La historia del hombre más alto de Argentina: mide más que una puerta, no entra parado en un colectivo y le dicen “Chiquito”

Hace tiempo que Sergio Daniel Gómez abandonó la idea de permanecer en el anonimato. No es una cuestión de ego sino de centímetros: a los 35 años dice que le cuesta conseguir ropa y calzado y que no se enganchó con el básquet. Cuánto mide y cuánto calza

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Sergio o “chiquito”, como lo llaman cariñosamente, nació el 21 de enero de 1986 en la provincia de Misiones. Foto: Fernando Calzada.
Sergio o “chiquito”, como lo llaman cariñosamente, nació el 21 de enero de 1986 en la provincia de Misiones. Foto: Fernando Calzada.

Cuando va por la calle, a Sergio Daniel Gómez le piden fotos. Aunque quisiera ocultarse, dice, no podría. “¿A dónde me voy a meter?”, bromea en charla con la revista DEF. Hace tiempo que este hombre abandonó la idea de permanecer en el anonimato. No es una cuestión de ego sino de centímetros: con 35 años, Sergio es, al día de hoy, el hombre más alto de la Argentina. Mide 2,26 metros y calza 55.

Sergio o “Chiquito”, como lo llaman cariñosamente, nació el 21 de enero de 1986 en la provincia de Misiones y es el menor de dos varones. Antes de instalarse en la Ciudad de Buenos Aires, pasó su infancia y parte de su adolescencia en el barrio Evita, Candelaria, cerca de la capital misionera. En esas calles, cuando tenía 12 años, su altura comenzó a llamar la atención de los demás. Cada vez que iba a jugar a la pelota, dice, le pedían el documento porque no creían que, con esa edad, midiera 1,95 metros.

Entre sus recuerdos, también se cuelan las competencias que hacía su hermano, tres años mayor, para ver quién de los dos era el más alto. “Él se plantó en 1,70, pero yo me seguí yendo para arriba. A los 18, ya alcanzaba los 2,20”, explica Gómez a quien, tiempo después, le diagnosticaron gigantismo: un trastorno poco habitual que deriva de un exceso de la hormona de crecimiento.

"A los 18, ya alcanzaba los 2,20”, explica Gómez, a quien tiempo después le diagnosticaron gigantismo: un trastorno poco habitual que deriva de un exceso de la hormona de crecimiento. Foto: Fernando Calzada.
"A los 18, ya alcanzaba los 2,20”, explica Gómez, a quien tiempo después le diagnosticaron gigantismo: un trastorno poco habitual que deriva de un exceso de la hormona de crecimiento. Foto: Fernando Calzada.

En octubre de 2019, la cara de Sergio recorrió el país entero. Fue después de su participación en el programa ¿Quién quiere ser millonario?, donde concurrió con su pareja, Blanca Pereira, para juntar dinero y poder costear el tratamiento de un tumor que le apareció en el cerebro. “Las hormonas hacen que él siga creciendo. Incluido el tumor...”, explicaba su mujer.

-Pasaron casi dos años de aquel momento, ¿cómo estás de salud?

-Estoy mejor. Tratamiento y medicación mediante, gracias a los 500.000 pesos que ganamos en el programa, los médicos lograron reducir y controlar el tumor.

-Ese día también contaste que estabas desempleado. ¿Pudiste reinsertarte en el mercado laboral?

-Sí. De lunes a viernes, estoy vendiendo plantas en la esquina de mi casa. Los fines de semana, hago lo mismo pero en una feria en Palermo. Además de ser un ingreso económico, lo hago para no quedarme todo el día encerrado y despejar un poco la cabeza porque, aunque disminuyó su tamaño, el tumor todavía sigue ahí.

-¿Alguna vez te sentiste discriminado por ser tan alto?

-No, nunca me sentí distinto por mi altura. En la escuela siempre era el último de la fila, y las profesoras me mandaban a sentarme al fondo del aula, pero a mí me parecía lógico. Si era el más alto, ¿por qué iba a estar adelante?

"Tengo una perspectiva única: veo todo desde arriba sin tener que pararme en ninguna escalera. Otra ventaja es que nunca me pierdo ningún recital". Foto: Fernando Calzada.
"Tengo una perspectiva única: veo todo desde arriba sin tener que pararme en ninguna escalera. Otra ventaja es que nunca me pierdo ningún recital". Foto: Fernando Calzada.

-Te referís a tu infancia, pero ¿y de grande?

-Tampoco. Trabajo nunca me faltó y cuando no tuve, me las rebusqué. A los 18 años, cuando llegué de Misiones a Buenos Aires, me iba al Obelisco con una camiseta de Argentina y ofrecía, aprovechando mi altura, sacar fotos a colaboración. Lo hice tres o cuatro meses hasta que conseguí un empleo formal como personal de Seguridad: primero en un estacionamiento en el barrio de Once y después en un boliche en Constitución.

-Me comentaste que jugabas al fútbol, ¿nunca se te dio por jugar al básquet?

-Sí. Hubo un tiempo en que mis padres me llevaron a un club en Posadas. Jugué un par de meses, pero no me enganché.

-¿Cuáles dirías que son las ventajas de medir 2,26?

-(Piensa). Tengo una perspectiva única: veo todo desde arriba sin tener que pararme en ninguna escalera. Cuando digo todo, eso aplica para las partes de arriba de las alacenas o los faroles de luz que, por lo general, juntan mucho polvo. Otra ventaja es que nunca me perdí en ningún recital. De hecho, mis amigos me usaban como punto de encuentro. “Si nos perdemos, nos encontramos en Sergio”, decían.

"Hubo una época en que me traían todo eso desde el exterior y, si no, mandaba a hacer las prendas a una modista". Foto: Fernando Calzada.
"Hubo una época en que me traían todo eso desde el exterior y, si no, mandaba a hacer las prendas a una modista". Foto: Fernando Calzada.

-¿Y las desventajas?

-La principal: problemas para conseguir zapatos, zapatillas y ropa porque necesito talles especiales. Hubo una época en que me traían todo eso desde el exterior y, si no, mandaba a hacer las prendas a una modista. Ahora, como mi pareja se da maña con la máquina de coser, hay mucha ropa que me la hace ella. En un momento, el colchón donde dormíamos me quedaba chico. Tenía que estar acurrucándome como un caracol para que no se me salieran los pies de la cama. Tiempo después, compramos una king size. ¿Y adiviná qué? Si me estiro, me quedan los dedos afuera. (Risas). Cuando viajaba en colectivo, no podía quedarme parado porque tocaba el techo. Lo mismo con el auto: si es muy chico, me tengo que acurrucar.

-¿Tuviste que adaptar algún sector de tu casa?

-No. Las puertas son, por default, de dos metros. Ya perdí la cuenta de la cantidad de veces que quise pasar de largo y me golpeé. (Risas).

-Cuando te piden fotos en la calle o te dicen: “Qué alto que sos”, ¿te molesta?

-No, yo siempre me sentí uno más. A los que se acercan a pedir fotos les digo: “Sí”, y se las saco humildemente. A veces, hasta se me acercan los policías. “¿Cuánto medís, flaco? ¿Te jode si nos sacamos una foto?”, me dicen.

"A los que se acercan a pedir fotos les digo: “Sí”, y se las saco humildemente. A veces, hasta se me acercan los policías. “¿Cuánto medís, flaco? ¿Te jode si nos sacamos una foto?”, me dicen". Foto: Fernando Calzada.
"A los que se acercan a pedir fotos les digo: “Sí”, y se las saco humildemente. A veces, hasta se me acercan los policías. “¿Cuánto medís, flaco? ¿Te jode si nos sacamos una foto?”, me dicen". Foto: Fernando Calzada.

-Y con respecto al amor, ¿pensaste que la altura podía ser un impedimento para encontrar pareja?

-Todo lo contrario. Al ser tan alto, nunca pasé inadvertido. (Risas). Tuve dos parejas antes de conocer a Blanca. Con ella, nos vimos por primera vez en septiembre de 2013 en una disco. Nos enamoramos y después nos casamos. Ella es madre de cinco hijas mujeres (de su pareja anterior), me lleva 13 años. Es mi gran compañera de vida, mi mano derecha, sin ella no hago nada.

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