El solitario final del lugarteniente de Puccio: por qué estuvo a punto de matar al jefe del Clan

Guillermo Fernández Laborda nunca se arrepintió de haber matado. Sufrido un ACV y terminó sus días obsesionado con Arquímdes Puccio. Aceptó haber asesinado a tres de los secuestrados. Al presidente Alberto Fernández, un joven abogado en los 80, le tocó ser su defensor oficial. Las confesiones y los secretos que se llevó a la tumba

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Guillermo Fernández Laborda, esposado, habla con el juez Alberto Piotti. Detrás, el abogado que le había tocado por sorteo como defensor oficial: el hoy presidente Alberto Fernández
Guillermo Fernández Laborda, esposado, habla con el juez Alberto Piotti. Detrás, el abogado que le había tocado por sorteo como defensor oficial: el hoy presidente Alberto Fernández

Guillermo Luis Fernández Laborda no se arrepentía de haber matado. Sólo se arrepentía de no haber matado a un hombre. “A Arquímedes estuve a punto de boletearlo, pero algo me doblegó. Y no sé, fue. Sin Puccio, se hubiesen salvado algunas vidas”, le confesó a Infobae en 2014.

Además confesó que mató a personas a las que no led vio la cara. Pero su obsesión era asesinar a Puccio. Una traición nunca dicha lo había herido para siempre.

El karma o el destino, como castigos más allá de la pena judicial, lo llevó a Laborda a morir de una forma parecida a la de Puccio, su ex jefe en el siniestro Clan que secuestraba y mataba en una casona de San Isidro.

Hace seis meses, como informó Infobae, Laborda tuvo un ACV en la cárcel de Devoto, perdió el habla y fue internado en el Hospital Pirovano. Nahuel Gallota, de Clarin, confirmó su muerte el 16 de enero. Estaba internado en el hospital de Ezeiza. Murió solo, custodiado por dos agentes penitenciarios.

Fernández Laborda odiaba a Arquímedes y estaba obsesionado con matarlo, sin embargo juntos habían armado la banda que secuestraba y asesinaba empresarios en la década del 80
Fernández Laborda odiaba a Arquímedes y estaba obsesionado con matarlo, sin embargo juntos habían armado la banda que secuestraba y asesinaba empresarios en la década del 80

Es el cuarto miembro estable de la banda mafiosa que ahora está bajo tierra. El primero fue el coronel Rodolfo Victoriano Franco. Le siguió Alejandro Puccio, el 28 de junio de 2008, y el 4 de mayo de 2013 Arquímedes Puccio. De Roberto Oscar Díaz no se sabe nada. Se le perdió el rastro. Su última aparición fue hace cinco años, cuando se estrenó una película y una serie sobre el caso.

El único al que le queda todo el peso de esa leyenda tenebrosa, y sus secretos, es a Daniel Maguila Puccio.

Cuando podía hablar, Laborda jugó al misterio. Cuándo en las charlas se le preguntaba cuál era la verdad, respondía más como sociólogo que como secuestrador asesino.

“¿Cuál es la verdad? Hay muchas verdades. No sé cuál es. Yo tengo la mía, pero nunca la diré”.

Y nunca la dijo.

Las víctimas del Clan Puccio: Eduardo Aulet, Ricardo Manoukian, Emilio Naum, Nélida Bollini de Prado. Solo la empresaria sobrevivió al horror
Las víctimas del Clan Puccio: Eduardo Aulet, Ricardo Manoukian, Emilio Naum, Nélida Bollini de Prado. Solo la empresaria sobrevivió al horror

Sin embargo, fue el primero en romper el pacto de silencio ante la Justicia. “Puccio me dio el revólver calibre 38. Me dijo: ‘Tomá, tenés que limpiarlo. Pensá en tu familia’. Disparé tres veces sin apuntar, al bulto. Estaba tan alterado que repetía en voz alta. ‘No puedo, no puedo’. Puccio me palmeaba la espalda y me decía: ‘Cumpliste con tu deber…’". Así lo reveló Gabriela Cociffi de Infobae en su investigación del caso. También colocó a Laborda en la génesis del horror, como miembro fundador de los proyectos oscuros de Puccio.

En 1973, Puccio era subsecretario de Deportes de la Municipalidad de Buenos Aires. En ese contexto conoció en la Escuela Superior de Conducción Política -dependiente del Movimiento Nacional Justicialista-, a Fernández Laborda, administrador del hospital Ramos Mejía.

Se hicieron amigos, militantes del grupo Tacuara y cultores de la ultraderecha. Pero recién en 1982, cuando Laborda era comisionista de la Aduana, hubo una propuesta concreta de Puccio. Se reunieron en la confitería Ideal de Suipacha y Corrientes. El plan era cometer secuestros extorsivos. Puccio ofrecía el sótano de su casa para mantener a las víctimas en cautiverio. Laborda aceptó.

Con la banda de Puccio, Laborda secuestró y mató a los empresarios Ricardo Manoukian, Eduardo Aulet y Emilio Naum, desde 1982 a 1985. Entre los miembros de la banda habían hecho un pacto de sangre en la rotisería de Puccio, como los mafiosos de Sicilia, la tierra donde había nacido el abuelo de Puccio.

Se turnaban para matar y cuidar a las víctimas en la casa de la familia Puccio, en San Isidro.

El sótano de los Puccio, detrás de un mueble tenían escondida una puerta que llevaba a la cárcel donde escondían a sus víctimas
El sótano de los Puccio, detrás de un mueble tenían escondida una puerta que llevaba a la cárcel donde escondían a sus víctimas

Carlos Juvenal, en su libro Buenos Muchachos, reveló que Laborda y Puccio fueron miembros del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea. Según esa investigación, Laborda fue integrante de la Resistencia Peronista y estuvo en el Movimiento Nueva Argentina.

“Laborda era un canalla. Fue con Arquímedes y Alejandro hacia un descampado y a mi hermano le pegaron un tiro cada uno. Laborda dijo que lo hizo por presión de Puccio, nunca le creí nada”, dijo Guillermo Manoukian, hermano de la primera víctima del Clan.

En la entrevista que le dio a Infobae, Laborda dijo:

-Mirá, antes de matar al armenio ese…

-A Manoukián…

-Sí, ese. Tuvimos un quilombito. Yo quería abrirme. Puccio era un loco terrible. Me di cuenta que me había metido en un quilombo. Y dos días antes de matarlo, íbamos en auto con Arquímedes y Díaz, ¿y sabés en qué pensé? En liquidarlos a esos dos. Vos podrás decir: qué hijo de puta, lo dice así nomás, con frialdad, pero tenía mis motivos. Si los liquidaba, hubiese salvado vidas. Alejandro quizá hoy sería un hombre respetado y reconocido en el rugby.

-¿Por qué iba a matarlos?

-Porque Puccio no quería dejar con vida al pibe ese. Y porque Díaz era un gil que iba a terminar cantando todo. No se la bancó. De hecho, a Naum no lo maté yo. Lo mató él porque se le escapó el tiro en el auto. La pistola se la había dado al coronel.

Alejandro Puccio: murió de cáncer luego de varios intentos de suicidio. Fernández Laborda aseguró que él mató a Manoukian. El ex rugbier dijo que era inocente hasta el último día de su vida
Alejandro Puccio: murió de cáncer luego de varios intentos de suicidio. Fernández Laborda aseguró que él mató a Manoukian. El ex rugbier dijo que era inocente hasta el último día de su vida

-¿Quién mató a Manoukian?

-Se la hago corta. Yo le metí el segundo tiro, el de remate. Lo habíamos arreglado así. Ya que había que matarlo, lo hacíamos entre dos. No hubo tres tiros, sino dos. ¿Y el primero sabés de quién fue? Del que más motivos tenía para matar a Manoukian.

-¿Quién tenía más motivos?

-¿Lo pregunta en serio?

-Si.

-El primer tiro fue el zopenco de Alejandro. Disparó él y luego yo. Pum (hace el gesto de disparar con el dedo índice). Puccio quería que todos matáramos. Y Alejandro solo no se animaba. Por eso yo también disparé.

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Al actual presidente Alberto Fernández le tocó por sorteo ser su defensor oficial. Una vieja foto en blanco y negro de 1988 muestra a Fernández Laborda esposado mientras habla con el juez Alberto Piotti, detrás aparece la imagen del ahora primer mandatario. Desbaratado el clan, paso casi toda su vida preso.

El autor de esta nota visitó a Laborda en Devoto cuatro veces. Estudiaba Sociología y era respetado, y en algunos casos admirado por sus compañeros del Centro Universitario de Devoto. En 2007 había salido en libertad, pero volvió a caer por estafas bancarias.

Dos de los encuentros fueron en la parroquia. Laborda, frente a una cruz con Jesús, asumió haber matado. Y lo remató con una frase que generó un silencio sepulcral. “Los muertos que vois mataís gozan de buena salud”, frase atribuida a José Zorrilla y también a Lope de Vega.

Antes del ACV, Laborda estaba cerca de salir en libertad. Abandonado por su mujer, algo que le dolía, pensaba salir, buscar trabajo y ser “invisible”.

“Mi mujer me abandonó y me traicionó. Se fue con otro y me olvidó. Hoy mi único amor es el conocimiento que intento adquirir”, decía Laborda.

Los posteos del criminal en Facebook
Los posteos del criminal en Facebook

Otro detalle lo unía a Puccio: quería comprar un Fitito. Puccio estuvo cerca de comprarse uno y hasta llegó a manejarlo en sus días en General Pico. En sus tiempos oscuros, esos hombres temibles andaban en Falcon. Pero la vejez les había achicado no sólo su poderío, sino hasta el tamaño de sus gustos o anhelos.

Al igual que Puccio, Laborda parecía vivir un desdoblamiento de su historia. Puccio fue señalado como espía y miembro de la Triple A, al igual que Laborda. Pero en sus últimos años se declaraban miembros de la guerrilla. Algo no cerraba.

Y los dos decían que los secuestros habían sido políticos. Salvo que Laborda acusaba a Puccio de cortarse solo y manipularlos a todos.

En prisión, Laborda era un anfitrión cordial. Esas manos con las que solía preparar torta de vainilla en la cárcel de Devoto, avejentadas, con manchas, eran las mismas que sostuvieron una cadena para ahorcar a Emilio Naum, le dieron de comer a Nélida Bollini de Prado, otra víctima, y dispararon el arma para matar a Ricardo Manoukian.

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“El viejo no se metía con nadie. Era buen consejero y se la pasaba leyendo”, dijo un detenido que estudia en el CUD de Devoto. Alberto Sordelli, un amigo que solía visitarlo, se mostró sorprendido por la noticia: “Hacía un año que no lo veía, pero andaba bien de salud. Era un tipo muy preparado. Pero el abandono de la mujer lo liquidó. A Puccio le tenía un odio bárbaro. Una vez me dijo que lo estafó, que a los miembros de la banda les daba poca plata, o les decía que no habían pagado todo el rescate. Decía que era tan miserable que pasaban horas planeando y Puccio sólo les daba mortadela con un par de quesitos”.

Laborda tenía otra faceta. Escribía para la revista La Resistencia, hecha por los presos. Y cada tanto intentaba esbozar frases poéticas. Que en realidad eran manifestaciones de su derrumbe emocional. “Los fantasmas ya me reconocieron, me esperan sedientos, sin amor”, le escribió por el messenger del Facebook al autor de esta nota.

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Otra frase era: “Sigo enamorado del mundo pese a sus problemas. Y desde el encierro impregnado de abismo. Hay que poner una sonrisa. No queda otra”.

Y un párrafo casi confesional: “Soy un hombre que ha pasado muy cerca de lo más terrible y, así como la esperanza de la humanidad se ha encapsulado en la última oportunidad de evitar la catástrofe, así el reflejo de tal esperanza se pone en el individuo que por así decir anticipa este acontecimiento. Pues nada más que la desesperación puede salvarnos, la máscara de la esperanza es la individualidad que se encierra en sí hasta la inefabilidad”.

Era lector de Jorge Luis Borges y de Juan José Saer. Facebook solía ser su canal de comunicación. Escribió: “Ha terminado otro mes. Y mis hijos sin venir y mi hermano ha partido sin volver. Ha terminado el mes y no amé a nadie, ausente. Ha pasado otro mes y todavía no hicimos la revolución”.

Su último posteo es de 2015. Y dice: “Y que la revolución es un sueño eterno”. Su fantasía de la revolución no se cumplió. Sólo llegó, previsible, solitario, su sueño eterno.

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