
Colocado sobre un pedestal de piedra con base piramidal escalonada, Manco Cápac señala con su mano derecha el horizonte, dirigiendo su gesto hacia el interior del país, donde se levantan los Andes. A su alrededor, personas de diversas regiones del Perú caminan en distintas direcciones: unos se encaminan al trabajo, otros a estudiar, y algunos se dirigen a encontrarse con alguien para ofrecer productos golosinarios.
El monumento a Manco Cápac se encuentra en la plaza homónima del distrito de La Victoria, en Lima. Esta escultura, que supera los 14 metros de altura, fue elaborada con bronce, piedra, granito y hormigón. La figura del inca, realizada en bronce fundido con una pátina oscura, sobresale como un símbolo de la cultura ancestral.
La figura del inca no siempre estuvo en la plaza Manco Cápac. Su presencia en el cruce de las avenidas Santa Teresa (hoy Abancay) y la Alameda Grau generó controversia en las primeras décadas del siglo XX. A pesar de las opiniones encontradas, el monumento permaneció en ese lugar desde 1926 hasta la década de 1930.

Su ubicación final fue la plaza Manco Cápac, donde anteriormente se erigía un monumento en honor al presidente Augusto B. Leguía. Tras la caída de su régimen, la estructura fue derribada para dar lugar al monumento dedicado al monarca andino, el único de su tipo en Lima Metropolitana.
La historia detrás del monumento a Manco Cápac
En 1921, durante el Oncenio de Leguía, se celebró el Centenario de la Independencia del Perú. Como parte de las conmemoraciones, varias comunidades de inmigrantes decidieron rendir homenaje al país mediante la donación de esculturas y estructuras simbólicas. La colonia japonesa, en particular, obsequió al Perú una estatua de Manco Cápac.
El presidente de la Comisión Pro Monumento, Ishitaro Morimoto, y Federico Elguera, exalcalde de Lima, propusieron la creación del monumento a Manco Cápac, a pesar de haber recibido sugerencias, como la construcción de un jardín de estilo japonés. Ambos coincidieron en que el escultor debía ser peruano, por lo que se convocó a un concurso para elegir al encargado de la obra.
El 15 de agosto de 1922 se colocó la primera piedra en la intersección de las avenidas Grau y Santa Teresa, en una ceremonia a la que asistieron destacadas autoridades. Entre los presentes se encontraban el ministro japonés S. Shimizu, el presidente de la Sociedad Central Japonesa, S. G. Kitsutani, el alcalde de Lima, Pedro José Rada y Gamio, y el presidente Augusto B. Leguía.

En ese momento se conocía que David Lozano, Benjamín Mendizábal y Daniel Casafranca habían ganado el concurso, de modo que serían los encargados de construir el monumento en honor al inca. Además de construir la figura de Manco Cápac, los escultores diseñaron una base de piedra tallada. En sus cuatro lados, se encuentran bajorrelieves de bronce con pátina negra que representan la labor civilizadora del monarca andino. También incluye esculturas de la llama, el cóndor y relieves de felinos preincaicos.
El 5 de abril de 1926 se llevó a cabo la inauguración, presidida por el presidente de la Sociedad Central Japonesa, el señor Morimoto, junto al presidente Leguía, un miembro del Comité Pro Defensa de los Derechos Indígenas y otros dirigentes.
La colonia japonesa reconoció al primer inca como un símbolo de progreso, optimismo y espiritualidad, asociándolo con la idea de los Hijos del Sol. En Japón, el sol no es solo un astro, sino un emblema de identidad y renacimiento. Su bandera, el Hinomaru, representa el disco solar, reflejando el significado de su país: Nihon o Nippon, la tierra del sol naciente.

Dos años antes de la inauguración del monumento a Manco Cápac, se levantó una escultura en una amplia plaza. En un video publicado por la Municipalidad de Lima, el historiador Juan José Pacheco indica en homenaje de quién fue construido el monumento. “En 1922 se inauguró aquí la plaza Leguía, en honor al presidente Augusto B. Leguía. Dos años después, el escultor David Lozano creó un monumento del mandatario”, explicó.
Es importante señalar que la plaza a la que hace referencia Pacheco es, en la actualidad, la plaza Manco Cápac. Antes de adoptar este nombre, los peruanos la conocían como plaza Leguía debido a que en este lugar había una obra escultórica que lo representaba.
Tras la caída del régimen de Augusto B. Leguía (1919-1930), el monumento a Leguía fue destruido. A finales de la década de 1930, se decidió trasladar la escultura de Manco Cápac a la plaza central del distrito de La Victoria.

“Según los historiadores del arte, este es uno de los primeros monumentos dedicados a un personaje indígena. Estamos en la época del indigenismo, de la Patria Nueva, y justamente Manco Cápac representa no solo al primer inca, sino también el vínculo con el sol. Los japoneses prestaron mucha atención a este simbolismo”, comentó Pacheco.
El inca Manco Cápac se encuentra erguido sobre un pedestal adintelado de piedra, con forma de pirámide escalonada, adornado con motivos y ornamentación de clara inspiración incaica. Además, presenta pequeñas esculturas de animales simbólicos del mundo andino y relieves que narran la historia de este mítico personaje. Estas características han captado la atención tanto de peruanos como de extranjeros.
Por ejemplo, esta obra conmemorativa fue admirada por los reyes de España, Juan Carlos I y Sofía, quienes visitaron el país en 1978. Durante su estadía en Lima, llevaron una ofrenda floral al monumento. Más allá del asombro que pueda causar su diseño, lo que realmente llamó la atención de un sector de la población peruana fue la elección de un inca como figura central para erigir un monumento en la capital. El debate no tardó en surgir cuando se inauguró en la intersección de las avenidas Grau y Santa Teresa.

El debate en torno al monumento a Manco Cápac
La construcción de un monumento en honor a un inca en Lima generó un amplio debate debido al significado que este podía tener en una ciudad con una marcada influencia colonial. La controversia fue abordada en el artículo titulado “El neoperuano: arqueología, estilo nacional y paisaje urbano en Lima, 1910-1940”, de Gabriel Ramón Joffré.
“Dos testimonios inmediatamente previos a la inauguración oficial muestran lo que significaba la presencia de la estatua de un inca en Lima. En un artículo casi hostil para la colectividad nisei y su regalo, el escritor y pintor indigenista Juan Guillermo Samanez exclamaba: “¡Manco Ccapacc en Lima! ¡Inexplicable!”, arguyendo tres razones principales (...). Segundo, entre el monumento y la colectividad que lo erige debía existir una ‘...corriente de afinidad, de simpatía, y demás vínculos raciales e históricos como es de rigor’, lo que le permitía justificar la presencia del monumento al Dos de Mayo, Bolognesi o San Martín, ‘...pero es muy distinto del de Manco Ccapacc en Lima, y sobre todo el de su centro de ubicación’”, se lee.
Para Samanez, el contexto histórico de una ciudad fundada por los españoles no era el más adecuado para rendir homenaje a la figura del inca, y mucho menos en un cruce de avenidas como el seleccionado. Según el crítico, Manco Cápac debía ser homenajeado en Cusco.
En contraste con esta postura, Ramón Joffré expuso las ideas de Dora Mayer, investigadora y periodista peruana que dedicó su vida a la defensa de la causa indígena, siendo considerada una precursora del indigenismo en el Perú.
“Una de las más articuladas indigenistas anotó ‘Si un monumento á Manco Capac no cabe en Lima, esta ciudad no es la capital del Perú’ y pasó a cuestionar cada uno de los argumentos del pintor contra el obsequio de la comunidad nisei en Lima. Dora Mayer indicaba que —siguiendo el razonamiento de Samanez— incluso en Cuzco Manco Cápac sería un símbolo de enemistad entre vencidos y vencedores. Más aún, la activista dejaba en claro que el inca no solo significaba el pasado, sino que contenía un mensaje hacia el presente: la reivindicación racial”, escribió.
Finalmente, para numerosos peruanos, Manco Cápac es el símbolo primordial de la historia inca y la fundación del Tahuantinsuyo. Al observar su monumento en la plaza, se revive el espíritu de una civilización ancestral que, aún en el presente, sigue siendo la base de la identidad cultural y el orgullo nacional.
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