
Fermín Besteiro (29) no recuerda un momento de su vida en el que el mar no haya sido su refugio. “Desde muy chico me gusta un montón el mar. Mi hermano mayor, Julián, salía corriendo de casa con la tabla, y yo lo seguía con la mirada hasta que, un día, a los 2 o 3 años, ya estaba en el agua con un barrenador, acostado en las espumas más chiquititas de la orilla”, cuenta.
Para él, esas primeras sensaciones, cuando empezaba a pararse en la tabla, fueron el inicio de un vínculo que transformaría su vida. “Sentía algo increíble y poco a poco me di cuenta de que había encontrado la actividad que me llena, que me gusta, que me provoca algo distinto”, recuerda.
Esa misma conexión lo llevó a transformar el viento y las olas en una celebración comunitaria en Pinamar, una suerte de ritual entre fanáticos de los deportes acuáticos que se repite cada verano. En 2018, junto a dos amigos, dio vida al DWS Kite, un evento que comenzó como un encuentro modesto y creció hasta convertirse en la mayor regata de kitesurf del país. Este domingo, la frontera norte de la ciudad costera volverá a ser el escenario de este espectáculo, que reunirá a deportistas de distintas regiones de Argentina.

Fermín creció en Pinamar, en un entorno que alimentaba esa conexión con el agua. Su familia pasaba los veranos en un balneario llamado Salvador Gaviota (en un sector de playa que actualmente separa los paradores Marbella y Barbados), donde su padre, Alejandro, trabajaba como pediatra. Allí pasaba horas interminables en el agua, “quizá hasta ocho seguidas”. Los guardavidas lo conocían bien por sus “salvajadas”. Con el tiempo, la pasión se convirtió en un objetivo: a los 12 años comenzó a competir en surf.
Su primer torneo nacional lo dejó segundo en la categoría Menores de 14, y ese resultado lo convenció de seguir. A los 14 se consagró campeón argentino, un título que repetiría en dos ocasiones en los años siguientes. Viajó por el mundo, compitió en mundiales y se convirtió en el primer campeón argentino de surf nacido en Pinamar.
Sin embargo, después de años en la alta competencia, decidió explorar nuevas posibilidades. “El DW Kite surgió en un momento en el que me encontraba un poco aburrido del surf”, admite.
Tenía por entonces alrededor de 21 años. Inspirado por amigos que practicaban kitesurf y aprovechaban el viento incluso cuando el mar no ofrecía buenas olas, Fermín quedó fascinado con esta disciplina. Dice que fue como un amor a primera vista. “Fue en 2016 o 2017 cuando descubrí el kite. Me enamoró instantáneamente porque es como tener un motor en la tabla. En el surf, estás esperando la ola; en el kite, vos ves una ola, la agarrás, y después viene otra”, explica.
Pero lo que más lo impactó fue el espíritu de camaradería que rodea al deporte. “Es como cuando jugás un fulbito con amigos y charlás antes del partido. Compartís, te ayudás con el equipo. Esa energía fue lo que me hizo pensar que más gente debía vivirlo”.
Ese pensamiento lo llevó a crear el primer DWS Kite en 2018 junto a dos amigos, Ariel y Leandro. Aunque comenzaron con apenas nueve participantes, Fermín recuerda con humor los desafíos iniciales. “Discutía con Martín Yeza (entonces intendente de Pinamar). Le decía que íbamos a tener 300 velas, embarcaciones oficiales, y él, con más experiencia, nos bajaba a tierra. Me enojaba, pero ahora entiendo que lleva tiempo construir algo así”, admite. En pocos años, el evento creció hasta reunir más de 150 velas en cada edición, consolidándose como el más importante del país en su disciplina.

Cada detalle del evento es clave para Fermín, desde las pruebas de equipamiento hasta la fidelidad de los participantes. Este año, la sexta edición contará con la posibilidad de probar más de 20 velas distintas, algo que compara con “un test drive en el agua”. También habrá sorteos de una vela y una tabla, premios de gran valor para los amantes del deporte.
La organización, sin embargo, enfrenta un gran desafío: la absoluta dependencia del viento, lo que requiere una mezcla de logística meticulosa y esperanza en las condiciones climáticas. “Si no hay viento, no lo podemos hacer”, admite. Desde octubre, marca en su calendario el día elegido para la regata y comienza un ritual casi obsesivo: llenar cuadernos escribiendo diariamente la fecha, la intensidad de viento deseada en nudos y la franja horaria ideal.
Toda esa previa le genera ansiedad: “Es terrible. Me pongo en el lugar de esos chicos que hacen el esfuerzo de venir, alquilar un hotel, dejar un día de trabajo o de estar con la familia. Pienso en ellos y digo: ‘Por favor, traenos el viento que necesitamos’”, comenta el organizador, quien estudió administración de empresas y lidera otros proyectos, como Lowers, una gintonería en Cariló.

Con los ojos puestos en el futuro, Fermín sueña con un evento que reúna más de 500 velas en el cielo de Pinamar, superando a las competencias más reconocidas del mundo, como la de Jericoacoara, en Brasil.
Mientras posa para las fotos, su mirada se pierde en el mar. Es algo inevitable. “El agua ocupa un 75% de mi vida. El resto es para mi familia, amigos, pareja, dormir y comer. Es más fuerte que yo”, dice entre risas.
Fotos: Pablo Kauffer
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