación, el mayordomo de los marqueses, Vicente Díez Romero, aseguró después del juicio que creía que el auténtico cerebro de la trama había sido el mismísimo Juan de la Sierra; que él era quien había arrojado a la basura los casquillos de las balas que mataron a sus padres y quien habría ordenado a Rafi “que se cargase a su suegro”.

Javier Anastasio esperaba, mientras tanto, su juicio tras las rejas. En 1987, como se había cumplido el tiempo máximo para una prisión preventiva, tuvo la oportunidad de salir de la cárcel. Con la fecha del juicio establecida para el 21 de enero de 1988, se apresuró a huir. El destino elegido fue Brasil, un país que no tenía tratado de extradición con España.

Desde entonces se supo de él en tres ocasiones: en 1990, fue entrevistado desde Brasil por Jesús Quintero; en 2010, en la revista Vanity Fair, volvió a negar ser el autor de los crímenes y, en septiembre de 2017, ya prescriptos los delitos, tuvo un encuentro con los periodistas Melchor Miralles y Javier Menéndez Flores que habían escrito un libro sobre el caso. Hoy se sabe que reside en Madrid.

El interés por el caso encontró forma en dos libros más: uno en 1986, del autor Pérez Abellán, y otro, en 1994, del periodista Matías Antolín. A la pantalla también le interesó el tema. En 1991, se rodó la película Solo o en compañía de otros. Y, en 2009, el crimen de los marqueses de Urquijo se grabó para la serie televisiva La huella del crimen, de Televisión Española.

Sábanas y cianuro para alimentar una intriga

Si no fue él quien apretó el gatillo... ¿porque Rafi se autoinculpó en su confesión? ¿Protegía a alguien? ¿Por qué durante el juicio no dijo que había sido torturado en dependencias policiales?

Durante su estadía en la prisión de El Dueso, se refugió en la cocaína y en los pocos amigos que lo visitaban. Denunció, además, haber sido víctima de numerosas violaciones. Está claro que Rafi no estaba preparado para esa horrorosa vida tras los barrotes. Se quejaba amargado del abandono de su padre y de sus cinco hermanos. Su único consuelo era su madre, con quien hablaba seguido por teléfono.

Dos semanas antes de terminar con su vida, Rafi, que ya tenía 33 años, había concedido un reportaje para Televisión Española. Jesús Quintero lo entrevistó para su programa El perro verde. Al famoso periodista le dijo, desmoronado emocionalmente, entre muchas otras cosas:

“No se ha investigado ni se va a investigar. Porque no le interesa a nadie que se investigue”; “la cárcel ya me ha destruido”; “era un muchacho, ni sabía dónde estaba parado (...) no tenía ninguna malicia, ingenuo, tal vez un poco inmaduro, con cantidad de ilusiones, sano, alegre, normal (...) han conseguido que hoy día sea pues, sea eso… es que ya no soy nada, nada, nada” (en este punto se quiebra).

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Continúa diciendo: “vegeto, intento vegetar para no sufrir (...) me refugio en drogas, nada más, es lo único que utilizo para seguir viviendo, sobreviviendo. Si algún día me muero lo único que espero es que nadie tenga la poca vergüenza de ir a derramar una lágrima sobre mi ataúd o sobre mi tumba. Porque lo que me han negado mientras he estado vivo, es eso, un poco de compasión, un poco de humanidad ”.

En una parte de la entrevista, que luego demostraría ser crucial, confesó: “Me paso horas mirando las rejas de la ventana y repitiéndome: cuélgate, termina de una vez con todo esto”.

El 27 de julio de 1988, su cuerpo apareció colgado de una sábana atada a los barrotes de la celda 4 del segundo piso del penal. Antes había regalado sus pájaros y repartido sus pocas pertenencias.

Su abogado, Marcos García-Montes, echó más fuego al asunto al decir: “No se suicidó, lo mataron (...) y me remito al informe de los doctores que le practicaron la autopsia que encontraron 14 miligramos de cianuro puro en sus pulmones, riñones, hígado e intestinos. Los autores fueron dos sicarios, gracias a los cuales los verdaderos asesinos de los marqueses brindaron con champagne”.

Los medios de la época no se quedaron fuera de la polémica. Incluso llegaron a sugerir que los hermanos de la Sierra, los hijos de los marqueses de Urquijo, podían ser los verdaderos instigadores de la masacre. Hasta se animaron a señalar a Myriam, algo que su ex negó categóricamente: “Myriam no estuvo ahí”, había sostenido el convicto.

Matías Antolín, uno de los periodistas que siguió el caso y se hizo amigo de él en prisión, fue invitado también al programa de Jesús Quintero luego del suicidio de Rafi:“(...) él tenía miedo a la libertad, sabía que afuera no lo esperaba nadie, no tenía seres queridos. Rafi parece el más inocente de los culpables, pero ya saben mi tesis porque me lo dijo él… para mí es él. El “solo o en compañía de otros” (Matías se refiere aquí a la frase clave escrita por el juez en la sentencia) los asesinos de los marqueses de Urquijo se llaman Rafael Escobedo Alday y Javier Anastasio. El resto es folclore, elucubraciones metafísicas”.

Matías, que creía en un principio en su inocencia, dejó de hacerlo cuando se empezó a decir que el padre de Rafi era el asesino. Matías lo confrontó y le reprochó estar protegiendo a su padre. Fue ahí que el detenido le dijo algo que cambió su manera de ver las cosas: “Matías, yo con mi padre no voy ni a cazar caracoles (...) Si me ha salido un tiro de cazador ha sido de casualidad (... )cuanto me alegro porque yo no he cazado en mi vida”.

Juan y Myriam de la Sierra durante el sepelio de sus padres (EFE)
Juan y Myriam de la Sierra durante el sepelio de sus padres (EFE)

Su ex mujer, Myriam de la Sierra, en su citado libro publicado siete años atrás, expresó no tener certeza sobre quién apretó el gatillo: “No sé si fue él quien disparó, pero no había ninguna duda de que había estado allí”.

El abogado García-Montes sigue manteniendo hasta el presente que su cliente y amigo no fue el autor material de los disparos y que, al menos, cinco personas se encontraban en la casa aquella noche. Al medio español La Razón le dijo, con ocasión del 40 aniversario de la tragedia: “Es el más imperfecto de todos los crímenes que he visto. Participaron cuatro hombres y una mujer”.

¿Quiénes son esas cinco personas? Al diario le respondió, sin precisiones: “... lo sé porque Rafi me lo cuenta en sus memorias (...) prometimos que no las haríamos públicas hasta la muerte de su madre (cabe aclarar que la madre de Rafi murió en el año 2000), pero por diferentes motivos lo hemos ido dejando, pero las memorias no tienen mayor importancia porque los autores del crimen cuentan con impunidad. Ya ha prescripto”.

Según el medio elcierredigital.com, el letrado sostiene tres cosas: que le dieron cianuro en una papeleta en vez de darle cocaína, a la que era adicto; que tenía los pies sobre el colchón y que (en base a la autopsia de los peritos José Antonio García Andrade y Raimundo García Durán) el cuerpo carecía de las clásicas características de los ahorcados que es tener el pene erecto o apergaminamiento del cuello.

Para seguir sembrando dudas, el letrado se remonta a la hora del crimen: según sostiene la autopsia, los marqueses murieron a las 12 de la noche, pero Rafi Escobedo llegó a la casa a las 2 y media de la madrugada. Sin embargo, nada de esto puede probarse porque esos papeles, como tantas otras pruebas, ¡también desaparecieron! Respecto del móvil para García Montes el crimen tuvo un claro móvil económico en el que figuraba el tema de la fusión de los bancos: “Los disparos fueron de manera fría y profesional, y eso no combinaba con el carácter de Rafi”.

Las aguas estuvieron siempre divididas. Uno de los periodistas que más conocía el caso, José Ángel San Martín, está convencido de que la muerte del yerno de los marqueses fue un suicidio por ahorcamiento y se basa en que los cinco jueces que investigaron el asunto así lo confirmaron.

Los huérfanos hermanos

Myriam tenía 24 años el día que recibió el llamado que la informó del asesinato de sus padres y la vida se le puso patas arriba. Cada 1 de agosto es una tortura irremediable. Quisiera no hablar más del caso ni ver su apellido en los medios.

Apenas ocurrido los crímenes, Myriam y Juan de la Sierra heredaron las tres grandes propiedades de sus padres. La casa que fuera escenario del crimen, otra en Sotogrande y una última en Banyeres. Si bien necesitaban liquidez, debido a las elevadas cotizaciones de esos inmuebles en el mercado, les fue imposible venderlas. Juan, se quedó con la primera y, las otras dos, le correspondieron a Myriam.

Respecto del día del crimen, ella relató en sus memorias: “No sé porque mis tíos y mis abuelos se empeñaron en que debíamos ver los cuerpos de mis padres. Yo me encontraba en estado de shock y era incapaz de reaccionar. Pero no hay un solo instante, en todos estos años, en que no me haya arrepentido de subir aquellas escaleras. El olor a sangre jamás he podido olvidarlo. Ese olor aterrador que todavía me persigue. Primero vi a mi padre. Tenía la cara hinchada. No podía acercarme a él ni tocarle. Creía que me iba a desmayar. Después me llevaron a ver a mi madre, que tenía un labio roto y parecía dormida. Al cabo de unas semanas, un día, pensando en Rafi, me vino a la cabeza una discusión muy fuerte que habíamos tenido cuando estábamos casados. Discutíamos con frecuencia y, casi siempre, por el mismo tema: si estábamos mal económicamente era por culpa de mis padres. Llegó un momento en que me dijo: ‘Tengo un plan preparado y voy a cargarme a tu familia'”.

Las sospechas también cayeron sobre los hermanos. Myriam dijo muchos años después: “Nadie puede imaginar el dolor que me produce que alguien pueda sospechar de nosotros”
Las sospechas también cayeron sobre los hermanos. Myriam dijo muchos años después: “Nadie puede imaginar el dolor que me produce que alguien pueda sospechar de nosotros”

Y siguió relatando Myriam: “La pista que condujo hasta Rafi fue el tipo de bala que se usó para matar a mis padres. El padre de Rafi tenía un arma de ese mismo calibre. Durante el interrogatorio no solo contó cómo él y sus cómplices habían asesinado a mis padres, sino que dio detalles que ni siquiera la policía había comprobado... He perdonado a Rafi. Entiendo que esto no sea fácil de creer, pero con el paso del tiempo me he dado cuenta de que sin perdonar es imposible vivir”.

Una de las cosas que más le dolieron a Myriam es que algunos consideraran a los hermanos como parte del plan para quitar del medio a sus progenitores: “Nadie puede imaginar el dolor que me produce que alguien pueda sospechar de nosotros”.

Juan, su hermano, heredó el título de marqués. Se casó, el 31 de octubre del año 2000, con Rocío Caruncho con quien tuvo tres hijos. El papel de madrina lo hizo, obviamente, Myriam. Increíblemente la casa de la nueva pareja en Madrid fue la misma casona de Somosaguas, donde murieron masacrados sus padres. Juan divide su tiempo entre Somosaguas y su otra residencia, en Panamá, donde trabaja para una empresa que se dedica a la gestión de patrimonios privados.

El futuro del pasado

Mientras Juan Urquijo logró en su vida éxito económico y cierta estabilidad emocional, a Myriam no le fue tan fácil. Intentó el diseño de alhajas y fracasó.

Luego de su divorcio, Myriam comenzó una relación sentimental con Dick Rew, el jefe de ella y Rafi en la empresa Golden Paradise. Con Dick, que era mucho mayor que Myriam, se casó y tuvo a Alejandro, su primer hijo. Esta pareja también se disolvió. Myriam reincidió en el matrimonio con el ex piloto paquistaní Bash Bokhari. Juntos siguieron al frente de la empresa de marketing familiar, American Communication Network, una multinacional norteamericana que prometía grandes ganancias diciendo, por ejemplo, en un comercial: “¡Deje de soñar, empiece a vivir! Podrá ganar hasta 25.000 euros mensuales”. El negocio consiste en crear redes de vendedores que funcionen como intermediarios. En 2011, habrían facturado, entre todos los países en el que están operando, unos 18 millones de euros y, desde que nació la empresa, se dice que serían unos mil millones. El tema fue que la compañía fue sospechada, por las autoridades de distintos países, de fraude.

La escena del crimen en la revista Interviú
La escena del crimen en la revista Interviú

Se sospechaba que operaban con un sistema económico piramidal. Canadá, Australia y Francia iniciaron investigaciones y, en España, fue alertado el fiscal general del Estado por parte de la Unión de Consumidores. La empresa se defendió asegurando que el sistema no era piramidal. Myriam dijo que todos esos rumores se debían a la “falta de información “, que ese sistema hasta “lo recomiendan Bill Clinton y Warren Buffet” y añadió que la figura de Donald Trump (quien todavía no era presidente de los Estados Unidos) confería solvencia a la firma que tenía en el mundo no menos de 200 mil representantes. Estas sospechas, aunque no prosperaron, empañaron nuevamente la vida de Myriam que nunca pudo recuperarse totalmente de lo sufrido.

Ella contó en sus memorias que, luego de la tragedia, jamás volvió a subir a la primera planta de la casa de sus padres: “Cuando está en Madrid, Juan vive en el chalet de mis padres. Yo, sin embargo, no he podido volver a subir esas escaleras. En cuanto lo intento, nada más poner el pie en el primer peldaño, el olor a sangre vuelve a apoderarse de mí. Siempre me voy de esa casa sin pasar de la planta de abajo”.

¿Fue efectivamente una venganza de Rafi? ¿Pudo haber una conspiración profesional ejecutada con destreza por motivos económicos no dilucidados?

El thriller perfecto que mezcla en su oscura coctelera odios, dinero, blasones, mayordomos, intereses, balas y ojos que no ven… dio por resultado un final donde la duda reina. No la justicia, que siempre aseveró que Rafi “solo o en compañía de otros” estuvo ahí y apretó el gatillo.

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