
Cuando llega febrero, Puno se llena de color, vida y tradición con la celebración de una de las festividades más grandes y representativas del Perú y el mundo: la Fiesta de la Virgen de la Candelaria. Durante dos semanas, más de 200 agrupaciones deslumbran a peruanos y turistas extranjeros con creativos trajes y coreografías que exhiben símbolos.
Entre las expresiones artísticas que sobresalen en la festividad se encuentra la danza sikuri, declarada Patrimonio Cultural de la Nación en 2003. También se presenta el baile ayarachi, en la que un grupo de bailarines, acompañados de instrumentos musicales, ejecuta una compleja coreografía vinculada a antiguos rituales fúnebres prehispánicos.
Otros grupos interpretan el q’arapulis o quena-quena, también reconocido como Patrimonio Cultural de la Nación en 2017. Sin embargo, una de las danzas que concita la atención de los espectadores por su historia y significado es la diablada, una manifestación del sincretismo andino-cristiano que simboliza la eterna lucha entre el bien y el mal.

La historia detrás de la danza más llamativa de la Fiesta de la Candelaria
La diablada es una danza que recibe su nombre por la careta y el traje de diablo que usan los bailarines. Representa el enfrentamiento entre el bien y el mal, y combina elementos de la religión católica, introducida por los conquistadores españoles en el siglo XVI, con rituales andinos tradicionales. En Perú, este arte dancístico es parte de la festividad de la Virgen de la Candelaria.
Ahora bien, en cuanto a su historia, es pertinente señalar que los primeros registros de la danza de los diablos, hoy conocida como diablada, datan del siglo XVI, durante la catequización jesuita en Juli, Puno.
Fray Martín de Murúa, doctrinero español en Capachica y Huata, narró que antes de 1590 se celebraba la festividad de Ytu o Yto en la península de Capachica, en Puno. Este ritual rendía homenaje al Tiw, dios protector de la naturaleza, las cuevas, los socavones, los animales de caza y las aves acuáticas.
Posteriormente, en 1603, el jesuita Ludovico Bertonio documentó la presencia del ‘demoñuelo’ o ‘diablillo’ en danzas aimaras como saynata y llamallama, expresiones artísticas que se manifestaban en Juli y otros pueblos del altiplano.

El investigador y músico Javier Salas, en diálogo con Radio Nacional, señaló que la diablada echó raíces en el distrito de Juli, uno de los siete que conforman la provincia de Chucuito, en el departamento de Puno.
“El origen de la diablada es peruano porque nace en Juli en el siglo XVI. Muchos historiadores, como Juan Palao Berastaín, sostienen que la diablada, que es la danza de los mañazos, tiene su origen en esta zona”, indicó.
A pesar de que esta expresión corporal se desarrolló en territorio peruano, el Diccionario de la Real Academia Española la define como una “danza típica de la región de Oruro, en Bolivia, llamada así por la careta y el traje de diablo que usan los bailarines”. A esto se suma que, en julio de 2011, fue declarada Patrimonio Cultural e Inmaterial del Estado Plurinacional de Bolivia.
Pero, ¿por qué una misma danza se manifiesta en dos países con variantes propias? Investigadores han abordado el tema desde diversas perspectivas. Una de las explicaciones más imparciales es que la diablada simboliza al dios protector de las profundidades y expresa el agradecimiento de los pueblos mineros del altiplano, compartido con Bolivia, a la Pachamama.

Sobre este tema en cuestión, Javier Salas explicó: “El altiplano es como un gran patio que abarca Puno como parte de la meseta del Collao y, al otro lado del lago, incluye La Paz e incluso llega hasta Argentina. Esto significa que las manifestaciones culturales están arraigadas en un mismo entorno geográfico”.
Es preciso señalar que la diablada se desarrolló con el acompañamiento de los sicuris, instrumento de viento compuesto por un conjunto de cañas. Con la llegada de los jesuitas, se incorporó la representación de la lucha entre el bien y el mal, así como otros elementos musicales.
El Ministerio de Cultura, en un boletín, detalló las características de la danza: “(...) personifica el bien y el mal. El bien, la paz y la pureza es representado por el ángel San Miguel Arcángel. Mientras que la maldad, la lujuria y amargura es representado por el diablo y los demás personajes que lo acompañan. Precisan que, de ahí nace el auto sacramental de la danza la diablada”.

Respecto al momento en que se comenzó a llamar ‘diablada’, Juan Palao Berastaín declaró en una entrevista con la Casa de la Cultura de la Municipalidad Provincial de Puno:
“Las publicaciones señalaban que la danza recién se llamó diablada en 1944. Antes de eso, se conocía como ‘diablos de mañazos’. (…) Fue en la década del 50 cuando se incorporaron máscaras con figuras”. Además, indicó que la diablada tiene su origen en los mañazos y que fue llevada posteriormente al territorio boliviano.
Los enigmáticos relatos sobre el origen de la diablada
Existen más de un relato sobre el origen de la diablada. Una de ellas relata que un grupo de mineros, atrapados en una mina, lograron escapar, pero los diablos intentaron llevarse sus armas. Desesperados, los trabajadores rezaron a la Virgen del Socavón, y en respuesta, apareció el Arcángel San Gabriel, quien derrotó a los diablos. Tras este milagro, los mineros comenzaron a danzar la diablada, y fue a partir del fuego que vieron en la mina que nació el culto a la Virgen de la Candelaria.
Una segunda versión se remonta a 1577, cuando los jesuitas llegaron a Juli, Puno. Durante las festividades, los misioneros organizaban funciones teatrales para los aymaras, presentando comedias y actos sacramentales. En una carta dirigida a su superior, el padre Diego González Holguín informó que enseñó a los nativos una danza-canto que abordaba los siete pecados capitales, en la que los ángeles vencían a los demonios. Esta enseñanza tenía como propósito cristianizar a la población local.

Otra versión sobre su origen, respaldada por estudios, vincula la diablada con la adoración a la Pachamama. Según el investigador Enrique Cuentas Ormachea, esta danza es ejecutada por los sicu-morenos de la región de Puno, quienes interpretan huaynos que reflejan rituales ancestrales. En estos rituales, seres míticos como los anchanchos y chullchuquis conviven con los hombres en un entorno de respeto y veneración hacia la Pachamama.
En resumen, estas versiones, aunque diversas, muestran cómo la diablada ha cambiado y se ha adaptado a la cultura andina, combinando elementos religiosos, míticos y sociales. Cada una de ellas ofrece una perspectiva sobre el significado de la danza, que sigue siendo una parte importante de la herencia cultural en Puno.
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