
Sentir que el corazón late con fuerza, que el aire se escapa y los pensamientos se desbordan, puede parecer una experiencia al borde del colapso. Esta combinación súbita de síntomas define el ataque de pánico, una reacción intensa y a menudo incomprendida que desafía tanto al cuerpo como a la mente. ¿Por qué ocurre algo tan abrumador cuando no existe un peligro real? ¿Qué mecanismos transforman una alerta interna en una crisis y cómo se puede volver a recuperar la calma?
Qué es un ataque de pánico y a cuántas personas afecta
Un ataque de pánico es una reacción extrema del sistema de defensa ante una amenaza, ya sea real o imaginaria. El Dr. Reid Wilson, psicólogo clínico y autor del libro “Don’t Panic: Taking Control of Anxiety Attacks”, expuso a Popular Science que hasta un tercio de la población experimenta al menos un episodio en algún momento de la vida.
Para muchas personas, la causa es evidente —como una situación de peligro o una gran noticia— mientras que para otras el miedo aparece sin previo aviso, generando mayor incertidumbre.
Este tipo de episodios pueden irrumpir de manera inesperada, produciendo síntomas tan potentes que quienes los sufren llegan a temer por su integridad a pesar de que no exista una amenaza objetiva. La diferencia entre la sensación de peligro y la seguridad real alimenta el círculo de ansiedad y desconcierto.

Cómo responde el organismo: lucha, huida o parálisis
El núcleo de cada ataque de pánico es la respuesta llamada de lucha, huida o parálisis. El cuerpo procesa señales percibidas como riesgosas: los sentidos envían información al tálamo, el cual retransmite el mensaje a la amígdala, que analiza el peligro y decide cómo actuar.
Si detecta amenaza, la amígdala alerta al hipotálamo, responsable de funciones automáticas, y este ordena a las glándulas suprarrenales liberar cortisol y adrenalina.
Estos procesos desencadenan cambios inmediatos: el ritmo cardíaco y la respiración se elevan, y el cuerpo se prepara para actuar, aunque el desencadenante sea una alarma interna. Wilson destacó a Popular Science que, en ese momento, la mente consciente se ve superada y el organismo ejecuta un plan automático de supervivencia.
Síntomas físicos y mentales
Durante el episodio, las pupilas se dilatan, el pulso se acelera, la respiración se hace superficial y la atención se focaliza solo en la amenaza. El torrente sanguíneo se dirige hacia los músculos principales, alejándose de las extremidades menores. Entre los síntomas físicos más habituales se encuentran taquicardia, falta de aire, mareo y presión en el pecho. En el plano mental, predominan pensamientos relacionados con una posible muerte o la pérdida de control, reforzando el miedo.

Estos síntomas, aunque inquietantes, reflejan una reacción biológica destinada a la protección. Sin embargo, para la mente, se transforman en señales de alerta extrema, intensificando el ciclo de preocupación.
Qué puede desencadenar un ataque de pánico
Durante años se creyó que los ataques de pánico eran consecuencia exclusiva de estímulos externos, pero estudios recientes destacan el impacto de las sensaciones corporales. El Dr. Justin Feinstein, neuropsicólogo clínico planteó a Popular Science que la amígdala también responde a señales internas, como la sensación de asfixia o falta de aire. Esto explica por qué muchos episodios parecen surgir sin una causa clara.
Un caso particular es la apnea inducida por la amígdala: la persona deja de respirar sin notarlo, lo que puede activar síntomas de pánico. Feinstein precisó que esta reacción corresponde a una adaptación evolutiva, propia de situaciones extremas de supervivencia, como fingir estar muerto ante un depredador. Reiterar la costumbre de contener la respiración bajo estrés puede favorecer la acumulación de tensión y aumentar la vulnerabilidad a nuevos episodios.
El rol del CO₂ y los quimiorreceptores
El equilibrio químico interno es determinante. Los quimiorreceptores —células que controlan la composición de la sangre— tienen la función de regular el sistema cardiovascular y respiratorio. Feinstein explicó a Popular Science que, cuando el nivel de dióxido de carbono (CO₂) aumenta, estas células envían una señal urgente al cerebro, lo que puede precipitar un ataque de pánico.

“El sistema quimiorreceptivo es esencial en la generación de estos episodios”, subrayó el especialista. Así, una señal interna puede tener el mismo peso que una amenaza externa, con igual capacidad de detonar una crisis.
El riesgo de la evasión: prevenir la agorafobia
Uno de los peligros más importantes para quienes sufren ataques de pánico crónicos es desarrollar agorafobia, un trastorno donde se evitan lugares o situaciones temidas. Feinstein alertó en Popular Science que ajustar la vida para esquivar desencadenantes puede restringir mucho la autonomía, estrechando el mundo personal de quien lo padece.
“El cerebro asigna el miedo a entornos o actividades concretas, lo que vuelve el trastorno realmente incapacitante”, describió Feinstein. Por eso, los especialistas recomiendan persistir con las actividades importantes y desafiar las conductas evitativas de manera gradual.
Comprender y aceptar: herramientas para el día a día
Reconocer que los síntomas del pánico son el resultado de una respuesta natural y no una señal de peligro real constituye el primer paso para gestionar mejor estos episodios. Confiar en la propia capacidad de sobreponerse y practicar la autocompasión ayudan a recuperar el control, prohibiendo que el miedo limite la vida.
Aceptar, comprender y enfrentar la ansiedad con estrategias concretas permite desmontar poco a poco el poder del pánico y ampliar los propios límites día a día.
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