“¿No lo viste a Cristian?”: el niño de cinco años que pasó 33 horas en el fondo de un pozo y la angustia de un rescate improvisado

Cristian Quiroz caminaba por la avenida Mariano Moreno de San Nicolás cuando a las 12:35 del jueves 19 de marzo de 1998 se cayó en un pozo de agua de 18 metros de profundidad. El viernes 20 a las 21:45 lo rescató un experto en perforaciones: el niño ya estaba muerto. El recuerdo de Oscar, su padre, y la sensación de injusticia

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Cerca de 300 personas colaboraron en el rescate de Cristian Quiroz. Había caído el jueves al mediodía y fue rescatado sin vida la noche del viernes: habían pasado 33 horas
Cerca de 300 personas colaboraron en el rescate de Cristian Quiroz. Había caído el jueves al mediodía y fue rescatado sin vida la noche del viernes: habían pasado 33 horas

Norma del Prado y Oscar Quiroz veían la tele junto a Jerónimo, su nieto de diez años. Estaban en el living de su casa en San Nicolás de los Arroyos, provincia de Buenos Aires, abstraídos por la historia de un niño marroquí de cinco años. Las noticias hablaban de Rayan Oram y de una tragedia. Había caído accidentalmente el martes en un pozo de 32 metros de profundidad en la zona montañosa del Rif, al norte del país africano. Ya era sábado: el vilo cumplía cinco días. Las tareas de rescate se transmitían en vivo, en directo y subtituladas. El mundo estaba igual de conmovido que ellos tres.

A Norma y Oscar los embargó el silencio. La complicidad era tácita. Cada uno sabía lo que estaba pensando el otro. Pero Jerónimo miraba atento, ensimismado. Asumieron, entonces, que el drama podría servir de ilustración, de moraleja. Le contaron lo que estaba pasando con ese niño en Marruecos. Aprovecharon para hablarle de Cristian, su hijo.

A Rayan los socorristas lo sacaron muerto del pozo el sábado a las seis de la tarde mientras los tres merendaban. Norma y Oscar cuidaron las palabras para decirle que a Cristian le había pasado lo mismo hace muchos años a pocas cuadras de ahí. “Él miraba, pero es muy susceptible. Es muy dulce, muy tierno y se puso muy triste. Tuvimos que cambiar de canal -cuenta Oscar-. Él ya lo conocía, ya había visto sus fotos, pero ahí entendió todo”.

Cristian Quiroz es el de atrás en la foto. En una foto de su jardín. Tenía cinco años cuando la noche del viernes 20 de marzo de 1998 fue encontrado sin vida en el fondo de un pozo
Cristian Quiroz es el de atrás en la foto. En una foto de su jardín. Tenía cinco años cuando la noche del viernes 20 de marzo de 1998 fue encontrado sin vida en el fondo de un pozo

Todo lo que entendió Jerómino había comenzado a suceder la mañana del jueves 19 de marzo de 1998. Cristian tenía cinco años y era el hermano del medio de la familia Quiroz: Melina era un año más grande y Joana, año menos. Vivían en una vivienda precaria con piso de tierra de la calle San Juan, en el barrio Fraga de la ciudad. Oscar, su papá, esa mañana se había quedado dormido. Cristian no. El entusiasmo lo espabilaba. Hacía pocos días había empezado el jardín: esperaba ansioso cada despertar. Los padres aún conservan el recuerdo de haber ido a comprarles los útiles, la mochila, el vaso de plástico y retienen la sonrisa indeleble de su hijo. Quince días antes también le habían comprado su primera pelota de cuero. “No se separaba ni para dormir”, retrató.

Él se despertó primero que yo. Vino hasta la cama y me dijo: ‘Papi, la escuela’”. Oscar se despertó apurado, preparó la leche, despertó a su mujer y se despidió de su hijo. Faltaban algunos minutos para que se hicieran las ocho de la mañana. Él debía ir a la ladrillera donde trabajaba, a treinta cuadras de su casa. Norma acompañó a sus hijos hasta la calle Eva Perón en el Barrio la Loma, donde se encontraba el colegio. El jueves había empezado como cualquier otro.

A las doce del mediodía iniciaron el camino de regreso a casa. La distancia era de quince cuadras. Solían llegar veinte minutos después. Para entonces, Oscar debería estar esperándolos. Pero ese día no: “No sé por qué llegué tarde, no sé por qué me demoré”. Fueron minutos de discordancia: a las 12:30 ya estaba en su casa. Pero no había nadie, su familia se había ido. Cruzó la calle y abordó a su tía que vivía enfrente: “¿No lo viste a Cristian?”, le preguntó. “Sí, te anduvo buscando hasta recién. No quería ir con la mamá a pasear a la casa de tus suegros”, le contestó.

Los recuerdos que conserva su familia. Tenía una hermana mayor, Melina, y una hermana menor, Joana. Le gustaba jugar a la pelota y era muy querido en el barrio
Los recuerdos que conserva su familia. Tenía una hermana mayor, Melina, y una hermana menor, Joana. Le gustaba jugar a la pelota y era muy querido en el barrio

Sabrá, al rato, que Cristian no solo había preguntado en esa casa dónde ahora estaba su papá, sino que también le había tocado el timbre a un vecino y le había consultado a su tía, que vivía camino al hogar de sus abuelos. Él insistía porque se había acostumbrado a pasar las tardes con su papá: jugaban a la pelota en el patio, tomaban mate en la cocina, salían a pasear por el pueblo, visitaban familiares, hacían sus cosas. El jueves se había enrevesado: Oscar y Cristian se habían desencontrado por minutos. La tarde se predisponía diferente.

La tragedia le llegó a Oscar por teléfono. En la casa de su tía, a la que había visitado para preguntarle por su hijo, un intercambio de mates lo retuvo. Habían transcurrido diez minutos desde su llegada cuando su sobrino lo interrumpió: “Hay un llamado para vos tío”. El sentimiento de extrañeza aún lo dispensa. Una voz que desconocía le dijo sin anestesia: “Vení que tu hijo se cayó en un pozo”. Faltaban quince minutos para la una de la tarde de ese jueves adverso: “Cuando escuché eso, pensé que se había caído en un pozo de baño, no sé, algo de dos metros, jamás imaginé lo que había pasado en verdad. Hasta hoy no sé quién me llamó, pero intuyo que alguien de la empresa que está enfrente”.

Enfrente está la fábrica de Industrias Metalúrgicas Leval S.A. desde 1971. Ocupa una de las cuatro esquinas en la intersección de la avenida Mariano Moreno y la calle Damaso Valdez, sector noroeste del mapa de la ciudad. Un núcleo de casas bajas se levanta en diagonal, un campo amplio se desprende enfrente y un descampado dentro del área urbana completan el cruce. En 1998 eran caminos de tierra los que convergían en ese rincón suburbano en construcción, sin veredas, sin semáforo, sin asfalto.

Oscar y Norma, los papás de Cristian.  Él habla de quien encontró a su hijo: "José Morales es mi héroe, es el que rescató a mi nene. Se convirtió en mi amigo, me venía a visitar todos los años"
Oscar y Norma, los papás de Cristian. Él habla de quien encontró a su hijo: "José Morales es mi héroe, es el que rescató a mi nene. Se convirtió en mi amigo, me venía a visitar todos los años"

Cristian tenía cinco años por entonces. Los mismos que Rayan hoy. Había dejado las cosas del jardín en su casa. No lo había encontrado a su papá así que debió adaptarse al plan familiar: ir a almorzar a la casa de su abuela. Lo acompañaban su mamá, su tía Eva y su hermana Joana. Él se había adelantado unos metros. Iba saltando, jugando. Era un recorrido habitual en la arteria alejada del casco histórico de la ciudad: Mariano Moreno es la continuidad de Savio, la avenida con boulevard que atraviesa el centro de San Nicolás. “Pasaban muchísimas personas diariamente, toda la gente que va del barrio Moreno y el San Cayetano. Antes que mi hijo habrán pasado un montón de nenes”, dice Oscar.

La vegetación había escondido la trampa. Los yuyos, la maleza, el pasto y la tierra camuflaban una tapa precaria: una lámina cuadrada de 40 centímetros por lado servía de techo de un pozo cónico de 18 metros de profundidad. Cristian no la vio. Nadie la hubiese visto, nadie la había visto hasta entonces. Pisó en el borde de la chapa. La chapa cedió por el peso. Cristian cayó. La chapa, que después será incautada, no. Su mamá, su hermana y su tía fueron testigos de un accidente inverosímil. Rápidamente dieron alerta, sin discreción. Paraban a todos los que por ahí pasaban. “Durante la primera media hora se escuchaba cómo Cristian, a los gritos, llamaba a su padre”, recordó meses después Axel Cartey, abogado de la familia. Los primeros colaboradores fueron los trabajadores de la compañía metalúrgica que tenía su zona de acceso vehicular exactamente enfrente.

Uno de ellos fue el que llamó a Oscar. “Cuando me dicen, voy corriendo. Cuando llego, me encuentro con un montón de gente, entre ellos los muchachos de la empresa Leval”. No tuvo tiempo para indagar sobre la multitud, no tuvo tiempo de consolar a su esposa, de ocuparse de su otra hija. Arribó pensando que se había tropezado en un hueco donde se clavan los postes de luz. Su análisis de situación no contemplaba la existencia de un pozo de agua sin tapar de casi veinte metros de profundidad.

Una de las marchas para pedir justicia por Cristian Quiroz. Solo tres de los seis imputados recibieron condenas y ninguno la cumplió en prisión
Una de las marchas para pedir justicia por Cristian Quiroz. Solo tres de los seis imputados recibieron condenas y ninguno la cumplió en prisión

No sabe qué fue lo que hizo primero. Dice que se asomó, lo llamó y no escuchó respuesta. Dice que también quiso ver si llegaba a distinguirlo. Dice que alguien le avisó que el pozo no era un hueco y que el piso estaba varios metros abajo. Dice que lo primero que pidió es que le mandaran luz porque su hijo se había acostumbrado a dormir con el velador prendido. Dice que estuvo las 33 horas ahí en vilo, sin saber qué comió, sin saber cómo lo soportó. Dice que no recuerda en qué momento perdió la esperanza.

“Papelito” es -lo sigue siendo- un vendedor ambulante que debe su apodo a su físico menudo. Es -lo sigue siendo- un personaje entrañable en San Nicolás. Fue el primer voluntario en rescatar a Cristian. “Salvame al nene, sacalo de donde está”, le suplicó Oscar. Descendió cabeza abajo los metros que pudo. No tuvo éxito. Repitió el intento. Tampoco lo logró. Maximiliano González, remisero de profesión, también probó. Sebastián Arata, hijo del doctor Carlos Arata, bajó con auriculares y micrófonos. Desde la superficie su padre le exigía comunicación: “Hablame Seba, hablame”. Lo intentó dos veces. El diario local El Norte asegura que pudo descender 17 metros. Un bombero de Villa Constitución fue otro voluntario. Reconoció haber visto “una remera o una camisa allá en el fondo”.

Las horas transcurrían y la proeza se postergaba. Unos operarios instalaron la estructura para plantar una carpa sobre el pozo porque el servicio meteorológico nacional pronosticaba para esa primera noche “chaparrones aislados durante la madrugada”. La ciudad ya estaba movilizada. Los medios de comunicación estacionaban sus móviles en la avenida. Cristian Quiroz ya era una causa nacional. La solución llegó desde Puerto General San Martín, una localidad del departamento de San Lorenzo, Santa Fe.

Las tapas del jueves y del viernes del diario El Norte de San Nicolás: de la "dramática y tensa expectativa" al "dolor" (Gentileza diario El Norte)
Las tapas del jueves y del viernes del diario El Norte de San Nicolás: de la "dramática y tensa expectativa" al "dolor" (Gentileza diario El Norte)

La máquina excavadora que había traído desde Zárate ya estaba trabajando. También los bomberos voluntarios. Un pozo se había empezado a cavar a tres metros de distancia, paralelo al de la tragedia. La situación ameritaba mayor eficiencia. La improvisación y la buena voluntad reinaban. José Moreno se presentó esa misma noche ante Oscar. Lo acompañaba su sobrino. Le comentó que era un experto en perforación. “Déjeme bajar que yo se lo saco”, le susurró. “Los bomberos tienen la mejor predisposición del mundo pero no saben lo que es trabajar en un pozo. Yo vivo de esto”, lo convenció. Oscar, que se había mantenido al margen del operativo, intervino por primera vez. “Hablé con el jefe de bomberos y le pedí que lo dejara bajar. ‘Vino especialmente para esto. ¿Hace cuánto están ustedes y no pueden encontrarlo?’, le dije”. Discutieron hasta que, finalmente, accedió.

José Moreno bajó. Su sobrino también. Los bomberos subieron. No había capacidad para tantos hombres. El procesó se aceleró. “El loco se mandó, sacó tierra, sacó tierra. Estuvo ahí excavando hasta que lo encontró. Cavó un túnel entre los dos pozos. Me avisó que era imposible que esa tierra se derrumbara, que la tierra en esa zona es fuerte. Y salió medio metro arriba de mi nene”. Oscar y Norma estaban, para ese entonces, en una camioneta siguiendo por una cámara lo que estaba pasando ahí abajo.

Una camilla, una manta, una ambulancia, un helicóptero y muchos hombres alrededor esperaban al cuerpo de Cristian en la superficie. Eran las 21:45 del viernes 20 de marzo de 1998. La autopsia dirá que Cristian Quiroz había muerto hace diez horas. “Lo encontró José Morales, que es un héroe para mí. Con la tierra y el barro, había quedado enterrado. Cuando lo subieron, mi nene estaba sin vida. Cuando voy al hospital con mi mujer, preguntamos si lo podíamos ver. Era como en las películas: entramos en un cuarto, él estaba en la mesa, tapado con una funda con cierre. Lo destaparon: estaba sobre cosido desde el ombligo hasta debajo de la garganta. El médico nos dijo que se había ahogado con barro y pasto”.

El niño de cinco años se cayó en un pozo de 18 metros de profundidad en San Nicolás hace 23 años

Los restos de Cristian descansan hoy en el nicho 2.454 del primer piso de la galería siete del cementerio municipal de San Nicolás. La paz y el sosiego los halló Oscar con el paso de los años. No vinieron precisamente desde el plano judicial. Considera que su hijo fue víctima de la corrupción: “Ese pozo tendría que estar tapado. Se pagó por algo que no se hizo”. Las sentencias de la Justicia las concibe como “una burla”. Le indigna que ninguno de los imputados haya pasado tiempo en prisión.

El fiscal Hugo Vianni había calificado la causa como homicidio culposo y solicitado penas de entre dos y tres años y medio para seis imputados: empresarios y funcionarios, todos relacionados a la construcción de redes de pozos para extracción de agua. “Es una acusación tibia, livianita y muy cauta, con algunas omisiones inentendibles”, había expresado el abogado de la familia en una nota publicada por Página 12 en 1999. El letrado agregó que, además del delito de homicidio culposo, esperaban que los imputados fueran acusados por el delito de violación de los deberes de funcionarios públicos.

En 2001, tres años después de la tragedia, la Justicia de San Nicolás condenó solo a dos años y diez meses de prisión por homicidio culposo a Miguel Ángel Pampalone, dueño de la empresa constructora Topsa S.A., encargada de excavar el pozo para dotar de agua potable a varios barrios de la ciudad. La pena permite la excarcelación durante el proceso. Para el juez Edgard Rodríguez, Pampalone no cumplió “sus facultades decisorias como representante técnico de Topsa SA, para ordenar el cegado y del motivo evidente del abandono del pozo para evitar los gastos que ello le demandaba”.

En el medio de la foto, en un sector levantado del terreno, se encuentran los dos pozos que fueron tapeados después de la tragedia. es la esquina de Mariano Moreno y Damaso Valdez
En el medio de la foto, en un sector levantado del terreno, se encuentran los dos pozos que fueron tapeados después de la tragedia. es la esquina de Mariano Moreno y Damaso Valdez

Los otros dos condenados fueron el ingeniero y funcionario del municipio Juan José Gómez por poseer “poder excluyente de decisión sobre la obra como para exigir en nombre de la comuna al representante técnico de la contratista el relleno del pozo en cuestión”; y el inspector municipal Claudio Actis. Ninguno cumplió penas en la cárcel aunque sí fueron inhabilitadas sus licencias profesionales. “¿Cómo puedo quedarme contento con esto? Fueron incapacitados para ocupar cargos públicos, se quedaron sin ejercer la profesión, meses de suspensión pero ninguno estuvo preso”, critica Oscar, que hizo huelgas de hambre y pedaleó 290 kilómetros hasta las oficinas de la Suprema Corte de Justicia de la provincia de Buenos Aires, en la ciudad de La Plata, para exigir la presencia de un inspector ajeno a la burocracia de San Nicolás.

El pozo que mató a Cristian fue la primera desidia de la empresa constructora. La comuna había pagado por un pozo piloto y de exploración. Esa excavación, ubicada a dos metros de la calle, no fue fructífera. La compañía debió emprender otra y clausurar la primera. No lo cegó, no lo tapó, no lo inhabilitó. Solo le puso una tapa cuadrada de 40 centímetros por lado que, según la declaración de Norma, no alcanzaba a cubrir la superficie del pozo.

Oscar no puede evitar pasar por ahí. Es el único camino que tiene para dirigirse a la casa de una de sus hijas. No puede evitar tampoco la angustia. Pasaron 24 años. Sus hijas Melina y Joana ya tienen 31 y 29 años, respectivamente. Pero Cristian era su perdición. “Se fue sabiendo que yo lo amaba porque se lo decía todos los días. Y él también me lo decía: me abrazaba y me besaba siempre. Era muy querido por todos acá, tenía un don para ganarse a la gente. Yo salía a jugar a la quiniela que quedaba a treinta cuadras de mi casa y él me acompañaba. La señora que atendía el local siempre lo esperaba con un alfajor, con una factura. Cuando íbamos al kiosco, siempre le regalaban algo. Era muy comprador”.

Oscar no halló la paz y el sosiego en el juicio: lo hizo recién hace diez años, cuando nació Jerónimo. Es hijo de Joana, su hija más chica. Lo criaron él y Norma. Vive con ellos. Sus formas, su apariencia, sus manifestaciones, su poder de seducción: todo le rememora a Cristian. “Es igual. Me hace acordar todo el tiempo a él. A mí me dice papi, me abraza, me besa, me dice que me ama. Ayuda muchísimo a sobrellevar la pérdida”. Cuando Oscar recuerda a su hijo, llora. Jerónimo también.

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