La fundación mítica del rock argentino abunda en historias entrañables. Es, finalmente, el relato de una bohemia que cruza territorios –Plaza Francia, La Perla, La Cueva-, que tiene sus mártires, una jerga, una gestualidad y elementos artísticos, sociales y políticos que proponen debates bizantinos: ¿Cuál fue el hito basal, Rebelde de Los Beatniks o La balsa de Los Gatos? ¿Quién fue el primer rockero? ¿Qué lugar ocupa en esa historia Eddie Pequenino? ¿Y Sandro? ¿Era tan clara la grieta entre "complacientes" y "progresivos? ¿Se puede hablar de rock nacional, o habría que hablar de rock de Buenos Aires? Las discusiones que generan estas preguntas son apasionantes, pero conducen a un callejón sin salida. No hay respuestas unívocas. Lo concreto es que en 1969, hace 50 años, ese magma todavía amorfo iba a destacar a dos bandas de estéticas tal vez antagónicas que sentaron los cimientos de lo que se desarrolló en las siguientes cinco décadas: Almendra y Manal.
El 7 de abril de 1969 Almendra dio su primer gran concierto en el Teatro El Globo. El recital fue grabado y salió hace años en CD en una edición especial del diario Página 12. El documento es extraordinario. Hacían un exquisito beat-rock, que reconocía anclajes locales –Luis Alberto Spinetta y Emilio Del Guercio estaban fascinados por la dupla compositiva de Piazzolla–Ferrer– y que tomaba el costado más surrealista de Los Beatles. Así como Laura va es la reinterpretación porteña con bandoneón del She is Leaving Home de Sgt. Pepper, un tema como Figuración es deudor en parte de María de Buenos Aires: el si vas perder tu amor, alguien te ha dicho ya, sentencioso, enfático, proviene tal vez de ciertas imposturas de la famosa operita que estrenó la voz de Amelita Baltar en 1968.
El 31 de marzo de 1969 Manal dio un notable concierto en el Instituto Di Tella. El trío fue anunciado, cuenta Marcelo Fernández Bitar en su enciclopédico 50 años de rock en Argentina, como el "único conjunto soul fraseado en castellano". Se sabe: Javier Martínez adoraba el blues y su intención era cantar a la manera de los negros. También escuchaba programas radiales dedicados al jazz y de chico había absorbido naturalmente el tango. Con Alejandro Medina y Claudio Gabis –alumno del Nacional de Buenos Aires- estaban conectados con la intelectualidad de la época. Artes plásticas, cine, literatura, política… nada les era ajeno. El repertorio que tocaban era un derroche de groove y de letras existencianles, densas, costumbristas que procesó el largo derrotero del blues –de Robert Johnson a Cream– en clave porteña.
Almendra y Manal constituyeron hace 50 años un alucinante corpus de canciones originales, lúcidas, arriesgadas, muy cercanas a la perfección, que en perspectiva se observan como el jardín de los dos grandes senderos bifurcados del rock
Almendra y Manal constituyeron hace 50 años un alucinante corpus de canciones originales, lúcidas, arriesgadas, muy cercanas a la perfección, que en perspectiva se observan como el jardín de los dos grandes senderos bifurcados del rock. Almendra con una rítmica más variada –hasta en las líneas de bossa nova fueron marcados por la época- y una lírica conmovedora que pendulaba entre lo cósmico y lo amoroso, entre la metafísica y el sutil apunte social; Manal, con un sonido más árido y una poética callejera con un vuelo que ubicó a Martínez en la vara de los mejores letristas del tango.
Por supuesto, nada es tajante: como ocurrió en esa misma época con Los Beatles y Los Rolling Stones, hay más puntos en contacto que los que un análisis perezoso podría suponer. Y aquí habría que hablar también de la curiosidad y la coincidencia de origen: los integrantes de las dos bandas pertenecían –con algún matiz- a la clase media de barrio configurada en los años del primer y segundo peronismo y tenían una avidez total para catalizar la modernidad cultural de la Buenos Aires de los años de las presidencias de Illia y de Onganía. Los famosos sixties porteños.
Claramente no estaban solos: además de Litto Nebbia con Los Gatos, ya tallaba Moris y arrancaban grupos como Pedro y Pablo y, desde el conurbano bonaerense, Arco Iris (El Palomar) y Vox Dei (Quilmes), entre otros. Pero las líneas estéticas trazadas por el primer Almendra y el primer Manal fueron tan poderosas que, en un posible árbol genealógico, debajo de la banda de Spinetta, Del Guercio, Molinari y García deberían salir flechas que la vinculen por ejemplo con Soda Stereo y Babasónicos (es decir, una pretensión de vanguardia) y de la de Manal, grupos más ortodoxos y callejeros, asociados con el blues y con el rhythm & blues (estética que degeneró en algún momento de las periódicas debacles económicas criollas en "rock barrial").
Hace 50 años, entonces, se definía en Buenos Aires un ADN hecho de múltiples influjos locales y globales. A la vuelta de la esquina de la muerte del Che y del Cordobazo, meses antes de Woodstock y del último disco en estudio de Los Beatles, Almendra y Manal se preparaban para tomar la Bastilla sentimental de una ciudad. Con esas canciones editaron al despuntar 1970 sendos LP que siguen siendo insuperables, y que fueron la matriz y el kilómetro cero de una historia que –aun con un sentimiento nostálgico muy parecido al tango y con el tsunami del trap mordiéndole los talones – sigue viva.
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