La entrega de medallas en la escuela, ¿motiva o desmotiva a los alumnos?

No se trata de no ser competitivos ni de bajar el nivel. Se trata de saber qué funciona para motivar a los chicos y qué no

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(Foto NA)
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Termina el año escolar, y los chicos suben prolijamente al escenario. Se van a entregar las medallas correspondientes al año lectivo. Con micrófono en mano, la directora anuncia, “estos son los mejores alumnos de 6º grado”. ¿Los “mejores alumnos”? ¿Qué significará ser “el mejor alumno”? ¿El que se saca diez en todo?

La entrega de medallas

Para muchos chicos la entrega de medallas al mérito o al esfuerzo a fin de año son momentos de alegría y satisfacción personal. Para otros, son momentos de vergüenza, de descalificación personal, de sentirse observados, no merecedores. Y la pregunta que muchos chicos se hacen es, “¿para qué me voy a esforzar si igual nunca me la van a dar?”. ¿Cuál es el mensaje final para ellos?, ¿que no pertenece a la elite académica de la escuela? ¿Esto los motiva o los desmotiva? Por otro lado, si el colegio, para que no se sientan mal, decide darles una medalla a cada uno, ¿qué mensaje está enviando? Si la medalla la reciben todos por igual, independientemente del mérito, del esfuerzo o del compromiso, no tiene ningún sentido. El que no la merece, no la disfruta, y el que sí la merece, como ve que la reciben todos por igual, tampoco.

No se trata de no ser competitivos ni de bajar el nivel. Se trata de saber qué funciona para motivar a los alumnos, y qué no. La competencia entre alumnos no desarrolla el amor por el aprendizaje. Al contrario, genera una sensación amarga para muchos chicos que no lo logran ese reconocimiento. Pareciera ser que la entrega de medallas fuese más para los adultos que para los chicos.

En la escuela, las recompensas externas como las medallas, aniquilan la creatividad y atentan contra la motivación intrínseca. Por el otro lado, ¿qué sucede cuando son siempre los mismos alumnos lo que terminan premiados? Tal vez una ceja levantada de alguno que piensa “siempre premian a los mismos”. Y si sienten que se premia a alguien que no merece el reconocimiento, tal vez se genera una duda colectiva acerca de qué parámetros se utilizan para elegir a los ganadores.

Cuidado: para el que no gana nada, esos actos de premiación podrían convertirse en sesiones de tortura y de resentimiento, y ni hablar de aburrimiento. Y además generaría otro interrogante: “¿mis habilidades, tal vez no cognitivas, no cuentan?”. Lo que debería invitarnos a reflexionar acerca de cómo se elige a qué alumnos premiar. Si lo eligen los docentes, de manera subjetiva, ¿en base a qué se hace esta elección? Y ni hablar de aquellos chicos que no cuentan con el apoyo familiar tan necesario para avanzar en las trayectorias académicas de cada uno, que tal vez avanzan a su ritmo, pero son eclipsados por quienes tienen mejores oportunidades, ya sea el apoyo o acompañamiento de la familia, de un docente particular, etc. No es la mejor nota lo que debe primar, sino el esfuerzo y la perseverancia. ¿Quién es mejor, el que se saca un 10 en matemática, o el que baila como los Dioses? ¿Qué criterios estamos utilizando para entregar una medalla?

Si desde la escuela realmente creemos que todos los chicos pueden mejorar y aprender, entonces, tal vez debiéramos repensar las prácticas de reconocimiento.

¿Por qué el mejor alumno sigue siendo el que se saca 10 en todo?

El sistema educativo debe dejar de poner el foco solo en la nota y empezar a alentar a los alumnos a desarrollar otras habilidades para que puedan despertar su curiosidad, desarrollar su creatividad, resolver problemas, hacerse de amigos, y relacionarse con los otros. El mejor alumno debiera ser el que ayuda, el que se adapta, el que ha podido desarrollar su resiliencia emocional, el solidario, el que se esfuerza y persevera a pesar de los desafíos u obstáculos, el que avanza a su ritmo, pero avanza, el que pide ayuda cuando la necesita. Es el que aunque se equivoque, lo intenta, participa, y se compromete. Por otro lado, ya sabemos que aprobar no siempre es sinónimo de aprender. Pueden estudiar, rendir y aprobar con un diez, pero si a los tres días se olvidan de todo, o si se copiaron, o si se saca un diez en inglés el alumno que vivió en Estados Unidos cinco años, aprobar no habrá servido como aprendizaje.

Debemos cambiar el foco de la motivación. Lo que buscamos como educadores es que los chicos quieran aprender porque les gusta a prender, no que lo hagan por un premio. El premio debiera ser el aprendizaje. Los chicos necesitan llegar a su mayor potencial por ellos, no por una medalla a fin de año. Este es el cambio que debemos generar. Al alentar a los chicos a recibir una medalla, o ser abanderado, lo que reforzamos es la búsqueda del reconocimiento, y no del placer por aprender.

Trabajemos para acercar a los chicos a la aventura del saber, no a la obligación de aprobar

Una habilidad esencial de estos días es la cooperación. Permitamos que compitan contra ellos mismos, no contra los demás. Tal vez, podríamos reemplazar la entrega de premios, por en evento en el que cada alumno pudiera identificar en qué mejoró y de qué está orgulloso. No pongamos a los chicos a competir entre ellos. Pongámoslos a competir con ellos mismos. Este año, ¿en qué soy mejor que el año anterior?

¿Cómo los ayudamos si no ganan?

Para aquellos alumnos que deben competir, ya sea por una mención, un premio o un reconocimiento, la enseñanza empieza ahora, cuando son chicos. Debemos enseñarles a manejar la frustración de no haber sido premiados, de no haber sido elegidos abanderados a pesar del esfuerzo, la desilusión de no haber ganado una competencia, o de no haber sido elegido para un equipo. Así es como se desarrolla la resiliencia. Cada vez que un chico puede levantarse fortalecido de una desilusión u obstáculo, está aprendiendo a desarrollar su resiliencia emocional.

Algunas ideas para trabajar en casa

  1. Esto que ocurre en las escuelas es un reflejo de lo que pasa en la vida real. Muchas veces, a pesar de que esfuercen, van a ver desfilar por delante de sus ojos a algunas personas que con menos esfuerzo, tienen mayores beneficios. Lo que debemos hacer, tal vez, es transmitirles que el esfuerzo, las ganas de superación y el kilómetro extra que deberán recorrer, es para ellos, no para el de afuera.
  2. Antes de una premiación, conversen acerca de la posibilidad de no ganar o no ser premiado. De esta forma, los ayudamos a prepararse mentalmente en caso de no ganar.
  3. Validemos sus sentimientos. Tienen derecho a sentir enojo, frustración, vergüenza y hasta angustia por no haber recibido un reconocimiento. La idea será la de ayudarlos a autogestionar estas emociones y a separar el resultado de su autoestima.
  4. Enseñémosles a transformar los obstáculos en oportunidades: “¿te hubiese gustado ganar la competencia? Bueno, pensemos qué tenés que hacer el próximo año para ganar”. En la vida, a veces se gana, y a veces se aprende.
  5. Acompañémoslos en el manejo de la frustración; esto es, enseñarles a fracasar con dignidad. Sí, debemos enseñarles a los chicos a tolerar el malestar que genera no lograr lo que uno quiere y poder capitalizar la enseñanza que eso nos deja.
  6. Reforcemos que ellos son responsables de su esfuerzo, no del resultado.
  7. Lo interesante es que aprendan a no depender de las medallas que alguien les pueda poner. Que sean ellos quienes puedan medir su esfuerzo y su perseverancia para lograr lo que quieran. Es decir, que sean ellos quienes se cuelguen sus propias medallas.

La resiliencia emocional es una de las habilidades más importantes que deben desarrollar los niños. Es la capacidad que tiene una persona de recuperarse frente a la adversidad y seguir adelante. Como adultos, debemos preparar a nuestros hijos para la vida. No ganar una medalla o un premio puede ser una experiencia en la cual nuestros hijos ensayen la resiliencia emocional. Esto implica capitalizar los desafíos y los obstáculos para volverse más fuerte y estar mejor preparado para una vida llena de sorpresas. Sin embargo, como educadores, debemos pensar qué practicas funcionan y cuáles no. La escuela debe ser un lugar para aprender y para hacerse de amigos, no para generar una rivalidad que nada tiene que ver con la motivación.

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