Leer como quien anda en bicicleta: cuando un aprendizaje es para toda la vida

“La oposición entre literatura y vida”, dice el autor de la nota, “en mi caso se resuelve como: sin literatura no hay vida. Eso es lo que trato de contarles —si no de enseñarles— a mis hijos, a mis estudiantes”

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Leer como andar en bicicleta (iStock)
Leer como andar en bicicleta (iStock)

Ahora, que este fin de semana hay elecciones en la Argentina —se votan las primarias en la mayoría de los distritos—, voy a decir algo políticamente incorrecto: los que dicen que aman el olor de los libros no son muy lectores.

Soy consciente de que lo que digo es el prejuicio del alérgico: estornudo a repetición con el polvo de los libros, entonces, todo eso del olor es, para mí, un poco como lo de la zorra y las uvas. Pero, para sostener mi idea y no quedarme simplemente sangrando por la herida, diré que nadie ama el olor del diario que lee cada mañana, como tampoco se amaba el roce de los VHS o la mancha de tinta en los dedos que dejaban las lapiceras fuente.

No es mi intención atacar al libro físico como tampoco hacer una apología del e-book. Soy un lector anfibio: leo muchísimo en papel, tengo dos e-readers —un Kindle y un Nook— y, como estoy suscripto a Leamos, también leo en el teléfono. A lo largo de los años, pasé de la defensa monolítica del libro a la manera de Roberto Casati a la fe de los conversos por el e-book y ahora, creo, llegué al equilibrio. La tecnología —cualquier tecnología: el papel, el dispositivo— está a mi servicio y no necesita acólitos.

(Shutterstock)
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Encontrar el equilibrio

Hay un libro bellísimo de Pedro Mairal —que salió por la fugaz editorial Garrincha; qué lindo sería que se volviera a publicar en formato digital— en el que cuenta cómo le enseñó al hijo a andar en bicicleta. “Tenés que encontrar el equilibrio”, le decía mientras el nene se bamboleaba de un lado al otro.

La literatura siempre me ayudó. La oposición entre literatura y vida, en mi caso se resuelve como: sin literatura no hay vida. Eso es lo que trato de contarles —si no de enseñarles— a mis hijos, a mis estudiantes. Incluso en los momentos de zozobra los libros vinieron a mi rescate. Cuando mamá tuvo un accidente de tránsito, pasé la noche en el hospital con un libro de filosofía. Lo mismo cuando se enfermó mi hijo menor: leí El mundo según Garp —aunque probablemente no haya sido la mejor elección.

Borges decía que los libros que te aburren no son para vos y entonces mejor dejarlos. No sé cuánta verdad habrá en esa frase o, por lo menos, cuál sería el umbral de aburrimiento de Borges. Como andar en bicicleta, leer, lo sabemos, requiere de cierto esfuerzo —y más aún en un momento en que la atención está bombardeada por mensajes, redes sociales y series por streaming—. Pero, como andar en bicicleta, una vez que incorporamos la lectura, ya no la olvidamos nunca más.

Borges también decía —esta frase me gusta más— que leer y amar son verbos que no soportan el imperativo. Como padre y como profe intento acompañar a los chicos, provocarlos, desafiarlos con la lectura. Y nunca bajo línea sobre si hay que leer en papel o en digital: ese camino lo tienen que elegir ellos. Ya encontrarán el equilibrio.

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