
La madrugada del 15 de abril fue el escenario del desastre marítimo más conocido de todos los tiempos. Se trata del hundimiento del Titanic, el transatlántico que, tras chocar contra un iceberg en el norte del océano Atlántico, acabó sumergiéndose en el mar, un incidente que provocó la muerte de unas 1.500 personas.
Sobre las víctimas del Titanic se ha hablado mucho. Se conoce que a bordo del mismo iban millonarios como John Jacob Astor IV, dueño del que por aquel entonces se consideraba el “hotel más lujoso del mundo”. Se sabe hasta que, a bordo de la embarcación, un exportador de la empresa Schweppes viajaba con el primer cargamento de tónicas que iba a pisar Estados Unidos, del cual se logró rescatar una botella en 2012.
Sin embargo, durante casi 100 años hubo un misterio que nadie era capaz de responder. A quién pertenecía el pequeño cadáver de un niño rubio de dos años que fue recuperado del agua poco después del accidente. Los registros por aquel entonces detallan solo que llevaba un abrigo gris, un vestido de sarga, una camiseta de lana rosa, medias y unos zapatos marrones. La tragedia había sido tal que, cuando vieron que ningún familiar reclamaba el cuerpo del pequeño, la comunidad de Halifax decidió construir un monumento en su memoria en el cementerio de Fairview.

Un enigma sin resolver durante un siglo
El Niño Misterioso del Titanic se mantuvo con ese sobrenombre durante casi 100 años. Los diferentes estudios realizados con su ADN señalaban diferentes identidades de niños fallecidos en el accidente: suecos, finlandeses e irlandeses que, sin embargo, se descartaron con un suceso inesperado. En 2002, un hombre llamado Earle Northover entregó al Museo Marítimo del Atlántico un par de zapatos. Estos habían sido guardados por su abuelo, Clarence Northover, después de que le ordenaran echar al fuego toda la ropa de los cadáveres tras el accidente. “No tuvo corazón para quemarlos”, explicaba en la carta que envió a la institución.
Tras corroborar la autenticidad de este calzado, encontraron estos mismos zapatos en catálogos de ejemplares fabricados en Reino Unido. “Así emergió el nombre de Sidney Leslie de las aguas del olvido”, explicaba en una entrevista Roger Marsters, curador del museo.
Este hecho provocó una reanudación de las investigaciones, que gracias a las distintas innovaciones, lograron identificar a un más que probable portador. Con una fiabilidad del 98%, se confirmó en 2011 -99 años después de la catástrofe- que el cadáver pertenecía a este niño, después de contrastar los resultados con descendientes de la familia, dado que, pese a que Sidney había viajado con toda su familia, solo se lograron recuperar los restos de su cuerpo.

Una familia que no debería haber estado ahí
A partir de ahí, se pudo reconstruir la historia del pequeño de dos años que, en un principio, ni tendría que haberse encontrado en este barco. Frederick Joseph Goodwin, padre de Sidney y otros cinco hijos, trabajaba en una fundición cuando estalló una huelga nacional de mineros, lo que paralizó la industria que utilizaba carbón y puso en riesgo la economía familiar. Varios hermanos de Frederick ya vivían en Estados Unidos y trabajaban en una central eléctrica, por lo que trataron de convencer a este de que se viniera con ellos.
Es más, los hermanos decidieron juntar algunos ahorros para que Frederick y el resto de la familia realizaran el viaje. Entre todos, juntaron 48 libras, una cantidad equivalente a unos 5.800 euros para conseguir un hueco en las plantas inferiores del Titanic. De este modo, la familia Goodwin acabó en un camarote compartido del famoso transatlántico y pereció, a los pocos días, en el accidente.
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