Sangre en el Vaticano: el oscuro crimen de un Guardia Suizo, los rumores de un triángulo gay y la doble vida como espía alemán

Un adelanto exclusivo del libro de Ricardo Canaletti, “Crímenes sorprendentes en el Vaticano” (Sudamericana), donde el periodista revela cómo desde el poder eclesiástico se ocultaron durante siglos asesinatos, estafas y hechos tenebrosos. Aquí un extracto de la investigación con los detalles del violento final del jefe de la guardia del Papa, Alois Estermann -quien se aseguró había protegido con su cuerpo a Juan Pablo II cuando Ali Agca le disparó en la Plaza de San Pedro- junto a su esposa y un joven oficial

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El momento en que el Papa Juan Pablo II felicita al Guardia Suizo Alois Estermann y su esposa Gladys Meza Romero. El oficial había sido  nombrado comandante de la Guardia Suiza de 110 hombres del Vaticano (Reuters)
El momento en que el Papa Juan Pablo II felicita al Guardia Suizo Alois Estermann y su esposa Gladys Meza Romero. El oficial había sido nombrado comandante de la Guardia Suiza de 110 hombres del Vaticano (Reuters)

Llovía. Los asesinos se empaparon al cruzar el patio. Uno al menos llevaba una Parabellum en un bolsillo. Dejaron los tres cadáveres en la entrada del pasillo de una habitación. Todas las víctimas tenían disparos de arma de fuego. Se trataba de dos hombres y de una mujer. Ella había abierto la puerta. Todos estaban vestidos. Había cuatro vasos sobre una mesa. Esa habitación no estaba en cualquier parte, sino en el recinto contiguo a la puerta de Santa Ana, una de las principales entradas públicas del Vaticano, y a unos cien metros del amplio complejo de dependencias privadas de un papa, Juan Pablo II, en la Ciudad del Vaticano, el Estado independiente más chico del mundo.

Eran cerca de las nueve de la noche del 4 de mayo de 1998 cuando una monja escuchó ruidos de dispararos provenientes del interior del Vaticano. La monja encontró la puerta de la residencia abierta, se asomó y vio los tres cadáveres. Uno era del jefe de la Guardia Suiza, el comandante Alois Estermann, de cuarenta y cuatro años. El cargo de comandante estaba vacante desde hacía siete meses, cuando renunció el coronel Roland Buchs por problemas familiares, y Estermann, con el mismo grado, lo había reemplazado de manera interina. Justo la mañana del día de su asesinato se había oficializado su nombramiento en ese puesto. Era una función muy prestigiosa pero poco remunerada, y fue el bajo salario lo que demoró tanto la búsqueda del reemplazante del último jefe, hasta que las autoridades vaticanas decidieron dejar a Estermann al mando de los ciento diez hombres que componen la Guardia Suiza, cuyo cuartel está ubicado a la derecha de la Plaza de San Pedro —y llega, justamente, hasta la puerta de Santa Ana—, en un edificio color rosa en cuyas ventanas suelen verse camisetas deportivas y alguna musculosa.

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La historia oficial dice que Estermann hizo carrera en la guardia gracias a su abnegación y coraje. Su acción más destacada fue proteger con su contundente cuerpo a Juan Pablo II cuando el turco Ali Ağca le disparó en la Plaza de San Pedro en mayo de 1981. El papa le tenía estima y confianza a tal punto que fue jefe de su custodia personal en treinta viajes que el pontífice realizó al exterior. En el Vaticano se afirmaba que Estermann era miembro del Opus Dei, la misma importante, polémica, secreta e influyente institución católica a la que pertenecía el portavoz del papa, Joaquín Navarro-Valls, quien había empujado la carrera de Alois.

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Estermann siguió escoltando al papa en sus viajes, encargándose del servicio de seguridad, y todo esto terminó enemistándolo tanto con Camillo Cibin como con Raul Bonarelli, que eran inspectores del Cuerpo de Vigilancia del Vaticano. ¿Por qué se ponía el acento en que el vocero papal, Joaquín Navarro-Valls, y el jefe de la Guardia Suiza eran del Opus Dei? Se decía (porque nunca hay que olvidarse de que el Vaticano es el reino del “se dice”) que esta circunstancia habría alarmado al llamado “clan masónico”, adversarios de los miembros del Opus Dei. Que el Opus Dei tuviera a uno de sus hombres nada menos que como comandante de la Guardia Suiza era un problema para ellos. Se estaría desarrollando un enfrentamiento intestino entre estas dos facciones que, desde hacía años, se disputaban el poder en el Vaticano: la del Opus Dei, que había apoyado la elección de Juan Pablo II, y la masónica —o también llamada Logia vaticana—, que tomó fuerza durante el papado de Pablo VI y con la que debió enfrentarse —y perder— el papa Juan Pablo I en su corto reinado.

La mujer muerta era la esposa de Estermann, una atractiva y culta venezolana de cuarenta y nueve años, de pelo negro y cara redonda. Se llamaba Gladys Meza Romero, había sido modelo en su país y también policía. Había llegado a Roma en 1981 para hacer una especialización en derecho canónico y derecho civil en la Universidad vaticana de Letrán y se convirtió en agregada cultural venezolana ante la Santa Sede. Era la segunda de diez hermanos, nacida en una familia humilde de la localidad de Urica, en el estado Anzoategui (al noreste de Venezuela). Conoció a Alois cuando compartieron el mismo curso de italiano en el instituto Dante Alighieri. Hacía quince años que estaban casados. El departamento donde se hallaron los cuerpos era la residencia del matrimonio. Todos los definían como una pareja feliz aunque sin hijos, con importantes e influyentes amistades.

Raiza, María y Claudia, tres de las hermanas de Gladys, viajaron inmediatamente a Roma cuando se conoció la noticia. Las tres calificaron los hechos contados por el Vaticano como “sospechosos”. La tercera víctima, que estaba boca abajo (¿estaba boca abajo?), era Cédric Tornay, un joven de veintitrés años, cabo de la Guardia Suiza. La tarde del 4 de mayo hizo la guardia en la entrada del palacete de oficiales. Este servicio habría terminado a las 19 horas. Había ingresado hacía tres años en el cuerpo y no tenía una buena relación con su comandante. Estermann le había llamado la atención por no volver a dormir al cuartel una noche que había salido con sus amigos. En la habitación del matrimonio Estermann, bajo su cuerpo, se encontró su arma reglamentaria, una SIG-Sauer 75 Parabellum, de fabricación suiza, calibre 9 milímetros. Rara la parábola del arma para terminar allí. Fue la única arma encontrada. Tenía una de las seis balas habituales en el cargador, es decir que se dispararon cinco. Según lo informado, había dos proyectiles en el cuerpo de Estermann y uno en el techo.

Antes de ser asesinados, Estermann y su mujer hablaban por teléfono con un amigo que, sin quererlo, se convirtió en testigo de la tragedia. El Vaticano nunca dio su nombre y solamente reveló que era de Orvieto, en la región de Umbria. Se cree que era un sacerdote amigo de la pareja. El caso quedó en manos del juez único del Vaticano, Gianluigi Marrone, quien dispuso que las autopsias fueran realizadas por médicos legales del Vaticano, los profesores Piero Fucci y Giovanni Arcudi, consejeros de la Dirección de Servicios Sanitarios. La habitación, como era obvio, estaba bañada en sangre.

El 7 de mayo declaró el amigo del matrimonio Estermann que hablaba con ellos por teléfono. Dijo que a las 20:46 llamó a la casa de los Estermann para saludar a Alois por su nombramiento. La hora la recordó con precisión porque justo en ese momento estaba viendo el reloj. Reveló que habló primero con Gladys y que la conversación giró en torno a la salud, porque el amigo en cuestión estaba resfriado. Gladys le dijo que Alois también estaba congestionado y le recomendó que comprara un medicamento llamado Ventolin. Luego ella le pasó con Alois. Los tres hablaron en español. La conversación fue sobre el pronóstico del tiempo para el día de la asunción, el 6 de mayo. El amigo le dijo que había escuchado que no iba a haber buen tiempo y Alois en cambio tenía confianza en que sería un día agradable. Entonces el amigo sintió como una interrupción, como si el auricular hubiese sido apoyado sobre el pecho o sobre algo blando, oyó una voz a lo lejos, que parecía de Gladys, después un zumbido y luego un golpe seco y otro y otro, el último más alejado. No pensó que podían ser disparos. Pensó que habían recibido una visita importante y sorpresiva, y que hicieron caer el auricular con cierta violencia. No le preocupó ese corte tan abrupto de la conversación. Colgó pensando que mejor era no molestarlos y que luego los volvería a llamar.

El joven Guardia Suizo Cédric Tornay, a quien acusaron del doble crimen del matrimonio en un "ataque de locura" (HO Old)
El joven Guardia Suizo Cédric Tornay, a quien acusaron del doble crimen del matrimonio en un "ataque de locura" (HO Old)

Mientras esto ocurría, a los pocos minutos de producidos los disparos llegaron al lugar Joaquín Navarro-Valls, ex periodista español, jefe de la Sala de Prensa del Vaticano, monseñor Giovanni Battista Re, Pedro López Quintana, encargado de Asuntos Generales, el juez Marrone, Bonarelli, Cibin y otros prelados y miembros de la Vigilancia vaticana. Entraron, miraron, buscaron no mancharse con la sangre. Sacaron fotos con una Polaroid, pero las que aparecerán después son las que sacó un fotógrafo de L’Osservatore Romano. La policía italiana no fue informada enseguida, aunque la práctica y el entendimiento entre la Seguridad vaticana y la italiana preveían que ambos trabajaran en la más estrecha colaboración. Pero en este caso eso no ocurrió.

La escena del crimen no fue preservada ni vigilada, lo que dejó abierta la posibilidad de que cualquiera, incluso involuntariamente, hubiera podido modificar el ambiente o alterar rastros e indicios y, en consecuencia, las circunstancias de las muertes. Se hizo todo lo contrario a lo que se debía hacer. La residencia fue rápidamente limpiada, todo colocado en su lugar, bien ordenado y cerrado, contrariamente a lo que se debía hacer en una investigación criminal. Se perdió una indeterminada cantidad de evidencia para saber, más allá de toda duda razonable, qué pasó allí.

La pregunta subyacente era por qué las autoridades vaticanas actuaron de esa manera. Los hombres del destacamento de la policía italiana en el Vaticano se acercaron a ayudar, pero fueron invitados a retirarse. Ya a las 00:10 del 5 de mayo la sala de prensa del Vaticano emitió un comunicado, el número 184, que decía: “Los datos conocidos hasta ahora permiten formular la hipótesis de un ataque de locura del cabo Tornay”.

Poco después Navarro-Valls dio una conferencia de prensa para reiterar que ya habían resuelto el misterio. ¡En el lapso de tres horas ya sabían qué había pasado, sin pericias, ni análisis de rastros ni testimonios! Aseguró que los datos de las autopsias probablemente no cambiarán la teoría bien fundada que, a esa altura —aseguró— era mucho más que una simple hipótesis, según la cual se ha tratado de un rapto de locura del cabo Tornay, madurada en una mente donde anidaban pensamientos lacerantes. Navarro-Valls habló de una carta de despedida de Tornay entregada a un compañero. Y ya está. En el tiempo récord de casi tres horas, las causas de las tres muertes fueron aclaradas por el Vaticano. Toda la culpa la tuvo el muerto. Tornay mató a Estermann y a su mujer y luego se suicidó. Para el Vaticano estaba todo muy claro y no había espacio para otra hipótesis. Fin. Solo esperaban que el juez Marrone refrendara lo que ya había sido sentenciado.

¿Cuál era el fundamento para afirmar que Tornay tuvo un raptus di follia, o sea, un arrebato de locura? Hacía dudar del Vaticano la rapidez y la seguridad con las que se resolvieron tres muertes a tiros. También hubo quienes se preguntaron por qué los cuerpos no fueron transportados a algún centro sanitario romano, dada la gravedad de los hechos, de manera de realizar las autopsias con mayor control y en algún lugar seguramente mejor equipado. Faltaba información muy importante: ¿qué vio exactamente la monja que descubrió los cuerpos? ¿Vio a alguno alejarse de la habitación de los Estermann, o tuvo la sensación de que hubo algún otro en las inmediaciones? ¿Quién era esta monja? El Vaticano no lo dijo. Era un fantasma.

El legajo de la investigación nunca la menciona por su nombre. Para calmar algunas dudas, Navarro-Valls reveló que Tornay estaba muy enojado con Estermann porque este le había negado una condecoración que Tornay deseaba, la Medalla Benemerenti (Croce pro Benemerenti), que se entregaba todos los 6 de mayo. Era muy importante para su currículum, ya que su intención era encontrar empleo en el cuerpo de seguridad de un banco o de una empresa suiza, al igual que tantos de sus ex compañeros.

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Para completar el perfil del demonio que según Navarro-Valls estaba escondido en Tornay (y que el Vaticano no advirtió, a pesar de las rigurosas condiciones para ser admitido en la Guardia Suiza), resultó ser que también fumaba marihuana. Llegado a este punto, quedaron algunas preguntas que no fueron respondidas por Navarro-Valls. Por ejemplo: ¿por qué se apuró en decir que los tres cuerpos estaban vestidos? ¿Qué tenía que ver esa circunstancia con el caso y, en consecuencia, por qué negar de antemano cualquier sugerencia de falta de decoro? ¿Temía que le preguntaran si Tornay estaba enamorado de la señora Estermann, o si el comandante estaba enamorado de Cédric? Si quería evitar estas preguntas, era porque había rumores, y si no había rumores, Navarro Valls, como periodista y vocero, era bastante malo.

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El 5 de febrero de 1999, dio su veredicto Gianluigi Marrone, el juez único del Vaticano. Manifestó que estaba de acuerdo con la teoría del promotor de justicia, profesor Nicolás Picardi, o sea, que los crímenes fueron originados por un resentimiento de tipo profesional debido a cuestiones propias de la guarnición del papa, y que de ninguna manera se podía pensar en un delito pasional. En este punto no quedó claro por qué descartó una hipótesis que nunca fue planteada. Al hacerlo, fue el propio juez quien introdujo la alternativa de una cuestión sentimental. ¿Entre quiénes? Pero estas preguntas no se hicieron entonces. Marrone mencionó la dependencia de Tornay a la marihuana y un quiste en su cerebro, descubierto en la autopsia, que hacía presión sobre su lóbulo frontal y sería causa de disturbios de comportamiento; de hecho, era indisciplinado e irreverente

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Nueve meses para llegar a una conclusión idéntica a la que el portavoz del Vaticano había anticipado menos de tres horas después de los hechos. Una personalidad perturbada como la que el vocero del Vaticano y los magistrados le atribuyeron a Cédric Tornay no habría pasado los exámenes a los que son sometidos los soldados. Los camaradas de Tornay y ex integrantes de la guardia son contundentes sobre un punto: si Cédric era como lo describieron en la investigación, jamás habría podido siquiera ser soldado de la Guardia Suiza.

El comandante Alois Estermann (detrás del Papa) en el momento del ataque del turco Ali Agca en la Plaza de San pedro en 1981 (Reuters)
El comandante Alois Estermann (detrás del Papa) en el momento del ataque del turco Ali Agca en la Plaza de San pedro en 1981 (Reuters)

El mismo día en que se conoció la sentencia de Marrone, se nombró a Raul Bonarelli como subinspector del Cuerpo de Vigilancia. Sucedía al inspector Camillo Cibin, ya octogenario. La promoción causó sorpresa, porque Bonarelli tenía un gran problema judicial, ya que estaba investigado por mentir (falso testimonio) y desviar la pesquisa en el caso de la desaparición de Emanuela Orlandi, ocurrida en 1983. La noche de 1998, cuando descubrieron los tres cadáveres, Bonarelli dirigió personalmente la investigación y las comprobaciones en el departamento de los Estermann y controló las escasas pruebas técnicas y balísticas. También es extraño que se encargase de esas funciones si se tiene en cuenta la profunda enemistad que existía entre Estermann y Bonarelli.

¿Dónde se habría pegado el tiro Tornay? La autopsia mostró que el disparo lo recibió en la boca. La versión del Vaticano a poco de descubiertos los cuerpos fue que Tornay estaba de rodillas, con la cabeza hacia delante, compatible con la dinámica de un suicidio. Sin embargo, la potencia del arma habría arrojado el cuerpo hacia atrás o hacia un costado, pero no hacia delante. Tampoco se realizaron exámenes criminalísticos, y los de balística fueron muy pobres; únicamente se practicó la del guante de parafina sobre una mano de Tornay para determinar, según el Vaticano, que efectivamente tenía restos de pólvora en ella y que fue quien disparó la única arma encontrada. Que se sepa, no se hicieron contrapruebas. Y este procedimiento no es seguro, pues habría que saber (y no se informó) si la mano de Cédric tenía sangre, debido a que pudo haber contaminado —si no borrado— cualquier resto.

Encima, con el asunto Estermann, había otro problema muy serio también relacionado con la balística. Los forenses determinaron que el orificio de salida del proyectil en la cabeza del cabo Tornay tenía un diámetro de 7 milímetros, mientras que la SIG-Sauer Parabellum era una 9 milímetros. Es imposible que un arma como esta pueda dejar un orificio de salida más chico que el calibre del proyectil, especialmente si es disparado contra material duro, como el hueso del cráneo. Los encargados del sumario vaticano no le dieron importancia a esta diferencia.

La SIG-Sauer es un arma de guerra que produce efectos devastadores y, además, al ser disparada provoca un gran estrépito. Más de un sicario mafioso detenido ha confesado que esta arma no solo cumple con el requisito de provocar el mayor daño posible, sino que también es útil para causar pánico en quien está cerca, por el ruido que provoca el disparo. No se explica, entonces, por qué no se acercaron más personas a la residencia de Estermann, considerando la estridencia de los tiros. A causa de su diseño, a esta arma no se le puede agregar un silenciador. ¿Y resulta que solo una monja escuchó, cuando en la puerta de Santa Ana hay un puesto de la Guardia Suiza y un segundo control de los agentes del Cuerpo de Vigilancia situado inmediatamente después? Es extremadamente improbable que unos extraños pudieran entrar en el cuartel sin ser vistos a cualquier hora. Y no se entiende cómo los consignas no escucharon nada. ¿De dónde vino Tornay? Ahora, si él no fue el autor de la masacre, sino una víctima más, los asesinos debieron estar dentro del Vaticano, pues es muy difícil pensar que tuviesen cómplices en el puesto de control de la Guardia Suiza y en el del Cuerpo de Vigilancia de la puerta de Santa Ana. ¿O no?

Por otro lado, los peritos balísticos dictaminaron que la pistola disparó cinco balas, pero solo se encontraron cuatro: Alois Estermann recibió dos impactos. “Un balazo entró por la mejilla izquierda y fue a parar a la columna vertebral; el otro entró por el hombro izquierdo y salió por el cuello, cortó la médula y destruyó parte del cerebro”. Gladys murió de un tiro que entró por la espalda, del lado izquierdo, y se alojó en la columna vertebral. Cédric Tornay, el presunto asesino: “… se disparó en la boca” y se destrozó el cerebro. Los números no cierran, aunque los investigadores vaticanos tampoco le dieron relevancia. Tornay tenía fracturados dos incisivos. El quiste en el lóbulo frontal, rastros de marihuana, y mucha sangre y mucosidad en los pulmones debido a una broncopulmonía. En consecuencia, según la versión oficial del Vaticano, desde hacía tiempo Tornay tenía un fuerte rencor hacia Estermann. El cabo, afectado por el quiste en el cerebro más los síntomas de una broncopulmonía y los efectos de sustancias estupefacientes, se introdujo en la habitación, mató a Alois y a su mujer, y después se suicidó.

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Fueron varias las personas que nunca estuvieron de acuerdo con la posición del Vaticano sobre lo que había ocurrido. Una de ellas fue la mamá de Tornay, Muguette Baudat, quien muchas veces solicitó que se profundizara la investigación, porque consideraba que su hijo no había tenido ninguna explosión de locura y, en consecuencia, no creía en la versión de la Santa Sede. El portavoz Navarro-Valls le dedicó unas palabras: “Comprendo y respeto su dolor, pero no podemos ignorar una verdad que ha sido establecida tras una investigación larga y escrupulosa”. La mamá de Cédric no quedó conforme ni mucho menos. Tampoco Jacques Antoine Flerz, quien había sido guardia hasta 1995 y era amigo de Tornay. Le pareció una mentira que el cabo hubiera sufrido un ataque de locura. “Era un buen muchacho, normal, como todos”, sostuvo. Y la familia de Gladys Meza Romero se sumó a las críticas. Lizet Luces, la prima hermana de Gladys, sostuvo que no le parecían lógicas las razones de la Santa Sede. El propio gobierno venezolano pidió una explicación al Vaticano por medio del embajador de Venezuela, Alberto Vollmer.

La pistola disparó cinco balas, pero solo se encontraron cuatro: Alois Estermann recibió dos impactos. “Un balazo entró por la mejilla izquierda y fue a parar a la columna vertebral; el otro entró por el hombro izquierdo y salió por el cuello, cortó la médula y destruyó parte del cerebro”. Gladys murió de un tiro que entró por la espalda, del lado izquierdo, y se alojó en la columna vertebral (ZDC/VM)
La pistola disparó cinco balas, pero solo se encontraron cuatro: Alois Estermann recibió dos impactos. “Un balazo entró por la mejilla izquierda y fue a parar a la columna vertebral; el otro entró por el hombro izquierdo y salió por el cuello, cortó la médula y destruyó parte del cerebro”. Gladys murió de un tiro que entró por la espalda, del lado izquierdo, y se alojó en la columna vertebral (ZDC/VM)

La mamá de Cédric reveló que el día anterior a la masacre su hijo la llamó por teléfono y ella lo notó sereno y alegre; hablaron de sus proyectos y todo parecía normal. Él le dijo que para la noche había preparado una salida con sus amigos. Muguette decidió ir a Roma porque quería ver a su hijo por última vez y asistir al funeral, pero las autoridades eclesiásticas suizas se lo desaconsejaron, lo cual hizo que la señora comenzara a sospechar. Primero le dijeron que el cuerpo estaba en avanzado estado de descomposición. Después, que era irreconocible, porque el disparo había sido en la boca. Que los hoteles de la ciudad estaban completos. De todas formas, la señora viajó hacia Roma. El 6 de mayo, por un instante, la mamá de Cédric vio el cuerpo de su hijo.

Frente a la muerte de Estermann, el Vaticano llamó de urgencia al anterior comandante de la Guardia Suiza, el coronel Roland Buchs, y por su orden esa mañana del día 6 se montó una capilla ardiente y los tres féretros fueron colocados uno al lado del otro en la Iglesia de San Martín y San Sebastián, lo que pareció un desafío de Buchs a la Secretaría de Estado vaticana. Al parecer no se había ido en buenos términos, y ahora que podía se tomaba una pequeña revancha: permitirle a la señora Muguette cumplir con el último adiós a su hijo. Cuando Muguette estaba allí, se le acercó un diácono llamado Jean-Yves Bertorello, un francés de alrededor de treinta y cinco años al que le decían “padre Yvan”. Se presentó como amigo y confesor de Cédric. En verdad fue ella quien se presentó. La madre de Cédric estaba con su amiga Cathy y vieron a un prelado llorar desconsoladamente al lado del féretro de su hijo. Se acercaron y se presentaron. El cura se lamentaba de no haber estado para ayudar a Cédric y, en voz alta, dijo que lo habían asesinado, que el muchacho había sido víctima inocente de una oscura maquinación y que tenía pruebas. Pero esas pruebas nunca las mostró. Y después de un segundo encuentro con Muguette, en Suiza, el hombre desapareció.

El día 7 de mayo ocurrió algo insólito. Un magistrado del Vaticano le dio a la mamá de Cédric una supuesta carta original de despedida que habría sido escrita por el hijo y entregada a un compañero dos horas antes de los crímenes, y también la bala que usó para suicidarse. Era asombroso que el proyectil que le dieron estuviera íntegro, sin deformaciones, como si no hubiera chocado contra nada, y sin estrías (o sea, sin las marcas que quedan en el proyectil cuando pasa por el cañón del arma, ya que el interior del cañón es estriado). Las estrías permiten saber de qué arma fue disparada, pues las mellas son únicas de cada arma, como una huella digital, y esa bala no tenía estrías. En otras palabras, le dio una bala no disparada, que parecía recién comprada. Por otro lado, lo que hizo el magistrado, es decir, darle a la madre del guardia acusado de un doble crimen la carta y el proyectil, es un hecho irregular. Le estaba entregando pruebas fundamentales del caso apenas iniciada la investigación; de hecho, pruebas en las que el Vaticano basaba la culpabilidad de Tornay. Hacía tres días que habían ocurrido las muertes. La madre, al ver la carta que le dijeron que dejó Cédric, aseguró de inmediato que no era auténtica.

Tenía lugar y fecha. En un fragmento se leía: “... obligaron a hacer lo que he hecho. Este año debía tener la condecoración y el coronel me la ha negado después de tres años, seis meses y seis días que pasé soportando todas las injusticias. La única cosa que yo quería no me la dieron”. La grafía, si bien se parecía a la de Cédric, en algunos trazos era diferente, como si se tratara de una imitación. Además, no surgería que hubiera sido escrita por alguien trastornado, ni se revelaban signos de inquietud. No tenía la firma, que no faltaba nunca en las cartas anteriores de Cédric. Este es un elemento contundente, porque es sabido que la cosa más difícil de imitar es la firma de una persona. Por otra parte, quien la escribió cometió un grosero error con el tiempo que Cédric llevaba en el Ejército vaticano. Escribió: “… tres años, seis meses y seis días”, cuando en realidad Cédric, al 4 de mayo de 1998, llevaba tres años, cinco meses y cuatro días. Asimismo, en la carta se mencionaba a las dos hermanas de Cédric, pero no a los dos hermanos, hijos del segundo matrimonio de su madre, a quienes el cabo quería mucho y nombraba siempre que le escribía a su familia. Es posible que en el Vaticano no supieran que tenía cuatro hermanos. Por último, la carta estaba dirigida a la señora Muguette Chamorel, el apellido del segundo marido de la señora Muguette Baudat, del cual se había separado en 1998. Cédric no se habría dirigido nunca a su madre usando ese apellido. Siempre lo hacía usando el de soltera, es decir, Baudat. ¿Quién escribió esa carta? El apellido del segundo marido de la madre de Cédric figura en la ficha de enrolamiento del muchacho. Alguien la revisó y de ahí sacó el apellido, lo cual llevó al falsificador a cometer la equivocación.

El libro de Ricardo Canaletti con su investigación sobre los crímenes en el Vaticano editado por Sudamericana
El libro de Ricardo Canaletti con su investigación sobre los crímenes en el Vaticano editado por Sudamericana

El 8 de mayo, el coronel Buchs firmó un comunicado en el que expresaba implícitas reservas sobre la versión oficial: “El hecho que ha provocado este gran horror sigue siendo misterioso. Solo Dios conoce la respuesta a nuestras preguntas”. El portavoz vaticano, sin embargo, rechazó difundir el comunicado. Las presiones sobre Muguette no se detuvieron, e inmediatamente le pidieron autorización para cremar el cuerpo. La mujer hizo todo lo contrario a lo que esperaban en el Vaticano. No les dio la autorización para cremar a su hijo; pidió que le devolvieran sus efectos personales y logró que le dieran algunos. La ropa que llevaba puesta el último día había sido quemada. ¿Por qué? Muguette trasladó el cuerpo de Cédric a Suiza para someterlo a una nueva autopsia que se realizaría en la Universidad de Lausana por los profesores Krompecher, Brandt y Maugin. Los resultados se conocieron el 30 de junio.

Los médicos no encontraron un quiste en el lóbulo frontal. Puede ser que hubiera sido removido en la primera autopsia, aunque en ella no se especifica, pero de todos modos los patólogos afirmaron que, aunque lo hubiese tenido, no era posible que produjera una alteración tal de llevarlo a la locura, y mucho menos que le provocara cambios de humor repentinos. Sí encontraron, los forenses suizos, una fractura en la base del cráneo de Cédric. Semejante lesión, de hecho mortal, no se le puede escapar a ningún médico, mucho menos a un forense, y menos aún si se trata de aquellos que hicieron la autopsia del guardia suizo. Pues bien, la segunda autopsia reveló que Cédric tenía una fractura en la base del cráneo que le provocó una hemorragia en los pulmones, por lo cual no se podía afirmar que Cédric tenía una broncopulmonía, ya que la sangre y la mucosidad en los pulmones se debían a que tenía la cabeza partida. Es más: la autopsia suiza agregaba que esa fractura fue producto de un golpe propinado para dejar inconsciente al muchacho, y no por la caída o por un disparo. Lo mataron con ese golpe. Con estos nuevos elementos se podía hacer una reconstrucción alternativa de los hechos. Cédric, ya muerto, fue llevado a la residencia de los Estermann. Este y su mujer fueron asesinados a tiros con un arma de un calibre más pequeño al de la que tenía Cédric. El caño del arma fue introducido luego con fuerza en la boca de Cédric Tornay, lo que le causó la fractura de los dientes incisivos.

Por primera vez se empezaba a hablar de triple homicidio. Muguette Baudat tenía pruebas para desechar la sentencia vaticana. Para ella, su hijo fue asesinado junto con su comandante y la esposa. “Una organización oculta dentro del Vaticano orquestó una puesta en escena para hacer pasar a mi hijo como un loco”. En un alarde de severidad impropia, el 1 de marzo de 2000, el juez Marrone le envió una carta a la mamá de Tornay en la que le decía: “Los documentos redactados por la Santa Sede no pueden recibir el aval formal de la autoridad judicial”. Si quería provocar un efecto disuasorio, lo que hizo esa carta fue convencer aún más a la mamá de Cédric de que las cosas no habían ocurrido como lo dijeron en el Vaticano y que su hijo había sido acusado injustamente para tapar los verdaderos motivos de los asesinatos.

Después de veintiún años, en diciembre de 2019, la actual abogada de Muguette, Laura Sgrò, pidió a las autoridades vaticanas reabrir el caso y el acceso a la totalidad de los documentos. Sgrò es también la representante legal de la familia de Emauela Orlandi.

Librado el caso Tornay a la especulación, el primer motivo del que hablaron los periodistas fue del sexual, en relación con esa imprudente referencia de Navarro-Valls de que los cadáveres estaban vestidos. ¿Qué quiso desmentir? ¿Que había un ménage à trois? Pero no se imaginó esa circunstancia, sino que Tornay tenía un affaire con Gladys Meza Romero, lo cual era, desde todo punto de vista, una especulación. Y la imaginación seguía su camino: Alois los descubrió y, “de alguna manera”, todo terminó en un homicidio. Era esta una mentira que caía por su propio peso. Entonces, si la relación no era con la mujer, sería con el varón. Cabo y coronel eran gays, pero jamás hubo ningún indicio en esta dirección, por más que una antropóloga (¡una antropóloga!) llamada Ida Magli lo sostuviera sobre la base de “rumores que corrían en Roma sobre la condición bisexual de Estermann y sus escapadas exhibicionistas fuera del horario de trabajo”. Una antropóloga que se basa en rumores. Pero la cuestión no quedó ahí. Cinco años después de las muertes, reapareció el ex diácono “Yvan” Bertorello, citado como fuente en City of Secrets: The Truth Behind the Murders at the Vatican, del escritor John Follain, en el que cuenta que el matrimonio de Estermann con Gladys era una tapadera, porque el comandante era homosexual y hacía dos años que mantenía un noviazgo con Cédric. Que la mala relación de ellos no era tal, sino que los encontronazos se debían a cuestiones de pareja. Sin embargo, no parece atribuir los crímenes al vínculo entre coronel y cabo, sino a una supuesta diferencia entre guardias de habla francesa y los otros de origen alemán. La tesis del tal Follain es tan confusa como calumniosa, porque se basa en una fuente dudosa, la del tal Bertorello. Aunque, claro, la tesis del sexo gay, droga y rock n’ roll siempre ha sido atractiva para el público: destapaba una situación que, por los personajes involucrados, causaba sorpresa y que, por la dignidad de sus cargos, debía quedar oculta. Pues no hay una sola evidencia de esto.

¿Cuál habría sido entonces el desencadenante? Nadie lo explica porque nadie se atreve a imaginar (o mentir) tanto. ¿Despecho, celos, una relación que terminaba? Nadie fue tan lejos. Dejaron picando lo de la pareja homosexual, y arréglense. No es descabellado afirmar que en la Guardia Suiza haya homosexuales, como ha dicho Elmar Mäder, comandante del cuerpo entre 2002 y 2008, al diario suizo Schweiz am Sonntag, pero ello no significa necesariamente que el crimen de Estermann, su mujer y el cabo se enmarque en ese contexto. De esta motivación íntima se pasó como si nada a una lucha de poder dentro del Vaticano entre el Opus Dei y la Logia vaticana o masónica. Estermann era del Opus Dei, y lo mataron porque los masones no querían que un hombre del bando rival estuviese tan cerca del papa. Gladys Meza Romero y Cédric Tornay habrían sido víctimas colaterales. Esta posibilidad tiene un gran problema, y es que personajes acostumbrados a actuar detrás de las cortinas no esperarían para asesinarlo justo el día de la nominación oficial de Estermann como comandante de la Guardia Suiza. Es demasiado evidente y hasta burdo. Siempre, ambos bandos, fueron mucho más perversos, es decir, refinados y, al menos en la época moderna, para nada inclinados a dejar un escenario tan sangriento, semejante carnicería a la vista de todos.

Alois, detrás del papa Juan Pablo II (de traje oscuro y corbata) como parte de su custodia personal (Shutterstock)
Alois, detrás del papa Juan Pablo II (de traje oscuro y corbata) como parte de su custodia personal (Shutterstock)

Falta la pista del espía. El diario alemán Berliner Kurier reveló que el coronel Alois Estermann era un agente activo de la Stasi, el servicio de inteligencia de Alemania Oriental, con el nombre clave de “Werder”. En los archivos de la Stasi aparece ese nombre como el de un espía en el Vaticano, pero no se menciona su nombre verdadero. Agregaba que Estermann hacía este trabajo de espía porque el salario como guardia suizo era muy bajo. La misma información fue suministrada por el diario polaco sensacionalista Super Express después de que este último entrevistara nada menos que al número dos de la Stasi, Markus Wolff, alias “Misha”. Aseguró que sí hubo un tipo en el Vaticano, pero que fue el benedictino Eugen Brammertz, que se desempeñó en el L’Osservatore Romano. Estermann habrían sido espía desde 1979, antes de entrar en el Vaticano, y una vez en la Guardia Suiza habría redactado a sus superiores siete informes, entre 1981 y 1984, depositados en el tren nocturno Roma-Innsbruck. El asesinato del coronel habría ocurrido porque se descubrió que pertenecía a la Stasi. Pero en 2005, cuando Wolff fue entrevistado por el diario italiano La Repubblica, lo negó rotundamente. (...)

Más de veinte años de perplejidad y de preguntas sin respuestas, un tiempo demasiado corto para el Vaticano. Tal vez se trató de un problema interno de la Santa Sede, alguno tenía un resentimiento violento contra alguna de las víctimas. Quizá participó un pequeño grupo de personas. Podría ser que aprovecharan la mala relación entre Estermann y Tornay. Según esta posibilidad, efectivamente Cédric fue asesinado en otra parte y llevado a la residencia Estermann para ir preparando la escena final, la que se vería. Allí, al entrar, los asesinos (es difícil en esta teoría pensar en un solo homicida) dispararon contra Gladys y Alois. Y prepararon esa carta de despedida. Los asesinos sabían cómo iba a reaccionar el Vaticano, es decir, que iba a manejar todo puertas adentro, pues tres cadáveres a los pies del papa era demasiado para que viniera la policía italiana. Había que hacerlo rápido, además. Por eso la reconstrucción de Navarro-Valls estaba a disposición, y detrás de ella se encolumnaron todos. Seguramente el Vaticano realizó otra investigación que quedará dentro de sus muros, como pasa siempre, aunque se pueda deducir razonablemente que el objetivo de la masacre era eliminar al comandante Estermann. Cédric Tornay era la persona que se necesitaba para armar la escena del doble homicidio seguido de suicidio cometido por un muchacho despechado.

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El ex juez Ferdinando Imposimato, el que investigó el secuestro y asesinato del político Aldo Moro en 1978 y el atentado a Juan Pablo II en 1981 a manos de Ali Ağca, sostuvo que Alois Estermann era un espía de la Stasi y que tenía miedo de que lo mataran después de que le robaran un dossier reservado. Incluso —asegura Imposimato— llamó al agente del Servicio Secreto italiano Gladio Antonino Arconte para obtener asilo político en los Estados Unidos. También reveló que Estermann tuvo un papel clave en el secuestro de la chica Emanuela Orlandi, en 1983. “Fue el padre de Emanuela, Ercole, el primero en sospechar que entre la Guardia Suiza y la desaparición de su hija había una conexión”.

Según Imposimato, Ercole le dijo:

“Tengo sospechas porque solamente uno de ellos podía conocer en tiempo real el desarrollo de la investigación sobre el secuestro de mi hija. Pero, fíjese —añadió—, la habitación de Estermann está en una posición estratégica, a la izquierda del ingreso de la puerta Santa Ana, en la vía de Porta Angelica. Desde la terraza de la habitación hay un punto de observación formidable: si ve tanto la vía de Pellegrini que la puerta de Santa Anna. Y por esta brecha pasaba Emanuela todos los días. Por lo tanto, Estermann podía verla, anotar sus horarios, movimientos y hábitos. Para alguien de afuera, habría sido imposible”.

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