Santiago Casas

Argentina es un país excepcional que padece un mal poco común en nuestros tiempos: inflación alta y crónica que pulveriza los salarios de los trabajadores
Hoy está más presente que nunca el debate sobre los que están a favor de la dolarización o no, ya no solo como un debate académico, también como debate social por la posibilidad de que nuestro país se incursione en este plan de estabilización en el caso de que Javier Milei sea presidente. La dolarización es una solución extrema, pero está en carpeta porque efectivamente transitamos una situación extrema. No es una solución mágica, debe ir de la mano de otras reformas estructurales. Lo que conseguiría es bajar la inflación rápidamente, importando credibilidad y apoyo popular para encarar reformas que exigen mayor tiempo y esfuerzo para ver sus resultados positivos.
El eje del problema argentino es el exceso de gasto público que deviene en déficit fiscal. Al agotar las fuentes de financiamiento del mercado, casi todos los gobiernos recurrieron a la emisión monetaria que termina deteriorando el poder de compra de los salarios más vulnerables. La dolarización busca terminar con esto. Implica cortar de cuajo la posibilidad de seguir emitiendo papel moneda para cobrarle el impuesto inflacionario al asalariado. Está en las antípodas de que se suele creer: la dolarización sería una regla que beneficie principalmente a los sectores más vulnerables.
Sería mucho más simple tener nuestra moneda propia como lo hacen los principales países del mundo y no tener que lidiar con los vaivenes del dólar. Sin embargo, hoy lidiamos con el peso argentino, el top 5 de las monedas que más se deprecian en el mundo, lo cual es infinitamente peor. Lamentablemente, nuestra historia nos demuestra que la política argentina no logra atenerse a la restricción presupuestaria y termina pulveriza el valor del dinero. Lo que supimos conseguir fue quitarle 13 ceros a la moneda. El único período de estabilidad se logró a partir de la Ley de Convertibilidad, pero lamentablemente se la derogó y volvimos a la irresponsabilidad monetaria. La dolarización es una medida superadora debido a que tiene mayor costo de reversión política. Creer que una sociedad con semejante anomia institucional podrá respetar la independencia del Banco Central es una fantasía. A la historia me remito.
Hoy tenemos una inflación que probablemente termine el año en torno al 150% anual, un Banco Central quebrado con una montaña de deuda remunerada que alcanza el 270% de la base monetaria, escasez total de crédito para el sector privado y salarios en dólares cerca de los peores momentos de nuestra historia.
Lo interesante es que los argentinos ya decidimos dolarizarnos de facto. Nadie que tenga capacidad de ahorro lo hace en pesos con una inflación mensual de entre 6% y 10%. Los precios más relevantes de nuestra economía se expresan en dólares, y pensamos en dólares para ver analizar cuánto vale nuestro trabajo. Nos queda lo más importante: ganar nuestro salario en dólares. Un eventual salario en dólares simplemente sería el salario en pesos dividido el tipo de cambio de conversión, lo que ya hacemos hoy en día. En definitiva, tenemos casi todos los costos que implica una dolarización pero no gozamos de ninguno de sus beneficios. Especialmente las personas más pobres que no pueden ahorrar. Con la dolarización se pondría freno a la pérdida de poder adquisitivo y se pasaría a ganar más a medida que la economía aumente su productividad.
La propuesta que ha dado de qué hablar en los últimos meses, y cada vez tiene más probabilidades de ser realidad, es la de Emilio Ocampo y Nicolás Cachanosky. Los autores estudiaron cómo se podría realizar una dolarización en Argentina, demostrando que es perfectamente factible. Lo primero que hay que entender es que la dolarización es un término genérico para referirse a la utilización del dólar como moneda. Pero hay muchos tipos de “dolarización” y casi infinitas formas de implementarla.
Para el caso argentino, la dolarización implicaría liquidar al Banco Central, igualando pasivos con activos a valor de mercado, pasando a adoptar al dólar como moneda de forma unilateral.
Uno de los miedos usuales está en creer que se dolariza a un tipo de cambio estratosférico que licua todos los pasivos y salarios. La realidad es que hoy es imposible determinar un valor de conversión, porque eso depende del balance del Banco Central y el contexto cambiario al momento de dolarizar. Política y socialmente no tiene sentido dolarizar a un precio que exceda a la cotización de los dólares de mercado, porque generaría un amplio rechazo que erosionaría la gobernabilidad. Esto está contemplado a la perfección por los autores.
Para no licuar los pasivos del BCRA (principalmente deuda remunerada y base monetaria) y provocar una fuerte pérdida de capital a los bancos que derive en destrozos de la cadena de pagos, confiscación de depósitos o en pérdidas para los ahorristas, los ideólogos de la propuesta pensaron en cómo podrían capitalizar al BCRA y securitizar sus activos. Todo esto luego de un período de liberación de precios, salarios y tarifas para evitar “encorsetar” a la economía en un esquema de distorsión de precios relativos.
Si se quiere estudiar la propuesta en detalle, recomiendo leer el blog sobre dolarización de los autores donde explican de forma detallada y con datos la viabilidad del proyecto, además de su libro.
Desgraciadamente, si no le encontramos una solución a la inflación y a los pasivos del Banco Central, lo más probable es que terminemos en un repudio absoluto por los pesos que desate una hiperinflación y la economía se dolarizaría de facto. Eso es lo que sucedió en Venezuela. Si ese es nuestro destino en dinámica, preferible dolarizar por las buenas (de jure) antes que por las malas (de facto).
El autor es economista colaborador de la Fundación Libertad y Progreso
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