
El nueve de noviembre de 1989, tan pronto cayó el muro de Berlín, miles de personas cruzaron a Berlín occidental. La alegría era inmensa. Después de varias décadas colapsaba esa monstruosidad humana, ícono de la irracionalidad humana.
Los berlineses orientales disfrutaban de la tan ansiada libertad, recién recuperada. Recorrían las calles hasta entonces prohibidas, gritaban, cantaban, se emborrachaban, hacían el amor en cualquier lugar.
El alivio y desahogo por tantos años de opresión duró varios días. Después, lentamente, las cosas fueron volviendo a la normalidad. Las personas no tuvieron más remedio que regresar a sus casas y a sus vidas de siempre.
En un proceso bastante dinámico, la antigua Alemania oriental se fue integrando a la Alemania libre, que destinó cuantiosos recursos a tratar de igualar oportunidades para todos los alemanes.
Berlín oriental fue recuperando niveles de desarrollo que el comunismo imposibilitaba. En poco tiempo se vivió una primavera social, con el florecimiento de la economía, la ciencia y las artes.
Un día, el ministerio de salud detectó que las consultas psiquiátricas de los alemanes orientales habían crecido exponencialmente. Les tomó más de un año entender lo que estaba pasando.
Después de infinitas consultas con los pacientes, los investigadores pudieron ir descifrando que mientras existía el muro, los alemanes orientales se sentían frustrados pero también contenidos por el régimen comunista. Todos sabían que era muy difícil progresar. Casi imposible. Llevaban una vida muy austera, en la que a nadie le podía ir muy bien.
Pero todo empezó a cambiar con la caída del muro y la recuperación de la libertad. En pocos años las personas empezaron a darse cuenta de que la tan ansiada libertad conllevaba ciertos peligros.
Ahora, cualquier primo podía convertirse en un empresario exitoso. La amiga de la infancia, en una modelo internacional que triunfaba en Nueva York. El compañero de la escuela, en un industrial poderoso. El vecino, en un actor de Hollywood.
El crecimiento vertiginoso de las consultas psiquiátricas evidenciaba la angustia que generaba saber que a cualquier familiar, amigo, o vecino, le pudiera ir bien, mientras que a uno no.
Con la libertad, mientras algunas personas veían oportunidades por todos lados, otras se sentían expuestas. Ya no podían seguir echándole la culpa al sistema, y mucho menos, sentirse seguros en una vida sin riesgos.
Algunos pacientes entrevistados llegaban a expresar que anhelaban la época del muro, en la que si bien no podían elegir y no tenían casi ninguna chance de crecer y desarrollarse, se sentían a salvo. Ahora la libertad los exponía, los perturbaba. En el fondo, no deseaban tanto la libertad. O lo que es lo mismo, no estaban dispuestos a pagar sus costos. Mejor vivir tranquilos, “protegidos”.
El poeta uruguayo Mario Benedetti cuenta que una vez le regalaron un canario. Como a él le daba mucha lástima que el pájaro viviera encerrado, una mañana decidió abrirle la puerta de la jaula antes de salir de su casa.
Cuando volvió a la noche se quedó helado. El canario seguía adentro de su jaula, temblando de miedo, incapaz de cruzar ese umbral. El miedo a la libertad.
Vivir en la jaula puede tener sus beneficios: nos traen la comida, el agua, y nos protegen de todos los peligros.
Claro que ahí nunca seremos capaces de volar, de conocer otros cielos.
¿Y vos? ¿Buscas una vida segura, garantizada, lejos de cualquier peligro? ¿O estás dispuesto a correr los riesgos de vivir, antes que quedarte a salvo en tu cómoda jaula?
* Juan Tonelli es autor de “Un elefante en el living”, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar. Speaker. https://linktr.ee/juan.tonelli
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