
El riesgo de desarrollar demencia va mucho más allá de la herencia genética. Una investigación reciente de la Universidad de Yale revela que cuidar la salud vascular, y en particular controlar la hipertensión arterial, puede reducir de manera significativa la probabilidad de sufrir deterioro cognitivo, incluso en personas que tienen predisposición genética a enfermedades neurodegenerativas.
Los hallazgos aportan un mensaje optimista: la prevención y la atención a factores modificables se consolidan como recursos clave para preservar la función cerebral y mejorar la calidad de vida a largo plazo.
Genética y salud vascular: dos factores que suman, no que multiplican
La demencia, y en particular la enfermedad de Alzheimer, representa uno de los grandes retos de la medicina actual. Si bien la influencia de los genes, como la variante ε4 del gen APOE, está bien documentada, la ciencia ha demostrado que las lesiones vasculares del cerebro tienen un papel relevante en el desarrollo del deterioro cognitivo.
El equipo de la Facultad de Medicina de Yale investigó cómo interactúan estos dos caminos: la predisposición genética y el daño cerebral causado por factores vasculares.
Para ello, los investigadores analizaron la presencia de la variante ε4 del gen APOE y el daño cerebral conocido como hiperintensidad de la sustancia blanca (HSB). Esta lesión, identificable mediante resonancia magnética, suele relacionarse con la hipertensión persistente y el daño progresivo de los pequeños vasos sanguíneos del cerebro. La HSB se considera un marcador importante de vulnerabilidad a la demencia, ya que incrementa el riesgo de deterioro cognitivo.

Según Adam de Havenon, profesor asociado de neurología y autor principal del estudio, la investigación buscó determinar si el riesgo de demencia aumentaba de forma aditiva o multiplicativa al combinar ambos factores. “Incluso si has tenido una mala suerte genética con APOE ε4, no estás destinado a padecer demencia. El componente vascular es modificable”, afirmó Adam de Havenon.
Miles de casos analizados y un resultado determinante
El estudio utilizó datos de grandes cohortes, como el estudio sobre el riesgo de aterosclerosis en comunidades y el Biobanco del Reino Unido, lo que permitió analizar la información de decenas de miles de personas a lo largo de varios años. Los resultados mostraron que quienes presentaban tanto altos niveles de HSB como la variante APOE ε4 tenían una probabilidad significativamente mayor de desarrollar demencia, comparados con quienes carecían de ambos factores.
Sin embargo, la Universidad de Yale destacó que los efectos de la genética y el daño vascular son independientes: “Cada factor suma a su propio riesgo, en lugar de multiplicarse entre sí”, explicó Adam de Havenon. Esto significa que, aunque la predisposición genética eleva la vulnerabilidad, la salud vascular sigue siendo un aspecto modificable y esencial para la prevención.

El estudio resalta la relevancia de atender condiciones habituales y prevenibles, como la presión arterial elevada y la diabetes, que influyen directamente en la aparición y progresión de lesiones cerebrales asociadas a la demencia. El control médico regular y el tratamiento oportuno permiten reducir o retrasar el daño neurológico, incluso en personas con antecedentes familiares de la enfermedad.
Las revisiones periódicas, una dieta equilibrada, la actividad física y evitar el tabaco son estrategias fundamentales para mantener la salud del cerebro. De Havenon señaló: “Si tienes APOE ε4 y no cuidas tu salud vascular, estás en un grupo de alto riesgo. Sin embargo, tener el genotipo APOE ε4 no implica necesariamente desarrollar demencia”.
El diagnóstico temprano de la hiperintensidad de la sustancia blanca, posible gracias a las resonancias magnéticas, ofrece una ventana de oportunidad para intervenir antes de que aparezcan síntomas cognitivos. Este avance permite diseñar estrategias de prevención personalizadas y aumentar las posibilidades de retrasar el deterioro.
Un futuro abierto a la prevención
La principal conclusión del estudio de la Universidad de Yale es que la demencia no es un destino inalterable. El control de los factores vasculares depende de cada persona y puede modificar de manera significativa el riesgo de deterioro cognitivo. Las estrategias de prevención cardiovascular se consolidan como herramientas eficaces para proteger la función cerebral a largo plazo, sobre todo en quienes conocen su susceptibilidad genética.

Cuidar la presión arterial, controlar la diabetes y mantener hábitos saludables son acciones que pueden marcar la diferencia. Estos hallazgos refuerzan la idea de que, frente al riesgo de demencia, la prevención sigue estando al alcance y no todo está escrito en los genes.
Los especialistas insisten en la necesidad de promover el control de la presión arterial y otros factores vasculares desde edades tempranas. La investigación de Yale impulsa nuevas perspectivas para anticipar, retrasar y reducir el impacto de las enfermedades neurodegenerativas, recordando que la salud cerebral se construye día a día y que la ciencia continúa ofreciendo herramientas para un envejecimiento más saludable y autónomo.
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