La historia secreta de la guerra entre la Policía y la barra de All Boys

Por qué sucedieron los hechos, quienes manejan la tribuna, y un negocio que mezcla drogas, dinero negro y complicidades varias

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Thomas Khazki
Thomas Khazki

La delincuencia de una barra de un lado, la impericia de los organismos de Seguridad del otro. Drogas, luchas por el control de un club y un negocio de dinero negro que financia también en forma clandestina el funcionamiento de parte de la Policía. Todos esos ingredientes terminaron de armar el cóctel explosivo que estalló ayer por la tarde en Floresta, tras el partido entre All Boys y Atlanta y que dejó al descubierto que la ciudad, cuando ellos se lo proponen, queda en manos de los barrabravas. Que pueden poner en jaque a un barrio entero con sólo tomar la decisión de hacerlo.

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Para entender la guerra lo primero que hay que saber es la puja interna que existe en la barra brava de All Boys, algo que insólitamente, ya sea por connivencia u omisión, parecen desconocer los funcionarios del área y la propia Policía. De hecho, desde el gobierno porteño se afirmó que la actual comisión directiva tiene relaciones con los sectores más radicalizados de la comunidad palestina y con vínculos con el propio Luis D'Elia. Esa es historia muy vieja: si bien es cierto que Floresta tiene muchos habitantes de ese origen, el vínculo estaba dado por el ex jefe de la barra, Gastón Marone, uno de los fundadores de Hinchadas Unidas Argentinas y que hacía seguridad en actos organizados por el piquetero y también por el dirigente islámico Yussuf Khalil, acusado de presunto encubrimiento del atentado de la AMIA. De hecho, la barra de All Boys cobró en 2013 una fortuna por un acto a favor de Nicolás Maduro organizado en el estadio por el dirigente piquetero y el propio Marone fue quien le entregó una camiseta del equipo al presidente venezolano.

La otra persona que se apuntaba como vínculo con la comunidad era el secretario del club, Gustavo Moussa, alias el Turco, que dejó esa función a fines de 2015. Desde esa época no se organizan actos políticos en All Boys. Y el propio Marone perdió el control de la barra ese mismo año, a manos de un grupo narco liderado por un ex presidiario, Mauro el Muro Martino, quien copó la tribuna junto a una banda de delincuentes conocida como Los Gardelitos, de la Villa Korea de San Martín, y que se referencian en la familia Soria, punteros de ese asentamiento y con conexiones también con La Doce, la temible barra de Boca.

Tan así fue la situación que en 2016 en la tribuna se reemplazó la habitual bandera de La Peste Blanca, como se autodenominaba la barra, por otra que decía La banda del Muro. Desde entonces, la barra copó el club, tomando la confitería, el gimnasio, el estadio de futsal y todos los puestos de comida y bebida dentro del estadio. All Boys no sólo tenía una situación financiera caótica sino que los ingresos que podía producir quedaban en manos de la barra. Pero esa era la parte más pequeña del negocio: en realidad el grupo de Villa Korea hizo de Floresta un búnker para expandir hacia todos los barrios aledaños el negocio del narcomenudeo: Villa Del Parque, Santa Rita, Devoto fueron colonizados por la barra de All Boys, especializados en cocaína y marihuana. Durante dos años el grupo aterrorizó las calles del barrio y se movió con una impunidad que hizo sospechar de connivencia con quienes deben reprimir el delito.

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Cansados de esta situación, los viejos barras de la zona empezaron a juntarse para recuperar la tribuna. La respuesta fue inminente: en abril de este año el Muro Martino asesinó a su presunto rival en la interna, Martín el Chino Ojeda. Y ahí empezó la diáspora: cercados por la investigación judicial, el grupo de Villa Korea decidió quedarse con el negocio de la calle pero entregar la tribuna. Y de a poco volvió la vieja guardia, con el Picante Martín, que trabaja en una importante empresa láctea de la zona, y el Carnicero Nico (apodo que tiene que ver con su labor cotidiana) al frente. Este nuevo ascenso siempre necesita de rituales violentos. Uno de ellos es no permitir que un clásico rival festeje en tu propia cancha. Insólito pero verídico. Y ayer fue la excusa perfecta: cuando el grupo de directivos y periodistas partidarios de Atlanta celebraban efusivamente la victoria, la barra fue a completar su faena delictiva. La Policía refugió a los visitantes en el vestuario y trató de contener a los vándalos en la calle. Y ahí se vieron las escenas dantescas que indignaron a la sociedad, con los efectivos retrocediendo ante el ataque de los violentos.

Pero esto se dio tanto por impericia como por negocio policial: tal como demuestran las actas que acompañan la nota, All Boys siempre tiene operativos no menores a 300 efectivos. Ayer las imágenes demuestran que había muchos menos (para algunos expertos no llegaban a los 150) y según comprobó Infobae, de ellos sólo uno era grupo de combate, conformado por apenas ocho infantes antidisturbios. El negocio es claro: si no pasa nada, lo que sucede en la mayoría de las oportunidades, se cobra por la cifra supuestamente convenida lo que provoca pingues ganancias. Pero cuando sí hay incidentes queda al descubierto la desidia y la falta de policías. Ahora la Justicia tiene la menuda tarea de dar con los barras que dejaron 16 policías lesionados y varios patrulleros destrozados. Para eso allanaron esta mañana el club y se llevaron los registros fílmicos y de socios, para comparar caras y tratar de individualizarlos. Se verá si lo logran. Pero todo pudo haber sido prevenido si simplemente se conformara un operativo correcto y se hiciera inteligencia criminal sobre las barras de fútbol, que están lejos del modelo de antaño y se han convertido en asociaciones ilícitas que aterrorizan cada territorio que colonizan.

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