Recuperar la montaña: un relato sobre los derechos de las mujeres y las tierras en los Pirineos catalanes

Por Federica Ravera

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Los Pirineos, entre España y Francia. (Shutterstock)
Los Pirineos, entre España y Francia. (Shutterstock)

Conocí a Meritxell y Laia en un soleado día de abril, en la región montañosa de Pallars Sobirà, en los Pirineos catalanes. Ambas se dedican a la cría de ganado. Meritxell tiene vacas y yeguas, mientras que Laia tiene un rebaño de cabras y hace queso.

A diferencia de la mayoría de las mujeres de la región, ellas han decidido vivir y trabajar en las colinas de Pallars a pesar de las duras condiciones. Incluso a principios de la primavera la nieve cubre los pastos de altura. Las laderas de las montañas se quitan lentamente el abrigo invernal para descubrir prados verdes y floridos donde las abejas comienzan a revolotear.

Conocí a Meritxell y a Laia gracias al proyecto de investigación AGATA sobre dinámica social y agrícola en la región de Pallars Sobirà. Junto con mis colegas, estoy tratando de poner en valor el patrimonio socio-cultural y ecológico de las regiones montañosas del Meditérraneo y de comprender las amenazas y los cambios ambientales y socioeconómicos de sus sistemas agrícolas y ganaderos, con especial atención a las cuestiones de género. Además de Pallars Sobirà, también estamos trabajando en zonas de montaña de Andalucía.

Durante nuestra investigación, descubrimos que la agricultura y ganadería extensiva familiares y tradicionales eran poco reconocidas y personas que, como Meritxell y Laia, con sus actividades cuidan los ecosistemas de montaña, se han vuelto casi invisibles a lo ojos de una sociedad y unas políticas ambientales y de desarrollo que interpretan la montaña como fuente de diversión para turistas y deportistas o de conservación de especies emblemáticas, como el oso o el lobo. Sin embargo, las poblaciones locales continúan defendiendo sus formas de vida en realción con el oficio ganadero, especialmente tratando de adaptarse al cambio climático y de mitigar sus efectos.

La elección de la vida rural

Meritxell proviene de una antigua Casa de la zona. Históricamente, las casas eran el corazón de la producción y la reproducción de la sociedad pirenaica. Originalmente, sólo el hereu y la pubilla (el primogénito o la primogénita de la familia, en catalán) eran los responsables de la transmisión de la herencia socioeconómica. En esta sociedad no igualitaria, las tareas domésticas, la crianza de los hijos y todas las actividades domésticas correspondían a las mujeres, que también participaban en el trabajo agrícola. Una carga triple que a menudo pasaba y pasa desapercibida.

Los tiempos han cambiado. Meritxell no es pubilla, pero siempre quiso “ser criadora, vivir en las montañas y cuidar animales”. Después de estudiar y trabajar fuera de la granja, decidió regresar para continuar con la tradición familiar. En cuanto a Laia, después de estudiar arte, finalmente decidió abandonar la ciudad. Como muchos pobladores neo-rurales, buscaba una vida diferente con la esperanza de “reconectar con la naturaleza y encontrar el silencio”. La crisis económica y el “amor” la empujaron a dar el paso.

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Para estas dos mujeres, las montañas y sus pueblos son los guardianes de la cultura campesina ancestral que engendraron. Combinada con nuevos modelos socioeconómicos, esta cultura podría ofrecer soluciones para luchar contra el cambio climático.

Matanza para desayunar

Todas las mañanas, Laia se levanta a las 6 en punto. Después de ayudar a su compañero a ordeñar las cabras, se ocupa de sus hijos y luego prepara el material necesario para la elaboración del queso. Hoy hará un queso típico de los Pirineos, el Serrat, cuya receta le fue transmitida por las mujeres mayores del pueblo, les padrines.

Por la tarde, relevará a su marido, asistida por sus perros pastores. Con los perros, guiará el rebaño de cien cabras a las tierras comunales donde cada primavera los animales pastan, generación tras generación, preservando este paisaje cultural.

Meritxell también se levanta temprano. Termina rápidamente sus tareas, alimenta a las gallinas y riega el huerto. Luego despierta a su hija de 10 años, que está en casa por las vacaciones de Pascua. Para el desayuno, queso de cabra artesanal y xulís, un salami preparado en cada hogar durante la tradicional matanza del cerdo (matança en catalán).

Después de la comida, caminarán unos kilómetros hasta la granja, donde comprobarán que los terneros recién nacidos y sus madres están bien. Luego deberán conducir a las vacas de un campo a otro. Encantada, la hija de Meritxell la acompaña hoy para aprender a cuidar la huerta y los animales.

Las aldeas se vacían

Meritxell es una de las pocas mujeres de su familia que desarrolla una actividad agroganadera tradicional. A sus hermanas no les interesa porque consideran que trabajar en la ciudad les proporciona más ingresos y que vivir en la montaña es demasiado difícil para las mujeres. Sin embargo, a los ojos del agricultor, las actividades tradicionales y los conocimientos tradicionales son valiosos y pueden representar la última oportunidad para salvar estas montañas.

En las últimas décadas, la economía y la sociedad pirenaicas han cambiado drásticamente. Esta transformación se debe a la urbanización y la modernización progresiva de la agricultura: comenzó en la década de 1960 y continuó hasta finales de la década de 1990, causando la despoblación gradual de las zonas rurales.

Un proceso amplificado por la crisis económica y las políticas agrícolas europeas de los últimos veinte años, que favorecen la producción intensiva en las llanuras, y las políticas para la protección del medio ambiente y el turismo de montaña, que reflejan una cierta “colonización” de las regiones montañosas, a través del prisma del imaginario urbano.

Se pierde la transmisión de la cultura campesina tradicional

Estos cambios llevaron a los habitantes rurales de estas zonas más marginales a abandonar sus lugares de origen para emigrar a la ciudad o buscar otro trabajo. En particular, las mujeres han pasado del sector agroganadero al sector terciario. Como resultado, su poder de transmisión de la cultura y los conocimientos tradicionales campesinos ha ido perdiendose.

En el pueblo de Meritxell, solo tres de las 25 familias que vivían y trabajaban en la década de 1960 permanecen allí trabajando en el mismo oficio ganadero. Muchos jóvenes se fueron, otros están desempleados y hacen caso omiso de los “estilos de vida y actividades tradicionales” de los pageses (campesinos en catalán). Muchos campos en el área han quedado progresivamente sin explotar, empezando por la tierra menos accesible, en la que la mecanización era imposible. Otras tierras han seguido el mismo camino, especialmente debido a la falta de jóvenes y de empleados cualificados. Por eso la cantidad de pastos de montaña abandonados ha aumentado.

Sin la presencia de humanos y la actividad de los animales de granja, es probable que este paisaje cultural de montaña desaparezca, con graves consecuencias. Esto afectaría directamente a los ecosistemas y sus recursos esenciales: alimentos saludables, suministros de agua y almacenamiento de carbono en el suelo. El regreso a la naturaleza también puede afectar a la biodiversidad y sus funciones ecológicas, como la polinización, la dispersión de especies y la protección contra incendios destructivos. Este cambio de dinámica deja a la tierra en un estado de vulnerabilidad agravado por el cambio climático.

Pérdida del control de los recursos

Las políticas ambientales y agrarias actuales de la Unión Europea no han sido diseñadas para proteger a las familias de pequeños productores y criadores de ganado, ni a conservar estos paisajes culturales mediterráneos. Las decisiones tomadas a nivel europeo también han afectado a los estilos de vida tradicionales.

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Dado que el mercado de valores define el valor de los productos alimenticios, los pequeños productores dependen de sus fluctuaciones. La desigualdad de precios, la distribución desigual de los subsidios y la complejidad burocrática profundizan la brecha económica y ponen en riesgo la supervivencia de este antiguo oficio ganadero de alta montaña. Este sistema también priva a los agricultores del control sobre la tierra y sus recursos, ya que el procesamiento, la distribución y el consumo de productos siguen los patrones dictados por las instituciones y los mercados.

Las mentalidades se están volviendo cada vez más urbanas, lo que lleva a las personas a adoptar nuevas dietas y nuevos hábitos de consumo. Muchos catalanes, incluidos los agricultores, ahora están comprando productos baratos y de baja calidad que encuentran en el supermercado en lugar de producir carne y otros alimentos de alta calidad en sus propias tierras. Las mujeres son a menudo víctimas colaterales de esta presión y estos cambios crecientes.

Lucha contra la invisibilidad y los estereotipos

Las zonas rurales de Cataluña tienen una cultura muy conservadora y centrada en el trabajo, y las mujeres todavía tienen relativamente pocos derechos reales. Los estudios indican que solo el 26% de las mujeres catalanes rurales son dueñas de sus tierras. Aunque este porcentaje es más alto que el promedio de España, que es solo del 21%, muchas payesas ni siquiera están registradas como tales.

Este número sería aún mayor si se tuviera en cuenta a las mujeres de entornos desfavorecidos o migrantes. A menudo invisibles, y muy frecuentemente explotadas en el sector agrícola intensivo.

Además de estas discriminaciones, Meritxell, Laia y las otras mujeres agricultoras deben luchar contra los estereotipos que les afectan a diario. Denuncian la imagen negativa que la sociedad les atribuye, que las retrata como actrices secundarias, solo para “ayudar” a los hombres, y siempre como “mujer de”, “madre de” o “hija de”.

El sexismo y el paternalismo en el trabajo en el mundo agrícola, especialmente entre los pastores, subestima el valor del trabajo de estas mujeres. Están acostumbradas a escucharse a sí mismas repetir las mismas reflexiones desagradables:

“Nena, no es un trabajo para una mujer”.

“Una niña no debe conducir un tractor”.

“Una mujer no debe caminar sola en las montañas”.

Cuando escuchan estos comentarios, Meritxell y Laia se encogen de hombros. Rechazan la idea de que deben ajustarse a los estereotipos de “feminidad” mientras son agricultoras. “He descuidado mis manos porque están en contacto con los animales y la tierra”, dice Laia. Meritxell agrega: “La gente se sorprende porque sigo usando maquillaje mientras conduzco un tractor y uso botas de goma”.

Grupos de Facebook para mujeres agricultoras

A pesar de estos obstáculos, Meritxell y Laia están luchando por el cambio. Al igual que otras mujeres que conocen, piden la palabra en su hogar, su comunidad y la sociedad en la que viven. Aseguran que las responsabilidades se dividen equitativamente entre la casa y la granja, y se involucran cada vez más en organizaciones tradicionales como los sindicatos, las asociaciones de pastores y las instituciones comunales.

Hoy, dos criadoras jóvenes de la región encabezan la Asociación de Vaca Bruna (una raza de ganado de los Pirineos). Otras son miembros de la Asociación de caballos de los Pirineos. De esta manera, se aseguran de que los roles no estén definidos por su género y trabajan para establecer los principios necesarios para una producción mejor y más equitativa. Las agricultoras abogan por un comportamiento más empático hacia los animales (y los humanos), a quienes tratan de cuidar a través de un enfoque más respetuoso, más paciente y menos “macho”.

Las mujeres payesas también se organizan en internet, utilizando las redes sociales para ponerse en contacto con otras mujeres y jóvenes. Podemos mencionar entre otros el sitio Dones Mon Rural y la página de Facebook de Ramaderes. Estos grupos exclusivos para mujeres les permiten expresarse libremente fuera de los límites tradicionales de las comunidades rurales, compartir sus sentimientos, abogar por la igualdad de género en el mundo agrícola o simplemente intercambiar información y conocimiento. También pueden unirse a debates públicos y mesas redondas con representantes de instituciones gubernamentales o no gubernamentales. Tienen la oportunidad de participar en las decisiones políticas en este sector, elevar la voz de las mujeres y otros grupos marginados en las zonas rurales y hacer campaña por modelos económicos alternativos.

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Mezcla de tradición e innovación

En sus comunidades, Laia y Meritxell se esfuerzan por combatir las restricciones económicas impuestas por el sistema de agronegocios mediante la combinación de tradiciones e innovaciones. Promueven sus productos destacando cómo se fabrican, respetando la naturaleza y las migraciones estacionales de animales, así como los recursos de montaña y su propio patrimonio biocultural.

Meritxell aprendió todo de sus padres y abuelos. Acompañó a su padre con los animales y su madre en la huerta. Su abuela le enseñó remedios naturales para los animales y los nombres de plantas y flores locales. De su abuelo, que la llevó a las montañas en verano como todos los demás criadores y pastores, aprendió los toponimos y de cada roca.

Meritxell se mantiene fiel a la tradición. Todos los domingos, ella y su familia se encuentran con otros granjeros. Juntos, discuten la gestión de las tierras comunales. Es importante para ella pasar tiempo con el resto de la comunidad para tomar decisiones colegiadas. Un día, ella transmitirá todo este conocimiento a su hija.

Adopta una oveja

Laia, mientras tanto, estudió en una escuela especializada. La Escuela de Pastores se esfuerza por salvar el patrimonio inmaterial de la cultura campesina local para transmitirlo a las nuevas generaciones, al tiempo que introduce nuevos principios agroecológicos.

Hace unos años, comenzó a hacer quesos artesanales. Ella prefiere venderlos directamente en la granja o en el mercado para ganar clientela y relaciones en el sector del turismo eco-rural. Se han implementado otras iniciativas locales creativas, como la asociación Xisqueta Obrador, cuyo objetivo es promover el uso de la lana de una raza local de ovejas, así como museos ecológicos. Facilitan a las familias de turistas “adoptar” una oveja o una cabra, pasar un día en las montañas con un pastor o visitar una granja y disfrutar del queso.

Laia no tiene miedo a innovar. El año pasado, su queso al estilo francés ganó el primer premio en varios concursos nacionales, pero continúa preparando quesos tradicionales para perpetuar los sabores y tradiciones locales. Al igual que otros pastores y pastoras, cree que una “cultura de calidad y sobriedad (…) basada en la protección de las tierras comunales” ayudará a gestionar la cría extensiva y protegerá a los pequeños agricultores. Además, cuatro de sus amigos, dos hombres y dos mujeres, fundaron recientemente la primera cooperativa de pastoreo ecológico con cabras de la región.

El futuro de las montañas y sus mujeres

Sin embargo, muchas preguntas permanecen sin respuesta. ¿Cómo imaginamos el futuro en estas regiones montañosas del Mediterráneo, entre tradiciones, desertificación de áreas rurales e innovaciones alternativas? Como hemos visto en nuestra investigación, salvar montañas y sus ecosistemas requiere defender el ganado, preservar los conocimientos locales y desarrollar nuevos modelos socioeconómicos y agroalimentarios. La inclusión y la igualdad de género tienen un papel clave que desempeñar para lograr este objetivo.

¿Logrará Meritxell que su hija se interese por su forma de cuidar animales y plantas en casa y en los campos? ¿Podrá Laia enfrentar los riesgos de su negocio y defender las tradiciones mientras continúa innovando y forjando vínculos con otros sectores para defender un modelo económico alternativo sostenible? ¿Será eso suficiente para que puedan enfrentar los desafíos ambientales que se avecinan?

Las historias de “Meritxell” y “Laia”, y sus nombres, se han creado con los testimonios auténticos de mujeres agricultoras y productoras de queso que entrevistamos en la región de Pallars Sobirà en 2018 y 2019. Representan los arquetipos de mujeres que podemos encontrarnos allí, ya sea procedentes de familias locales antiguas o recién llegadas.

Por Federica Ravera, Postdoctoral researcher, Chair in Agroecology and Food systems, Universitat de Vic – Universitat Central de Catalunya

Originalmente publicado por The Conversation